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Europa. Las más inmediatas constituyen como una barrera entre la barbarie y la civilizacion. Son los godos, vanguardia de otras razas más salvages todavía, que empujados por ellas se derraman como torrente devastador por las provincias romanas. Pelean, son rechazados, vuelven á guerrear y vencen. Cuando el emperador Valente quiso atreverse á combatirlos, expió su anterior debilidad siendo quemado por ellos dentro de una choza miserable. El imperio bambolea, y antes se desplomára, si el español Teodosio, último destello de las antiguas virtudes romanas, y glorioso paréntesis entre la corrupcion pasada y la degradacion futura, no detuviera con mano fuerte su ruina, que sin embargo no puede hacer sino aplazar. Porque los destinos de Roma se iban cumpliendo, y era llegado el período en que tenia que decidirse la lucha entre la sociedad antigua y la sociedad nueva. Llegan á eucontrarse de frente Honorio y Alarico, un emperador déy un rey bárbaro: el romano degenerado no tiene

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valor para soportar la mirada varonil del hijo del septentrion. El sucesor de los Césares huye cobardemente á Ravena, y deja abandonada la ciudad eterna á las hordas del desierto. Alarico humilla á la señora del munantes de destruirla, y Roma para pagar el precio en que un godo ha tasado las vidas de sus habitantes, despoja los templos de sus dioses y reduce á moneda la estátua de oro del Valor. Digna espiacion de Roma pagana y de Roma afeminada. Ella misma saquea sus

dioses, y el valor es inútil donde no ha quedado ya

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No contento todavía el bárbaro, entra á saco la ciudad del Capitolio, y la depredadora del universo es entregada á su vez à un pillage general.

La ciudad de los Césares han sucumbido, se acabaron sus héroes, y sus divinidades han sido hechas pedazos. El genio de la barbarie se enseñorea de la que fué centro de una civilizacion de bacanales y de asiáticos deleites. ¿Quién ha guiado al instrumento de la destruccion? El mismo Alarico lo reveló sin saberlo. Siento dentro de mí, decia el godo, una voz secreta que me grita: marcha y ve á destruir á Roina.» Era la voz de la Providencia: Alarico la sentia, pero el bárbaro no sabia su nombre.

¿Y qué significa la conducta de Alarico con los cristianos de Roma? El saquea, mata, derriba los ídolos, pero respeta los templos cristianos, perdona á los que buscan en ellos un asilo, é interrumpe el saqueo para llevar en procesion las reliquias de un mártir. Es que Alarico y sus hordas traen una mision más alta que la de destruir. Es el genio del cristianismo que se anuncia como el futuro dominador del mundo, y que ha de asentar su trono allí mismo donde le tuvo la proscripta dominacion pagana. Por eso estuvieron los godos tantos años en contacto con el imperio; porque era menester que cuando destruyeran lo que estaban llamados á conquistar, vinieran ya ellos conquistados

por la idea religiosa. Por eso la Providencia habia dispuesto que los primeros invasores de la Europa meridional y occidental fueran los godos, los menos bárbaros de aquellas tribus salvages, y los más dis-puestos á recibir un principio civilizador. Ya se columbran las ideas que regirán al mundo en los tiempos venideros. Ellos traen además el sentimiento de la libertad individual, desconocido en las antiguas sociedades, y que será el elemento principal de progreso en las sociedades que van á nacer.

Pero antes tiene que pasar la humanidad por dolorosas calamidades. Es el período más terrible porque ha tenido que atravesar el género humano, porque tambien es la mudanza más grande que ha sufrido. El individuo padecerá mucho en estos dias desgraciados, pero la humanidad progresará. Multitud de otras tribus bárbaras se lanzan como bandadas de buitres buscando presas que devorar, las unas por las regiones orientales, por las occidentales las otras del moribundo imperio romano. Suevos, alanos, vándalos, francos, borgoñones, hérulos, sarmatas, y tantas otras razas de larga y difícil nomenclatura, se desparraman desde el Vistula y el Danubio hasta el Tajo y el Bétis, llevando delante de sí la devastacion y el esterminio; y romanos, bárbaros y seinibárbaros se revuelven en larga y confusa guerra, en la Alemania, la Italia, las Galias, la España y hasta el Africa. A pesar de lo que se habia difundido ya el cristianismo, el

mundo llegó á sospechar si Dios habria retirado de él la mano de su providencia. Entonces se dejó oir desde las regiones de Africa la elocuente y vigorosa voz de un padre de la Iglesia, del obispo de Hipona, exhortando á la humanidad á que no desfalleciera en tanta angustia, y enseñando á los hombres que Dios habia querido castigar el mundo antes de regenerarle, y que tendrian un término sus dolores.

Ciertamente si la cólera divina hubiera tenido decretada más venganza, ningun instrumento hubiera podido elegir mejor para acabar de afligir la humanidad que el fiero gefe de los bunos, Atila, la más ruda figura histórica que han conocido los siglos. Mas cuando el feroz Atila se desprendió de los sombríos bosques de la Germania para venir á inundar con sus innumerables y salvages hordas la tierra ya harto ensangrentada por sus predecesores, entonces se oyó en Occidente ur a vez estruendosa, que proclamó: «no más bárbaros ya.» » Y aliándose como providencialmente romanos, godos, francos, los restos del mundo civilizado las nuevas razas en que se habia inoculado la fé, salen al encuentro al más formidable de todos los bárbaros, en los aampos de Chalons se traba la batalla más horrible y más famosa de que dan noticia los anales del mundo. Atila es derrotado, la sangre de los hunos hace salir de su cauce los rios; el leon del desierto se retira á su cueva, á cuya entrada desahoga en espantosos rugidos su rábia impotente: la barbárie ha sido

y

rechazada; los bosques germánicos cesan de arrojar salvages, y si algunos se desgajan todavía, son ya repelidos por los mismos pueblos asentados en territorio romano; y la humanidad recibió un consuelo vislumbrando que la civilizacion se habia salvado en aquella tremenda lid.

Durante esta angustiosa lucha de pueblos y de generaciones, el decrépito imperio romano, mutilado, atacado en su corazon y herido de muerte en su cabeza, va arrastrando una agonía prolongada. Despréndese cada dia algun giron de la vieja y gastada púrpura imperial. En Oriente se conserva un fantasma de poder, y el Occidente se asemeja á un cadáver palpitante. Odoacro reina al fin en Italia, y Roma concluye su mision. El imperio que comenzó por un hombre á quien el mérito hizo apellidar con el nombre divino de Augusto, termina en Occidente con otro hombre á quien por irrision y sarcasmo se aplicó el de Augustulo. Este miserable ni siquiera tuvo la triste gloria de ser llamado el último romano: este título se le habia arrebatado Aecio, postrer destello del antiguo valor de Roma.

Con toda esta ignominia acabó el imperio más poderoso que ha conocido el orbe.

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