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bres y espantosas escenas, hasta que el resplandor del nuevo dia vino á poner término al negro y sangriento cuadro. Abdel-Gafir con sus rebeldes se vió obligado á evacuar la ciudad y á retirarse á Cazalla, y los sevillanos respiraron, que harto lo habian menester (1).

Cansado Abderrahman de tan larga y fatigosa guerra, resolvió dirigir en persona las operaciones militares. Trabajo le costó al ministro Teman contener los fogosos impetus del emir, que á la cabeza de sus fieles zenetas queria lanzarse á castigar la audacia del pertinaz ó importuno Abdel-Gafir, al menos hasta que llegase el refuerzo de tropas que se habia pedido á Mérida. Llegaron al fin éstas, y Abderrahman puso en accion todos sus recursos materiales para una pronta y decisiva campaña. Combinó diestramente su plan, y cuando el rebelde Abdel-Gafir acababa de vadear el Guadalquivir por la parte de Lora para ganar sus antiguas guaridas de la sierra, un ataque simultáneo de los dos ejércitos combinados arrolló completamente á las tropas rebeldes en las alturas de Ecija, y una hora de matanza puso término á la guerra de siete años que tenia fatigado el pais. El turbulento y porfiado AbdelGafir pereció atravesado de un lanzazo dirigido por la vieja pero vigorosa mano del anciano Abdel-Salem, que le cortó la cabeza con su propio alfange. Mas de cincuenta cabezas de caballeros africanos de la tribu de Mequinez fueron distribuidas en las poblaciones del pais que habia sido teatro de la guerra, y clavadas segun costumbre en los muros de las ciudades sirvieron de sangriento trofeo en las plazas y edificios de Elvira, en la alcazaba de Granada, en los torreones de Almuñecar, y en las almenas de otras poblaciones de Andalucía. El vencedor Abderrahman tomó enérgicas medidas para que no se reprodujese el fuego de la rebelion, y publicó un edicto de perdon para todos los que en un plazo dado depusiesen las armas y se acogiesen á su clemencia. Con lo que restituyó la paz á un pais de tanto tiempo trabajado, y afirmó con ella su combatido trono (772).

Trasladose el victorioso emir desde el campo de batalla de Ecija á Sevilla con el fin de visitar y consolar al valiente y fiel Marsilio, que ademas de sufrir de sus heridas, se hallaba acongojado por la muerte que en un momento de ciego arrebato habia dado á su hijo. Abderrahman creyó conveniente alejarle de un pais que le suscitaba dolorosos recuerdos, y le nombró wali de Zaragoza y de toda la España Oriental. Los grandes sucesos que en aquella tierra se preparaban habian de ofrecer á Abdelmelek un teatro digno de sus prendas, y alli habia de ganar aquella fama que hizo tan célebre el nom

(4) Condo, cap. 19.

bre de Marsilio en las crónicas de la edad media y en los romances de Carlo-Magno, de cuyos sucesos habremos luego de tratar.

Sosegada la tierra de Andalucía con la derrota de Ecija, gozó al fin Abderrahman de una paz de diez años. Por de pronto, para asegurar las costas de las contínuas incursiones de los walics de África, dedicóse á fomentar la marina, aumentando sus escuadras: nombró almirante (emir-al-má) al activo y fiel Teman ben Alkama, el cual en poco tiempo hizo construir numerosos buques de guerra sobre modelos que hizo venir de Constantinopla, de la mayor dimension que entonces se conocia en las construcciones navales, y las aguas de Barcelona, Tarragona, Tortosa y Rosas, las de Almeria y Cartagena, las de Algeciras, Huelva, Cádiz y Sevilla, se plagaron, al decir de los historiadores arábigos, de bien construidas naves, obra de la actividad de Teman, y los puertos de la Península se pusieron al abrigo de las incursiones africanas (774).

Dejemos por ahora á Abderrahman ocupado en plantear en sus estados una sencilla y sábia administracion á beneficio de la paz, y veamos lo que entretanto hacian los cristianos de uno y otro lado del Pirineo.

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CAPITULO V.

ASTURIAS.

DESDE FRUELA HASTA ALFONSO EL CASTO.

De 757 á 791.

Reinado de Fruela I.-Rebélanse los vascones y los sujeta. Medida sobre los matrimonios de los clérigos. Consecuencias que produjo.-Rebelion en Galicia. La sofoca.-Funda á Oviedo. Mata á su hermano, y él es asesinado despues por los suyos.-Reinado do Aurelio.-Idem de Silo.-De Mauregato.-De Bermudo el Diácono.-Sube al trono de Asturias Alfonso II.

Habia coincidido la fundacion del imperio árabe de Occidente en Córdoba con la muerte del belicoso rey de Asturias Alfonso el Católico (756). ¡Cuán bella ocasion la de las revueltas que despedazaban á los musulmanes para haberse ido reponiendo los cristianos y haber dilatado ó consolidado las adquisiciones de Alfonso, si los príncipes que le sucedieron hubieran seguido con firme planta la senda por él trazada y abierta, y si hubiera habido la debida concordia y acuerdo entre los defensores de una misma patria y de una misma fé! ¿Pero por qué deplorable fatalidad, desde los primeros pasos hácia la grande obra de la restauracion, cuando era comun el infortunio, idéntico el sentimiento religioso, las creencias las mismas, igual el amor á la independencia, la necesidad de la union urgente y reconocida, el interés uno solo, y no distintos los deseos, ¿por qué deplorable fatalidad, decimos, comenzó á infiltrarse el gérmen funesto de la discordia, de la indisciplina y de la indocilidad entre los primeros restauradores de la monarquia hispanocristiana?

Por base lo asentamos ya en otro lugar. «Era el genio ibero que revivia con las mismas virtudes y con los mismos vicios, con el mismo amor á la independeneia y con las mismas rivalidades de localidad. Cada comarca gustaba de pelear aisladamente y de cuenta propia, y los reyes de Asturias no podian recabar de los cántabros y vascos sino una dependencia ó nominal ó forzada (1).»

A Alfonso I. de Asturias habia sucedido en el reino su hijo Fruela (757). No faltaban á este principe ni energía ni ardor guerrero: pero era de condicion áspera y dura, y de genio irritable en demasía. Mas este carácter, que le condujo á ser fratricida, no impidió que fuera tenido por religioso, del modo que solia en aquellos tiempos entenderse por muchos la religiosidad, que era dar batallas á los infieles y fundar templos. De uno y otro certifican con su laconismo mortificante los cronistas de aquellos siglos. «Ganó victorias, nos dice secamente uno de ellos (2). «Alcanzó muchos triunfos contra el enemigo de Córdoba,» nos dice otro (3). Si bien este último cita una de las batallas dadas por Fruela á los sarracenos en Pontumium de Galicia, en que afirma haber muerto cincuenta y cuatro mil infieles, entre ellos su caudillo Omar ben Abderrahman ben Hixem, nombre que no hallamos mencionado en ninguna historia árabe, las cuales guardan tambien profundo silencio acerca de esta batalla (4). No lo estrañamos. Achaque solia ser de los escritores de uno y otro pueblo consignar sus respectivos triunfos, y omitir los reveses. Asi, y como en compensacion de este silencio, nos hablan las crónicas árabes de una espedicion hecha por Abderrahman hácia los últimos años del reinado de Fruela á las fronteras de Galicia y montes Albaskenses, de la cual regresaron á Córdoba los musulmanes victoriosos, llevando consigo porcion considerable de ganados y de cristianos cautivos, estendiéndose en descripciones de la vida rústica, de los trages groseros y de las costumbres salvages que habian observado en los cristianos del Norte de España (5). Y acerca de esta espedicion enmudecen nuestros cronistas. Tarea penosa para el historiador imparcial la de vislumbrar la verdad de los hechos por entre la escasa y escatimada luz que en época tan oscura suministran los parciales apuntes de los escritores de uno y otro bando, secos y avaros de palabras los unos, pródigos de poesía los otros (6).

(1) Discurso Preliminar.

(2) Albendens. Chron. n. 55.

(3) Salmant. n. 16.

(6) Para que se vea hasta qué punto están en desacuerdo las crónicas árabes y las cristianas respecto á los sucesos de esta épo

(4) Solo Almakari hace alguna indicacion ca, baste decir que hacia el año en que és

sobre ella.

(5) Conde, cap. 18.

tas refieren la brillante victoria de Fruela en Pontumio, suponen aquellas haber im

Una rebelion de los vascones contra la autoridad de Fruela en el tercer año de su reinado, demostró ya las tendencias de aquellas altivas gentes á emanciparse del gobierno de Asturias, á que sin duda los habia sometido Alfonso el Católico, y á obrar aislada é independientemente de los demas pueblos cristianos. Y aunque Fruela logró reducirlos, estas sumisiones forzadas, que hubieran debido ser espontáneas alianzas, sobre distraer la atencion y las fuerzas de los cristianos, que bien las habian menester todas para resistir al comun enemigo, eran flojos y precarios lazos que habien de desatarse fácilmente en la primera ocasion ó romperse. Las crónicas no nos esplican las causas ó motivos de aquel movimiento. ¿Pero hay necesidad de buscarlos en otra parte que en la índole misma y en la independiente arrogancia de los pueblos vascos, tan distintos de los demas pueblos de España, en carácter, en lengua, en costumbres, siempre dados á gobernarse á sí mismos por caudillos propios y de libre eleccion? Prendóse alli Fruela de una noble y hermosa jóven llamada Munia, la cual llevó consigo á Asturias, y haciéndola su esposa tuvo de ella un hijo que mas adelante habia de regir el reino y alcanzar glorioso renombre. Llamóse tambien Alfonso como su abuelo.

Enagenóse Fruela una gran parte del clero y del pueblo con una medida que acaso le inspiró su celo religioso. Tal fué la de prohibir los matrimonios de los sacerdotes, y aun obligar á los ya casados à separarse de sus mugeres: costumbre antigua en España y desde tiempo de Witiza muy recibida y generalizada. Bien fuese que no le creyeran con derecho á hacer por su sola autoridad esta innovacion en la disciplina canónica, bien que el clero y los pueblos mismos tuvieran interés en la conservacion de aquella costumbre, porque los hombres, dice á este propósito uno de nuestros historiadores, quieren que lo antiguo y usado vaya adelante, y la libertad de pecar

puesto Abderrahman un tributo á los cristianos de Galicia, cuya escritura copian en los términos siguientes: «En el nombre de Dios clemente y misericordioso: el magnifico rey Abderrahman á los patriarcas, monges, próceres y demas cristianos de España, á las gentes de Castela y á los que los siguieren de las regiones otorga paz y seguro, y promete en su ánima que este pacto será firme, y que deberán pagar diez mil onzas de oro, y diez mil libras de plata, y diez mil cabezas de buenos caballos, y otros tantos mulos, con mil lorigas y mil espadas, y otras tantas lanzas cada año por espacio de cinco años. Escribióse en la ciudad de Córdoba dia 3 de la luna safar del 148 (759).» Este do

cumento tiene todos los visos de apócrifo. Ni entonces á Abderrahman se le nombraba rey, sino emir, ni al reino cristiano de Asturias le llamaban ellos Castela sino Galicia, ni hubiera sido posible á los cristianos pagar un tributo anual de diez mil caballos y diez mil mulos, ni tan inmensa suma de oro y plata, aunque se hubiera agotado toda la riqueza pecuaria y metálica del pais, ni estaban tampoco en aquella sazon los árabes, envueltos como andaban en sus guerras civiles, para dar de una manera tan dura la ley á los cristianos de las montañas. No podemos convenir con el doctor Dunham, á quien le parece verosímil este tratado.

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