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cer con los unos para reinar sobre todos; imponerles primero la creencia religiosa para someterlos despues á la autoridad política. Hízose el defensor nato de la Iglesia romana y empezó ganándose al papa con blan dura; pero si el papa se oponia á sus planes políticos tratábale con dureza y se gozaba de los atrevimientos que con el gefe de la Iglesia se tomaban sus embajadores. Perseguia á los enemigos de la plenitud de la potestad pontificia, pero no le asustaban las exco muniones. Veneraba á los frailes y se rodeaba de ellos, pero si atentaban á su poder los mandaba ahorcar.

Si no hubiera hallado la Inquisicion, la hubiera inventado él: pero se le habia anticipado en más de medio siglo. La halló establecida y la hizo su brazo derecho, mas nunca consintió en que se erigiese en cabeza. Gustábale servirse de los inquisidores, pero dominándolos.

No reparaba en reducir á prision al mismo que habia sido el más activo instrumento de su tiranía en Flandes, como tampoco dificultaba en sacarle del calabozo cuando le convenia para hacer la conquista de Portugal: entonces volvia á confiar el mando del ejército al duque de Alba. Llevaba á un hombre inteligente y laborioso á los altos puestos de presidente del Consejo de Castilla y de Italia, de inquisidor mayor y cardenal, pero en el apogeo del favor le intimaba la caida de su gracia, aunque el pesar le acabára la vida. Así murió Espinosa. Y don Juan de Austria, el

hijo ilegítimo de Cárlos y el heredero legitimo de su grandeza y de sus glorias, la más noble, la más bella y la más elevada figura de su tiempo, el vencedor de los inoriscos en las Alpujarras y de los turcos en Lepanto, gana victorias y paises para su hermano, pero no puede ganar para sí un quilate de cariño en su corazon. Felipe II. no consentia verse eclipsado por nadie, ni en poder, ni en gloria, ni en laboriosidad siquiera.

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No era impasible, pero lo parecia en las ocasiones en que es más difícil reprimir los sentimientos y las afecciones humanas. Cuando el de Alba le participó la ejecucion de los ilustres condes de Horn y de Egmont, contestóle diciendo: «Puesto que ha sido indispensable el castigo, no hay sino encomendarlos á Dios. Y como implorase su piedad hacia la virtuosa viuda de Egmont y sus once hijos, que quedaban en la más espantosa miseria y desamparo, «Sobre esto, le dijo, ya proveeré y os avisaré de ello. No le corria prisa hacer el bien que le pedia con urgencia el hombre que pasaba por el más duro de su tiempo, y el de Alba debió conocer que halia otro en cuyo cotejo podia pasar por blando de corazon. La noticia del desastre de la Invencible armada no le demudó el rostro, y se limitó á decir que habia enviado la escuadra á luchar con los hombres y no con los elementos. Y la del glorioso triunfo de Lepanto no hizo asomar á los reales lábios una ligera sonrisa. La

recibió rezando, calló y continuó su oracion. Hasta que esta fué acabada no mandó entonar el Te-Deum: nadie sabia por qué.

Todos sus actes llevaban el sello del misterio y de la tenebrosidad. Montigny, el príncipe de Orange, Escobedo, Antonio Perez y el príncipe Cárlos, son arcanos que se traslucen hoy, pero que no se revelan. ¿Serán perpétuamente enigmas algunos de ellos? ¿Lo será la prision misteriosa del príncipe, objeto de tantas curiosas investigaciones inclusas las nuestras? Poscemos la copia de un codicilo en que mandó fuesen quemados sin ser leidos los papcles tocantes á negocios terminados, y especialmente de difuntos. ¿Será improbable que se halláran entre ellos los que han buscado con tanto afan biógrafos, críticos é his toriadores? Sea lo que quiera, creemos que hubiera podido ser Felipe el mejor inquisidor y el mejor jesuita, como el más diestro enbajador y el más astuto ministro. Era rey, y lo reunia todo.

Mas donde ha quedado perpétuamente esculpido su génio es en esa colosal maravilla que se levanta magestuosa y severa al pié de una cadena de cenicientas montañas que parece hundirse como los despojos de un mundo calcinado. Todo en el Escorial respira grandeza, y todo en él inspira austeridad y devocion. Diríase que era la fortaleza en que habia querido encastillarse una edad para pasar el invierno de las revoluciones que el viento norte presagiaba. ¿Cómo habia de

traspasar, dice un filósofo, una sola idea del mundo moderno aquellos muros de granito de aspecto egipcio, aquellos castillejos, aquellos claustros, aquellas bastillas y aquellos palacios circundados de celdas?» Dedicole á San Lorenzo en conmemoracion del dia en que se ganó la famosa batalla de San Quintin, y quiso que el edificio representára la forma de las parrillas en que fué quemado el santo: singularidad que ha dado ocasion á algunos para buscar analogías entre aquella especie de martirio y las hogueras tantas veces encendidas en el reinado del fundador. Hízole á un tiempo para vivienda de monges y para alcázar reyes: y la cámara régia al lado de la celda prioral, la corona junto á la cogulla, y el trono de España bajo el mismo techo que la regla de San Gerónimo, representan el gusto del monarca y el espíritu de la época.

de

Pero el reinado de Felipe fué todo español. A diferencia del de Cárlos V., i en su consejo ni en su córte predominaban estrangeros. Si Cárlos V. hubiera subyugado la Europa, la hubiera hecho alemana: si la hubiera dominado Felipe II., la hulicra hecho española. Aun sin haberla vencido, la superioridad de su política y la superioridad de nuestra literatura, difundieron por Europa la lengua, las costumbres y las modas de España, y el gusto español preponderaba en los salones diplomáticos, en los teatros, en los libros en los trages. París mismo se asemejaba

á Madrid, y tomaba de los españoles hasta las estravagancias que les habia de devolver despues; porque un siglo antes que Luis XIV. pudiera llamar á Madrid la córte francesa de España, habia llamado Felipe II. á la corte de Francia mi bella ciudad de Paris.

Los españoles, avezados ya las largas espediciones militares en que recogian gloriosos triunfos, sinceramente religiosos cono su rey, y acostumbra..

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por más de siete siglos á mirar á los enemigos de su culto como enemigos tambien de su indepen lencia, servian gustosamente de instrumentos á las empresas de su monarca, y fueron, como en tiempo del emperador, á pelear en Francia en Inglaterra, en Flandes, en Italia, en Portugal y en los marcs, contra moros, contra turcos, contra hereges y contra cristianos-católicos. y la política española intervino en todos los negocios de Europa. Ganáronse muchos laurcles para recoger despues muchas espinas.

La política de Felipe con los Paises-Bajos produjo una lucha sangrienta que convirtió aquellas florecientes provincias en un vasto campo de carnicería. y consumió á España su dinero y sus hombres. Para España fué una fatalidad, y para Flandes una providencial expiacion. Medio siglo hacia que habia venido aquí un principe flamenco, cuyos primeres pasos fueron extraer nuestras riquezas, dar á flamencos los más altos puestos del Estado y ahogar nuestras libertades; al cabo de cincuenta años un monarca español,

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