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sas reliquias, es la misma que habitamos nosotros. En ella (385) (1) durante el pontificado de Dámaso, siendo Graciano emperador como se colige de Severo Sulpicio, escritor casi contemporáneo, se celebró un concilio nacional, al que además asistieron algunos obispos de la Galia, siendo absolutamente condenado el error del gallego Prisciliano, de Elpidio, de Instancio y de Salviano, por los votos de los santos padres en el mismo congregados. Para extirpar aquella herejía, que comenzaba entónces á serpentear y á ganar terreno, se creyó sin duda más á propósito el lugar que más henchido estaba de reliquias de santos.

La detestable y pestifera herejía de Arrio, que se había diseminado latamente y propagado por algunas provincias y apoderado de casi toda España, no penetró sin embargo en la ciudad de Zaragoza, porque los nuestros, con la ayuda de Dios Omnipotente, siempre permanecieron firmes y constantes en el culto de la verdadera fe. Esta circunstancia ignoraban los reyes francos Childeberto y Clotario (2), que habían invadido la España con grande ejército. Resueltos á exterminar el arrianismo, pusieron sitio á Zaragoza (525) (3) persuadidos de que estaban tambien los nuestros manchados con los errores de la misma secta. «Los zaragozanos, son palabras de San Gregorio de Tours, se dirigieron á Dios con tanta humildad, que vestidos de cilicio y con ayunos rigurosos, llevaban procesionalmente la túnica de San Vicente mártir, cantando salmos alrededor de los muros de la ciudad. Seguían las mujeres en traje de luto, destrenzada la cabellera y cubiertas de ceniza, dándose golpes de pecho con hondos gemidos, cual si presenciaran los funerales de sus esposos. Puesta toda su esperanza en la misericordia de Dios, parecia que allí se celebraba el ayuno de los ninivitas, y que no podía ménos de doblegarse á sus ruegos la divina clemencia. Misterioso era para los sitiadores el ver á los habitantes de la ciudad recorriendo en aquella forma sus murallas, y lo atribuyeron á sortilegio. Un labriego à quien lograron prender, preguntado por el significado de aquella ceremonia, disipó sus dudas, diciéndoles que llevaban en procesion la túnica de San Vicente y que imploraban con ella la proteccion del cielo. Al saber la verdad, sobrecogidos de temor los francos, levantaron el cerco» (4). Abdon, arzobispo de Viena, Anon (5), Gagüino (6), y otros muchos escritores cuentan, que Childeberto y Clotario, al oir esto, se trocaron de enemigos en amigos, hicieron

(1) Parece lo más probable que se celebró en el 380, aunque algunos lo fijan en el anterior y otros en el siguiente. El segundo concilio provincial y presidido por el metropolitano de Tarragona lleva la fecha de 542. Su objeto fué la abolicion completa del arrianismo. El tercero se congregó en 691 para restablecer en algunos puntos la antigua disciplina.

(2) Hijos de Clodoveo, rey de Paris el primero y de Soissons el segundo.

(3) El MS. refiere este acontecimiento de un modo algo diferente.

Segun otros en 542, despues de haberse apoderado, entre otras várias poblaciones, de Pamplona y de Calahorra.

(4) Al regresar á su patria cargados de botin, hallaron ocupados los pasos del Pirineo por un ejército godo. Teudiselo, su general, les concedió un dia de tregua mediante una enorme cantidad de oro. Los reyes francos se pusieron inmediatamente en marcha cruzando las montañas con lo más florido de sus huestes. Los restantes perecieron todos á manos de los godos que, como una avalancha, se precipitaron sobre los galos en aquellos desfiladeros, al espirar el plazo.

(5) Quizás Aymon, Adalard, escritor y abad de Corbia, que murió en 826, á los 72 años de edad. (6) Fecundo escritor del siglo xv.

cesar las hostilidades y depusieron al pronto las armas, comprendiendo que los nuestros eran ortodoxos. Convocados á su presencia el obispo de la ciudad y los principales senadores, lograron que éstos les regalasen la estola del mártir San Vicente, la que, vueltos á su patria, depositaron en la iglesia (1) erigida en Paris bajo la advocacion del santo. Añade Anon, que German, obispo de Paris, varon de mucha santidad y rectitud, inspiró á los reyes tan gran devocion hacia el bienaventurado mártir. Conjeturamos que ocupaba entónces la silla de Zaragoza Vicente I (2), pues consta que siendo Pedro cónsul (Noviembre de 516), asistió al concilio tarraconense y suscribió sus actas; ó tal vez Valerio II (3) á quien hemos visto citado en algunos documentos (532).

A éste, pero no inmediatamente, sucedió San Braulio, coetáneo y amigo de San Isidoro, el cual reedificó la iglesia de las Santas Masas (625). Este nombre llevaba entónces la gruta en que descansaban las reliquias de los innumerables mártires de Zaragoza, de Santa Engracia con sus compañeros, y de San Lamberto, situada en las afueras de la ciudad á las márgenes del rio Huerva. Nadie ignora, que allí existió antiguamente un monasterio de monjes benedictinos; siendo tanta la santidad de aquel templo, que Eugenio (651) desde su patria, Toledo, vino á ese lugar, tan insigne por su piedad, que aventajaba á todos los demás en religion, viviendo en él por espacio de algunos años. Aquí practicaba la regla de San Benito al ser nombrado por el rey godo Chindasvinto y por el clero de aquella iglesia prelado de Toledo, dignidad que bajo el nombre de Eugenio III, ilustró no poco con sus virtudes. Sobre esto preferimos á todos el testimonio de San Ildefonso: «A un Eugenio, dice, este santo, sustituyó en el episcopado otro Eugenio. El monacato hizo las delicias de este distinguido clérigo de la iglesia real. Huyendo previsor á Zaragoza, se adhirió en ella á los sepulcros de los mártires, dando principio al estudio de la sabiduría y á la vida cenobitica que habia elegido. Arrancado de aquel asilo por la violencia del príncipe, vivió más con los méritos de las virtudes, que con las fuerzas corporales.»>

Esa iglesia cuentan haber pertenecido despues á los canónigos de San Agustin, incorporándose (4) á la de Huesca por largo tiempo. Engrandecida por los reyes católicos en vida de nuestros padres, se confió á los monjes jerónimos, bajo cuya fiel y piadosa vigilancia, son visitadas con singular veneracion las reliquias de aquellos santos. Este asunto lo trató con la erudicion

(1) De la Santa Cruz bajo la advocacion de San Vicente, hoy San German de los Prados. Iglesia de oro se llamó por su extraordinaria magnificencia. Cubiertas estaban sus paredes de planchas de bronce sobredorado Ꭹ de ricas pinturas sobre fondo de oro. Diferentes veces fué saqueada por los normandos, quienes la entregaron á las llamas en el siglo Ix. Reedificada á principios del xi fué consagrada por Alejandro III. Quizá la parte inferior de la gran torre y su puerta adornada con estátuas de vários reyes pertenecen á la fábrica primitiva, obra de Childeberto. En ella fueron enterrados este monarca (558) y San German (576), que murió octogenario, y cuyo epitafio fué compuesto por Chilperico, el Neron de los franceses.

(2) El MS. Segun el arzobispo D. Fernando, Valerio II; segun otros,

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Lúcio.

(3) El P. Risco dice, que esto sucedió en el pontificado de Juan I, que era obispo de esta ciudad por los años 540.- España sagrada, tomo 30.

(4) Pertenece todavía.

que suele el Ilmo. Sr. D. Antonio Agustin, arzobispo de Tarragona, en là carta que nos dirigió, y que íntegra insertamos al fin de estos comentarios, para que sirva de gloria á nuestra patria el testimonio de un prelado tan eminente. De todo esto, y de mucho más que podríamos añadir, resulta haberse dicho con tanta frecuencia como con exacta verdad : que ha sido patria de mártires y madre de santos la ciudad de Zaragoza (1). Y valiéndonos de la expresion de nuestro conciudadano Prudencio, el más aventajado de los poetas cristianos: en esto no la iguala Cartago, y dificilmente la supera la misma ciudad de Roma. La mencionada eleccion de Eugenio III, fué unos sesenta años anterior (2) á la pérdida de España.

Al remontarnos á tan remota antigüedad, nos propusimos hacer notar, con esa constante y jamás interrumpida série de grandes hazañas realizadas en Zaragoza, que desde la cuna de la naciente iglesia, siempre, hasta el dia de hoy, se ha practicado en ella el culto de la verdadera fe católica; á fin de que su recuerdo, el mejor de los recuerdos, nos aliente á imitar con todo empeño esos ejemplos, escuchando las amonestaciones de la misma ciudad, su patria y nuestra patria, sabiendo que en todas sus calles y plazas estampamos nuestras plantas sobre las huellas de tantos mártires y santos; estimulándonos con esto, como si tuviéramos delante de los ojos cada uno de sus ilustres y gloriosos triunfos alcanzados por su amor á Cristo. Aun despues de la invasion sarracena, no fué peor su condicion que la de otras ciudades españolas; cúpole á veces ménos desgraciada suerte que á las demás.

Dos eran (3), volviendo á nuestra narracion, los principales caudillos del ejército invasor; el uno Muza Abenzuir, del cual derivan algunos la palabra muzárabes; Taric, el otro, Abenzarca apellidado en árabe por faltarle un ojo. Con pasmosa rapidez destrozaron á Rodrigo y conquistaron todo su Reino, el que además de abarcar la España entera, se extendía á una parte del Africa, la provincia Tingitana, llamada por Sexto Rufo y otros autores España ultramarina 6 España Tingitana, y tambien à la Galia gótica. No bastaron á contener las ántes vencedoras Galias, ni aun con el dique de los Pirineos, el empuje de los desbordados moros. Rompieron éstos por España con tan violenta furia, que, al decir del arzobispo de Toledo, no quedó ninguna iglesia catedral libre del yugo de los sarracenos.

Engañaban, segun el mismo autor, con falsas promesas (4) á las poblaciones que no podían sojuzgar á fuerza de armas. Ocupadas ya casi todas las ciu

(1) Ya la llamaba el Pacense á principios del siglo vIII ciudad antiquísima y florentísima: Metrópoli de mártires la apellidó Baronio: hasta le han dado algunos el título de ciudad santa y segunda

Roma.

(2) En 646.

(3) Así comienza en el MS. el presente capítulo.

(4) Las condiciones impuestas á las ciudades españolas, que se rendían, eran la entrega de todas sus armas y caballos; permiso para abandonarla los habitantes, dejando todos sus bienes; promesa de ser respetados en sus personas, creencias é intereses, los que en ella se quedasen pagando un tributo moderado. Con ellas abrió Toledo sus puertas al vencedor del Guadalete sin oponerle resistencia. Segun el convenio ajustado entre Abdelaziz y Teodomiro, al pié de los muros de Orihuela, los cristianos debían pagar cada año un dinhar por cabeza, cuatro medidas de trigo, cuatro de cebada, cuatro de mosto, cuatro de vinagre, cuatro de miel y cuatro de aceite: los siervos ó pecheros la mitad.

dades, se reunieron ámbos caudillos (1) para poner sitio á Zaragoza. Al fin se posesionaron de ella, bien por la suerte de las armas, bien engañándola con mentidos pactos. Sus cristianos habitantes, unos permanecieron como muzárabes ó tributarios; otros, huyendo á los montes Pirineos, dieron principio á la restauracion de la patria, fundando los Reinos de Sobrarbe y de Pamplona, llamados despues de Aragon y de Navarra.

Bencio era á la sazon obispo de nuestra ciudad, como lo acredita un insigne documento de alguna antigüedad, escrito en caractéres antiguos, que hemos hallado en el vetustísimo códice de San Juan de la Peña. Es su título Canónica de San Pedro de Taberna. Colígese igualmente haber sido célebre en tiempo de los reyes godos, este monasterio de San Pedro de Taberna, sito en el condado de Ribagorza. Pero hemos oido, que en nuestros dias está agregado al no menos insigne monasterio de Ovarra, conservando el mismo nombre de Taberna, y tambien grandes recuerdos de su antigua celebridad. Por esta canónica se verá con toda claridad, cuál fué el estado y condicion de Zaragoza al perderse España. Por temor á la prolijidad, únicamente copiaremos (2) lo que hace más á nuestro intento.

PROSIGUE LA CANÓNICA

DE SAN PEDRO DE TABERNA.

«

EL venerable P. Davidio era entónces abad del monasterio de Taberna, y

>> tras él era el bienaventurado Belascuto el primero en el colegio de su con» gregacion. Y con razon. Este bienaventurado Belascuto, se retiró un dia >> ganoso de escribir. En cuyo deseo le acometió una enfermedad corporal.

(1) Las huestes de Tarik penetraron en Córdoba, Écija, Elvira, Málaga y Toledo; recorrieron la Mancha, la Alcárria, la serranía de Cuenca pasando á Tortosa, y de allí á Zaragoza. Tenáz y vigorosa fué la resistencia de esta plaza: pero coincidiendo la escasez de víveres á los sitiados con la llegada de Muza, capituló por fin, aceptando las mismas condiciones que las otras. Sin embargo, luégo tuvieron que recurrir los habitantes á las alhajas de sus templos para satisfacer la codicia de Muza, que les impuso una gruesa contribucion de guerra. Este, que se había posesionado ya de Sevilla, Mérida, Salamanca y Astorga, tomando en rehenes lo más florido de la juventud zaragozana, y poniendo el gobierno de la ciudad en manos de Hanax Ben Abdala, voló de conquista en conquista, de Zaragoza Huesca, de Huesca á Lérida, de Lérida á Barcelona, de Barcelona á Gerona, de Gerona á Ampúrias. De allí torció á Galicia, pasando por Astorga, y volvió á penetrar en la Lusitania. Tarik, retrocediendo á Tortosa, ganó á Murviedro, Valencia, Játiva y Dénia. Tan rápidas fueron las conquistas, que en ménos de dos años se enseñorearon los alárabes de casi toda la península.

Véase Lafuente, Hist. de España, parte 2.", lib. 1.o

(2) No la trae el MS. Como se tiene por apócrifa, no trascribimos algunos párrafos que se leen en otros autores, y que omitió Blancas por parecerle inverosímiles, á pesar de haber sido nuestro cronista, segun Mayans, más elocuente que crítico.

» Esta fué larga y penosa. Mucho se afligió con toda la congregacion el abad » Davidio por la dolencia de tan gran siervo de Dios.. Segun costumbre, con » toda reverencia y religion, como tan grande hombre se merecía, vinieron á >> visitarle y á encomendarle á Dios, segun suele la Iglesia y ordena el apóstol » Santiago, diciendo: «¿Enferma alguno entre vosotros? Llame á los pres» bíteros de la Iglesia, y oren sobre él ungiéndole con óleo en el nombre del >> Señor: y la oracion de la fe salvará al enfermo.» Visitado, pues, con esta re» verencia:::: :: y con todo cuidado por el órden

» eclesiástico, comenzaron á traer á la memoria la fundacion del monasterio » de Taberna. Pero siendo muy difícil á los otros, y más por la vetusta anti>> güedad, quisieron saber con toda solicitud del bienaventurado Belascuto el » principio de la iglesia de Taberna, como que él era, segun se ha dicho, tan >> sobresaliente por su mérito como avanzado en edad. Condescendiendo, pues, >> este bienaventurado varon á los ruegos del abad y de la congregacion, fiel>> mente y con veracidad procuró recordar lo mejor posible la ereccion del >> monasterio de Taberna. Y comenzó así su narracion: « Porque ninguno po» dría decir esto despues que él mismo hubiese salido de su cuerpo. »

A esto siguen várias cosas que no son de nuestro intento, pero sí hace lo siguiente:

«

<< El año quince de su ordenacion-la de Bencio, á quien antes llama mu>> chas veces beatísimo obispo de Zaragoza― recrudeció el furor de la perse>> cucion. En cuyo tiempo Rodrigo era rey de España, y en ella entraron los » sarracenos. Tal era su furor en perseguir á los cristianos, que ninguno de » éstos pudo permanecer vivo en su presencia. Teniendo noticia de esta perse>> cucion el santo obispo Bencio, reunió á todos sus discípulos, y bañado en » lágrimas, les dijo: « Ved, hermanos, cuán grandes son los pecados de los » cristianos, que la divina venganza envía sobre nosotros la muy impía na>>cion de los sarracenos. Ahora, pues, hijos, escuchad los consejos de vues>>tro padre, y con vuestros códices y con el brazo de San Pedro apóstol y con >> las demás reliquias (1) de los santos, ó marchemos á Roma (2), ó huyamos » á los montes en donde no puedan hallarnos los sarracenos.» Al cual un mal » aconsejado discípulo respondió: «Ha llegado á nosotros de parte de esa im» piísima nacion de los sarracenos un mensajero, por medio del cual prome>> ten y juran: que cualquiera de los cristianos que quisiere habitar con ellos, >> no recibirá mal alguno. » Perturbados los demás con este mal consejo, no >> siguieron el de su padre. Viendo el santo obispo que sus discípulos se nega>> ban á seguir sus insinuaciones saludables, llegada la noche, tomó el brazo » del apóstol San Pedro y las reliquias de otros muchos santos, y seguido de » unos pocos huyó sigilosamente de la ciudad. Armentario era entonces conde » de este país. A él se llegó huyendo el bienaventurado obispo. Y este clemen>> tísimo príncipe le preguntó qué deseaba, tan luego como oyó sus lamen» tos. Al cual respondió el obispo : «Obispo de Zaragoza he sido, he venido

(1) Respecto á las sagradas reliquias de la antigua iglesia zaragozana, véase la España sagrada, tomos 30 y 31, y en particular la página 202 del 30.

(2) A ella, en opinion de algunos, se refugió D. Oppas.

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