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el Católico la ha conquistado. Importante adquisicion para un imperio que abarca ya posesiones inmensas en las tres partes del globo.

Pero estaba decretado que esta pingüe herencia habia de ser patrimonio de una familia estraña. La Providencia lo quiso así, y lo preparó por medios que nos será permitido sentir, ya que no nos sea permitido objetar. Adoradores respetuosos de sus altos juicios y de sus decretos inescrutables, encaminados siempre al magnífico plan de la armonía del universo, lícito nos será lamentar como hombres que en las combinaciones de esta universal armonía tocára á la España en el período de su mayor grandeza ser regida por un principe nacido y educado en estrañas y apartadas tierras.

Contra todos los cálculos probables de sucesion habian subido Isabel y Fernando á sus respectivos tronos; contra todos los cálculos probables de sucesion bajan prematuramente sus hijos al sepulcro, y solo les sobrevive para heredarlos una princesa casada con un estrangero, desjuiciada ade mas, y cuyas enagenaciones mentales la incapacitan para la gobernacion del reino. Desciende tambien su esposo á la tumba apenas gusta las dulces amarguras del reinar; y cuando la trabajosa restauracion de ocho siglos se ha consumado, cuando España ha recobrado su ansiada independencia, cuando el fraccionamiento ha desaparecido ante la obra de la unidad, cuando una admi

nistracion sábia, prudente y económica ha curado los dolores y dilapidaciones de calamitosos tiempos, cuando ha estendido su poderío del otro lado de ambos mares cuando posee imperios por provincias en ambos hemisferios, entonces la herencia á costa de años y de heroismo ganada y acumulada por los Alfonsos, los Ramiros, los Garcías, los Fernandos, los Berengueres y los Jaimes, todos españoles desde Pelayo de Astúrias hasta Fernando de Aragon, pasa íntegra á manos de Carlos V. de Austria. Nueva era social.

XI.

El reinado de los Reyes Católicos, todo español y el más glorioso que ha tenido España, es la transicion de la edad media que se disuelve á la edad moderna que se inaugura. Cárlos V. encuentra ya iniciado el nuevo poder militar de los ejércitos permanentes, y nuevo poder político de la diplomacia.

el

Confesamos que el reinado de Cárlos V. nos admira pero no nos entusiasma. Porque nos admiran los grandes hombres y los grandes hechos, nos en

tusiasman solo los que hacen grandes bieres al género humano. Aprecianos demasiado la felicidad verdadera de los hombres para que nos dejemos fascinar por el ostentoso aparato de las magníficas expediciones y por el brillo aparente de las conquistas. Querríamos más gobernadores prudentes que revolvedores del mundo. Las empresas gigantescas llevan siempre algo maravilloso que seduce. Es muy fácil dejarse deslumbrar por las grandes maniobras.

Pudieron justificar las circunstancias en que entonces la nacion se encontraba, el afan del Cardenal regente por abrir y desembarazar á Cárlos el camino del trono, y por hacerle proclamar. El pueblo le miraba más receloso, y no se apresuraba tanto. ¿Quién fué más previsor, el instinto popular, ó el talento del gran político? El regente-arzobispo con el fin de abatir una nobleza soberbia, quiso entregar á Cárlos una autoridad real robusta, y deseando hacer un nonarca respetado, preparó sin quererlo un señor absoluto. Estos son mis poderes, les dijo á los nobles mostrándoles los cañones y arcabuces que preparados tenia; y Cários fué proclamado. La espresion fué conceptuosa y enérgica; pero el príncipe en cuyo obsequio se pronunció habia de saber aprovecharse bien de aquella especie de sancion del última ratio regum. El mismo cardenal Cisneros fué el primero que recibió por premio de su celo monárquico y de su adhesion personal aquella fria y desdeñosa carta

de Cárlos, que ó le ocasionó ó le aceleró la muerte. Desengaño amargo, y ejemplo insigne de ingratitud. Poco tiempo despues reemplazaba al venerable y sábic prelado español en la silla primada un estrangero ignorante é imberbe: escándalo grande para un pueblo religioso.

Disgustaba además los españoles un príncipe que ni habia nacido en su suelo, ni hablaba su lengua, ni menos conocia sus costumbres, y que tanta impaciencia habia mostrado por titularse rey de España, viviendo todavía su madre, la legítima reina de Castilla, á quien no obstante el lamentable estado de su juicio conservaban grande aficion y cariño los castellanos. Veianle venir rodeado de flamencos, y el recuerdo de los tesoros devorados por la comitiva parásita que ya con su padre habia invadido la España, y de la audacia y la rapacidad que aquellos habian desplegado, no era en verdad para que augaráran bien ni se mostráran devotos del príncipe fla

menco.

y

No tarda el disgusto en trocarse en exasperacion, el descontento en convertirse en rebelion formal. Elegido Carlos emperador de Alemania, dispónese á salir de España para tomar posesion de la corona de Carlo-Magno. Pide un subsidio exorbitante y convoca las Córtes de Castilla para un punto desusado y estremo de la Península. La demanda, el objeto, la forma, todo desazona á los castellanos, y apenas el

sucesor de Maximiliano abandona las playas españolas, se agitan las ciudades, se ensaña el furor popular contra los procuradores que votaron el impuesto, y se alzan en armas las comunidades de Castilla, no contra Cárlos sino contra la violacion de sus fueros y en vindicacion de sus antiguas libertades. El levantamiento, más en justicia fundado y con más valor sostenido, que dirigido con circunspeccion y ordenado con acierto, sucumbe ante las armas imperiales auxiliadas de la nobleza, á quien los comuneros no han sabido atraer. Perecen, pues, las libertades públicas de Castilla en los campos de Villalar, y Padilla y los principales caudillos de las comunidades expian su ardor patriótico en un cadalso. Inútil, aunque heróicamente, intenta sostenerlas en Toledo una muger animosa, enamorada á un tiempo de un esposo que acababa de perder y de una libertad que acababa de sucumbir. Fué la última protesta armada de la libertad contra la opresion. Desde entonces las Córtes quedan reducidas á una mera fórmula, y no serán ya llamadas sino á votar los impuestos. El emperador publicó un edicto perdonando á los insurgentes, pero pasaban de doscientos los esceptuados. No era fácil castigar de muerte á casi todos los habitantes de la Castilla entera. Con tales auspicios se inauguró en España el primer soberano de la casa de Austria.

Desde que Carlos se aleja de la Península, la historia del emperador oscurece y eclipsa la historia del

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