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Vieja y una paliza á un Portugués en el atrio de la Parroquia de San
Vicente.

Al noveno dijo: que las casas que se han salvado del incendio serán de cuarenta y cinco á cincuenta y fuera de diez ó doce casucas pegantes á la muralla las demás y las mejores que forman una hilera entera están situadas al extremo de la Ciudad y al pie y á la raiz del castillo. Todo lo cual declaró por cierto bajo juramento prestado y en ello despues de leido se afirmó, ratificó y firmó despues de su merced, manifestando ser de edad de treinta y ocho años y en fé de todo firmé yo el Escribano. Iturbe. José M.a de Estibans. Ante mí-José Elías de Legarda.

Que á cosa de las dos y media á las tres horas poco más ó menos de la tarde del asalto entraron como leones á su habitación en pelotones multitud de tropas aliadas y el que hacía cabeza ó Comandante de ellos le agarró de la pechera de la camisola, le dió un sablazo de plano en el hombro izquierdo y le pidió en idioma Portugués todo el dinero que tenía sopena de matarle poniéndole el sable sobre la tetilla izquierda; el deponente con sumisión echó mano á la faltriquera para sacar una bolsa verde de seda en que tenía buenos reales con el fin de contentarlos con un par de onzas de oro á los primeros diez soldados que le sorprendieron y de continuar dando á los que eran espectadores en la puerta principal de la sala y el tránsito hasta la escalera, pero al momento que le vió la bolsa en la mano retiró el sable de su tetilla y con extremada violencia se apoderó de ella y repitió el darle otro sablazo sobre el costado izquierdo pidiéndole más dinero pues que segun el adorno de la casa puesta indicaba que era rico; empezó el declarante á darles satisfacción en idioma Inglés á todos cuantos se hallaban presentes, que no tenía más. dinero y repartiesen entre todos; al oir esta respuesta tratándole de pícaro volvió á darle el mismo otros cinco sablazos en las espaldas y nalgas y al mismo tiempo le encajó otro soldado un culatazo en el costado derecho que le echó á tierra: en cuya vista un Granadero Irlandés que dijo ser católico y traia un Rosario pendiente del cuello quiso ampararle y levantarle del suelo dándole la mano, y con otro culatazo que le dió otro le tumbó de nuevo al suelo; en este estado y aun antes la pobre mujer del deponente postrada de rodillas les pedía con lágrimas y gemidos no le maltratasen pues que habían recibido el dinero que tenían ambos cónyuges; uno de ellos le dió un bofeton tan cruel en la mejilla de la ca

Declaración de

dro Ignacio Olan sorero de esta Ci

Testigo núm.

ra que aún se la conoce. ce. El Granadero Irlandés se indignó contra sus primeros camaradas, armó la bayoneta y los llevó por delante. Entró el segundo trozo que expectó de la puerta de la sala el mal rato que le dió el primero pero á pesar de ello le hicieron la demanda de más dinero, á quienes les dijo, que vieron ellos mismos como le quitaron los primeros y que no tenia más que darles: un bárbaro le tiró un bayonetazo sobre el hombro izquierdo y ladeándose un poco en el mismo acto del golpe corrió la bayoneta del hombro arriba sin causarle herida pero otro le dió un culatazo tambien en el costado derecho, se le echó encima con crueldad, le registró las faltriqueras y no hallando dinero le quitó las hebillas de plata de los zapatos, charreteras, casaca negra con su chupa de paño fino, pañuelo blanco fino del cuello que los tenia puestos para salir en cuerpo de Ciudad á recibir y obsequiar al Excmo. Sr. General aliado y á su Estado mayor; empezaron marido y mujer á gemir y suspirar amargamente pidiendo les dejasen con vida, pero en medio de estas crueldades le disparó uno de ellos y tuvo la fortuna de no haberle prendido: en esta disposición llegó otro tropel de gente y armaron entre sí una gresca y al favor de uno que hablaba muy poco el castellano y que le pidió aguardiente pudo escaparse al tejado de la inmediata casa donde permaneció desde las cuatro y media de la misma tarde hasta las diez de la mañana siguiente en que bajó á la calle por haber oido la conversación á varias mujeres que pasaban por las calles, que el General Inglés dió la órden que saliesen fuera de la Ciudad los que quisiesen. Que en medio de su consternación afligieron sobremanera su corazon en aquella triste noche los gemidos lastimosos de las pobres mujeres de todas edades que gritaban de sus hogares; ¡fulana ven por Dios y ampárame que me están forzando! otras gritaban ¡no contentándose con las atrocidades que han cometido de dia están forzando hasta á las tiernas criaturas y matando á los padres que no consienten!: de facto sintió aquella noche en diferentes calles más de ochenta tiros de fusil. Que vió el testigo en la misma tarde en su propia casa y en una de las dos primeras habitaciones, que por no descubrir las personas no señala en cual de ellas, á dos Tenientes Ingleses tirarse con sus sables desenvainados y como perros rabiosos sobre dos señoritas muy conocidas en la Ciudad á quienes gozaron violentamente. Que chocaba mucho más esta conducta atroz de los aliados al ver como vió el testigo coger á los veinte y cinco pasos del átrio de Santa María á los Franceses con las armas en la mano y dándoles cuartel con los brazos abiertos les suministraban los soldados aliados ron

de las cornetas que llevaban consigo y les hacian mil caricias y que los vecinos de San Sebastian tan adictos á la causa de la Nación que habian estado suspirando por la llegada de los aliados y que durante el asalto no se oían en todas las casas sino el rezo de letanías y otras oraciones por el feliz éxito del asalto, recibiesen la muerte, el saqueo, tantos ultrajes y violencias de parte de los que creían ellos ser sus libertadores y amigos. Que por fin salió de la Ciudad entre diez y once de la mañana siguiente con otras varias familias, desarropado y sin poder menearse por golpes que recibió.

Declaración de 1 Manuel de Baraced

Testigo núm

Que el treinta y uno de Agosto á las once de la mañana rompió el fuego para el asalto y á las dos de la tarde se hallaban ya los aliados en comercio de esta P la calle del testigo que es la del Puyuelo manteniéndose el testigo en su casa con todas las puertas cerradas: que entraron gritando Hurra Hurra y luego pidieron á los habitantes vino y agua y todos los vecinos salieron á darles cuanto pidieron y despues de haber refrescado se reunicron todos en la Plaza al son de una trompeta y al instante se esparcieron todos á tocar las Puertas y tirar tiros á las ventanas: que tambien tiraron á la del testigo y le gritaron bajase con la llave á abrir la Puerta: que bajó al instante con una mujer y á luego que le sintieron y antes de abrir la Puerta le dispararon varios balazos desde el agujero de la llave y los resquicios, de modo que la mujer que le acompañaba fué herida en un pié y atemorizados ambos no se resolvieron á abrir la puerta pero á poco rato se se atrevió el deponente á abrir la del almacen y apenas le vieron los aliados cuando agarrándole entre varios le despojaron de cuanto llevaba le soltaron los calzones, le quitaron los zapatos, arrancándole hasta unas reliquias que traía colgadas al pecho debajo de la camisa, dejándole casi en cueros lo mismo que á su mujer: que enseguida le hicieron subir á sus habitaciones y le rompieron escritorios, armarios, arcas y cuantos muebles había, llevándose cuanto en ellos encontraron y habiendo consumido la tarde en este saqueo, quedaron muchos de ellos en su casa á la noche y le mandaron poner cena y en efecto les dió dos perniles, dos grandes panes, un queso de Holanda, todo el vino que tenia en casa y por postre cuatro botellas de ron de á seis chiquitos cada una: que cuando despacharon esta cena le pidieron más y como no tenia qué darles le quisieron matar poniéndole el fusil al pecho con el gatillo levantado varias veces, hiriéndole gravemente la cabeza, de modo que aún conserva las manchas de la sangre que vertió de ella en el pañuelo que tenia pues

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to al cuello. Que luego se echaron sobre toda su familia y sobre otras dos que se refugiaron á casa del deponente y hallándose todas apiñadas en un punto, disparó un soldado sobre todos sin que hubiese herido á ninguno como por milagro. Que fué tal el terror que causó esto á un vecino suyo que se hallaba en casa del testigo con toda su familia, que abandonándola huyó hacia el común y levantando la caja se metió en él. Que á luego intimaron que habían de gozar á todas las mujeres amenazándolas de muerte si no consentian.

Que llegó la atrocidad y feroz conducta de estos hombres al increible punto de tomar entre dos á un hijo suyo de edad de tres años y quererlo partir en dos piezas y lo hubieran ejecutado á no haber intercedido otro soldado más racional que compadecido representó á sus bárbaros camaradas cuan blanco y hermoso era el Niño y los desarmó y le dejaron vivo el cual ha quedado tan atemorizado desde entonces que aún en el día viendo á un soldado Inglés ó Portugués huye despavorido y se esconde en cualquier rincon. Que toda aquella noche fué la más horrorosa que puede pintarse, así en casa del testigo como en todas las vecindades en donde no se oian más que ayes, gritos, lamentos y tiros. Que á la madrugada les dijeron sus feroces huéspedes que tenían orden de atacar al Castillo á las seis de la mañana y oyó trataban entre ellos de matar á todos los de la familia, diciendo que se hallaban con orden del General Castaños para pasar á todos á cuchillo y que antes de subir al Castillo habían de poner en ejecución esta orden. Que temeroso de la muerte huyó á casa de un vecino á donde llegó tambien su mujer y allí halló otras varias familias refugiadas al abrigo de un oficial y entre ellas muchos heridos y maltratados y se mantuvieron en aquella casa hasta que se supo por el Sr. Alcalde Bengoechea que había libertad de salir fuera de la Plaza como lo ejecutaron todos desarropados en medio de un monton de familias que presentaban el espectáculo más triste y horroroso.

nuel Angel de Ira

Testigo núm. 7.

Que pudo entrar huyendo en la casa n.o 297 de la calle Embeltran Declaración de D. que habitaba José Larrañaga de oficio chocolatero hombre bien acomo- mendi. dado y dos soldados que siguieron al testigo tropezaron con Larrañaga y despues que le sacaron seis onzas en oro y el reloj le mataron porque no daba más: que el declarante subió al tejado y se mantuvo en él hasta las ocho de la noche á cuya hora tiró una teja á una cocina contigua y habiendo salido á la ventana D.a Casilda de Elizalde mujer de sesenta y seis años, compadecida pudo facilitarle una escalera y subió á su habitación donde en compañía de ésta y de otra criada suya de más de sesenta años le refirieron habían sido saqueadas completamente y á eso de las diez vinieron á refugiarse á la misma casa varias mozas huyendo de las suyas: que á la una de la madrugada llegaron tres Portugueses diciendo que no traian otro objeto que el gozar á las muchachas las cuales. habiendo oido esto se metieron en un rincon de la alcoba muy disimulado y habiéndoles dicho que no había en aquella casa más que las dos viejas y el declarante les quisieron matar sacando á ese fin las bayonetas á cuyo tiempo llegó otro que les disuadió diciendo que aquella tarde habían robado cuanto había en aquella casa y con tanto se fueron; que á las tres sintió el testigo unos espantosos gritos y chillidos de mujeres en la esquina de la calle San Jerónimo y habiéndose asomado á la ventana cuando amaneció vió á una moza amarrada á una barrica de dicha esquina que estaba en cueros y toda ella ensangrentada con una bayoneta que tenía atravesada...

y que varios ingleses estaban á su alrededor, espectáculo que le llenó de horror y espanto: que á las siete volvió á salir á la ventana y no existía ya entonces el cadáver de dicha muchacha.

Declaración de D.

Regidor del Ayuntan

Testigo núm. 12.

Que á cosa de las dos de la tarde del treinta y uno de agosto vió entrar á los aliados por su calle, quienes al momento dejando de perseguir dro José de Belderr á los Franceses y hallándose aún estos en el Pueblo empezaron á disparar á todos los balcones, ventanas y Puertas y habiendo subido á las casas despues de beber y comer cuanto encontraban en términos que al deponente le bebieron más de cuatrocientas botellas de vino y licores empezaron á saquear y á pedir dinero á las personas maltratándolas é hiriéndolas á culatazos y bayonetazos como sucedió al deponente que habiendo salido á la calle huyendo del mal trato que le daban despues de haber repartido más de ochenta escuditos de oro lo agarraron unos soldados Ingleses y Portugueses, le arrancaron el pañuelo del cuello, chaleco, tiran

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