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del Vaticano, se vé obligado á hacer penitencia pública, y á restituir á la Iglesia los bienes que llevado de un celo religioso habia tomado para subvenir á los gastos de la cruzada contra los sarracenos. Mas tarde deja penetrar Alfonso VI. en la Iglesia y reino de Castilla la doctrina de la soberanía universal de los papas, tan arrogantemente sostenida por Gregorio VII.,

el

gran invasor de los poderes temporales. El campo escogido para esta primera tentativa fué el reemplazo del breviario gótico ó mozárabe tan querido de los españoles, por la liturgia romana. En vano clamó el pueblo porque se le conservára un ritual, que miraba como el símbolo de sus glorias. El clamor popular, el juicio de Dios, y la prueba del fuego, que se pronuncian en favor del rito Toledano, se estrellaron contra la obstinacion del monarca, que resuelto á complacer al pontífice, decretó la abolicion del breviario mozárabe y la adopcion del romano. El pueblo, entre indignado y lloroso, exclamó: Allá van leyes do quieren reyes. Y la frase adquirió desde entonces en España una celebridad proverbial. Las vicisitudes que desde esta primera victoria del poder papal sobre los reyes y las libertades de la Iglesia de Castilla esperimentó en lo de adelante, segun las ideas de cada siglo y el humor de cada monarca, forman una parte muy esencial de la historia de nuestro pueblo.

Bajo la influencia de una reina francesa y á la sombra de un primado de Toledo, tambien francés, y

monje de Cluni como Gregorio VII., hace al propio tiempo su irrupcion en Castilla la milicia Cluniacense, que al poco tiempo invade las mejores sillas episcopales de la Iglesia española. Y bajo el mismo influjo dos condes franceses, soldados aventureros que vienen á buscar fortuna á España, obtienen la mano de dos princesa s españolas, y se hacen troncos de dos familias de reyes, de Portugal y de Castilla.

VIII.

Era destino de España tener que luchar y combatir siglos y siglos; con estrañas gentes antes de alcanzar su independencia, con sus propios hijos antes de lograr la unidad.

Cuando derrocado el imperio Ommiada y conquistada Toledo, parecia no restar á las armas cristianas sino volar de triunfo en triunfo, viene otra irrupcion de bárbaros mahometanos, los africanos Almoravides, numerosos como las arenas del mar que han atravesado. Terribles fueron sus primeros ímpetus. En Zalaca hacen rodar las cabezas de cien mil guerreros cristiaes perece la flor de la nobleza castellana,

y pierde Alfonso su tierno hijo Sancho, único heredero varon del trono de Castilla, luz de sus ojos y solaz de su vejez, como él le llamaba. No sucumbió, pero alejóse por indefinidos tiempos el triunfo de la independencia española.

Y cuando parecia que el enlace de Urraca de Castilla con Alfonso de Aragon habria de ser el lazo que uniera ambas coronas y el preludio de una próxima unidad nacional, frústranse todas las esperanzas y fallan todos los cálculos de la prudencia humana. El génio impetuoso y áspero del aragonés, y las facilidades y distracciones poco disimuladas de la reina de Castilla, convierten el consorcio en manantial inagotable de discordias y agitaciones, de guerras y disturbios, de tragedias y calamidades sin cuento, en Castilla y Aragon, en Galicia y Portugal, entre esposo y esposa, entre madre é hijo, entre princesas hermanas, entre prelados y nobles, entre vasallos y soldados, de todos los reinos, de todos los bandos y parcialidades: laberinto intrincado de bastardas pasiones, y episodio funesto qne borraríamos de buen grado de las páginas histó: icas de nuestra patria. Matrimonio fatal, que difirió por mas de otros trescientos años la obra apetecida de la unidad española; hasta que otra reina de v otro rey de Aragon, més virtuosos y más faliz consorcio, enlazáran

Castum

simpáticas, y unidos en mas

indisolublemente las dos diademas. ¡Pero han de trascurrir trescientos años todavía!

Por ventura ese mismo monarca aragonés, grande agitador de la Castilla, revuelve luego sus armas contra los infieles, y dáse tal prisa á batallar que con razon se le aplica el sobrenombre de Batallador. Conquista á Zaragoza de los Almoravides, la hace capital del reino, y ensancha el Aragon hasta los términos que hoy tiene. Veníanle estrechos al hazañoso aragonés los límites de la Península, y con igual arrogancia salva las Alpujarras y saluda las costas del otro continente, que franquea los Pirineos y toma á Bayona. La batalla de Fraga privó á España de este robusto brazo.

Una solemne fiesta religiosa se celebraba en la catedral de Leon poco antes de mediar el siglo XII. Un personage, que llevaba en sus hombros una rica vestidura primo. osamente trabajada, era conducido al al tar mayor entre el rey de Navarra y el prelado de la diócesis. Colocábase en sus manos un cetro; en su cabeza una corona imperial de oro puro guarnecida de piedras preciosas. Entonábase el Te Deum, y las bovedas del soberbio santuario resonaron al grito de: Vi a el emperador Aifonso! España tenia ya un emperador y este emperador era el hijo de Urraca, Alfonso VII., que sin ser mas que rey de Castilla se encontraba una especie de rey de reyes y gefe de príncipes y soberanos. Rendianle vasallage los emires de las principales ciudades musulmanas: el rey monge de Aragon se habia puesto bajo su dependencia: el de Navarra le daba por su mano la investidura imperial: reconocíanle su

primacía los condes de Barcelona, de Portugal, de Tolosa, de Provenza y de Gascuña, y el imperio castellano se estendia desde el Tajo hasta el Ródano y desde Lisboa hasta Burdeos. ¡Admirable engrandecimiento, que no era de esperar tras el turbulento y aciago reinado de Urraca! ¡Por Dios vivo, esclamó el rey Luis el Jóven de Francia, cuando vino á visitar á Toledo, que no he visto jamás una córte tan brillante, y que sin duda no existe igual en el universo!» Aun rebajando la parte hiperbólica con que acaso el esposo de Constanza quisiera lisonjear á su suegro Alfonso, dedúcese todavía ia brillantez que habia alcanzado la córte de Castilla, tan modesta no hacia muchos años.

Verificanse á poco importantes cambios en la España cristiana. La union de Aragon y Cataluña bajo un solo cetro hecha en sazon oportuna por medio de un acertado matrimonio, convierte los dos estados en un vasto y poderoso reino, que veremos irse saliendo fuera de sí mismo, difundirse por Europa, dominar en el Mediterráneo, dar reyes á Nápoles y Sicilia, agregar coronas á coronas y traer á España la mitad de Italia.

En cambio Portugal se emancipa de Castilla y se erige en reino independiente. Desde entonces aquel reino, especie de giron violentamente rasgado del manto real de España, floron arrancado de la corona de Castilla, enmienda hecha por los hombres á las leyes

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