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de la existencia de la tierra! Pero faltos de espacio en este artículo para describirlos, dejaremos este trabajo para otro, que bien merece estudio aparte asunto tan notable como oscuro y debatido.

(Se continuará.)

EDUARDO ECHEGARAY.

LA SITUACION DE LA REPÚBLICA FRANCESA.

Cierra los ojos á la evidencia, quien habiendo seguido paso á paso y dia tras dia el curso de los sucesos acaecidos en Francia desde la caida del mariscal Mac-Mahon, que termina la lucha por la República, hasta la formacion del ministerio Ferry, que abre la era de las medidas arbitrarias, niegue la importancia, la gravedad suma de la última crísis ministerial. Los periódicos condicionalmente afectos al nuevo Ministerio, que decidido apoyo ninguno le presta, y á su frente el órgano de M. Gambetta, Le Republique Française, han puesto singular empeño en convencer á Europa, desconfiada y recelosa, de que sólo ha habido cambio de una persona por otra, necesario por el abuso, rayano en traicion, que cometió M. de Freycinet, al pactar con Roma, á espaldas del Parlamento, la inobservancia de leyes vigentes, cuya inmediata aplicacion pide la Francia republicana, alarmada por el crecimiento del clericalismo que amenaza destruir la obra del 89. Mas, desde el primer momento, todo el mundo vió que no se trataba del capricho de una persona, ni de encubiertas traiciones y que se trataba de dos políticas antagónicas, habiendo quedado una vencida y vencedora la otra.

Enlázase directamente la última crísis con la cuestion religiosa, en cuyas incidencias pueden ver los partidos liberales de las naciones latinas, ardientes é iracundos de suyo, cuán caro se paga un momento de arrebato, una palabra imprudente, hija

de la pasion que la lucha engendra. Una frase fué su causa. ΕΙ mariscal Mac-Mahon, á quien se suponia impulsado por influencias clericales que sobre persona íntimamente ligada á él pesaban, habia arrojado el poder al ministerio Simon, declarando al partido republicano abierta guerra. Desde el primer instante de la lucha, Girardin en la prensa y Gambetta en la tribuna, acometieron con tal empuje al ministerio, y aun al mariscal, secundados por todo el partido republicano, á cuya cabeza marchaba Thiers, suprema esperanza en aquella deshecha tempestad, que los ménos previsores, los más devotos cortesanos de la fortuna, presintieron de que lado se inclinaria la victoria, quiénes serian los vencedores, quiénes los vencidos; presintieron la condenacion de la política de aventuras iniciada por los fautores del 16 de Mayo. Nadie excedió, nadie igualó en el ataque á M. Gambetta; su palabra, si falta de otras cualidades, con el calor bastante á encender los ánimos irritados, llevó á todas partes el entusiasmo por la República comprometida, y el odio hacia los que atentaban contra ella. Y como la camarilla del Elíseo era diariamente acusada de ser la única causa de la situacion angustiosa por que atravesaba Francia, contra ella esgrimió las armas de su palabra M. Gambetta, repitiendo en Romans la célebre frase dicha por oscuro diputado: "El único peligro social es el clericalismo."

Muerto Thiers, cuyo prestigio lo hubiera salvado todo, apresurando el término de la lucha y contribuyendo á moderar á los suyos en la victoria, una fraccion considerable del partido republicano, la más allegada á M. Gambetta, convirtió en bandera una palabra é hizo de una frase un programa, que M. Ferry quiso vaciar en el molde de una ley dirigida á aniquilar la omnipotencia clerical, y redactó, atento sólo á la consecucion de este fin, el nunca bien ponderado artículo 7.° de la ley sobre enseñanza superior, mónstruo de nueva especie que se ha tragado ministros y Ministerios, y amenaza devorar algunos más todavía. Al discutirse la ley en el Senado, M. de Freycinet, viendose vencido por la palabra de Julio Simon, por la enemiga de la derecha y por las desconfianzas de la izquierda, amenazó imprudente con desenterrar, caso de ser vencido, los decretos que proscribian del territorio francés á las congregaciones religiosas TOMO LXXVI.

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no autorizadas por disposicion gubernativa. Rechazado el artículo, cumplió la venganza la palabra que el despecho empeñára. Promulgáronse los decretos de Marzo, y obrando en cumplimiento del primero, el Gobierno disolvió á los jesuitas, cerró sus colegios y apercibióse, al parecer, á acabar la obra con tanta facilidad comenzada. Los declamadores de oficio, de dentro y fuera de Francia, continuaron hablando de la unanimidad reinante en el seno del Ministerio que, al aplicar los decretos relativos á las congregaciones no autorizadas, encontraria tan llano y espedito el camino como al dispersar á los jesuitas. Mas no veian los que tal afirmaban que entre los discípulos de Ignacio y los miembros de las otras órdenes, existe capital diferencia. Aquellos pocos en número, éstos numerosísimos; aquéllos en su mayoría extranjeros, éstos franceses; aquéllos despertadores de iras políticas y en empresas políticas empeñados, éstos, por lo general, agenos á las luchas de los partidos; aquéllos atacados por el ódio que la generacion actual ha heredado de las generaciones castigadas por la trinidad maldita que formaban el déspota, el jesuita y el verdugo, éstos ni odiado› ni queridos, indiferentes para muchos; encerrada su vida en las estrechas celdas de un convento, aun los más radicales ven sólo en ellos miembros que, si no favorecen, no dañan el desarrollo de los pueblos.

Imposible que tales diferencias escapáran al claro talento de M. de Freycinet, é imposible tambien que al percibirlas, no buscára honrosa transaccion que terminase el conflicto creado por él mismo en un momento de ceguera. A juzgar por los sucesos posteriores, buscó y halló una fórmula honrosa para ambas partes, que las congregaciones aceptaron desde luego. Publicóla fuera de sazon un periódico ultramontano; los amigos de M. Gambetta en el seno del Ministerio, apresuráronse á plantear la crísis, y M. Freycinet, viéndose en minoría, retiróse al punto, cayendo como caen los grandes estadistas, como Thiers, como Douffor, mayor en la derrota que en la victoria.

Pero ¡ah! no atacaba el elemento gambettista al negociador con Roma, al que retrocedia en el camino de la persecucion contra las congregaciones, al que queria poner freno á las impaciencias desmedidas; atacaba al que habia osado vindicar su independen

cia, presentando su propia opinion frente á la opinion de M. Gambetta. Habia ido éste, acompañando á M. Grevy, á Cherburgo, donde presenció Europa escenas un tanto peregrinas; y al contestar á las felicitaciones de que era objeto, pronunció un discurso que recordada, más que al jefe de numerosa mayoría parlamentaria, al antiguo dictador de Tours, que alberga la esperanza, cada dia más viva, de próxima revancha, alcanzada en el mismo campo que presenciára la derrota, alcanzada en el campo de batalla. "Las grandes reparaciones, dijo, pueden salir del "derecho; nosotros debemos esperarlas; pues el porvenir no está cerrado para nadie. Se ha dicho muchas veces que tributamos "culto exagerado al ejército, que reune hoy todas las fuerzas "nacionales; compuesto, no de los que tienen por oficio ser soldados, de la sangre más pura del país. No nos guia un espíritu „belicoso; nos mueve, sí, la necesidad de que Francia, precipitada en abismos profundos, ocupe de nuevo el lugar que le corres"ponde."

Estas palabras, aunque expresaban esperanzas patrióticas y como patrióticas legítimas, eran temerarias é imprudentes, dichas por el hombre á quien Europa cres árbitro de los destinos de Francia, en el momento mismo en que ésta, junta con las demás naciones, acometia en Oriente una empresa erizada de peligros, esencialmente guerrera, y cuyo término era imposible prever. ¿Cómo habia Alemania de mezclarse en asuntos extraños, sin saber ántes á ciencia cierta si era llegado el momento de las grandes reparaciones, si Francia buscaba en las revueltas de Oriente la ocasion que Prusia habia encontrado en las revueltas de Occidente, en las revueltas de España? M. de Freycinet, por su cargo en inmediato contacto con Europa, comprendió al punto las dificultades que las palabras de su antiguo jefe le creaban, y propúsose contradecirlas franca y abiertamente, reclamando toda la iniciativa, ya que cargaba con toda la responsabilidad. Los ministros franceses aprovechan las vacaciones parlamentarias para comunicar directamente con la nacion, visitando los departamentos, que elevan hasta ellos sus quejas; emprendió M. de Freycinet el acostumbrado viaje, y en Montauban levantóse en un banquete dado en su obsequio por las autoridades, el 17 de Agosto último, es decir, á los pocos dias

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