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la Nueva-España, donde se habian de enterrar en el convento de monjas franciscanas, que con el título de la Concepcion, mandó fundar en Cuyoacan, trasladando tambien á él los de su madre y de su hijo D. Luis, que como se ha dicho estaban en Cuernavaca. Estas disposiciones producen una reflexion muy importante. Generalmente en las demas naciones que tienen establecimientos ultramarinos, los gobernadores y otros personages que mueren en ellos disponen que sus cadáveres sean trasladados á su patria, y á ella destinan sus riquezas, sea para sus familias ó para diversos establecimientos, los que en las colonias hacen fortuna. Cortés murió en España, y por el amor que tenia al pais que habia conquistado y que consideraba como su patria, mas que la que le vió nacer, quiso que sus huesos se trasladasen á Mégico, fundando en esta ciudad establecimientos de beneficencia, cuya utilidad goza la poblacion tres siglos despues de su muerte, sin haber destinado para el lugar de su nacimiento mas parte de su fortuna, que la dotacion de una lámpara que ardiese en la capilla de la iglesia de San Francisco de Medellin, en que estaba sepultado su padre. Esta misma conducta siguieron observando casi todos los españoles que se enriquecian en Nueva-España, y á ella se deben tantas fundaciones magníficas, como el colegio de las Vizcainas, el muy filantrópico y desgraciado fondo piadoso de Californias, y otras que tenian por objeto propagar la religion y con ella todos los beneficios de la vida civil; proporcionar la subsistencia á los jóvenes que se des

tinaban á la carrera de la iglesia, ó abrir un asilo á las familias desgraciadas, y todo esto era efecto de los principios religiosos fuertemente establecidos en aquellos hombres, en los cuales si habia muchas veces exceso, no hay duda que producian en lo general resultados muy benéficos.

Dejó á disposicion de sus albaceas el funeral que habia de hacérsele, pero previno que concurriesen á él ademas de los curas, beneficiados y capellanes de la parroquia, los frailes de todas las órdenes que hubiese en el lugar donde muriese, para que fuesen en acompañamiento de la cruz y asistiesen á las exequias, y que se diese un vestido y limosna á cincuenta pobres que fuesen con hachas encendidas, y que en el dia del entierro y los siguientes se dijesen cinco mil misas, aplicando mil por las ánimas del purgatorio, dos mil en especial por las de aquellas personas que murieron en su compañía en la conquista de NuevaEspaña, y dos mil por las de aquellos para con quienes tenia algun cargo que no hubiese tenido presente mandarlo satisfacer. Su cadáver se depositó en el sepulcro de los duques de Medina Sidonia, en el convento de San Isidro extramuros de Sevilla, por disposicion del mismo duque, que fué nombrado su albacea, con el marques de Astorga y el conde de Aguilar para los asuntos de España, y para los de Mégico lo fueron la marquesa Doña Juana de Zúñiga, el obispo D. Fr. Juan de Zumárraga, Fr. Domingo de Betanzos, prior de Santo Domingo, y el Licenciado Altamirano.

para

Varios han sido los entieros y honras que en Mégico se han hecho en diversas épocas á D. Fernando Cortés. Las primeras fueron estando todavía vivo, cuando durante la expedicion á las Hibueras, Gonzalo de Salazar y Pedro Almindez Chirino, habiéndose apoderado del gobierno, con el fin de afirmarse en él divulgaron la noticia de su muerte, y para que mas se creyese hicieron celebrar sus honras con oraciones fúnebres y toda la solemnidad que admitian aquellos tiempos. Una de las pruebas que se dieron de la muerte de Cortés, fué el testimonio de dos personas respetables que declararon haber visto su alma en penas con la de Doña Marina, en Tezcuco y en el cementerio de la iglesia de Santiago Tlaltelolco. Al regreso de Cortés puso demanda contra Salazar y Chirino, para que le volviesen los gastos que habian hecho de su hacienda en limosnas y misas que mandaron decir por su alma, por haberse he ho todo con malicia y solo por acreditar la voz que habian divulgado de su fallecimiento, y un vecino de Mégico, llamado Juan de Cáceres, á quien decian por sobre nombre,,el Rico", compró todos estos sufragios suponiendo haber quedado sin aplicacion, para provecho de su alma cuando muriese: género de especulacian en créditos de que no teniamos egemplo en nuestro tiempo, tan fecundo en esta especie de negocios.

En cumplimiento de lo dispuesto por Cortés en su testamento, sus huesos se trajeron á la Nueva-España, pero no habiéndose construido el convento de monjas que mandó fundar en Cuyoacan, se deposita

ron en la iglesia de San Francisco de Tezcuco, en donde permanecieron hasta el fallecimiento de su nieto D. Pedro, acaecido en 30 de enero de 1629. El

virey marques de. Cerralbo y el arzobispo D. Francisco Manso de Zúñiga, dispusieron entonces que se hiciese con toda solemnidad el entierro de D. Fernando y su nieto, en quien se extinguió su descendencia varonil, en la capilla mayor de San Francisco, que es de la propiedad y patronato de los Sres. marqueses del Valle de Oajaca, construida por ellos para su entierro y de sus sucesores, segun los documentos que se publicarán en el apéndice, por cuyo motivo el retrato y escudo de armas de Cortés, que ahora se guardan en el archivo del convento, estuvieron en ella hasta que los religiosos creyeron necesario apartarlos de la vista del público, por las mismas razones que hicieron se quitase el sepulcro de D. Fernando en la iglesia de Jesus. D. Fernando Cortés habia favorecido especialmente á los franciscanos, y esta misma inclinacion á este órden tuvieron sus descendientes, pues en las cuentas de su casa relativas al tiempo en que D. Pedro vivió en Mégico hasta su muerte, entre otras cosas se vé que cada año hacia una limosna de trescientos pesos al convento de Mégico, para los fuegos de la funcion de San Felipe de Jesus, que entonces se veneraba con el nombre del beato Felipe de las Casas, y para la comida de la comunidad en aquel dia (1).

[1] La circunstancia de haberse instruido expedientes separados para

cada uno de los gastos que se hicie ron en este entierro, y mandadose pa

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