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Historia de Bélgica al comenzar el siglo XVIII, por Mr. Gachard. (Bruselas 1880. Un tomo en 4. con 607 páginas.)

Mr. Gachard, miembro de la Academia y de la real comision de la Historia en Bélgica, académico correspondiente de las de Madrid, Viena, Munich, Amsterdan, Buda-Pesth y otras, acaba de dar á luz la obra que ojeamos. Su autoridad para este trabajo es incuestionable, su fama como escritor y como hombre verdaderamente docto, es grande; los elementos de que ha podido disponer para hacerla son muy sobrados. Un libro que reuna estas condiciones tiene que ser de mérito.

Los veinte primeros años del siglo XVIII forman uno de los períodos más interesantes de los anales del pueblo belga. Esta parte de su historia es particularmente fecunda en enseñanzas para la generacion presente, porque en aquel período se colmó la medida de las humillaciones, de las miserias, de las combinaciones interesadas y de los caprichos de los poderosos extranjeros para afligir á una nacion que no podia disponer de sus propios destinos.

Penetrado en estas ideas el autor y aprovechando el momento de incontestable oportunidad en que la nacion belga celebraba el quincuagésimo aniversario de su gloriosa emancipacion, ha querido darle este libro en que tra za un interesante paralelo entre su pasado, siendo presa de la dominacion extranjera y su presente, en que, siendo una nacion libre, vive al abrigo de una Constitucion política que, fielmente practicada, sirve de garantía á las instituciones y al ciudadano y bajo una dinastía que, con todo su corazon y toda su alma, está consagrada al engrandecimiento y prosperidad del país.

El estudio de esta obra puede contribuir al esclarecimiento de la historia de España en varios pasajes en que la nuestra está oscura ó poco comprobada, singularmente en el de la época en que, extinguida la dinastía austriaca, vino á reinar en España y sus Estados la casa de Borbon, en virtud del testamento de Cárlos II. M. Gachard ha procedido en la descripcion de este período, que empieza en la guerra de sucesion entre Felipe V y el ar chiduque Cárlos de Austria y termina con el tratado de Utrech, en que se fijó la Constitucion territorial de Bélgica, que subsistió hasta su incorporacion á Francia, con un método clarísimo, probando sus afirmaciones con documentos de los archivos reales de su país, de Holanda y del departamento de negocios extranjeros de París, analizándolos con sábia crítica y dando á conocer su importancia y su valor histórico.

No creemos que tarde mucho tiempo en que se traduzca este libro al español, porque no ha de faltar quien comprenda el interés que tiene para España.

J. L. ALBAREDA,

DIRECTORES PROPIETARIOS,

F. C.

F. DE LEON Y CASTILLO.
MADRID 1880. Establecimiento tipográfico de M. P. Montoya y compania, Caños, 1.

LA CREACION.

Arduo, difícil y espinoso es el asunto que me propongo tratar en este artículo. ¡Hablar de la creacion del mundo que habitamos, describir una tras otra las diversas fases por donde atravesó, desde que era, ó un pensamiento en la mente de Dios, ó una consecuencia inevitable de las eternas leyes que rígen la materia, hasta ese supremo instante en que se desarrolla sobre él la inteligencia con la aparicion del hombre, es indudablemente empresa superior á mis fuerzas.

Pero aguijoneado por el constante deseo de pintar la aurora de la tierra, ya que en mi anterior artículo describí el triste y desconsolador cuadro de su muerte, he interrogado á cuantos podian iluminar mi inteligencia con la clara luz del saber, y voy á trascribir á mis lectores las respuestas que ellos me han dado sobre tan importante asunto.

En todos los actos de mi vida, primero pienso en Dios, luego en los hombres; lógico era, pues, ante todo, dirigirme á los que pasan por sus representantes en la tierra, á los teólogos de las diversas religiones que profesan los hombres, para que me dijeran cómo se formó el mundo que por los espacios nos lleva. Cortas fueron sus respuestas; todos me leyeron sus sagrados libros, para que oyera sus reveladas descripciones, y más adelante me atreveré á trasmitiros algo de lo que en ellos aprendí. Despues pregunté á los sábios, ó mejor dicho, á la ciencia, 28 Octubre 1880.-TOMO LXXVI.

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esa profana religion que tiene á Dios por término, al universo por templo y á la razon del hombre, pequeño destello de la suprema inteligencia, por sacerdote; tambien me presentó sus libros, que, á pesar de no ser sagrados, encierran las revelaciones que Dios hace al hombre que interroga á la naturaleza, y en ellos ví la descripcion que al final de este artículo escribiré.

Recorramos ahora con el pensamiento la superficie de la tierra y busquemos por todas partes la verdad que se trata de des

cubrir.

Cruzad, primero, conmigo la Europa; detenéos e una bella ciudad, perezosamente recostada sobre la falda de una verdemontaña, que oculta su blanca cabeza en medio de las nubes, y que baña sus piés en las trasparentes aguas de un gran lago. Paráos en el centro de un jardin, dulcemente estrechado por dos brazos de un rio que atraviesa la ciudad, y sentémonos para descansar, de tan largo viaje, al pié de una estátua que representa á un gran hombre del siglo pasado, á los piés de la estátua de Rousseau.

Basta este nombre para comprender que estamos en la bella ciudad de Ginebra.

Mirad ahora el delicioso panorama que se extiende delante de nuestra vista; observad allá á lo léjos, sobre una pequeña colina, un rico edificio terminado por dorada cúpula, que reflejando los ardientes rayos del sol, apenas nos permite fijar los ojos en él; es la capilla cismática griega. Su exterior, lo mismo que el interior, lleno de bellas pinturas, de doradas verjas, de sagrados libros adornados con costosas piedras, nos recuerdan su orígen bizantino.

Sigamos contemplando la ciudad y pasarán ante nosotros, ya el templo protestante, ya la iglesia católica, ya, por último, la sinagoga hebrea.

¿A quién preguntar de tantas religiones? Fácil es decidirзe: á la más antigua, á la que fué el tronco de donde nacieron las demás; á la judáica.

Entré en el templo, me dirigí á un rabino, y hé aquí la respuesta que me dió: Hace cinco mil y tantos años, en un dia, que no debió ser dia, sino oscura noche, Dios creó la luz. Es decir, dije para mí, formó esa atmósfera etérea, último eslabon de la

materia que llena el universo, y cuyo incesante movimiento vibratorio engendra el fenómeno de la luz.

El segundo dia, continuó el rabino, Dios formó las aguas, las dividió en dos partes, y colocó entre ellas el firmamento, que llamó cielo.

Involuntariamente, y sin darme cuenta de ello, miré hácia arriba como buscando las aguas superiores; pero sólo encontré el techo de la sinagoga, y al través de las ventanas la azulada atmósfera, sobre la cual se estiende el infirito.

Arrancóme de mi contemplacion la voz del hebreo que seguia leyendo. El tercer dia Dios formó la tierra, sacándola de debajo de las aguas. Modeló sus montañas, alisó sus llanuras, recortó sus valles y ahuecó la profundidad de los mares, en donde vertió las aguas inferiores. Es probable, dijo el rabino, suspendiendo la lectura, que la tierra quedase formada, tal cual está hoy, al tercer dia de la creacion. ¡Pobre geología! exclamé. El hebreo me miró con airados ojos, y despues de un momento de duda, continuó su narracion.

El cuarto dia Dios creó el sol, la luna y las estrellas; el primero para alumbrar nuestros dias, las últimas para embellecer nuestras noches. ¡Dichoso sér, pensé, para quien tan bellas co

sas se crearon!

El quinto dia Dios formó los peces y las aves; el sexto los animales terrestres, y por último, el hombre hecho á su imágen y semejanza.

¿Quereis saber, exclamó mi interlucutor interrumpiendo su lectura, cómo empleó Dios las horas del sexto dia? Sí, le contesté. Pues escuchadme, dijo:

En la primera hora recojió la tierra con que el hombre debia ser hecho y le formó. En la segunda, Adam se sostuvo sobre sus piés. Un movimiento mio de sorpresa, al escuchar tal distribucion, mal interpretado sin duda por el judío, le hizo acortar su relacion y dijo á la ligera: en la cuarta el Creador dió nombres á todos los animales. En la sétima verificó el matrimonio de Adam y Eva. En la décima pecó el primer hombre y fué juzgado. En la duodécima gimió bajo peso de su culpa. En la... Mil gracias, dije, interrumpiendo al rabino. Me despedí y salí de la sinagoga murmurando entre dientes: Se conoce que en

el principio del mundo las cosas iban al vapor como en el siglo XIX.

Inútil es buscar en el resto de Europa nuevas religiones á quienes interrogar, pues sólo encontraremos los viejos despojos de las que en tiempos pasados profesaron los hombres. Ya se nos presentarán bajo la salvaje forma de los prehistóricos dolmens, ennegrecidos por los años y la sangre de inocentes víctimas sacrificadas á enojados dioses, ya son esos poéticos recintos druídricos perdidos en medio de los bosques, á donde ya no va el sacerdote de Odin, guiado por los pálidos rayos de la luna, á cortar el sagrado muérdado; ya son, por fin, esas bellas ruinas, que hoy contemplamos con admirados ojos, y que un tiempo fueron templos elevados á los dioses del paganismo.

Sólo vemos allá en el extremo oriental de Europa, con una mano puesta en Constantinopla y otra en Asia, mal envuelta en el viejo estandarte del profeta, á la religion de Mahoma, último vástago que se despreade del judaismo; que lucha con desesperacion por conservar un palmo de tierra en Europa, de donde la arrojan sus culpas y desgracias.

Entremos en ese grandioso templo que un dia fué iglesia cristiana dedicada á Santa Sofía, mezquita donde se enseña el Koran desde que Mahomet II se apoderó de Constantinopla. Pasemos sin detenernos á contemplar su bella cúpula, sus ricas columnas, sus delicados ornamentos y dirijamos á los sacerdotes del profeta la pregunta que hicimos á las demás religiones.

¿Quereis saber, me respondió el nazir, cuál fué el origen del mundo? Sí, le dije. Pues escuchad. Mahoma, que tanto cuidado puso en describir las grandezas del Paraíso, la belleza de las huríes y las delicias carnales de los bienaventurados, sólo tuvo algunas palabras para explicar la creacion del mundo; ya por que se conformára con la relacion de Moisés, de quien era gran admirador, ya por que diera poca importancia al asunto.

Sólo en el capítulo 41 del Koran dice, que la tierra fué hecha en dos dias, que durante estos, y otros dos suplementarios, formó los habitantes del mundo, y, por último, que en otros dos cubrió la tierra con el estrellado manto de los cielos.

¿No recordais, pregunté al nazir, alguna tradicion respecto á la creacion del hombre? Sí, me contestá. Dios envió al ángel

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