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destinada á aclimatarse en este suelo, y á ser el gérmen y el principio restaurador, no ya de su libertad primitiva, sino de otra lihertad más culta y más regularizada. Verémosla plantarse, desarrollarse, crecer, ocultarse á veces, resucitar despues, y bajo una forma ú otra, ó vencer ó protestar perpétuamente contra todo lo que tienda á destruirla. Aun conservan el nombre de municipios esas pequeñas repúblicas comunales que más adelante se crearon en España, aunque modificadas en su organizacion y en sus funciones.

Pero la civilizacion romana era demasiado imperfecta para que pudiera llenar los altos fines de la creacion. Era la civilizacion de la guerra, de la conquista

y

de la servidumbre, y el mundo necesitaba ya otra civilizacion más pura, más suave y más humanitaria. Sus dioses eran tan depravados como sus señores, y la humanidad no podia conso'arse con un Olimpo de divinidades inmorales, y con un gobierno de hombres que se decretaban á sí mismos la apoteosis, que divinizaban los crímenes, y hacian dar culto á las bestias. La antigua sociedad iba cumpliendo el plazo que le estaba marcado, porque su corazon estaba tan gangrenado como los ídolos, y tenia que morir. Era menester un grande acaecimiento que cambiára la faz del mundo y regenerára la gran familia humana. Esta obra estaba prevista: sonó la hora del cumplimiento de las profecías, y nació el cristianismo.

Y vino el cristianismo al tiempo que debia venir,

como todas las grandes revoluciones preparadas por Dios. Vino á dar la unidad al mundo, cuando la unidad se iba á disolver. Vino á reformar por la caridad una sociedad que la espada habia formado y que la espada destruia. Vino á predicar la abnegacion cuando la doctrina sensual del epicureismo amenazaba acabar de corromper á los hc:nbres, si algo les faltaba. Vino á inculcar el sacrificio incruento del espíritu cuando los sangrientos holocaustos humanos servian de placentero espectáculo á los hombres y á las matronas, y de alegre y sabroso recreo á las delicadas doncellas. Vino á enseñar que los esclavos que se arrojaban á pelear con las fieras y á servirles de pasto eran iguales á los emperadores ante la presencia de Dios. ¡Doctrina sublime!

Humilde al nacer el cristianismo, y lento en propagarse, como todo lo que está destinado á una duracion larga y segura va poco á poco minando sordamente el viejo y carcomido edificio de la gentilidad; poco a poco va subiendo desde la choza hasta el trono; á desde la red del pescador hasta la púrpura imperial. Pero todavía después de haber enarbolado Constantino sobre el trono de los Césares el lábaro de la fé, los cargos públicos se conservaban en manos paganas, el senado era pagano, y los decrépitos ídolos tenian la jactancia de estar en mayoría y de creerse inmortales. Todavía en las márgenes del Duero recibian Diana y Pasiphae la ofrenda de una vaca blanca inmolada en

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celebridad de la supersticion cristiana extinguida. Hombres y dioses se pagaban de estas ceremonias pueriles, mientras el cristianismo que daban por extinguido se iba infiltrando suavem ente en los corazones y ganándolos al nuevo culto.

La nueva religion encomienda su triunfo á la tolerancia y á la caridad: la vieja religion apela para sostenerse á las fieras y á los patíbulos. Constantino, emperador cristiano, ordena que no se inquiete á nadie, que cada cual siga la religion que más guste, y que paganos é infieles sean igualmente considerados: los emperadores y procónsules paganos gritan: «Cristianos, á las hogueras; cristianos á los leones.» ¡Qué contraste! Pero las llamas que consumen el cuerpo de una doncella inocente, encienden la fé en el corazon de sus compañeras, y ganan al cristianismo multitud de vírgenes. La cuchilla del verdugo cercena el cuello de una víctima, y los hombres de valor, al observar que la fé cristiana inspira e! heroismo, proclaman que ellos tambien quieren ser héroes, y antes se cansan los brazos de los sacrificadores que falte quien se ofrezca al sacrificio. Otros se refugian á las catacumbas: el cristianismo no se compone solo de mártires de héroes; y admite tambien en su seno á los pobres de espíritu.

y

El martirio no podia retraer de hacerse cristianos á los españoles, siendo los descendientes de aquellos antiguos celtiberos tan despreciadores de la vida. Así

fué. que además de los campeones de la nueva fé que de cada ciudad fueron brotando aisladamente en esta lucha generosa, solo Zaragoza bajo la frenética tiranía de Daciano añadió tantos héroes al catálogo de los mártires. que por no poderse contar se llamaron los innumerables. Esta ciudad, que dió innumerables mártires à la religion, habia de dar, siglos andando, innumerables mártires á la patria.

Acude luego la filosofía en apoyo del nuevo dogma, y la voz robusta y elocuente de los Ciprianos y los Tertulianos disipa las más brillantes utopias de los agudos ingenios del paganismo, los Sócrates y los Platones; y derraman la verdadera luz sobre el enigma de la vida, hasta entonces ni descifrado ni comprendido. El politeismo recibe con esto un golpe mortal, de que ya no alcanzarán á levantarle las doctrinas de la vieja escuela. Juliano, emperador filósofo y apóstata astuto, se propuso eclipsar las glorias de Constantino, y tuvo que resignarse á ser ejemplo y testimonio de que la idolatría habia acabado virtualmente. «¡Venciste, oh Galileo!» esclamó: emitió una blasfemia, y blasfemando proclamó una verdad.

Descuella en esta época sobre todas las figuras de su tiempo un personage bello y colosal. Sábio, virtuoso, activo y elocuente, tan enemigo del paganismo como de la heregía (que la heregía vino luego á luchar con la fé ortodoxa para depurarla en el crisol de la controversia), difunde la luz de su ciencia en los

concilios, preside con dignidad esas asambleas católicas, combate con vigor la heregía arriana, escapa de la amenazante cuchilla de los verdugos de Diocleciano, expone con valor á Constancio la doctrina de la separacion de los poderes temporales y espirituales, que el emperador oye con escándalo, y el mundo escucha por primera vez con sorpresa. A la edad de cien años cruza dos veces de una á otra estremidad el imperio, defendiendo siempre la causa del cristianismo. Este venerable y gigantesco personage era un español, era Osio, obispo de Córdoba. La España suministrando emperadores ilustres à Roma: la España suministrando prelados insignes á la naciente Iglesia.

Pero el politeismo, minado ya por la doctrina de la unidad, no habia de acabar de caer hasta que fuese derribado por la fuerza. El paganismo y el imperio, los desacreditados dioses y los corrompidos señores debian caer con estrépito y simultáneamente: engrandecidos por la fuerza, á la fuerza habian de sucumbir.

¿Más dónde está, y de dónde ha de venir esa fuerza que ha de derrocar el coloso? La Providencia, hemos dicho en el principio de este discurso, cuando suena la hora de la oportunidad dispone los hechos para el triunfo de las ideas.

Para eso han estado escalonados siglos há desde el Tanais hasta el Danubio, amenazando al imperio, ese enjambre de tríbus y de poblaciones bárbaras, lanzadas y como escupidas por el Asia hácia el Norte de

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