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más alto magistrado del poder judicial las censuras que dejamos narradas.

que

Por último, si la prueba toca más bien al órden de justicia al del juicio, como acertadamente dice el señor conde de la Cañada, no podemos ménos de terminar este artículo, indicando y alabando una práctica y una ley; la práctica fué iniciada en Astúrias, si mal no recordamos, por el ilustrado, celoso é inolvidable regente de Oviedo, Sr. Camaleño, y consistia en un derecho concedido á las partes para que nombrasen un conjuez que por ellas presenciase las pruebas, y la ley del real decreto de 30 de Setiembre de 1853, en cuyo art. 19 se establecia "la prueba de testigos, será pública, como la instrumental, y las partes "podrán presenciar sus declaraciones, y hacerles las preguntas "concernientes al asunto, con el permiso y por conducto del "Juez, quien mandará hacer constar sus protestas, si así lo solicitasen las partes."

Loor, pues, á los que como el Sr. Camaleño, marqués de Gerona, han dado los primeros pasos por el juicio oral y público en lo civil, y loor, á su vez, para el que, como el Sr. D. Cirilo Alvarez, ha levantado la bandera para lo criminal, dejando consignado como lema en ella:

1. Que el juicio oral y público tiene, entre otras virtudes, la de purificar las actuaciones, depurando hasta donde es posible la verdad de los hechos.

2.o Que es, además, un freno poderoso contra las tentaciones de alterar y falsificar los hechos de la prueba civil y del sumario en lo criminal.

3. Que tiene tambien la ventaja inestimable de asociar la conciencia pública á la conciencia de los Tribunales-virtud firmísima sobre que descansa el Jurado y como éste inspira al pueblo una gran confianza, una verdadera fé, que es el bello ideal de la justicia humana, que no basta sea buena, sino que, como la mujer del César, es menester que pase por tal en la conciencia de las gentes.

4. y último. Que es la más bella y sólida garantía de la Administracion de justicia, que desde larga fecha ya viene informando sobre el proceso inquisitivo, secreto y misterioso, irracional y dubitado de las actuales diligencias de pruebas, contra

las que si bien se haya pronunciado sentencia, el país tiene aún hambre y sed de ejecucion para realizar y adelantar un paso más en la vía del progreso.

(Concluird.)

MARIANO M. VALDÉS.

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Elena levantó suavemente sus blancos párpados para mirar á Manuel: ¿qué era lo que deseaba saber que no lo preguntaria? Esto era un misterio para la niña.

Aquella mirada cándida, serena, límpida, fija en Manuel con asombro, no fué vista por éste; pero sí por su padre, que sonrió gozoso.

-¿Qué piensas tú, Elena, dijo el general, -que debe preguntarse á las mujeres, o no?

-Yo no sé...-murmuró confusa,-pero si saben lo que se les pregunta ¿por qué no lo han de decir?

-Y bien... modifico el consejo... pregunta cuando se trate de ángeles.

-Los ángeles nada pueden decirme,-dijo algo bruscamente Manuel, levantándose de la mesa...-y á propósito de preguntas; anoche me dijo esa señora que habia crísis... qué tú entrarás en el Ministerio... ¿es verdad?

-Pero...

-Hé aquí que no sé más...

---Puede que sí.

-Voy á salir... acaso coma con mis amigos.

-Por esta vez nada te digo... pero no quiero que comas sin

mí: soy avaro de estos dias que han de ser tan breves á tu lado. -Será la última vez... adios, padre... á los piés de usted, Elena...

bien.

¡Ah!... mira que ese tratamiento entre vosotros no está

-No sé, yo....

—Háblala de tú, hijo mio, y tú Elena: habláos como hermanos, pues en mi corazon lo sois.

Los hermosos ojos de Elena brillaron con reflejo de lágrimas.
Manuel hizo un movimiento de indiferencia.

-Como quieras, padre,-murmuró, y si esta señorita lo permite...

-¡Oh, sí!

-Pues adios, Elena...

-Adio.

Manuel salió y Elena pensó con tristeza en que es muy largo á veces el dia.

¡Tantas horas todavía hasta la mañana siguiente!...

¿Qué haria en ellas?..,

¡Es tan difícil ocupar el tiempo cuando el espíritu no está dispuesto á secundar ese movimiento!...

y

-¿No vas á salir, hija mia?-preguntó el general.

-Tengo que estudiar...

¡Bah!... Da un paseito á pié por los jardines con Doña Ana, despues vé á ver si tu amigo está mejor...

-Así lo haré, muchas gracias.

-Hasta luégo, Elena, tengo que hacer y voy á salir.

-Iré á casa de Clara,-murmuró Elena,--ella, me quiere, á su lado siempre me encuentro bien.

CAPÍTULO VII.

Manuel sentia un vivo deseo de volverá ver á la hermosa mericana, y utilizaba el pañuelo como un pretesto para disculpar su prisa en presentarse á ella.

Interés ó curiosidad, sentia una tal impaciencia, que muy poco avezado en el análisis de los sentimientos, se creia dominado por una impresion séria.

El misterio que rodeaba á Clara le atraia.

El viajero mira con desden el arroyuelo cuyo nacimiento y fin abarca de una mirada, y busca con afan áun á riesgo de los mayores peligros, el torrente de origen desconocido.

El hombre es siempre un viajero á través de la vida; es preciso disculpar su anhelo al fijar una huella siquiera de su paso en ese gastado camino por donde la humanidad se empuja con afan egoista... y de ahí el que busque lo nuevo, lo extraordinario, algo que sacie á un tiempo su vanidad y su corazon.

Por eso, allí donde se adivina un misterio nace una atraccion, acaso una simpatia, si el enigma toma la forma de una nujer hermosa y discreta como Clara.

Por eso Manuel peasaba en ella, sin darse cuenta del sentimiento que le inspiraba.

A la tres se hacia anunciar á la linda viuda.

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Clara le recibió sonriente y tranquila; en vano Manuel buscó, con interrogadora mirada, las huellas del insomnio ó de la inquietud.

Los negros ojos de Clara tenian una mirada tan serena como la de un niño que acabase de despertar; en sus labios jugaba una sonrisa tan dulce como la de una vírgen dormida.

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Vescia un lindo traje de cachemir rosa, bordado de pluma gris, y sus cabellos negros y suaves se agrupaban en su cabeza ei vaporosos bucles.

y su

Manuel contempló algunos instantes aquella hermosa mujer, tan exenta de inquietudes, á juzgar por su límpida mirada frente serena, y casi llegó á dudar que fuese la misma á quien habia seguido en la noche anterior.

Pero el pañuelo estaba allí, y en el pañuelo el nombre de Clara: era imposible la duda.

-Perdone Vd., señora,-dijo Manuel vacilando,-si me he apresurado á utilizar su ofrecimiento; además del honor de ponerme á sus piés, tenia un deber que cumplir.

-No adivino,-contestó Clara.

--Queria devolverle este pañuelo que dejó Vd., sin duda, olvidado en el teatro.

Clara instantáneamente le reconoció; pero ni la más pequeña alteracion de su rostro demostró lo que sentia.

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