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necesitaria dedicar á esto solo una vida más larga que la que comunmente se concede á los hombres. Aun así, podré rectificar varios errores históricos admitidos por mis predecesores.

Con estos títulos me presento al público: él los apreciará en lo que valgan.

Diré algo acerca del plan y sistema que me propongo seguir.

«Desde la invencion de la imprenta hasta nuestros «dias, dice el ilustrado Thierry, tres escuelas históricas «han florecido sucesivamente; la escuela popular de la «edad media, la escuela clásica ó italiana, y la escuela «filosófica, cuyos gefes gozan hoy una reputacion euro«pea. Como hace doscientos años se deseaba para la «Francia los Guicciardini y los Dávila, se le desea en «estos momentos los Robertson y los Hume. ¿Es cierto «que los libros de estos autores presenten el tipo real y «definitivo de la historia? ¿Es cierto que el modelo á que «la han reducido nos satisfaga á nosotros tan completa«mente como satisfacia á nuestros antepasados el plan «de los historiadores de la antigüedad? No lo creo: creo, «por el contrario que esta forma enteramente filosófica «tiene los mismos defectos que la forma absolutamente «literaria del penúltimo siglo.»

Estoy de acuerdo con esta última observacion. La historia descriptiva, en que no ha tenido competidor Mr. de Barante, y la historia puramente filosófica, al frente de cuya escuela marcha el ilustre Hegel, la una desatendiendo á la especie por ocuparse del individuo, la otra haciendo olvidar al individuo por ocuparse toda de la especie, tienen inconvenientes igualmente graves. Pienso que el lector desea que se le den á conocer am

bas cosas, y el acierto estaria en maridar en lo posible ambos sistemas.

Como no me propongo escribir para los doctos, que podrian ellos mismos iluminarme con sus juicios, sino para que aquellos que ó necesitan de guia ó no tienen tiempo para meditar sobre los hechos y deducir las consecuencias de los principios, tengo por insuficiente la historia que se limita al simple relato de los sucesos, desechando toda fórmula histórica y abandonando á la inteligencia del lector las inducciones y aplicaciones. Aun supuesta la más imparcial y exácta pintura de las acciones buenas ó malas de los hombres, ¿bastaria esto para llenar los altos fines morales de la historia? Frialdad culpable pareceria esta imparcialidad cuando se trata de pintar el vicio ó la virtud, y así podria conducir al escepticismo en asuntos de religion, como al indiferentismo político en negocios que tocan al amor de la patria. ¡Triste y desconsoladora imparcialidad la de un Suetonio contando friamente las torpezas del lecho imperial! Déjese, pues, al historiador, ó indignarse contra los crímenes, ó gozarse de ensalzar las acciones virtuosas, comparar, discurrir y hacer notar las consecuencias de unas y otros en mal ó en bien de los estados.

En vista, pues, de que ninguno de los sistemas que gozan más boga satisface cumplidamente ni carece de inconvenientes y defectos, considerada la ineficacia de los preceptos y reglas que tantos autores han dado desde Luciano hasta Mably, desde D'Alembert y Voltaire hasta Mr. de Bonald, bien puedo sin vacilar seguir el consejo del elocuente autor de los Estudios Históricos cuando dice: «Si bien es útil tener principios fijos al to"mar la pluma, es una cuestion ociosa preguntar como

«debe escribirse la historia: cada historiador la escribe «segun su propio génio..... todos los modos son buenos «con tal que sean verdaderos..... Escriba, pues, cada «cual como vé y como siente.....»

y

Usando de esta justificada libertad, el órden que he adoptado es referir primero y deducir despues; estudiar los hechos y ver si los resultados de la esperiencia confirman los principios y si estos esplican aquellos. Como mi objeto es dar á la historia la mayor claridad posible, é imprimir en la memoria de los lectores del modo más. permanente así el conocimiento de los sucesos como el de su influjo en las modificaciones políticas del país, no he querido interponer largas distancias entre la relacion las reflexiones, ni tampoco interpolarlas tan de cerca que hagan la narracion truncada y falta de unidad, distrayendo contínuamente la atencion del lector, y haciéndole perder el hilo de la accion. Así creo conciliar las ventajas de ambas escuelas, y obviar el inconveniente que Thierry nota en este método, suponiendo que se desprecia la narracion por reservar el vigor para los comentarios; «y que cuando el comentario llega no ilustra nada; porque el lector no le liga á la narracion de que el escritor le ha separado.» Así seria, si los resultados morales ó políticos se separáran tanto de los hechos que el lector no pudiera ligarlos sin poner en tortura su memoria, ó sin obligarle á hacer una nueva lectura de los sucesos. Mas es precisamente lo que me he propuesto evitar. Mucho desearia haberlo logrado. Tengo aun por más embarazoso y fatigante ingerir en el relato histórico observaciones que á las veces tienen que ser prolijas, tales como el exámen más ó ménos analítico de un código de nuestra legislacion, el de la influencia del

espíritu religioso en la organizacion política y civil del pueblo, y otros cuadros que exigen detenidas consideraciones. Estas piden un lugar aparte. Por lo menos colocado yo en el lugar del lector, agradeceria encontrarlas separadas. No es posible medir á todos por la regla propia, pero hay que seguir la que parece más natural.

En cuanto al principio que impulsa la marcha de la humanidad, no puedo conformarme con la escuela fatalista que considera todas las catástrofes como necesarias, que desvanece toda esperanza y que seca todo consuelo, aunque marchen al frente de esa escuela hombres tan ilustrados como Thiers y Mignet. Acojo gustoso la ley de la Providencia con Vico, y coloco todo los pueblos bajo la guia y el mando de Dios con Bossuet. Esplicaré más este principio en el discurso preliminar.

He citado á Bossuet, y debo rectificar una idea que ha hecho formar de la historia este sábio escritor. «En la «historia (dice) es donde los reyes, degradados por la "mano de la muerte, comparecen sin córte y sin séquito «á sufrir el juicio de todos los siglos.» Desde entonces. se ha repetido cien veces que la historia es el espejo en que los reyes ven la imágen de sus defectos. No, no est esto solo la historia. No han sido solos los reyes los opresores de la humanidad. Tambien han solido serlo á su vez los pueblos cuando han ejercido la soberanía absoluta: tambien lo han sido otras clases de la sociedad: todas han tenido aduladores, y todos deben comparecer en las páginas de la historia á sufrir ese juicio imparcial y severo, porque sus lecciones se dirigen á todos, y la historia condenará siempre el fanatismo, la

iniquidad, la ambicion, el despotismo, la licencia, las guerras injustas, ya las promueva un monarca orgulloso, ya las suscite una multitud ciega y desenfrenada, ya las fomenten los magistrados electivos de una república en nombre del pueblo. Tácito fué un acusador inexorable de los monarcas: todas las clases deben encontrar en la historia quien acuse sus excesos.

Los períodos de tiempo en que puede dividirse la historia son por lo regular tan imperfectos como las divisiones que solemos hacer del espacio, porque todo se encadena en uno y otro por gradaciones insensibles. La historia de España ofrece sin embargo períodos naturales en las invasiones que cuenta. Pero hay uno en tre ellos, el de la dominacion sarracena, que pienso nadie ha clasificado con exactitud y propiedad, ni es tampoco fácil hacerlo. Designase comunmente con el nombre de España árabe, y no lo es desde que reemplazó al imperio de los árabes el de la raza africana y mora. Tampoco es la España musulmana, ni la España bajo la dominacion de los sarracenos, desde que las armas cristianas se hicieron dueñas de la mayor parte del territorio español para no volverle á perder. Ni puede decirse la España cristiana desde la época en que se declaró la victoria y la superioridad en favor de los defensores de la cruz, porque cristiana ha sido la España antes y despues de la reconquista. En la dificultad de comprender bajo una misma denominacion ese largo y complicado período, he hecho de él tres divisiones, sirviéndome de pauta aquellos acontecimientos notables que alteraron sustancial y ostensiblemente la situacion de los reinos, y de base las vicisitudes esenciales de la corona de Castilla en que vinieron á fundirse las demás.

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