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pamento, y poniendo fuego á las tiendas en que dermian los soldados, hizo perecer con el fuego y con la espada á cuarenta mil africanos. Quiso disfrazar la elevosía atribuyéndola á inspiracion de los dioses, y ofreció sacrificios á Vulcano; pero quedaron la historia y la posteridad para condenarla.

De todos modos Cartago se vió en la precision de llamar á su seno á Anibal, que aunque debilitado, todavía permanecia en Italia teniendo en respeto á Roma. ¡Cuán sensible debia ser al cartaginés renun ciar al bello país que habia recorrido por espacio de diez y seis años y en que habia ganado tantas glorias! Pero reconocia la justicia con que le reclamaba su patria, y no vaciló en volar en su socorro, no sin devastarlo todo su tránsito y sin ejecutar sangriená tas violencias.. Iba pues á pelear un Anibal con otro Anibal, un Escipion con otro Escipion: el genio de Cartago con el genio de Roma. Anibal llega á Africa: los dos insignes guerreros se ven, se acercan, entablan pláticas. Bajo el pabellon de una tienda de campaña se tratan los destinos del mundo. Resultó de la entrevista el convencimiento de que una de las dos repúblicas tenia que dejar de existir, y se encomendó de nuevo la decision á la suerte de las armas.

Dióse entonces la famosa batalla de Zama en que por fin el genio del grande Anibal sucumbió ante el genio del grande Escipion, y Cartago quedó hu

millada. Escipion hizo el mayor elogio de su rival, diciendo muchas veces que envidiaba la capacidad del vencido.

Duras fueron las condiciones de paz que el vencedor impuso á Cartago. La república vencida renunciaba á sus posesiones de fuera de Africa; daba en rehenes cincuenta principales señores de la judad escogidos por Escipion; se obligaba á pagar á Roma diez mil talentos de plata en cincuenta plazos, y lo que era más sensible, entregaba sus naves: de quinientas á setecientas fueron quemadas delante de la ciudad, y Cartago pasó por la humillacion y desconsuelo de ver arder aquellas naves con que no habia sabido impedir el desembarco de Escipion: comprometíase Cartago á no emprender ninguna guerra sin el beneplácito de Roma, y á volver á Masinisa todo lo que habian poseido sus mayores y á darle cien rehenes. A todo esto accedió aquella república que con su poder habia asustado al mundo. Así sucumbió Cartago.

Escipion volvió á Roma henchido de gloria y de riquezas. Delante de su carro triunfal llevaba al rey Siphax cargado de cadenas pero el viejo numida murió antes de entrar en la ciudad. Todos los honores de que podia Roma disponer se prodigaron al vencedor que recibió el sobrenombre de el Africano. Fué nombrado nuevamente cónsul. y despues censor. Celebráronse magníficas fiestas, y se decretó dar una

que ha

yugada de tierra á los soldados por cada año bian hecho la guerra en Africa ó en España (1).

(1) Creemos que el lector no llevará á enojo que le informe nos brevemente de la ulterior suerte que cupo a estos dos grandes hombres, Escipion y Anibal, que ya no volverán á figurar mas en los asuntos de España. Su historia encierra grandes lecciones para la humanidad.

Hemos indicado en el texto que Escipion tenia en el senado muchos envidiosos de sus glorias: achaque de todos los grandes hombres. Estas envidias fueron dando su fruto. Despues de los triunfos de España y Africa que acabamos de referir; despues de haber contribuido à mantener à Filipo, rey de Macedonia', y á Prusias, rey de Bitinia, en la alianza de Roma; despues de haberle sido debida la victoria que su hermano Lucio ganó en Magnesia contra Antioco, rey de Siria; despues de hecha con este rey una paz que aprobó el senado, à su regreso a Roma le esperaban ya acusaciones en lugar de honores. El austero, el duro Caton, su principal enemigo, le hizo llamar à la barra del pueblo. Compareció Escipion y dijo: Romanos, hoy mismo hace años que gané en Africa una brillante victoria contra el enemigo más terrible de la república. Hoy soy llamado á responder a los cargos de un proceso. Desde aqui voy al Capitolio à dar las gracias a Júpiter de que me haya proporcionado tantas ocasiones de servir gloriosamente á mi patria. Seguidme, romanos, y acompañadme a pedir á los dioses que os dén gefes que se me parezcan. Bien puedo usar este lenguaje, porque si es cierto que vuestras distinciones se han anticipado á mis años, tambien lo es que mis servicios han ido delante de mis recompensas. El pueblo se levantó

.

y le siguió entusiasmado: los tribunos acusadores se quedaron solos.

En otra ocasion calumniaba el mismo Caton su conducta con el rey Antioco, y en pleno senado le pedia cuentas de los gastos de las negociaciones. «Las cuentas, exclamó Escipion enseñando sus li«bros, aquí ostán: están corrienates y claras: pero no me hareis la injuria, ni os la hareis à vos mismo, de exigirmelas.. El senado pasó á otro asunto.

Ni aun su valor estuvo exento de las insinuacionec perfidas de sus enemigos. Decíanle que no sabia ser soldado. Cierto, respondía Escipion, pero he sabido siempre «ser capitan.>

Parece que para ponerse á salvo de los tiros de là envidia, hubo de retirarse á una modesta alquería, donde pasó el resto de su vida dedicade á los cuidados de la agricultura como otro Cincinnato, y á los estudios de la literatura griega á que habia tenido aficion desde su más tierna edad. Grande debió ser la ingratitud de Roma cuando en un momento de despecho le obligó a exclamar: Ingrata patria, no poseerás ni aun mis huesos: ingrata patria, ne ossa quidem mea habebis. Era un castigo para Roma privarla de las cenizas de un grande hombre. Murió Escipion en el mismo año que Anibal, el 572 de Roma.

No le estuvo reservada à Anibal mejor suerte. Al principio siguió dominando en Cartago, llegó

la suprema magistratura, é introdujo algunos cambios en el gobierdesarmada no de la ya pequeña república. Pero no permitiéndole su genio dejar de suscitar enemigos á Roma, se concertó para ello con el rey Antioco de Siria. Noticioso el senado romano, se quejó

al cartaginés, y temiendo Anibal ser entregado por sus propios compatricios, huyo secretamente à Siria, donde tomó una parte activa en la guerra de aquel rey con los romanos. Encontraronse Escipion y Anibal en la corte de aquel principe. En una de sus entrevistas le preguntó Escipion: Quién os parece el mayor de los generales que ha habido en el mundo? Alejandro, respondió Anibal.-¿Y despues de Alojandro? - Pirro, rey de Epiro.-¿Y el tercero?El tercero yo, respondió Anibal con arrogancia. -¿Y qué diríais si me hubierais vencido?-Enton«ces, contestó Anibal, me contaria yo el primero de todos.»

Como una de las condiciones de la paz con Antioco fuese la entrega de Anibal como promovedor

de la guerra, tuvo que fugarse igualmente de Siria, y buscar un asilo en Bitinia, a cuyo rey prestó tambien importantes servicios contra los aliades de Roma. Hasta allí le persiguió el odio de los romanos, y temiendo por la seguridad de su persona intentó escaparse: pero el rey rusias le tenia bien custodiado, y entonces aquel grande hombre, desesperando de poder librarse del hado cruel que le perseguia, tomó un tósigo que llevaba siempre consigo, y murió á la edad de sesenta años.

Tal fué el fin de aquellos dos ilustres rivales, de quienes dependieron los destinos de sus respectivas repúblicas, y que tanta influencia ejercieron en el de todo el antiguo mundo.

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CAPÍTULO VII.

FISONOMIA DE LA ESPAÑA PRIMITIVA.

Causas que influyeron en las primeras conquistas de España, y en que los españoles perdieran su independencia y su libertad.-Vanos y tardíos esfuerzos de algunos españoles por defenderlas.-Diferente conducta de los fenicios, de los cartagineses y de los romanos para con los españoles.—Gobierno y organizacion política de cada uno de los pueblos invasores.-Cómo influyó cada cual en la civilizacion de España.

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Si los iberos, dijo ya Estrabon (1), hubicran reunido sus fuerzas para defender su libertad, ni los cartagineses, ni antes que ellos los tirios, ni los celtas, llamados celtiberos hubieran podido subyugar, como o hicieron, la mayor parte de España.

El historiador gcógrafo comprendió bien la causa del éxito que tuvieron las primeras invasiones de pueblos estraños en el territorio español. Le faltó esplanarla, y lo haremos nosotros.

Habitadas estas regiones por otras tantas tribus independientes cuantas eran las diferentes comarcas en que su misma estructura geográfica las divide; pueblos todavía groseros y rústicos, regidos por dis

(1) Lib. III.

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