Imágenes de páginas
PDF
EPUB

sa iglesia, coronada por elevada torre, que, dominando aquellos contornos, parece como que llama la atención del viajero.

Con razón podría hacerlo, porque aunque la humilde y pacífica villa de Palacios Rubios no figura en la Historia por ruidosos sucesos políticos y militares, como los que han hecho célebres a otros pueblos, puede envanecerse con la gloria, más envidiable, de haber dado nombre y cuna a uno de los más insignes jurisconsultos españoles. Fama, por cierto, simpática y apetecible la que no se proyecta sobre los pueblos al trágico fulgor de las batallas, sino que es debida a la ciencia y a las virtudes de sus hijos.

Según el Censo de población de las provincias y partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI (1), que publicó en el año 1829 el erudito canónigo de Plasencia y archivero de Simancas, D. Tomás González, Palacios Rubios en el año 1534 tenía 234 vecinos pecheros y pertenecía al cuarto o partido de Valdevilloria, nombre que actualmente se conserva en la diócesis de Salamanca para denominar al arciprestazgo formado por Palacios Rubios y demás pueblos comarcanos. Los otros cuartos, en que se hallaba dividida en el siglo XVI la tierra de Salamanca, mucho menos extensa que la actual provincia, porque en ella no estaban incluídas las tierras de Béjar, Ledesma, Miranda del Castañar, Alba

(1) Censo de población de las provincias y partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI, con varios apéndices para completar la del resto de la península en el mismo siglo y formar juicio comparativo con la del anterior y siguientes, según resulta de los libros y registros que se custodian en et Real Archivo de Simancas. Madrid, 1829. Véase pág. 99.

y Ciudad Rodrigo, eran el cuarto de Armuña, cuarto de Peña Rey y cuarto de Baños.

Por privilegio de Felipe IV, expedido en Madrid a 1.o de septiembre de 1637, Palacios Rubios fué elevado a la categoría de villa. Según consta en dicho documento, que he visto en el archivo municipal del mencionado pueblo, éste tenía entonces «62 vecinos, contando dos viudas por un vecino y dos clérigos en la misma forma, y los menores varones que están debajo de una contaduría por un vecino, y siendo hembras por medio vecino». He aquí un dato al parecer insignificante, pero que viene a poner de relieve el espantoso estado de despoblación, a que España había llegado en el reinado de Felipe IV. Porque si comparamos la cifra total de 62 vecinos, que tenía entonces Palacios Rubios, con los 234, que había alcanzado en el 1534, aun sin contar más que los pecheros, vemos que solamente en el transcurso de un siglo había perdido este pueblo más de las dos terceras partes de sus habitantes.

Claro es que de lo ocurrido en un pueblo no pueden inferirse conclusiones generales para toda España; pero, por desgracia, este dato se asemeja a otros muchos de aquel tiempo, coincidentes en demostrar el enorme descenso que había sufrido la población de España al mediar el siglo XVII, y que fué debido, no a una, sino a múltiples causas, como la colonización de América, las constantes guerras en Europa, la decadencia de la agricultura y de la industria, la expulsión de los moriscos y otras menos importantes. Nueva prueba de las dolorosas consecuencias de la política imperialista tenemos en la familia del doctor Palacios Rubios, porque, como veremos en su lugar, de seis hijos que le sobrevivieron, dos perecieron muy jóvenes en

un combate, reñido en aguas del Mediterráneo, y otro fué a encontrar prematura muerte en el Continente americano, a donde iría buscando vida próspera y gloriosa.

No soy yo, sin embargo, de los que reniegan de la expansión de España en América por la repercusión, que ella tuvo en la despoblación de la Península. España se sacrificó entonces, como tantas veces, por la causa de la civilización; pero la gloria del servicio inmenso prestado a la humanidad bien merece la contrapartida de algunos quebrantos materiales. Lo lamentable fué que mientras España en una epopeya sin rival ganaba para el progreso las dilatadas tierras del Nuevo Mundo, no hubiesen acertado nuestros gobernantes a desarrollar en la Península y en nuestras relaciones con el resto de Europa una política mejor orientada.

La villa de Palacios Rubios ha vuelto a prosperar en los últimos tiempos, contando, según el censo de 31 de diciembre de 1920, publicado por la Dirección general de Estadística, 828 habitantes.

No fué solamente el título y honores de villa la merced, que Palacios Rubios recibió de los Monarcas españoles. Ya en 1508, por Real cédula de 7 de agosto, Don Fernando el Católico «en consideración a los servicios que sus vecinos hicieron», concedió «al lugar de Palacios Rubios, tierra de Salamanca», la merced de «reservarlos del aloxamiento de gente de guerra de a pie y de a caballo, y de que no se tomasen dellos bastimentos, bagajes, ni otras cosas, por vía de aposento, ni de otra manera contra su voluntad» (1).

(1) Véase el apéndice primero de este libro.

Este privilegio fué confirmado por el Emperador Carlos V en los años 1520 y 1522, y Felipe IV lo renovó en 1621 y le dió carácter de perpetuidad, a ruego del convento de San Francisco, de la ciudad de Salamanca, al que los vecinos de Palacios Rubios hacían muchas limosnas (1). La Real cédula de Felipe IV no dice a petición de quién se había otorgado el privilegio de 1508, que en ella se confirma; pero teniendo en cuenta que esta fecha pertenece al período de mayor influencia política del doctor Palacios Rubios, no será infundado suponer que aquella concesión se debería, en gran parte, al afecto que éste profesaba a su pueblo natal.

Que, efectivamente, fué Palacios Rubios el lugar del nacimiento del ilustre jurisconsulto del siglo XV es un hecho indudable y no hay historiador alguno que lo contradiga. Cierto es que no existe en los libros parroquiales de la iglesia de Palacios Rubios la partida de bautismo del egregio doctor; pero esto no debe sorprender a nadie, porque sabido es que hasta la primera mitad del siglo XVI no fueron generalizándose en España los registros bautismales. Los de la iglesia de Palacios Rubios comienzan en el año 1538, y en esta fecha hacía ya catorce años de la muerte de nuestro jurisconsulto.

Tampoco podemos utilizar con este fin las pruebas o informaciones que se hacían para el ingreso de los aspirantes en el Colegio Mayor de San Bartolomé, al que perteneció nuestro doctor en el siglo XV, pues, desgraciadamente, las que se conservan en el Archivo universitario de Salamanca son posteriores al año 1504.

(1) Ibídem.

Mas ya que no esta clase de documentos, tenemos otras pruebas fidedignas de que Juan López de Palacios Rubios nació en el pueblo de la actual provincia de Salamanca, cuyo nombre tomó por apellido.

El consejero regio e historiador Lorenzo Galíndez de Carvajal en el informe, que elevó a Carlos I sobre los que al principio de su reinado componían el Real Consejo, dice de Palacios Rubios que era hombre limpio, porque descendía de linaje de labradores (1); y esta vaga indicación acerca del origen de Palacios Rubios, la completa el primer historiador del Colegio Viejo de San Bartolomé, don Francisco Ruiz de Vergara. Este diligente escritor dice textualmente: «Juan López de Vivero o Palacios Rubios, bachiller canonista y natural de Palacios Rubios, del obispado de Salamanca, fué recibido en el Colegio el 27 de enero de 1484, donde regentó las principales cátedras» (2). Y de acuerdo en este punto con Ruiz de Vergara, todos los escritores que después de él han tratado más o menos episódicamente del ilustre jurisconsulto, le hacen hijo del mismo pueblo, sin que ninguno haya apuntado la más leve duda en contrario. Así lo afirman, entre otros, Nicolás Antonio en su Bibliotheca Nova; Rezabal en la Biblioteca de los escritores que han sido individuos de los seis

(1) Vid. Colección de documentos inéditos para la Historia de España, tomo I, pág. 122.

<<El doctor Palacios Rubios-escribe Carvajal-es grande letrado y de grande experiencia de negocios. Hombre limpio, porque es de linaje de labradores.>>

(2) Vida del ilustrisimo señor don Diego de Anaya Maldonado, arzobispo de Sevilla, fundador del Colegio Viejo de San Bartolomé, y noticia de sus varones excelentes, por don Francisco Ruiz de Vergara. Madrid, 1661, pág. 142.

« AnteriorContinuar »