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lla graciosa originalidad que no ha podido ser imitada despues. El buril de Selma embellecia la magnífica edicion del Quijote de Ibarra, honra del arte tipográfico. Y de los adelantos de la arquitectura y escultura certifican los magníficos y elegantes monumentos que en prodigioso número por todo el ámbito de la península á nuestra vista se ofrecen, y que si el gusto y estilo no los revelára bastante como obras de aquel feliz reinado, avisáraselo al menos entendido el Carolo III., regnante, que en casi todos se lee.

Hubiera sido Cárlos III. el Luis XIV. de España, si los dias de su reinado hubieran sido tan largos como los del monarca francés; pero faltóle tiempo para hacer tanto como al soberano de la Francia le permitió su longevided prodigiosa. En cambio fué mucho menos déspota. Luis XIV. erigió el absolutismo: Cárlos III. le encontró establecido y le humanizó. Semejósele mucho como rey, y le aventajó en virtudes como hombre. Cárlos III. no introdujo en la córte el fausto oriental como Luis XIV. ni menos permitió los desórdenes y escándalos de Luis XV. No se vieron aquí ni las Lavalliere ni las Maintenon del primero, ni las Pompadour y las Dubarry del segundo. Isabel la Católica y Cárlos III. hubieran hecho una de las mejores parejas de reyes de la tierra. Pero los separaron tres siglos, para que los tiempos se repartieran la benéfica influencia de sus génios. Aquella dejó establecida una institucion que creyó necesaria para la

unidad religiosa: éste halló la unidad religiosa asegurada, y quebrantó un poder que dañaba á la tolerancia y al desarrollo de las luces, que era ya la necesidad de las naciones católicas modernas. Así vá marchando la sociedad humana hácia su perfeccion.

Muéstranse como apenados algunos políticos impacientes, porque en medio de la revolucion de ideas y del espíritu reformador que se desenvolvió en el reinado que nos ocupa, no hubieran ni el monarca ni sus ilustrados minis ros tentado restablecer las antiguas libertades españolas bajo una forma acomodada. á las necesidades y adelantos de la moderna civilizacion. Mas tal vez en nada mostraron tanta cordura aquellos hombres de estado como en no haber anticipado esta novedad. No era culpa suya que el pueblo avezado de largos siglos al despotismo y á la Inquisicion, hubiera ido perdiendo el amor á la libertad civil. ¿Podemos estar ciertos de que no hubiera sido arriesgado otorgar instituciones políticas á quien ni mostraba desearlas, ni las hubiera recibido con gusto, ni menos con agradecimiento? ¿No se podrá decir del monarca y de los reformadores de su época aquello de: sui eos non cognoverunt? No olvidemos tampoco que no eran ni la religiosidad ni el respeto al principio monárquico los síntomas con que se anunciaba la revolucion francesa, y que la religion y el trono eran los dos dogmas venerados, los dos ídolos de los españoles. Bastaron las reformas que ejecutaron

y

las que intentaron para que el clero y las clases privilegiadas, muy poderosas en España y muy influyentes todavía, tildaran y acusaran á los consejeros de Cárlos de enciclopedistas y afectos á la filosofía francesa del siglo XVIII. que amenazaba invadir y trastornar el mundo. Y á fé que de no serlo procuraron dar pruebas en los últimos años de aquel monarca, cuando asustados por el estruendo de la tempestad política que rugia ya en el vecino reino, cejaron ante los peligros de la crisis, que el clero y la Inquisicion no se descuidaban tampoco en encarecer y abultar. El mismo Floridablanca se convirtió en desconfiado, y retiró la mano franca y liberal con que hasta entonces alentara al espíritu de reforma; hizo más, intentó reprimirle.

No sabemos sin embargo cómo se hubiera desenvuelto Cárlos III. de los compromisos en que habria tenido que verse si le hubiera alcanzado la explosion que muy luego estalló del otro lado del Pirineo. Fortuna fué para aquel monarca, y fatalidad para España, el haber muerto en vísperas de aquel grande incendio.

Sucedióle su hijo Cárlos IV. á fines de 1788.

XVI.

El año siguiente al advenimiento de Carlos IV. al trono español estalla en Francia el volcan revolucionario, cuyo sacudimiento conmovió toda la Europa é hizo estremecer todos los sólios. La rapidez de los primeros pasos de la revolucion anunciaba que en breve se iban á ensayar todas las formas, á recorrerse toda la escala de las trasformaciones sociales. Y así fué.

Jamás en tan corto espacio de tiempo anduvo una sociedad tan largo camino. La impaciencia de marchar exigia á cada año el desarrollo y la vitalidad de un siglo, y parecia que los tiempos se compendiaban á la voz de los hombres. Hallóse medio de acortar la distancia de tiempos antes que la distancia de lugar, y la revolucion francesa precedió á la invencion del vapor. La Europa armada gritaba ¡atrás! y 'a Francia, armada tambien, contestaba ¡adelante! Las ideas sin embargo avanzaban más dentro de la Francia que los ejércitos fuera. Estados generales, asamblea cons

tituyente, asamblea legislativa, convencion, república, directorio, consulado, imperio..... monarquía, democracia, despotismo militar..... A los pocos años de un regicidio nacional, se entronizaba á un déspota: habíase hecho perecer en un cadalso á un rey virtuoso y débil, y se aclamaba á un tirano heróico. Cuando Napoleon establecia repúblicas en Europa, en Francia iban retrocediendo las ideas republicanas. Las ideas y las conquistas marchaban al revés. Del suplicio del rey á la proclamacion del emperador mediaron once años. Al cabo de otros once años la Francia vuelve á gritar ¡viva el rey! El nuevo rey era otro Borbon. Gran retroceso. Pero el movimiento galvánico no ha cesado. Pasan otros quince años, y las ideas que habian retrocedido vuelven á avanzar. La antigua dinastía es de nuevo expulsada, y se proclama á un Orleans rey constitucional. Antes de otros diez y ocho años la monarquía constitucional va á acompañar en la proscripcion á la vieja monarquía y al imperio. La Francia es ctra vez republicana. ¿Volverá otro imperio y otra monarquía? ¿Se acabarán de fijar las ideas sobre el mejor gobierno de los pueblos? ¿Estará la humanidad condenada á girar perpétuamente en derredor de un círculo?

Gira, sí; pero es describiendo círculos concéntricos, cuya circunferencia se va agrandando si cesar, y de cada círculo que describe va recogiendo la humanidad algun principio provechoso que queda

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