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Yo conocí á Julian. Era un muchacho alto, enjuto, de andar inquieto, de palabra tímida, amigo leal y estudiante sin reproche. Por su trato afable era estimado, admirado por su inteligencia, y querido por su corazon generoso y lleno de bondad. Todas estas prendas, las mejores del alma, le hacian aparecer ante nosotros como una especie de ente supraterreno que por favor se codeaba con nuestras ínfimas personas. Nadie ponia en duda que Julian llegaria en breve plazo, y sin extremado esfuerzo, á parar la rueda de la fortuna; y, ó poco habíamos de vivir, ó le habíamos de ver ir del brazo de tan esquiva señora, paseando triunfalmente por los caminos del mundo. Pero no anticipemos el porvenir de nuestro amigo.

Era éste, por otra parte, un muchacho un si es no es refractario á los dulces favores de la diosa humana. Austero en su vida, desaliñado en su traje, torpe en todo lo que se refiere á los ardides de amor, inclinábase de suyo á la soledad, tanto, que ya frisaba en lo huraño. Además, la naturaleza, madre de muchos, habíase mostrado con él injusta y desabrida madrastra. Añádase á esto que, del mucho velar y del desganado comer, habíansele hundido las flacas mejillas, asomábansele los dientes á los lábios, y sus ojos, aunque con dulzura, amenazaban salirse del casco en que se hallaban cautivos. Estaba pelado al rape, sus orejas eran no pequeñas y trasparentes, su frente despejada y como colorea

da de un matiz purpúrẻo, semejante á los reflejos de un incendio solar sobre las nubes del horizonte.

¡Incendio y tempestades era lo que encerraba aquel_cráneo! Cuando Julian, engolfado en el estudio, devoraba las entrañas recónditas de las ideas contenidas en los libros, sus ojos abiertos hasta parecer redondos, sus cejas fruncidas, sus lábios tirantes y secos, sus manos febriles clavadas en las sienes, dábanle aspecto de loco ó de demoniaco. Confirmábase más en este pensamiento, cuando de tiempo en tiempo un suspiro, mitad sollozo, mitad palabra inarticulada, se escapaba de su pecho, oprimido por el borde de la mesa. El soplo de este aliento hacia oscilar la luz de la bujía, y su sombra danzaba entonces sobre la blanca pared á manera de fantasma chinesco. Tambien á veces se oia revolverse rápidamente una hoja, ó el cric, cric, menudo y precipitado de una pluma que trazaba sobre el papel algunos garabatos. Pasados estos incidentes, volvia á reinar la calma, y un silencio, no exento de majestad, estendia sus álas misteriosas sobre el estrecho gabinete del estudiante. Esto sucedia todos los dias; aquella cabeza era como un mar sin fondo que se engullia cuanto le echaban. ¡Cataratas del cielo, montañas de la tierra, trombas de huracanes desenfrenados!

Julian Calero no era, con todo, "un fenómeno," como le apellidaban los otros compañeros. Yo le conocia bien. El fuego sagrado de su alma no habia sido engendrado por ningun rayo celeste; el áscua de verdad que se mantenia ardiente á todos vientos en su pecho, no era por mano de vestal conservada; su talento, su perseverancia, su ingénio claro y universal, si debian su orígen á algun milagro, la pobreza debe ser considerada como fuentes de ellos, y la más fecunda é inagotable. Porque Julian era pobre, si hay pobres sobre la tierra.

Huérfano de padre cuando su infantil mente apenas podia distinguir los provechos del bien de los perjuicios del mal, la desgracia le abrió los ojos y le señaló con el dedo la horrible perspectiva que de abandono y de dolor su porvenir le ofrecia. No quedó mucho tiempo bajo la ofuscadora presion que tan triste y tan extraño despertar necesariamente habia de ejercer sobre su alma. Sacudió enérgicamente las últimas insidiosas invasiones de su letargo de infante, y en un dia y en una hora, su

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espíritu razonó, obraron sus manos, y sus palabras fueron la voz de una conciencia acrisolada ya por las rudas pruebas de una vida abundante en fructíferas enseñanzas. Mas lo que concedió la necesidad, la misma naturaleza, en su más espontáneo arranque, se encargó de darle cima. La ciencia, que en muchos es tenida sólo por sus efectos materiales y mundanos, en Julian era acogida como la cosa más alta y más digna de amor y de respeto. Así, cuando su madre, en el colmo de su ambicion maternal, al ser preguntada por cualquiera que qué iba á ser su hijo, respondia á boca llena, Ministro," aquél la replicaba dulcemente: "Madre, con ser hombre me contento, ahora que tan pocos hay... -No; Julian Calero no pertenecia á esa caterva de desalmados que, para escalar los elevados sitiales vacilantes sobre los hombros de la sociedad, amontonan libros y más libros que sirven de pedestal á los tacones de sus zapatos.-Sus pestañas, quemadas por el ardor de las vigilias, durante las interminables noches de meditacion, no alegarian jamás, y de esto estábamos nosotros bastante ciertos, otra demanda de recompensa que una palabra de gratitud, una lágrima de reconocimiento del sér á quien obligaron sus beneficios. En resolucion, nuestro amigo era como una protesta animada contra el egoismo de nuestra época, que se enardecia más y más segun que el temporal arreciaba y los cables de nuestros sentimientos se hallaban más próximos á la fractura y descomposicion.

Y no fueron, ciertamente, sus años de aprendizaje auroras que anunciáran serenos dias. Las nubes que á cada amanecer rodeaban de sombras el horizonte, pocàs veces, cuando ya la noche se avecinaba, dejaron el puesto á los últimos desesperados rayos del sol, que en vano, durante todo el dia, habian luchado con las tinieblas. Mas esta fatigosa oscuridad, esta tenaz oposicion á todo rayo de esperanza, á todo respiro de desahogo, á todo soplo de vida que tan necesarios son á la pobre alma que padece las torturas de la miseria, no pudieron abrir brecha en el alcázar de su carácter que, como impenetrable escudo, resistió el asaetamiento, aunque mudo, encarnizado de la contraria suerte. No, Julian no destempló su alma en estos choques, ciegos, mas no menos terribles. Como la cadena se anudaba á sus piés, ¿qué le importaba quedar prisionero, esclavo del polvo, si su frente,

es decir, la razon, la idea, la luz, quedaba libre, sin trabas, con vuelo, desembarazada y serena?

Con todo, Julian no veia el momento de soltar sus hábitos de pobre. No es esto decir que amára la riqueza; pero es tan pesado, tan abrumador el fardo odioso de la escasez, y hace perder tantos pasos en la marcha de la vida, que, otro, no un humilde estudiante de Derecho, cuya ambicion no vuela más que las ráncias hojas de su pergaminoso código al ser removido por un aire de consulta jurisperita, hubiera lanzado lejos de sí á la primera ocasion los arreos andrajosos de la necesidad. Largos afanes, sin embargo, serian menester para la consecucion de tamaña empresa. Ya sus años de escuela habian consumido lo poco que de su patrimorio le quedára; y ya tambien la hacienda y dote de su madre habíanse convertido en agua, ó lo que igual, en matrículas de asignaturas.

Pero faltaba por dar el último paso. ¿Cómo cejar cuando se tiene bajo la mano el tesoro? Mas en balde recurrió doña Ana, que así se llamaba la madre de Julian, á todas las bolsas de sus parientes; las casas permanecieron mudas, cerradas las puertas, huidos sus dueños. ¿Y habia de quedarse sin borla el jóven doctor? Este sueño, acariciado nerviosa y apasionadamente por doña Ana durante toda la vida de su hijo, iba á ser desvanecido, trocado en humo, reducido á nada, por sólo carecer de un puñado de oro. En su afliccion, aquella excelente madre llegó hasta pensar en el robo. Pero esta idea la ponia febril y á manera de congestionada. El deshonor le abofeteaba el rostro, aquel rostro surcado de nobilísimas arrugas. Decidióse, por fin, á una tentativa suprema; á poner un hierro en aquella cara, ó lo que es lo mismo, pedir dinero á un prestamista hipotecando su palabra.

Parece opinion general que al decir "prestamista," debe entenderse "hombre desposeido de todo sentimiento. No negamos la similitud de estas dos proposiciones. Pero, en honor de la verdad, haremos constar que aquel ante quien fué á querellarse y á arrastrarse por los suelos doña Ana, no tenia tan endurecida el alma que no comprendiera el dolor de aquella infeliz.

—¡Ay!—exclamaba la pobre anciana, toda en llanto y de rodillas ante el usurero.-Si Vd. me socorre, ¿á qué no quedaré yo obligada? Yo seré su esclava, mi hijo le obedecerá como si fuera

su hijo. No dormiremos, no viviremos hasta pagarle á Vd... ¡Qué! ¿le ocupa tanto lugar lo que le pido que crea, al verse sin ello, que ya no es rico? No. Y no sabe lo que hay en sus arcas. Además, Vd. tiene hijos como yo; Vd. los ama; Vd. satisface todos sus caprichos... ¡Ah! si supiera la hija de Vd. que mi Julian, aquel con quien ella jugaba alegremente cuando niños, sin la generosidad de su padre va á morir de desesperacion!

Doña Ana lloraba como una niña que le rompen su primer juguete, con toda el alma, sin atender á consuelo. El avaro cortó el hilo de estas lágrimas con sólo dejar de serlo. Doña Ana, cuando salió á la calle, no veia las piedras. En un punto fué girada la libranza, escrita la carta para el hijo amado, y echada al correo.

Desde un pueblo de provincia hasta Madrid, lo más que tarda un tren, que no ande ménos que una carreta, es cuarenta y ocho horas; siglos parecian, con todo, á doña Ana, Creia ver á su hijo víctima de los más crueles tormentos: imaginaba verle revolcándose sobre su lecho, con la frente bañada en sangre, un rewolver, aún humeante, sobre la mesa de noche; oia los gemidos de su agonía, sentía los pasos de las gentes que se llegaban á él, que sondaban sus heridas, que movian la cabeza con desaliento, que le volvian la espalda, que le dejaban solo; despues tornaba á verle rígido, quieto, amarillo, extremadamente amarillo, perdido para siempre, muerto.-¡Pobre madre! no te acongojes; el dinero ha llegado á tiempo; Julian será doctor; volverá; le verán tus ojos; le estrecharán tus brazos.

En efecto, Julian vistió la toga y el birrete de doctor en leyes, y su madre, de alegría, creyó perder el juicio. De vuelta á su pueblo, los primeros dias se pasaron en visitas de los vecinos y camaradas de Julian, que apenas sabian darse cuenta cómo aquel muchacho que habian visto correr por las laderas, trepar por los árboles ó cabalgar sobre un tejado, se las habia.compuesto para ser hoy tan sábio, tan formal, tan gran señor. No dejó, sin embargo, de asomar por allí la envidia su cara pálida y solapada; pero Julian, que iba siempre acompañado del dios éxito, mandóle á éste espantarla, y el dios, que á veces le servia de jockey, no tuvo que hacer más que restallar la fusta para que la víbora se apartara silbando del camino. Parece, pues,

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