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han escrito historias particulares de reinos ó reinados, de provincias, de ciudades, de príncipes, de dinastías, de órdenes religiosas, de instituciones y de familias, memorias, sinopsis, compendios, ilustraciones, adiciones y anotaciones. Débense á algunos institutos religiosos trabajos importantísimos. Hemos tenido nuestros monjes de San Mauro: nuestros Montfaucon, nuestros Bouquet y nuestros Calmet, han sido el venerable y eruditísimo agustino Florez, y los ilustrados continuadores de la España Sagrada. Las Memorias de la Academia de la Historia contienen discursos llenos de erudicion, y elucubraciones importantes de épocas oscuras y de cuestionados puntos históricos. Son infinitas las obras de más ó ménos mérito, que se deben á la laboriosidad de hombres aislados, y cada dia ven la luz pública colecciones de documentos que se van exhumando de los archivos, tambien con más ó ménos criterio ordenados. Materiales inmensos; ningun edificio concluido.

La Sinopsis histórica del presbitero Ferreras es una narracion desnuda de todos los atavíos de la historia. Este laborioso y apreciable escritor, por ser demasiado cronologista, se hizo un seco ensartador de hechos sin hilacion ni travazon alguna, cuya lectura solo puede soportar el que tenga precision de hacer sobre ella un estudio comparativo. Pecó Masdeu por el estremo opuesto en su Hstoria Crítica. Disertador difuso mas que historiador razonado, dejóse llevar del afan de lucir su genio crítico, su indisputable erudicion, y su diccion generalmente fácil, armoniosa y correcta; y su obra, más que á historia de España, se semeja á una abundante coleccion de discursos académicos enderezados á refutar tradiciones recibidas ú opiniones generalizadas, y sabido

es hasta qué punto se dejó arrastrar del amor á las novedades y de la pasion de la singularidad. Sus veinte volúmenes no llegan á la mitad de los que hubieran debido ser segun las dimensiones de su plan. El dean Ortiz, por el contrario, redujo su historia á tan cortas proporciones, que él mismo la llamó Compendio histórico-cronológico; eslabon intermedio entre las historias generales y los compendios. No es ciertamente la crítica filosófica lo que resalta en ella. El docto canónigo Sabau y Blanco, presentándose como modesto ilustrador de Mariana, tejió bajo el humilde título de Tablas Cronológicas, una nueva narracion de hechos, desde los tiempos más remotos hasta la muerte de Cárlos III. Ingirió, digámoslo así, una historia en otra, como quien reconoce la necesidad de reemplazar la antigua, y no tiene resolucion para formar una nueva; y por timidez ó por otras causas, no acierta á ponerse á la altura de su siglo, acaso con elementos para ello.

Sensible es en verdad que habiendo tenido España en los siglos XVI y XVII historiadores que podian competir con los mejores que entonces poseian los demás pueblos de Europa; un Zurita, á quien llamaron algunos el Tácito español; un Mariana, á quien se comparaba á Tito Livio; un Mendoza, que se propuso competir con Salustio; un Solís, á quien podemos llamar el Curcio español, quedára despues tan rezagada en punto á literatura histórica respecto á aquellos mismos paises. Y es que precisamente empezaron á decaer en España las letras cuando en el resto de Europa comenzó á florecer le filosofía, y siguió nuestro país, como en la marcha política ha solido acontecerle, un movimiento inverso al de las demás naciones.

Томо 1.

2

En el siglo presente es cuando algunos celosos é ilustrados ingenios españoles han procurado levantar de su postracion este ramo de nuestra literatura, y alcanzado honroso nombre y merecida fama con historias particulares de reinos ó provincias, de dominaciones ó de reyes, de instituciones religiosas ó políticas, de los códigos de nuestra legislacion, y de otras materias y asuntos interesantes y propios para aclarar nuestra historia. Hánlo desempeñado ya con otro criterio y otra filosofía que la que pudieron alcanzar los escritores de los precedentes siglos. Capmany, Llorente, Marina, Toreno, y otros aun más modernos, cuyos luminosos escritos tendré muchas ocasiones de citar en mi obra, han hecho servicios eminentes á la historia nacional. Materiales y auxilios son de gran precio; pero es lástima que tan esclarecidos varones no hubieran acometido la empresa de dotar á su patria de una historia general.

Más cuidadosos ó más arrojados las estrangeros, parece haberse propuesto ó enmendar la incuria ó suplir la irresolucion de los ingenios nacionales que pudieran haberlo hecho con éxito. En obsequio á la imparcialidad debo decir que en algunas de sus obras he hallado erudicion vasta, sensatez en sus juicios, no escasa copia de datos, método en la ordenacion, y mas conocimiento de las cosas de España que el que por lo general han mostrado otros estrangeros que de ella han escrito, no pocos en verdad con asombrosa y culpable ligereza. Merecen en mi dictámen no ser comprendidos en el número de estos últimos, antes con mas razon ser incluidos entre los primeros, los historiadores generales de España Dunham, Romey, Roseew Saint-Hilaire, y los particulares Robertson, William Prescott, Weis, William Coxe, to

dos adornados de preclaras dotes y de mérito distinguido aunque no igual. Así de estos como de nuestros autores nacionales he adoptado y tomado en ocasiones varias ó palabras ó pensamientos, cuando he creido que no podrian espresarse mejor, como me separo de ellos ó los impugno en los puntos en que me han parecido inexactos, ó en los juicios á que no me ha sido posible conformar los mios.

Resultando de este rapidísimo exámen ser la obra del P. Mariana la única historia general española que poseemos, resta solo, para justificar mi ardua empresa, inquirir si aquella llena las condiciones que los progresos literarios, el gusto de la época y las nuevas necesidades intelectuales reclaman hoy en las obras de este género.

No puede negársele al sabio jesuita ni la gloria de haber sido el primer historiador general español, ni el mérito de haber recopilado, ordenado y reducido á un cuerpo de historia los infinitos materiales que andaban dispersos, ni la honra de haber borrado la nota de descuido que entonces nuestra nacion padecia. Hizo en efecto Mariana con los cronistas é historiadores que le precedieron, algo semejante á lo que habia hecho Tito Livio con los antiguos analistas romanos, reducir á forma histórica lo que en ellos halló escrito; llevando tan adelante la imitacion de su modelo, que le siguió hasta en lo de hacerse inventor de bellas arengas, dando una enojosa uniformidad á las prolijas oraciones que pone en boca de los caudillos de todos los tiempos, y sacrificando así la verdad y hasta la verosimilitud histórica al empeño de lucir la gallardía del lenguage.

Poseía en verdad Mariana locucion castiza y pura, sencillez, limpieza y dignidad en el decir; y no le faltaba

ni erudicion, ni talento claro, ni ideas nobles, ni discrecion y rectitud de juicio. Creo además que hizo todo lo que se podia hacer en su tiempo, y sospecho que si hubiera vivido en el presente siglo, hubiera podido componer una historia capaz de satisfacer sus exigencias. Acaso hizo sin intentarlo mas de lo que se habia propuesto, á juzgar por lo que él mismo dijo á su amigo Lupercio de Argensola: «Yo nunca pretendí hacer una historia de España, ni examinar todos los particulares, que fuera nunca acabar, sino poner en estilo lo que otros tenian juntado como materiales de la fábrica que pensaba levantar. »

Pero Mariana no podia eximirse de participar de las ideas dominantes de su siglo. Achaque del tiempo será ciertamente, mas que culpa suya, el haber admitido, fuese por credulidad propia ó por timidez y respeto á aquellas mismas ideas, tantas fábulas y consejas, tantos errores vulgares y tradiciones absurdas, algunas de tal naturaleza, que él mismo se vió obligado á hacer aquella célebre confesion: plura transcribo quam credo. Y no hizo poco si dejó traslucir á veces su perplejidad en dar ó no asenso á los cuentos que refiere como acreditados entre el vulgo, ó hablillas y patrañas que él decia. Aun así deslizáronsele en gran número, que han ido recibiendo una especie de sancion popular, por lo mismo de hallarse por tan grave autor consignadas. Lo que pudo no ser defecto en aquel tiempo, fuera un anacronismo contra las leyes del progreso intelectual pretender mantenerlo en el siglo XIX.

Hiciérase mas excusable esta falta supliéndola en mucho la discrecion del lector moderno, que no en todos puede suponerse, si la compensára por otra parte

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