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siempre. Así con las alianzas de lo antiguo que vive y de lo nuevo que nace va modificando su existencia. Costosas son las trasformaciones. Si los pueblos y las generaciones que las promueven meditáran los estragos que acompañan á las grandes revoluciones, retrocederian espantados. Mas por una disposicion providencial la embriaguez del entusiasmo no deja lugar al frio razonamiento y predispone á recibir con gusto el martirio: tambien el furor de la venganza perturba la razon: son las dos fuentes de las grandes vir tudes y de los grandes crímenes que en ella se desarrollan. Fecunda en unos y en otras fué la de 1789. Acaso ninguna ha producido tantos héroes y tantos monstruos. La leccion fué dura. ¿Supicron aprovecharla los reyes y los pueblos? Ha sido menester otra revolucion á mediados de este siglo para enseñarles más. ¿Han aprendido los hombres de ahora mas que los de entonces? ¿Ha ganado algo la humanidad? Comparemos.

La revolucion de 1789 fué agresora y conquistadora; la de 1848 proclamó el respeto á la independencia de los pueblos. Entonces la Europa opuso muros de acero á las ideas democráticas; ahora la Europa siguió el impulso de la nacion iniciadora. En la revolucion del siglo pasado eran llevados los hombres á carretadas á la guillotina; la cuchilla era el primer poder del Estado: en la del presente siglo se aclamó el principio de la abolicion de la pena de muerte por delitos

políticos. En 1793 manchó la frente de la Francia la sangre con que tiñó el cadalso uno de los monarcas que menos lo merecia: en 1848 hubo muchas revoluciones y la sangre de varios príncipes corrió en los campos de batalla, ni una gota de sangre real en el afrentoso patíbulo. La Francia del siglo pasado abolió el culto católico, y divinizó la razon humana: sé quitó á Dics de los altares y se dió incienso á una prostituta: en la Francia del presente siglo los más estremados reformadores se han visto precisados á invocar el cristianismo, y el sacerdocio católico ha sido buscado para rociar con el agua santa el árbol de la libertad. Entonces un soldado arrancó violentamente de su silla al gefe visible de la Iglesia, y el gran guerrero puso su mano profana sobre el gran sacerdote; aquel hombre se llamaba Napoleon; ahora otro Napoleon, deudo de aquel, y como él gefe de la Francia, envió las legiones republicanas á reponer en su silla á otro pontífice, Pio tambien como el abofeteado en Fontainebleau, y cometiendo una injusticia política y una inconsecuencia, ha hecho una reparacion religiosa. La Europa lo ha murmurado; ha parecido un contrasentido. Tal vez la Francia misma lo hizo de mal grado. No murmure la Europa; no era la voluntad de la Francia la que obraba; era el impulso secreto de la Providencia que le habia impuesto una expiacion, y al cual ella obedecia de mal humor sin saberlo. Tambien Alarico iba de mala gana á Roma y TOMO 1. 17

obedecia á la voz secreta que se lo mandaba. Distinto era entonces el fin; La Providescia la misma.

Excesos abominables se han cometido en aquella y en esta revolucion. Lamentamos unos y otros. ¿Cuándo dejará de intervenir el mortífero acero en las cuestiones de política fundamental? ¿Cuándo serán los cambios sociales resultado solo de la discusion pacífica y razonada? Los pocos síntomas que de ello vemos nos indican que aun tiene que vivir mucho la humanidad hasta tocar este estado de perfeccion. ¿Por qué entretanto ha de estar condenada á comprar su mejoramiento á precio de tan costosas pruebas? Lo sentimos, pero no nos atrevemos ni á acusar á la Providencia ni á responder à Dios. Solo sabemos que es así, porque nos lo enseña la historia de todos los siglos. Consuélanos en parte observar que la humanidad no deja de ir progresando siempre, aunque á veces parece retroceder.

Insensiblemente hemos ido abarcando en estas reflexiones sucesos que no son todavía de nuestro dominio histórico. Séanos dispensado, siquiera por si nos faltase despues tiempo y ocasion de hacerlas. Reanudemos el hilo de nuestro bosquejo historial.

Cuando estalló la revolucion de 1789, alarmáronse todas las potencias europeas, y se formaron aquellas coaliciones y comenzaron aquellas guerras que tantos triunfos proporcionaron á las armas de Francia, y tantos progresos dieron al movimiento revoluciona

suyo,

rio. Por que los hombres de la revolucion, exigentes y descontentadizos de exacerbados con la oposicion de dentro y con la resistencia de fuera, pasaban del entusiasmo al delirio, y del vigor y la energía al arrebato y al frenesí, y no habia ni concesiones que los contentáran ni fuerza que los contuviera. España se hallaba en una posicion escepcional. Era Cárlos IV. pariente de Luis XVI., vivia el Pacto de familia, y no estaba entonces el pueblo español ni en sazon ni en deseo de adoptar los principios que se proclamaban en el vecino reino. El mismo Floridablanca, ministro que Cárlos III. habia dejado como en herencia á su hijo, temia que invadieran la Península las máximas que del otro lado del Pirineo se ostentaban triunfantes. Y sin embargo, todo lo que el monarca y el gobierno español se atrevieron á hacer en favor del atribu'ado Luis XVI., fueron ardientes votos, tímidas reclamaciones y gestiones ineficaces, alguna de las cuales les valió una repulsa bochornosa de parte de la Convencion.

Solo despues del suplicio de aquel infortunado monarca se resolvió el gabinete de Madrid á declarar la guerra á la república, contra el dictámen del viejo y esperimentado conde de Aranda, á quien costó ceder el puesto ministerial á un jóven que habia opinado por la guerra. Este jóven, que pasó del cuartel de Guardias de Corps, casi con botas y espuelas, al pri~ mer ministerio de España en una de las más difíciles

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situaciones en que pudiera verse nacion alguna, obtenia ya un favor ilimitado del rey y de la reina. Opinó don Manuel de Godoy por la guerra, y la guerra se hizo. Alegróse la Europa, porque se añadia un guarismo más al número de las potencias enemigas de la Francia. España dió el primer paso en la carrera azarosa de los compromisos.

Felices al principio nuestras armas, les vuelve su espalda la fortuna en Tolon, donde por primera vez se da á conocer el genio de aquel Bonaparte que muy poco despues habia de asombrar al mundo. Los ejércitos republicanos nos toman nuestras plazas fronte rizas, y amenazan abrirse camino hasta Madrid. Asustado Godoy de su obra, ajusta la paz de Basilea, que nos costó la cesion de la parte española de Santo Domingo. El provocador de la guerra es condecorado con el título de Principe de la Paz. Sigue el famoso tratado de San Ildefonso. Alianza ofensiva y defensiva entre la monarquía española y la república francesa. Guerra con la Gran Bretaña que nos cuesta la derrota de nuestra escuadra en el fatal Cabo de San Vicente, y la cesion de la Trinidad en la paz de Amiens. La guerra y la paz con Francia, y la guerra la paz con Inglaterra, nos iban saliendo igualmente

y

caras.

La paz de Amiens fué un pasagero respiro. Encendida de nuevo la lucha entre Francia é Inglaterra, España sigue atándose al carro de la república, y otro

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