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granadino iguales ó parecidas turbaciones que á los estados cristianos? Si allí se derribaban alternativamente los Al-Hayzari, los Al-Zaqui, los Ben-Ismail y los Abul-Hacen, aquí se destrozaban entre sí los Enriques, los Juanes, los Alfonsos y los Cárles. Si un caudillo moro invocaba el apoyo de un monarca cristiano para derrocar á un rey de Granada, otro pariente de aquel se aprovechaba del de concierto y las miserias del reino castellano para destronar á su vez al usurpador y negar el tributo al monarca de Castilla. Así el reducido reino de Granada se mantenia en medio de las convulsiones por la impotencia de los reyes y del pueblo cristiano para arrojar á los infieles de aquel estrecho rincon, afrenta ya y escándalo de España.

La degradacion del trono, la impureza de la privanza, la insolencia de los grandes, la relajacion del clero, el estrago de la moral pública, el encono de los bandos y el desbordamiento de las pasiones, llegan al mas alto punto en el reinado del cuarto Enrique de Castilla. Los castillos de los grandes se convierten en cuevas de ladrones; los indefensos pasageros son rʊbados en los caminos, y el fruto de las rapiñas se vende impunemente en las plazas públicas de las ciudades; un arzobispo es arrojado de su silla en un tumulto popular por atentar contra el honor de una recien desposada, y otro arzobispo capitanea una tropa de rebeldes para derribar al monarca y sentar á su hermano en el solio. En el campo de Avila se hace un

burlesco y estravagante simulacro de destronamiento: ignominioso espectáculo y ceremonia cómica, en que un prelado turbulento y altivo, á la cabeza de unos nobles ambiciosos y soberbios se entretienen en despojar de las insignias reales la estátua de su soberano, y en arrojar al suelo, entre los gritos de la multitud, cetro, diadema, manto y espada, y en poner el pié sobre la imágen misma del que habia tenido la imprudente debilidad de colmarlos de mercedes.

Habia llegado, pues, csta nacion á uno de los casos y situaciones extremas, en que no queda á los imperios sino la alternativa entre una nueva dominacion estraña, ó la disolucion interior del cuerpo social. A no ser que se levante uno de aquellos genios privilegiados que tienen la fuerza y el don de resucitar un estado cadavérico y de infundirle nueva vitalidad y sensatez: uno de esos genios estraordinarios, que contadas veces en el trascurso de los tiempos son enviados de lo aito á la humanidad. Vendrá este gerio vivificador, porque lo merece una perseverancia de cerca de ochocientos años puesta á tan rudas y dolorosas pruebas.

IX.

A medida que el territorio se ensancha, que la asociacion crece, que el Estado se forma, tiene más necesidad de constituirse en el órden moral; los derechos, los deberes, las relaciones mútuas entre las diferentes clases del cuerpo social necesitan fijarse. Esto es lo que ha ido haciendo la España en los cuatro siglos que hemos bosquejado.

El órden de suceder en la corona, electivo primero, semi-electivo despues, se hace hereditario. Gran paso dado en los elementos constitutivos de las sociedades civiles.

Aquellos primeros albores de libertad política que dejamos apuntados en el décimo siglo, se difunden en el undécimo. Las franquicias comunales se multiplican y ensanchan, el conquistador de Toledo dilata las cartas y los derechos de los municipios.

La nobleza, creada y adquirida por la conquista, aquella orgullosa y potente aristocracia que formaba ya una parte integrante de la monarquía, reclamaba leyes que aquietáran entre sí á los turbulentos señores,

y consignáran su respectiva condicion para con el soberano y para con los vasallus. Establécese con este objcto en el siglo XII. el fuero de los Fijos-dalgo y Ricos-homes. De este modo se vé Castilla constituida bajo una organizacion especial; semi-monárquica, semi-feudal, semi-democrática: dividida en municipalidades, repúblicas parciales y aisladas con fueros y magistrados propios; en señoríos, especie de pequeñas monarquías, con su código, su jurisdiccion y sus vasallos; y al frente de todas estas repúblicas y monarquías ungefe comundel Estado, cuya autoridad mengua con las concesiones que para el sostenimiento del poder real necesita hacer á los otros dos grandes poderes, por mucho que discurra para dominarlos y para neutralizar, ya las aspiraciones de la altiva nobleza, ya las pretensiones de la invasora democracia.

Corre con los tiempos la lucha de influencía entre los comunes y los nobles, entre la grandeza y el trono, entre la corona y el brazo popular. La historia de la legislacion revela esta incesante lucha política. A principios del siglo XIII un monarca se propone revisar y corregir los fueros y privilegios de los fijos-dalgo para confirmar lo que fuere bueno á pro del pueblo, pero por las muchas priesas que ovo fincó el pleito en este estudo. Los conocedores de los tiempos no han podido dejar de entrever en aquellas priesas la índole de las dificultades con que hubo de tropezar el soberano. Cuando más adelante su nieto el rey Sabio, queriendo

uniformar la legislacion castellana, publicó el Fuero Real, no pudieron sufrir los fieros hidalgos de Castilla la lesion que se hacia á sus antiguos privilegios. Se conjuran y amotinan contra la magestad, se arman, se acuartelan, se pertrechan, tratan y ventilan su causa con el soberano como de poder á poder, y al cabo de diez y siete años de pugna, el débil monarca accede á la abolicion del Fuero Real, y manda que los nobles sean otra vez juzgados por el Fuero Viejo, ansi como solien.

Condenado parecia estar aque! buen rey á gastar su sabid ría y su vida en hacer leyes que no habia de ver planteadas. Forma el célebre código de las Partidas, y apercibidos los pueblos de que en él se quiere borrar la memoria de los fueros de poblacion y de conquista, resisten su admision y no obtiene subsistencia ni valimiento hasta cerca de un siglo despues bajo Alfonso el onceno, y eso dando un lugar preferente á los fueros municipales. Tan celosos eran los castellanos, y tan apegados á su antigua y privilegiada jurisprudencia.

Tuvieron los últimos Alfonsos el mérito de haber sido casi todos legisladores y guerreros insignes; y no sabemos cómo las complicadas guerras en que anduvo de continuo envuelto y enredado Pedro de Castilla le dejaron vagar para hacer su famosa recopilacion. con que ganó no pequeño título de gloria para todos los hombres, y más para los que quisieran apellidarle

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