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Afortunadamente mis desvelos no han sido estériles, porque, además de las curiosas noticias, que para la biografía del doctor Palacios Rubios he hallado en diversos pasajes de sus obras impresas y manuscritas y en algunos libros de otros autores de aquel tiempo, como Fray Bartolomé de las Casas y Galindez de Carvajal, he tenido también la suerte de encontrar interesantes documentos, hasta ahora inéditos, con que ilustrarla, en diferentes Archivos españoles, principalmente en el riquísimo de Simancas, y en las secciones de manuscritos de las Bibliotecas de la Universidad de Salamanca, de la Real Academia de la Historia y Nacional de Madrid.

Fruto de estas investigaciones es el presente libro, que, a falta de otros méritos, me hago la ilusión de creer que encierra alguna novedad.

¡Ojalá que estas líneas sirvan para ilustrar, aunque sea en corta medida, el glorioso período de nuestra historia, en que el sabio colaborador de los Reyes Católicos escribió y gobernó!

Volver los ojos a aquellos días es un medio de fortalecer nuestro espíritu. Porque, aunque no faltaron entonces, como en todas las épocas de la humana historia, pequeñeces y miserias, predominaron por encima de ellas la fe robusta, que mueve las montañas, y la noble entereza, que triunfa de la adversidad.

Madrid, 25 de abril de 1927.

CAPÍTULO PRIMERO

CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA ÉPOCA EN QUE VIVIÓ EL DOCTOR PALACIOS RUBIOS

SUMARIO: Extraordinario interés que ofrece la historia de España en la segunda mitad del siglo XV y principios del XVI.-Los Reyes Católicos y la reorganización nacional.-Tacto con que supieron elegir sus colaboradores en el gobierno.-Los jurisconsultos durante el reinado de los Reyes Católicos.-Reputación alcanzada por el doctor Palacios Rubios.-Juicios de Lucio Marineo Sículo, Bartolomé de las Casas y Díaz de Luco acerca del mismo.-Importantes comisiones que le confiaron los Reyes.-Necesidad de estudiar la vida de Palacios Rubios en relación con su época - Este estudio no ha de hacerse únicamente por vía de introducción, sino en todos y cada uno de los capítulos de su biografía.-Error en que incurren los historiadores que limitan el estudio del factor geográfico a un capítulo preliminar de sus obras.

Palacios Rubios nació hacia el año 1450 y murió en el de 1524. Vivió, por lo tanto, en uno de los más interesantes períodos de la Historia de España y de la Historia universal.

Durante su larga vida tuvieron lugar acontecimientos tan señalados como la unión de Castilla y Aragón, a consecuencia del matrimonio de Doña Isabel y Don Fernando; la terminación de la Reconquista con la rendición de Gra

nada; el complemento de la unidad nacional con la anexión de Navarra; y por encima de estos hechos, y dominándolos a todos con su imponente grandeza, el descubrimiento de América y el primer viaje de circunnavegación del globo.

¿Cómo no recordar también, entre los grandes sucesos de aquel tiempo, las guerras de Italia, en las que se inmortalizó el Gran Capitán y que tuvieron tanta eficacia para el perfeccionamiento militar de nuestro ejército y para el prestigio del nombre español en Europa? ¿Cómo olvidar el intenso desarrollo, que adquiere entonces la cultura española, merced, entre otras causas, a la introducción y rápida difusión de la imprenta en nuestra patria, a la influencia del Renacimiento italiano y a la protección e impulso, que dieron a las letras y a las artes los Reyes Católicos y, a imitación suya, los magnates seculares y eclesiásticos y muy principalmente el egregio fundador de la Universidad de Alcalá?

En lo que se refiere a la reorganización interior del país en el orden político y administrativo fué también intensa y rápida la transformación operada. Aquella misma generación, que presenció las vergüenzas del turbulento y deslucido reinado de Enrique IV, conoció los aciertos y esplendores del gobierno de los Reyes Católicos.

Sin embargo, si bien se miran las cosas, no hay motivo para encontrar inverosímil este cambio tan rápido. No es la plétora de energías y el impetuoso ardimiento lo que mata a los pueblos, sino el marasmo, la indolencia y la servil abyección. Durante el reinado del cuarto Enrique hubo en Castilla enconadas discordias y desacatos estruendosos de la realeza; ¿pero acaso todo ello no acusaba vida, altivez y vigor?

Bastó encauzar aquellas energías desbordadas y contrapuestas hacia una empresa nacional, como la guerra de Granada, para que se hiciese la unión de todas las voluntades. Bastó dar desde las alturas del solio grandes ejemplos de rectitud, de firmeza y de elevación de alma, para que los ayer irrespetuosos con el Trono y sembradores de anarquía fueran al día siguiente leales colaboradores de la Corona en la gran obra de la reorganización y del engrandecimiento nacional.

Mucho se ha enaltecido, y con razón, la obra personal de Don Fernando y Doña Isabel en los grandes éxitos de su glorioso reinado. Estuvieron, indudablemente, a la altura de su misión y a ellos hay que referir, en primer término, las grandezas de aquel tiempo. Pero sería formar un equivocado concepto de aquella época el pensar que fué todo obra taumatúrgica y como creación ex nihilo de aquellos Monarcas.

La obra del Gobierno, para que sea eficaz y duradera, ha de ser, más que ninguna otra, una obra colectiva. El Poder público no lo puede todo por vigorosas e inteligentes que sean las personas que lo encarnen. Si falta la cooperación social, se esterilizarán en el vacío los mejores esfuerzos de los gobernantes. Y si, lo que es aún más pernicioso, se constituye el Poder público en monopolizador de todas las actividades, en lugar de promover inteligentemente su libre desarrollo y concertada armonía, no se logrará la vi· gorización deseada, sino, por el contrario, la atrofia y la muerte del país. Por eso han fracasado siempre en la Historia los gobiernos despóticos y los sistemas políticos fundados en la exagerada centralización y en el uniformismo. Isabel de Castilla y Fernando de Aragón hicieron la

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