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asombroso de grandeza y de esplendor. El primero es el reinado de la conquista y de la magnificencia; el segundo es el imperio de las letras y de la cultura. Abderrahman III., el Magnifico, el primero que toma el título de Califa á imitacion de los de Damasco, el Iman, el Emir Almumenin, acaba con todas las sediciones intestinas, gana á Toledo, último atrincheramiento de los rebeldes, destruye en Africa los califatos de Fez y de Cairwan, y teniendo con una mano sujeta el Africa, y ejerciendo con otra un protectorado discrecional sobre todos los estados cristianos de España, ve desde el fantástico palacio de Zahara, mansion de maravillas, de voluptuosidad y de deleites, postrarse á sus piés embajadores de los Césares de Oriente y de los emperadores del norte de Europa, venir á solicitar su amistad los representantes de los soberanos de Francia, de Borgoña y de Hungría, acogerse á su patronato y apoyo el conde de Barcelona y el rey García de Navarra, á Sancho el Gordo de Leon ir á buscar á Córdoba los recursos de la medicina y la tutela del califa, á Ordoño IV. el Malo pedir un rincon del vasto imperic mu sulman en que acabar triste y oscuramente sus dias: aliados, en fin, cuya flaqueza le garantía su fidelidad ó protegidos que le debian su corona y le retribuian una dependencia y sumision moral. Alhakem II. amparador de las letras y protector de los doctos, sustituye las bibliotecas á los campos de batalla, los cantos poéticos al ruido de los atabales, los certámenes literarios á los

combates sangrientos, y las academias á los triunfos del alfange; lleva á las musas á habitar á su alcázar; y sus graciosas esclavas Rhedya, Aischa y Maryem, recuerdan las Safos, las Aspasias y las Corinas de los bellos tiempos de Grecia. Era el uno el César, y el otro el Augusto del imperio musulman. Desgraciada estrella tenia que lucir á los cristianos.

Eclipsase esta casi totalmente con Almanzor, el grande, el guerrero, el victorioso; genio privilegiado y conjunto admirable de tacto político, de talentos literarios y de intrepidez bélica, que en veinte y circo años gana cincuenta batallas á los cristianos, cayendo sobre ellos como un meteoro abrasador de incierto rumbo, y reduciendo su reino casi á los estrechos confines del tiempo de Pelayo. Las campanas de la catedral de Compostela son trasportadas á Córdoba en hombres de cautivos cristianos para servir de lámparas en las naves de la grande aljama, y hasta las reliquias de los santos y los huesos de los mártires, conducidos por monarcas fugitivos, van á buscar un altar seguro en las cuevas y rocas inaccesibles de Astúrias.

No hay al parecer medio humano que pueda salvar la causa de la independencia y la causa del cristianismo. Pero le habrá: porque no es la civilizacion de Mahoma la que está llamada á alumbrar la humanidad, ni el astro que ha de guiarla en su carrera. Caerá el coloso, porque la Providencia vendrá otra vez en ayuda de este pobre pueblo, que por lo menos ha

tenido el mérito de no desconfiar nunca de la justicia y de no desmayar jamás en la fé.

La comun necesidad y peligro inspira á los príncipes cristianos el pensamiento, aunque harto tardío, de la union, y deponiendo rivalidades y discordias, se determinan á arriesgar en una batalla y á jugar en un dia sus comunes destinos, los destinos de ambos pueblos, los destinos de la cristiandad. Los ejércitos se avistan, se encuentran en los campos de Calat-Añazor (la cuesta de las Aguilas), y se traba la terrible pelea.... O las ataqueviras de los soldados de Mahoma no han llegado á Allah, ó Allah ha sido impotente ante el Dios de los cristianos, y Almanzor el Victorioso ha dejado de ser el Invencible. Almanzor deja de existir y es enterrado en Medinaceli, en la caja de polvo que habia ido recogiendo del que sacaba en sus vestidos en cada batalla. Aquel polvo cubria veinte y cinco años de gloria suya y un dia de gloria para los cristianos. El desastre de Guadalete ha sido vengado en CalatAñazor. Ahora como entonces se oye un quejido de dolor en toda España; pero ahora es la España musulmana la que se lamenta. La España cristiana hace resonar las bóvedas de sus templos con el himno sagrado la Iglesia destina á dar gracias á Dios que por las prosperidades de la cristiandad.

Con razon se vistió de luto el pueblo musulman, porque la muerte de Almanzor era la muerte del imperio. Su desprestigiado califa Hixem, soberano sin

autoridad y niño de por vida, esclavo en su alcázar y rodeado de muchachos y de jóvenes y mugerzuelas, sirve ya solo de miserable juguete á los que se dispu tan la herencia de un trono, ni vacante en realidad, ni en realidad ocupado; pregónanle muerto ó le proclaman vivo ó resucitado, le enseñan ó le esconden al pueblo á manera de maniquí, segun conviene á las miras de un pretendiente astuto ó de un eunuco de palacio. El trono de Córdoba se hace presa del más atrevido usurpador, como el de Roma en tiempo del Bajo Imperio. Se desencadena el odio de tribus, y se devoran entre sí disputándose con horroroso encarnizamiento los despojos del Califato que se desmorona. Desaparece la noble raza de los Beny-Omeyas, y sobre las ruinas del poco ha tan soberbio imperio, se levantan tantos reyezuelos como son los walies y las ciudades musulmanas.

Entretanto los monarcas cristianos se contentan con ser solicitados por los competidores al trono musulman, con inclinar la balanza al lado donde arrojan su espada, y con hacer reyes á los mismos que pudieran hacer vasallos. Sin embargo, se restaura la basílica de Compostela; Leon se reconstruye; los desmantelados muros de Zamora se reedifican. Alfonso V. de Leon puede celebrar ya un concilio en la resucitada ciudad. Los Berengueres de Cataluña dominan desde Rosas hasta la embocadura del Ebro. Aragon se constituye. Sancho el Mayor de Navarra dilata prodigiosa

mente su diminuto estado. Padre de reyes y repartidor de reinos, hace á Fernando primer rey de Castilla. Fernando se ciñe las dos coronas de Castilla y de Leon, y somete á tributo á los emires independientes de Toledo, Zaragoza, Badajoz y Sevilla. Por último, Alfonso VI., rey de Castilla, de Leon y de Galicia se apodera del primero y más inespugnable baluarte de la España sarracena, de la inmortal Toledo. La antigua córte de la España gótica vuelve á ser la capital de la España cristiana. Es el 25 de mayo de 1085.

VII.

El imperio ommiada ha caido. Se ha desplomado desde la cumbre del poder, casi sin declinacion, casi sin gradacion intermedia entre su mayor grandeza y su total ruina. ¿Cómo descendió desde la cúspide al abismo? El prodigio de su engrandecimiento esplica el de su caida. Las relevantes cualidades y especiales talentos de sus califas lo habian hecho todo. La grandeza moral del pueblo no existia; estaba toda en el gefe del Estado. El peso del edificio cargaba sobre la

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