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de que su sucesor alcanzára en esta guerra glorias á que él habia aspirado en vano. Tropezamos aquí con otro testimonio de lo que era entonces la fé romana. Cuando llegó el cónsul Popilio, negó Pompeyo haber hecho aquellas paces, por lo menos con las condiciones que de público aparecian. Verdad era que el insidioso cónsul habia tenido la cautela de no firmarlas so pretesto de hallarse entonces enfermo; y por más que los numantinos apelaban al testimonio de los principales gefes y caballeros del ejército romano, enturbióse de tal manera el negocio que hubo de remitirse su decision al senado, el cual optó por la continuacion de la guerra: que la flaqueza de los senadores igualaba la indignidad y bajeza de los cónsules.

Fué primeramente Popilio contra los lusones, á quienes no pudo vencer. Volvió al año siguiente sobre Numancia (138), y hubiérale valido más haber admitido la paz que halló establecida Pompeyo. En cumplimiento de las órdenes con que le estrechaban de Roma, intentó un asalto en la ciudad. Ya estaban puestas las escalas sobre el débil muro: ni una voz, ni un ruido se sentia en la poblacion: profundo silencio reinaba en ella: parecia una ciudad deshabitada. Hízosele sospechoso á Popilio tanto silencio, y se retiró temiendo alguna estratagema. Temia con razon. porque saliendo repentinamente los numantinos á ayudarle en la retirada, arrollaron á los legionarios, y los

pusieron en desórden y en verdadera derrota (1).

Sucesos dramáticos va á ofrecer la historia de Numancia en los años siguientes. Decio Bruto habia sido enviado á la España Ulterior, donde los lusitanos habian comenzado á alterarse de nuevo. Vino á la Citerior el cónsul Cayo Hostilio Mancino (137). hombre de imaginacion tétrica, que turbada con funestos y fatídicos sueños, de todo auguraba desgracias y calamidades. Al tiempo de embarcarse para España creyó haber oido en el aire una voz que le decia: Detente, Mancino, detente. Las noticias que acerca de la fuerza de los numantinos traian de Roma sus soldados no eran menos siniestras. Y con esto y con esperimentar mas de una vez la realidad de su bravura, no se atrevian ya á mirar á un numantino cara á cara. Encerrados permanecian en su campamento, hasta que á la voz de que los vaccéos y cántabros venian en ayuda de los de Numancia, dióse prisa el cónsul á levantar los reales, y á favor de las sombras de la noche se apartó de una ciudad donde creia no esperarle sino desventuras. Una casualidad descubrió su fuga.

Dos jóvenes numan'inos amaban ardientemente á una misma doncella. No queriendo el padre desairar á ninguno de los dos mancebos, propúsoles que se internasen los dos en el campo roniano. y aquel que

(1) Frontin. Estratag. III.

primero tuviera valor para cortar la mano derecha á un enemigo y traérsela, obtendria la de su hija y se la daria en matrimonio. Salieron los dos enamorados jóvenes, y como hallasen con sorpresa suya el campamento romano desierto y solo, regresaron apesadumbrados como amantes, y gozosos como guerreros, á dar noticia de aquella impensada novedad. Tomaron entonces las armas con nuevo aliento los numantinos, y salieron en número de cuatro mil en busca de aquellos cobardes fugitivos.

Avanzaron hasta encontrarlos, y empujándolos de posicion en posicion redujéronlos á una estrechura, donde no les quedaba otra alternativa que entregarse ó morir. Mancino pidió la paz. No faltaba generosidad á los de Numancia para otorgarla, á pesar de no haber recibido de Roma sino deslealtades y agravios Así ahora imitando el ejemplo de Intercacia cuando no quiso fiarse del cónsul Lúculo ni entenderse para las capitulaciones sino con su lugarteniente Escipion (1), tampoco quisieron los numantinos ajustar tratos sin la intervencion del cuestor Tiberio Graco, acordándose de la exactitud con que su padre habia hecho ratificar otra paz en el senado. Vino en ello el cuestor, y concertóse que Numancia seria para siempre ciudad independiente y libre, y que el ejército romano entregaria á los numantinos todo el ba

(1) Cap. I. de este libro.

gaje, máquinas de guerra, alhajas de oro y plata y demás objetos preciosos que poseia: único medio de salvar las vidas á más de veinte mil hombres que el hambre tenia reducidos al postrer apuro.

Pareció muy bien esta paz al consternado y desfallecido ejército; no así al senado, que comprendió todo el baldon que tan afrentoso tratado echaba sobre la república: y como los padres conscriptos estaban lejos del peligro y no los alcanzaba la miseria, importábales poco que pereciesen veinte mil guerreros romanos con tal de que no se dijese que el pueblo más poderoso del mundo se humillaba á recibir la ley de un puñado de montañeses españoles. Rompióse, pues. solemnemente el pacto como injurioso é indigno, sin que valieran al cuestor Graco sus esfuerzos porque se cumpliese lo tratado y por demostrar la necesidad crítica en que se habia hecho. Cierto que la odioridad del pueblo romano cayó toda sobre el desgraciado Mancino, á quien se condenó á ser entregado á los de Numancia desnudo y atado de piés y manos. Inútiles fueron tambien los buenos oficios de Graco para salvar al cónsul de tan vergonzoso castigo. El desventurado Mancino sufrió la afrenta de ser colocado en aquella actitud á las puertas de Numancia, donde permaneció todo un dia desahuciado de sus conciudadanos y no admitido por los enemigos. Porque los generosos numantinos, no creyendo aquella suficiente satisfaccion del rompimiento del tratado, ni queriendo

vengarse en un inocente desarmado y desnudo, ultrajado por la altivez de su ingrata patria, rehusaron admitirle. Lo que ellos pedian era, ó que lo pactado se cumpliese, ó que se repusieran las cosas en el ser y estado que tenian cuando se hizo el ajuste, entregándoles los veinte mil hombres que tuvieron la tuvieron la generosidad de perdonar. La peticion era á todas luces justa, pero se la hacian á Roma (1).

Llevaba ya Numancia vencidos tres cónsules en tres años y celebrados dos tratados de paz cuando vino Emilio Lépido en reemplazo de Mancino (157). Bajo el pretesto de que habiau abastecido á los numantinos durante la guerra, acometió este cónsul á los vaccéos y puso sitio à Palencia. Ya los palentinos le habian forzado á levantarle, pero no contentos con esto hicieron sin ser sentidos una irrupcion en su campo, y le materon hasta seis mil hombres. Dos legados de Roma vinieron á intimarle que dejára á los vaccéos y atendiera á Numancia. Pero Numancia vió pasar un consulado más, y Roma vió regresar de España otro cónsul sin haber ganado más mérito que la derrota de Palencia y las estafas de que fué públicamente acusado.

Reemplazole Lucio Furio Philon (136), que no hizo otra cosa que ejecutar el castigo de Mancino, indisponer con él á sus propios soldados, contemplar á

(1) App., De Bell. Hisp., p. 511. Saint-Real, Hist. de este tratado. Tit. Liv., Epitom. Patterc., lib. II.

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