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ES PROPIEDAD DEL AUTOR

Madrid.-Imprenta de Ramona Velasco, Libertad, 31.

Latin-Arver, history

Sarcia Pico 9-10-29 20017

PRÓLOGO

Estudio en este libro la vida y las obras del insigne jurisconsulto y político de la segunda mitad del siglo XV y principios del XVI, doctor Palacios Rubios.

Es interesante su vida, porque, además de ofrecer un alto ejemplo de patriotismo y de fecunda laboriosidad, nos proporciona ocasión de recordar y de conocer mejor importantes sucesos de nuestra historia, en los que puso las manos y el entendimiento aquel egregio ministro de los Reyes Católicos. Son dignos de examen sus escritos, no sólo por el valor intrínseco de algunos de ellos, sino también, porque, aun los que no descuellan por la profundidad de la doctrina, nos informan acerca de las ideas jurídicas y políticas de aquella época, suministrándonos con ello preciosos datos para la más perfecta comprensión de la misma.

Hay, sobre todo, en la vida pública de Palacios Rubios dos aspectos interesantísimos, que le recomiendan al estudio y al reconocimiento de la posteridad. Es el primero su inteligente y asidua intervención en la primitiva legislación y gobierno de Améri

ca. Y el segundo, la poderosa influencia que ejerció en los progresos de la legislación civil castellana.

Las famosas leyes de Toro a él, en gran parte, se deben, y suyos son también los primeros comentarios, que sobre las mismas se escribieron. ¿Ni quién las podía comentar más autorizadamente que el que tanto había contribuído a formarlas?

Su intervención en el gobierno de los países americanos se distinguió siempre por el espíritu de justicia y de caridad hacia los indígenas.

Antes que el célebre Bartolomé de las Casas tomase a su cargo la protección de los indios, Palacios Rubios había consagrado a esta noble causa sus desvelos de escritor y su actividad de gobernante. Y supo hacerlo sin incurrir en las exageraciones, a que arrastró muchas veces al padre Las Casas su celo arrebatado y vehemente.

Bastaría esto para que la figura del eximio letrado mereciera ser estudiada con detenimiento en nuestra época, en la que no sólo España, sino también las egregias nacionalidades, nacidas del viejo tronco español, se afanan por investigar y escribir la historia de aquellos días, llenos de dramático interés, en que del lado allá del Atlántico comenzaba a crearse por obra y gracia de nuestra patria una nueva y espléndida civilización, que es actualmente una de las mayores reservas de energía espiritual, que guarda la humanidad para lo futuro.

Mas, por si estos merecimientos fueran pocos, Pa

lacios Rubios tiene también el de ser uno de los maestros del habla castellana, en la que escribió con soltura y gallardía un elocuente Tratado del esfuerzo bélico heroico, en el que traza con elevación de pensamiento los deberes del soldado y pregona la necesidad de que la fuerza sea siempre servidora de la justicia. El Cedant arma toga de Marco Tulio podría ser el lema de este libro, prudente y viril.

Nos encontramos, por lo tanto, ante una figura de singular relieve. Y, aunque Palacios Rubios no careció de defectos como escritor y como político, esto no disminuye en lo más mínimo el interés que ofrece el estudio de su personalidad, ya que es condición de los estudios históricos que en ellos tengan igual valor para la enseñanza los aciertos y las equivocaciones de los antepasados: aquéllos, porque nos muestran el buen camino; éstas, porque nos apartan del conocido error.

De nada he huido yo tanto al trazar las páginas de este libro como de darle un carácter sistemáticamente encomiástico, sin que haya enervado mi entereza para la crítica el hecho de ser Palacios Rubios español e hijo, como yo, de la tierra salmantina.

Cierto que las lisonjas tributadas a los muertos, que ya no pueden agradecerlas, ni recompensarlas, son menos vituperables que las que se rinden a los vivos. Estas revelan siempre servilismo en quien las tributa y pésimo gusto en quien gustoso las acepta. Aquéllas, por lo menos, no son sospechosas de ruin

dad de condición, sino más bien suelen obedecer a un mal entendido patriotismo, nacional o local, que lleva a exaltar inconsideradamente las cosas propias. Pero es indudable que también el encomio excesivo de los antepasados, que es como el riesgo profesional de los que escriben biografías, debe ser cuidadosamente evitado.

Por lo que a España se refiere, he pensado muchas veces que más daño que la leyenda negra nos ha hecho la leyenda áurea. Porque aquélla enardece el ánimo para la vindicación y estimula a la lucha para confundir a los calumniadores, mientras que ésta adormece y debilita, invitando a sestear a la sombra de los celebrados laureles. Y, lo que es aún peor, impide el conocimiento de los defectos nacionales, que es el primer paso para corregirlos.

La razón que me ha movido a escribir este libro es ver que, aunque la figura de Palacios Rubios tiene tanto interés en diversos aspectos, no se le ha dedicado todavía la atención que merece. ¡Como que ni siquiera se han puesto en claro los principales hechos de su vida, desconocidos unos totalmente y envueltos otros en inexactitudes y nebulosidades!

Por eso mi primer cuidado antes de escribir estas páginas ha sido practicar detenidas investigaciones en Archivos y Bibliotecas. ¡Tarea penosa, pero indispensable cuando se trata de trabajos históricos, que, ante todo y sobre todo, deben rendir culto a la verdad!

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