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para gobernar, como se valian de suizos para su guardia; y si tales elecciones se hacian por creer que en España no habia personas capaces de ocupar dignamente un asiento en el consejo de gabinete, era hacer una injusticia notoria á hombres que, como Patiño, Macanáz, Carvajal, Ensenada, Bolea y Moñino, escedian en mucho á Alberoni, Riperdá, Esquilache y Grimaldi, cuyos personages confesaron implícitamente los merecimientos de nuestros hombres en todas carreras, puesto que tenian que recurrir á ellos para servirse de sus luces y para brillar quizá con sus trabajos.

Carlos III, sin embargo, ha dado á los ojos del filósofo historiador ese contradictorio espectáculo de una monarquía enteramente sujeta á influencias estrangeras, y que dando, empero, un uso conveniente á los elementos de su suelo, parecia concurrir por su propia virtud á la obra de una regeneracion particular y desconocida en España; de una monarquía, cuyo título de católica nada desmerecia de su justicia, y que osaba imponer condiciones á la silla de S. Pedro, y perseguir hasta con crueldad á los ministros de Jesucristo. Bajo la benéfica administracion de Carlos, cuya historia no nos cumple diseñar, las ciencias políticas, la táctica militar, los elementos de prosperidad pública, y hasta las artes inventadas para recreacion del ánimo, tomaron en Valencia incremento desconocido. Secundadas tan nobles miras por hombres celosísimos del honor español, vióse por primera vez en el reino ventilarse públicamente las mas profundas cuestiones, sin que interviniese en ello representacion alguna del pueblo. Pero no es posible recordar ninguno de estos beneficios, sin que involuntariamente se vengan á la memoria los nombres de Jovellanos y de Aranda, de Floridablanca y Campomanes, personificacion y alma de aquella época. Valencia debió á tan gran monarca la mayor parte de sus mas brillantes establecimientos modernos, y el impulso dado á las artes, harto desairadas en los reinados anteriores. Tranquilo el reino desde la terminacion de la guerra de sucesion, fue decayendo progresivamente, no solo de la posicion que ocupaba de antiguo, sino tambien del rango á que le elevaron sus glorias literarias y artísticas. Confundido, debilitado, oscure. cido y casi menguado este gran pueblo, apenas dió señales de vida durante el reinado de Fernando VI. La guerra habia azotado demasiado este pais, para que de repente pudiera recobrar, no solo

su perdida lozanía, sino tampoco aquella animacion que le hacia notable aun en los tiempos de Carlos II. Un pueblo vencido en una lucha lenta y desgraciada, tarda en reponerse en su antiguo vigor: y el de Valencia, agoviado por la tiranía que le impuso Felipe el Animoso, se hundió en una especie de aniquilamiento, en que solo fermentaba y parecia vivir, aunque someramente, el odio, al nombre francés; pues por su influencia habia perdido su veneranda constitucion. Un pueblo que haya sido libre, no perderá jamás su orgullo, ni aun en su misma degradacion; y este orgullo era en los valencianos el que alimentaba la animadversion contra los franceses, porque los padres habian enseñado á sus hijos, sobre los restos humeantes de Játiva, el nombre odiado de un general francés, y no podian leer nuestro antiguo código, sin que recordaran con indignacion, que otro ministro francés les habia privado de aquellos honores, nada gravosos para el estado, con que tantas familias se habian distinguido, perpetuando de generacion en generacion, ó la toga de los diputados, ó la gramalla venerable de los jurados. Carlos III, sin embargo, pudo reanimar el espíritu abatido de este pueblo de tanta actividad y de incesante desarrollo en otro tiempo, decorando la capital con el establecimiento de la distinguida academia de S. Carlos (1), de la sociedad de amigos del pais, de los colegios de la enseñanza y de las escuelas pias, que se crearon en su reinado, y la construccion del suntuoso edificio de la aduana, ahora fábrica de cigarros, y otras obras de inmortalidad y de belleza artística; pero no consiguió hacer olvidar á los valencianos los recuerdos de la abolicion de sus fueros, y el odio contra la nacion vecina; pues solo de este modo se esplica el origen de los atropellamientos y de los horrores, que antes de espirar el siglo XVIII habian ya oscurecido algunas páginas mas de la historia del reino de Valencia. Si esta porcion notable de la antigua corona de Aragon se hallaba humillada bajo el peso de una coyunda, que no podian dejar de esquivar los valencianos viejos, disfrutaba al menos de tranquilidad, su industria era admirada donde quiera y, al par de los demás pueblos de la monarquía, se encontraba floreciente y rica, cuando, muerto Carlos III, le sucedió

(1) Véase en el Apéndice la historia de la academia de S. Carlos de esta capital. TOM. II. 14.

su hijo (1), IV de este nombre. De natural bondadoso y apacible este monarca, celoso por la tranquilidad y ventura de sus pueblos, al empuñar las riendas del gobierno, no se avenia con Floridablanca, porque sus vacilaciones y perplejidades paralizaban el curso de los negocios; Aranda no le placia, porque sus consejos tenian mucho de mandatos, y mucho de obstinacion y porfia las razones con que apoyaba sus medidas de gobierno y queriendo investir con su confianza á un hombre, que comunicase impulso á la máquina gubernativa, consultando su voluntad suprema, capáz de plegarse á la persuasion que fascina, á la modestia que discute, no á la rigidéz que nunca cede, ni á severas condiciones que enojan ó avasallan, elevó á la primera secretaría del despacho al célebre D. Manuel Godoy Alvarez de Faria, que desde el cuartel de Guardias acababa de pasar al consejo y á la grandeza de España. De este alto personage, que se ofrece como el mas completo símbolo de la instabilidad de las glorias humanas, ha dicho un escritor malogrado: «el antiguo príncipe de la Paz, árbitro de España, y D. Manuel Godoy, estrangero y particular en París, es la personificacion del alma, destinada á ver el cuerpo crecer, robustecerse, llegar á su apogeo, y sucumbir á la ley comun de la decrepitud y de la decadencia: D. Manuel Godoy, condenado á ser espectador del príncipe de la Paz caido, es el hombre á quien se le concediera el funesto privilegio de contemplarse á sí mismo despues de muerto." Hijo de padres nobles, modestos de fortuna y rigidos de costumbres, nació este personage en la capital de la Mancha el dia doce de Mayo de mil setecientos sesenta y siete. Pasó allí la infancia y los primeros años juveniles, dedicándose á las humanidades, á las matemáticas y á la filosofía en sus horas de estudio, á la equitacion y á la esgrima en sus ocios. Fue á Madrid en mil setecientos ochenta y cuatro, año del nacimiento del último Fernando, y entró al servicio de Carlos III en el cuerpo de Guardias de su real persona. Nada tenia de vulgar la instruccion del jóven guardia, ni de desventajoso su talento, por mas que se haya dicho lo contrario: podia, pues, lograr medro, prosigue su biógrafo (2), en alguna carrera del estado, ya que á la sazon se

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consideraba aquel cuerpo como el plantel de todas, saliendo de allí conónigos, consejeros, intendentes, corregidores y hasta cartujos; cuando menos por rigorosa antigüedad, sin otros méritos, ni favores, hubiera llegado á figurar en la mas alta clase de la milicia. Y llegó á este encumbramiento; pero pasemos por esta época con la rapidéz que caracteriza el tránsito de D. Manuel Godoy desde el cuartel de Guardias, al despacho de la primera secretaría de estado, para reemplazar á dos personages de ilustre renombre ambos de avanzada edad.

y

Corria á la sazon el quince de Noviembre (1): hallábase la nacion española frente á frente de la nacion francesa, donde desbordándose el torrente revolucionario acababa de arrancar de cuajo en su impetuoso curso, y despues de rudos embates, el trono de Clodoveo; se habian principiado á hundir en sangre y en ruinas todos los recuerdos de la antigua monarquía; y desde el trono al altar, desde el palacio del magnate hasta la choza del labriego todo hubo de resentirse: religion, leyes, costumbres. Al penetrar con aplauso entre nosotros las ideas que nacieron bajo el hacha de Marat, ¿ha sido mas feliz la España? ¿Tantas innovaciones, tanta multiplicacion de sistemas, la ha colocado en la posicion que le competia por su alta influencia y preponderancia? ¿Al parodiar aquella revolucion, que llenó de escándalo á la Europa, hemos adelantado mas; hemos sido mas grandes, destruyendo sin tino, lo que tantos siglos respetaron? La historia lo dirá; lo juzgará la posteridad.

Ya en la convencion francesa se habian hecho diversas mociones para someter á juicio al que ocupaba el trono de S. Luis, mientras la España tenia allí pendiente un tratado de neutralidad y de desarme. Mucho riesgo habia para nosotros de venir á las manos con la nueva república, engreida de resultas de sus triunfos sobre egércitos poderosos en las fronteras del Norte; y suficiente habia en esto para que se arred rase un jóven no esperimentado y puesto al frente de una monarquía, cuyo egército apenas ascendia á treinta y seis mil hombres, y cuya riqueza, siendo mucha, estaba mal repartida. Favorecíale, no obstante, la fe y el patriotismo de los pueblos, el profundo respeto de todos los españoles á la religion. de sus antepasados, y su espíritu de independencia, que á tanta altura les coloca en los anales de las naciones.

(1) Años de J. C. 1792.

Los primeros actos políticos de Godoy conservan entre sí tan intima trabazon y eslabonado enlace, que pueden ser analizados en conjunto. La mediacion que por su consejo interpuso Carlos IV en favor de Luis XVI, y á nombre de la nacion española, fue un pensamiento de los que mas honran y ennoblecen al que tiene la dicha de concebirlos. Para darle cima, no perdonó afanes ni solicitudes, ya abriendo á nuestro agente en París un crédito sin tasa; ya comunicándole instrucciones hasta para consentir en la abdicacion del infeliz monarca, prisionero en el Temple; y dar rehenes que asegurasen el cumplimiento de su palabra, ya remitiendo juntamente con la mediacion la minuta del tratado; ya en fin, procurando interesar á la Gran-Bretaña para que cooperase al buen éxito de tan ilustre y honrosa empresa. En nada se comprometió la dignidad de la corona de España; pero desoida fue la mediacion de Carlos IV; y Luis XVI, gefe de su augusta familia, pasó del trono á las manos del verdugo.

Vino en pos la guerra con Francia, sostenida en tres campañas, con desigual fortuna, si bien siempre con honra y con denuedo. Al grito de guerra, respondieron los españoles con himnos de entusiasmo, y en el discurso de pocos dias se Henaban las filas de voluntarios, y rebosaban las arcas del tesoro de donativos, allí amontonados por todos, sin distincion de clases, desde el alto y rico propietario hasta el andrajoso pordiosero: muestra inequívoca de lo popular de aquella guerra. A fines de la primera campaña poseíamos en el Rosellon, á lo largo de las orillas del Tech, todas las fortalezas que forman la llave de la parte oriental del Pirineo, mientras retrocedian al Rhin las tropas de Austria, y se refugiaban los prusianos bajo el cañon de Maguncia.

No podia, sin embargo, Valencia disfrutar en paz de la gloria de nuestras armas, porque turbado el reposo interior, empezaba á correr uno de esos periodos turbulentos, que sirvieron de base á los grandes acontecimientos que tuvieron lugar en nuestra capital, al nacer el siglo XIX. Observóse, por cierto, en Valencia el mismo entusiasmo que habia conmovido los demás pueblos de la península, inscribiéndose tantos voluntariamente para aumentar las filas de nuestro egército, que en Enero de este año (1) ascendian

(1) Años de J. C. 1794.

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