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Juana Francisca Arsu

ga.

Testigo núm. 75.

Que la deponente recibió un balazo por raspón en el brazo derecho Declaración de Dor de cuyo dolor se hallaba muy resentida y en aprensión de lo que la podría sobrevenir porque le corrió bastante la sangre y que como cuando la despojaron del dinero que tenía y anillo de oro la dejaron los soldados desnuda casi enteramente y de nuevo se vió con una efusión de sangre por la oreja izquierda confundida enteramente se retiró un poco á un rincon interin que dichos soldados se entretenían en igual robo y despojo de las demás compañeras y finalmente viendo que la cosa iba en incremento hasta empezar á quererlas forzar entonces la testigo tomó el último partido de subirse al tejado de la casa.

Manifiesto sobre la ducta de las tropas

La Ciudad de San Sebastián ha sido abrasada por las tropas aliadas tánicas y Portuguesas que la sitiaron, despues de haber sufrido sus habitantes un saqueo ho31 de Agosto de 1813 rroroso y el tratamiento más atroz de que hay memoria en la Europa civilizada. Hé aquí la relación sencilla y fiel de este espantoso suceso.

lias sucesivos.

Despues de cinco años de opresión y de calamidades, los desgraciados habitantes de esta infeliz Ciudad aguardaban ansiosos el momento de su libertad y bien estar que lo creyeron tan próximo como seguro, cuando en veinte y ocho de Junio último, vieron con inexplicable júbilo, aparecer en el alto de San Bartolomé los tres Batallones de Guipúzcoa, al mando del Coronel D. Juan José de Ugartemendia. Aquel día y el siguiente salieron apresurados muchos vecinos, ya con el anhelo de abrazar á sus libertadores, ya tambien por huir de los peligros á que les exponía un sitio, que hacían inevitable las disposiciones de defensa que vieron tomar á los franceses quienes empezaron á quemar los barrios extramurales de Santa Catalina y San Martin. Aunque el encendido Patriotismo de los habitantes de la Ciudad les persuadía, que en breves dias serían dueños de ella los aliados, sin embargo iban á dejar casi desierta; pero el General Francés Rey que la mandaba les prohibió la salida, y la mayor parte del vecindario con todos sus muebles y efectos (que tampoco se les permitieron sacar) hubo de quedar encerrado.

Los dias de afliccion y llanto que pasaron estas infelices familias desde que el bloqueo de la Plaza se convirtió en asedio con la aproximación de las tropas Inglesas y Portuguesas que al mando del Teniente General Sir Thomas Graham relevaron á las Españolas, no es necesario explicarlos. Cualquiera podrá formarse una idea de las privaciones, sacrificios, sobresaltos y temores de una situación tan apurada teniendo que sufrir las requisiciones y pedidos excesivos y extraordinarios que multiplicaba la guarnicion con amenazas de muerte; y siendo tanta la desconfianza con que esta miraba á los moradores, que en siete de Julio les quitó cuantas cuerdas, escaleras, picas, palas, azadones y herramientas de carpintería pudo encontrar, además todas las armas sin excepción del espadin más inutil: todo bajo de ejecución militar. A este estado de congoja se añadía la que causaba la prolongación de la defensa á pesar del vivísimo fuego de los aliados; y los daños que causaban las granadas y demás proyectiles que ó accidentalmente ó por direccion dada,

caían sobre la Ciudad y acrecentaban sus miserias. Solo las hacía tolerables la perspectiva de un éxito próspero y breve que pusiese término á tantas calamidades. Lo esperaron del asalto de veinte y cinco de Julio y cuando se vió frustrado, sobrecogidos de una mortal tristeza todos los pechos no acertaban á respirar. Solo pudieron hallar algunas treguas á su dolor en procurar auxilios á los Prisioneros Ingleses y Portugueses, que resultaron en este malogrado ataque. La Ciudad los socorrió al instante con vino, chocolate, camisas, camas y otros efectos. Los heridos fueron colocados en la Parroquia de San Vicente y socorridos por su Párroco. El Presbítero Beneficiado Vocal de la Junta de Beneficencia cuidó con el más exquisito esmero á los prisioneros que pusieron en la Carcel. Este benéfico proceder y el de todos los habitantes, que tambien les daban todo género de socorros segun su posibilidad, fué mal mirado por los franceses que disgustados igualmente de las visitas que se hacían á tres Oficiales prisioneros, los pusieron en la Carcel y despues los trasladaron al Castillo, como todo lo podrán declarar los mismos Oficiales y los demás prisioneros de ambas naciones especialmente D. José Gueves Pinto Capitan del Regimiento Portugués número quince y don Santiago Iserek Teniente del Regimiento Inglés número nueve.

Era entre tanto mayor el cúmulo de males pues desde el veinte y tres de Julio hasta el veinte y nueve se quemaron y destruyeron por las baterias de los aliados sesenta y tres casas en el Barrio cercano de la Brecha: pero este fuego se cortó y extinguió enteramente el veinte y nueve de Julio por las activas disposiciones del Ayuntamiento y no hubo despues fuego alguno en el Cuerpo de la Ciudad hasta la tarde del treinta y uno de Agosto despues que entraron los aliados. Llegó por fin dicho día treinta y uno, día que se creyó debía ponerles término y por lo tanto deseado como el de su salvación por los habitantes de San Sebastian.

Se arrecia el tiroteo; se ven correr los enemigos azorados á la brecha: todo indica un asalto por cuyo feliz resultado se dirigían al altísimo las más fervorosas oraciones. Son escuchados estos ruegos; vencen las armas aliadas y ya se sienten los tiros dentro de las mismas calles. Huyen los franceses despavoridos, arrojados de la brecha sin hacer casi resistencia en las calles; corren al castillo en el mayor desórden y triunfa la buena causa, siendo dueños los aliados de toda la Ciudad para las dos y media de la tarde. El patriotismo de los leales habitantes de San Sebastian, comprimido largo tiempo por la severidad enemiga prorrumpe en vivas, vítores y voces de alegría y no sabe contenerse. Los pañue

los que se tremolaban en las ventanas y balcones al propio tiempo que se asomaban las gentes á solemnizar el triunfo eran claras muestras del afecto con que se recibía á los aliados pero insensibles estos á tan tiernas y decididas demostraciones corresponden con fusilazos á las mismas ventanas y balcones de donde les felicitaban y en que perecieron muchas víctimas de la efusión de su amor á la Patria, terrible presagio de lo que iba á suceder.

Desde las once de la mañana á cuya hora se dió el asalto, se hallaban congregados en la Casa Consistorial los Capitulares y vecinos más distinguidos con el intento de salir al encuentro de los aliados. Apenas se presentó una columna suya en la Plaza nueva cuando bajaron apresurados los Alcaldes, abrazaron al Comandante y le ofrecieron cuantos auxilios se hallaban á su disposición. Preguntaron por el General y fueron inmediatamente á buscarlo á la Brecha, caminando por medio de cadáveres: pero antes de llegar á ella y averiguar en donde se hallaba el General fué insultado y amenazado con el sable por el Capitan Inglés de la guardia de la puerta uno de los Alcaldes. En fin pasaron ambos á la brecha y encontraron en ella al mayor general Hay, por quien fueron bien recibidos y aún les dió una guardia respetable para la Casa Consistorial de lo que quedaron muy reconocidos. Pero poco aprovechó esto; pues no impidió que la tropa se entregase al saqueo más completo y á las más horrorosas atrocidades, al propio tiempo que se vió no solo dar cuartel, sino tambien recibir con demostraciones de benevolencia á los Franceses cogidos con las armas. Ya los demás se habían retirado al Castillo contiguo á la Ciudad, ya no se trataba de perseguirlos ni de hacerles fuego, y ya los infelices habitantes fueron el objeto exclusivo del furor del soldado.

Queda antes indicada la barbarie de corresponder con fusilazos á los vítores y á este preludio fueron consiguientes otros muchos actos de horror, cuya sola memoria extremece. ¡Oh día desventurado! ¡Oh noche cruel en todo semejante á aquella en que Troya fué abrasada! Se descuidaron hasta las precauciones que al parecer exigían la prudencia y arte militar en una Plaza á cuya extremidad se hallaban los enemigos al pié del Castillo para entregarse á excesos inauditos que repugna describirlo la pluma. El saqueo, el asesinato, la violencia llegaron á un término increible y el fuego que por primera vez se descubrió hacia el anochecer horas despues que los Franceses se habían retirado al Castillo, vino á poner el complemento á estas escenas de horror. Resonaban por todas

partes los ayes lastimeros, los penetrantes alaridos de mujeres de todas edades que eran violadas sin exceptuar ni la tierna niñez ni la respetable ancianidad. Las esposas eran forzadas á la vista de sus afligidos maridos, las hijas á los ojos de sus desgraciados padres y madres: hubo algunas que se podían creer libres de este insulto por su edad y que sin embargo fueron el ludibrio del desenfreno de los soldados. Una desgraciada jóven vé á su madre muerta violentamente y sobre aquel amado cadáver sufre ¡increible exceso! los líbricos insultos de una vestida fiera en figura humana. Otra desgraciada muchacha cuyos lastimosos gritos se sintieron hacia la madrugada del primero de Septiembre en la esquina de la calle San Jerónimo, fué vista cuando rayó el día rodeada de soldados muerta, atada á una barrica, enteramente desnuda, ensangrentada y con una bayoneta atravesada por cierta parte del cuerpo que el pudor no permite nombrar. En fin nada de cuanto la imaginación pueda sugerir de más horrendo, dejó de practicarse. Corramos el velo á este lamentable cuadro, pero se nos presentará otro no menos espantoso. Veremos una porción de ciudadanos no solo inocentes sino aún beneméritos muertos violentamente por aquellas mismas manos que no solo perdonaron sino que abrazaron á los Comunes enemigos cogidos con las armas en las manos. D. Domingo de Goicoechea Ecco. anciano y respetable,' D. Javier de Artola, D. José Miguel de Magra, y otras muchas personas que por evitar proligidad no se nombran fueron asesinadas. El infeliz José de Larrañaga que despues de haber sido robado quería salvar su vida y la de un hijo de tierna edad que llevaba eu sus brazos fué muerto, teniendo en ellos á este niño infeliz; y á resulta de los golpes heridas y sustos mueren diariamente infinitas personas y entre ellas el Presbítero Beneficiado D. José de Mayora, D. José Ignacio de Arpide y D. Felipe Ventura de Moro.

Si dirigimos nuestras miradas á las personas que han sobrevivido á sus heridas, ó que las han tenido leves se presentará á nuestros ojos un grandísimo número de ellas. Tales son el Tesorero de la Ciudad, D. Pedro Ignacio de Olañeta, D. Pedro José de Belderrain, D. Gabriel de Vigas, D. Angel Llanos y otros muchos.

A los que no fueron muertos ni heridos, no les faltó que padecer de mil maneras. Sugetos hubo y entre otros Eclesiásticos respetables que fueron despojados de toda la ropa que tenian puesta sin excepción ni siquiera de la camisa. En aquella noche de horror se veían correr despavoridos por las calles muchos habitantes huyendo de la muerte con

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