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TRAJES DE ÁRABES ESPAÑOLES, AFRICANOS Y ASIÁTICOS

1. Moro español.-2. Árabe asiático. -3, 4 y 9. Mujeres árabes africanas. -5 á 8. Moros etiopes y egipcios. 10 á 14, 16 y 18. Mujeres árabes de Egipto y Siria. - 15, 17 y 19. Árabes asiáticos y egipcios.-20. Beduino.

TOMO IV

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De esta manera, y precediendo España á Francia y á Italia en la formación de un idioma vulgar, como las había precedido en el sistema mu nicipal, y en los fueros y libertades comunales, se había ido constituyendo y organizando la España en lo material y en lo político, en lo religioso como en lo literario, y tal era su estado social cuando ocuparon los tronos de Castilla y de Aragón los dos grandes príncipes que serán objeto y materia de los siguientes capítulos.

principio no se hiciera por un sistema gramatical, sino por corruptela ó vicio de pronunciación, la costumbre y el uso primero y el arte y el estudio después, fueron convirtiendo en reglas generales las que en un principio habían sido adulteraciones hechas sin propósito ni voluntad. Romey hace algunas observaciones oportunas sobre estas trasformaciones.

Las terminaciones latinas en us y en um, y principalmente de los participios, se mudan en las terminaciones castellanas en o. Honoratus, honrado: ignoratum, ignorado: electus, electo: redemtum, redimido. Así la au como la u se convierten en general también en o. Auditus, oído: taurus, toro: paucum, poco: aurum, oro: lutum, lodo: ulmus, olmo: autumnus, otoño.

Los adjetivos terminados en bilis y bile, toman en castellano la terminación ble, amabilis, amable: horribile, horrible: irascibilis, irascible: admirabile, admirable.

La c se mudaba comunmente cn g: amicus, amigo: lacus, lago: ficus, higo: facio, hago: gallaicus, gallego: dico, digo.-La ct en ch: como lectum, lecho: pectus, pecho. dictum, dicho: factum, hecho: nocte, noche.-La ƒ en h: como fumus, humo: fatum, hado: furtum, hurto: formosus, hermoso: formica, hormiga.-La t y s en los nombres que significaban cualidades morales se convertían en d: pietas, piedad: benignitas, benignidad: vanitas, vanidad: liberalitas, liberalidad.—Los adverbios latinos acabados en ter son los adverbios castellanos terminados en mente: firmiter, firmemente: frequenter, frecuentemente: y en general la terminación mente se adoptó para todos los adverbios de modo: como caute, cautamente: injuste, injustamente: legitime, legítimamente, etc. Sería interminable este examen y no de nuestro objeto: pero hemos creído deber presentar esta ligera muestra de cómo se fué trasformando el idioma latino en romance castellano en muchas de sus voces, ya que en la época que acabamos de examinar fué cuando comenzó á generalizarse más y á emanciparse y prevalecer sobre el antiguo el nuevo idioma,

CAPÍTULO XIV

FERNANDO III (EL SANTO) EN CASTILLA

De 1217 á 1252

Turbulencias que agitaron los primeros años del reinado de San Fernando.-Guerra que le movieron su padre Alfonso IX y el de Lara.-Término que tuvieron.-Cortes en Burgos.-Primeras campañas de Fernando contra los moros.- Expediciones anuales.-Erige la catedral de Toledo.-Muerte de su padre Alfonso IX de León. -Últimos hechos de este monarca.-Su testamento.-Dificultades para suceder Fernando en el reino de León.-Véncelas su madre, y las coronas de León y de Castilla se unen definitivamente y para siempre en Fernando III.-Prosigue la guerra contra los moros.-Batalla en el Guadalete. - Conquista de Úbeda —İd. de Córdoba.-Muerte del rey moro Abén-Hud.-Repuéblase Córdoba de cristianos.— Traslación de las lámparas de la gran mezquita á la catedral de Santiago.-Continúa la guerra contra los moros.-Gloriosa y dramática defensa de la Peña de Martos.-Sométense los moros de Murcia al infante don Alfonso.—Triunfos del rey en Andalucía. Entrevista con su madre doña Berenguela.-Prudencia y virtudes de esta reina.-Cerco y entrega de Jaén.—Tratado con Ben Alhamar de Granada. -Sentida muerte de doña Berenguela.-Resuelve Fernando la conquista de Sevilla.—Preparativos: marcha: paso del Guadalquivir; sumisión de muchos pueblos. -Cerco de Sevilla.-El almirante don Ramón Bonifaz: don Pelayo Correa: GarciPérez de Vargas.-Rotura del puente de Triana.-Rendición de Sevilla.-Entrada triunfal de San Fernando.-Medidas de gobierno.-Otras conquistas.—Medita pasar á África.—Muerte edificante y glorioso tránsito de San Fernando.-Llanto general.—Proclamación de su hijo Alfonso X.

Los dos tronos de los dos más poderosos reinos cristianos de España, Castilla y Aragón, se vieron á un tiempo ocupados por dos de los más esclarecidos príncipes que se cuentan en las dos grandes ramas genealógicas de los monarcas españoles. Jóvenes ambos, teniendo uno y otro que luchar en los primeros años contra ambiciosos y soberbios magnates y contra sus más allegados parientes para sostener los derechos de su heredamiento y legítima sucesión, cada uno dió esplendor y lustre, engrandecimiento y gloria á la monarquía que le tocó regir. Comenzamos la historia de dos grandes reinados.

Diez y ocho años contaba el hijo de don Alfonso IX de León y de doña Berenguela de Castilla, cuando por la generosa abdicación de su madre fué reconocido y jurado rey en las cortes de Valladolid con el nombre de Fernando III (1217). Compréndese bien el disgusto y la sorpresa que recibiría el monarca leonés al ver revelado en este acto solemne el verdadero objeto con que su antigua esposa había mañosamente arrancado al hijo del lado del padre: y aun cuando Alfonso no hubiera abrigado pretensiones sobre Castilla, no extrañamos que en los primeros momentos de enojo por una acción que podría calificar de pesada burla, á que naturalmente se agregarían las instigaciones del de Lara, todavía más burlado que él, tomara las armas contra su mismo hijo y contra la que había sido su esposa, enviando delante con ejército á su hermano don Sancho, que

llegó hasta Arroyo, á una legua de Valladolid. No logró doña Berenguela templar al de León aunque lo procuró por medio de los obispos de Bur gos y de Ávila á quienes envió á hablarle en su nombre. Mas también se engañó el leonés si creyó encontrar dispuestas en su favor las ciudades de Castilla. Ya pudo desengañarse cuando desatendiendo las prudentes razones de doña Berenguela avanzó hasta cerca de Burgos, y vió la imponente actitud de los caballeros castellanos que defendían la ciudad, gobernada por don Lope Díaz de Haro. La retirada humillante á que se vieron forzados los leoneses, junto con la adhesión que mostraban al nuevo rey las poblaciones del Duero, bajaron algo la altivez del de Lara, que no se atrevió á negar los restos mortales del rey don Enrique que doña Berenguela le reclamó para darles conveniente sepultura en el monasterio de las Huelgas de Burgos al lado de los de su hermano don Fernando. Allá fué la reina madre á hacerle los honores fúnebres, mientras su hijo el joven rey de Castilla comenzaba á hacer uso de aquella espada que había de brillar después en su mano con tanta gloria, rindiendo el castillo de Muñón que se le mantenía rebelde. Cuando volvió doña Berenguela de cumplir la funeral ceremonia, encontró ya á su hijo en posesión de aquella fortaleza y prisioneros sus defensores. De allí partieron juntos para Lerma y Lara que tenía don Álvaro, y tomadas las villas y presos los caballeros parciales del conde, pasaron á Burgos, donde fueron recibidos en solemne procesión por el clero y el pueblo presididos por el prelado don Mauricio.

No podía sufrir, ni era de esperar sufriese el de Lara con resignada quietud la adversidad de su suerte, y obedeciendo sólo á los ímpetus de su soberbia, puso en movimiento á su hermano don Fernando y á todos sus allegados y amigos, y confiado en algunos lugares fuertes que poseía, comenzó con sus parciales á estragar la tierra y á obrar como en país enemigo, causando todo género de males y cometiendo todo linaje de tropelías y desafueros.

Viéronse, pues, el rey y su madre en la necesidad de atajar las alteraciones movidas por el antiguo tutor; y como careciesen de recursos para subvenir á los gastos de aquella guerra, deshízose doña Berenguela de todas sus joyas y alhajas de plata y oro, sedas y piedras preciosas, y haciéndolas vender destinó su valor al pago y mantenimiento de sus tropas. Con esto salieron de Burgos con dirección de Palencia. Hallábase en Herrera la gente de los Laras cuando la reina y el rey de Castilla pasaban por frente de aquella población. El orgulloso don Álvaro salió de la villa con algunos caballos como á informarse del número de las tropas reales, y como quien ostentaba menospreciar al enemigo. Cara pagó su arrogante temeridad, pues acometido por los nobles caballeros y hermanos Alfonso y Suero Téllez, vióse envuelto y prisionero, teniendo que sufrir el bochorno de ser presentado al rey y á su madre, que indulgentes y generosos se contentaron con llevarle consigo á Palencia y Valladolid, y con ponerle en prisión y á buen recaudo, de donde también le sacaron pronto por palabra que empeñó de entregar al rey todas las ciudades y fortalezas que poseía y conservaba, obligándose á hacer que ejecutara lo mismo su hermano don Fernando.

Dueño el rey de las plazas que habían tenido los de Lara, el país hu

biera gozado de la paz de que tanto había menester, si aquella incorregible familia no hubiera vuelto á turbarla abusando de la generosidad de su soberano. Otra vez obligaron á Fernando á salir á campaña; y como los rebeldes, enflaquecido ya su poder, no se atreviesen á hacerle frente, fuéronse á León á inducir á aquel monarca á que viniese á Castilla, pintándole como fácil empresa apoderarse del reino de su hijo. Otra vez también Alfonso IX, no aleccionado ni por la edad ni por la experiencia, ó se dejó arrastrar de su propia ambición, ó se prestó imprudentemente á ser instrumento de la de otros, y volvió á hacer armas contra aquel mismo hijo que al cabo había de heredar su corona. Saliéronse al encuentro ambas huestes; repugnábale á Fernando sacar la espada contra su padre: sin embargo, tenía que hacerlo á pesar suyo en propia defensa, y ya estaba á punto de darse la batalla, cuando por mediación de algunos prelados y caballeros aviniéronse padre é hijo á pactar una tregua y regresar cada cual á sus dominios con sus gentes. Apesadumbró tanto aquel concierto á don Álvaro de Lara y vióse tan sin esperanza de poder suscitar nuevas revoluciones, que de sus resultas enfermó, y la pena de verse tan humillado y abatido le apresuró la muerte, vistiéndose para recibirla el manto de caballero de Santiago. Añádese que murió tan pobre, el que tanto y por tan malos medios había querido atesorar, que no dejó con qué pagar los gastos del entierro, y que los suplió con cristiana caridad doña Berenguela, enviando también una tela de brocado para envolver el cadáver de su antiguo enemigo. Diósele sepultura en Uclés (1219). Su hermano don Fernando, con no menos despecho pero con más resolución, apeló al recurso usado en aquellos tiempos por los que se veían atribulados; pasóse á África y se puso al servicio del emperador de los Almohades, que le recibió muy bien y le colmó de honores y mercedes. Allá murió sin volver á su patria, en el pueblo cristiano de Elvora cerca de Marruecos, vistiendo también el hábito de hospitalario de San Juan. Tal fué el remate que tuvieron los revoltosos condes de Lara. Libre el rey de León de estos instigadores, vino á reconciliación con su hijo, y olvidando antiguas querellas convinieron en darse mutua ayuda en la guerra contra los infieles (1).

Vióse con esto el hijo de doña Berenguela tranquilo poseedor del reino. Guiábale y le dirigía en todo su prudente madre. Esta discreta señora, que conocía por propia experiencia cuán peligrosa es para un Estado la falta de sucesión en sus príncipes, y que por otra parte quería preservar á su hijo de los extravíos á que pudiera arrastrarle su fogosa juventud, cuidó de proporcionarle una esposa, y como había experimentado ella misma la facilidad con que los pontífices rompían los enlaces entre príncipes y princesas españolas, no la buscó en las familias reinantes de España. La ele

(1) Tratado de paz copiado por Risco, en la Esp. Sagr., t. XXXVI. Apénd. 63.— En este convenio, el rey de León facultaba al arzobispo de Toledo y á los obispos de Burgos y Palencia para excomulgarle á él y poner entredicho á su reino, sin apelación alguna, en el caso de quebrantarse por él la paz; y á su vez el de Castilla daba plena potestad al arzobispo de Santiago y á los obispos de Astorga y Zamora para lo mismo si se rompiese por él. Y ambos escribieron al papa suplicándole que confirmara aquella paz.

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