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'qués de Loja ó un conde; cierto señor Topete, que dicen que hizo una gran cosa hace dos años, y con quien nadie habia intentado jugar hasta que el diablo le deparó un tocayo empecatado que le birló un rey; un Sr. Izquierdo de apellido, pero muy derecho de intencion y de corazon, que no recuerda haberse mordido nunca la lengua; un D. Juan Lorenzana, escribidor de oficio, aunque nada notable porque no es radical, que el mejor dia, sin embargo, nos enjareta la historia de cualquier farsa revolucionaria; un Sr. Cantero, que lleva cuarenta años de progresista y no lo parece, y algunos otros sugetos por el estilo: toda gente baladí y desautorizada, pero que tiene la desgracia de gozar entre la mayoría de los españoles de un prestigio y de una respetabilidad incomprensibles por lo sistemáticos, aquí donde tan pronto se gastan las falsas reputaciones.

Pues bien: esos señores han constituido un comité ó centro político anti-interinista, una especie de lógia masónica novísima, cuyo único signo es un libro olvidado-la Constitucion española de 1869-y cuyo objeto es dar forma, organizacion y unidad activa á la asociacion de los monárquicos liberales de setiembre. Los medios de que disponen son muchos y variados, en obsequio de la amenidad en primer lugar, se proponen hacer uso constante de la ley, lo cual les ha de ser fácil por el poco caso que de ella hacen sus custodios; luego, y cuando Dios quiera que lo haya, se irán como si tal cosa al Parlamento con su propósito; por otra parte, medio centenar de papeles impresos en Madrid y en provincias se encargarán de secundarlos; y así por este estilo harán uso de otros resortes. El santo y seña es: decirlo todo, anunciarlo todo, discutirlo todo y fundarlo todo en un espíritu constitucional de cincuenta grados. El objeto es conseguir que la España monárquica tenga monarquía, y, para decirlo de una vez, el origen de feste gran trabajo de zapa es una apuesta con cierto señor capitan general, que, sin más fundamento que el de ser presidente del Consejo de ministros de un regente con pocas facultades, se ha empeñado en que su sucesor sea ó el marqués de Albaida ó el general Cabrera; y nuestros conspiradores creen que esto es abusar de la castellana paciencia, y se han echado á minar tierra y cielo para evitarlo.

Pero sigamos los detalles. La conjuracion tuvo ayer por objeto darse cuenta del resultado que hasta ahora ha obtenido en España el

manifiesto que la sirvió de pregon; y al efecto se exhibieron, leyeron y comentaron algunos centenares de cartas, artículos de periódicos y adhesiones colectivas ó individuales de los cuatro puntos cardinales de la Península. Ya era un comité monárquico-liberal, ya una sociedad industrial, ya una agrupacion obrera, ya una reunion de personas influyentes y respetadas en populosas localidades, ya personas de honroso nombre y gran crédito en la història de la causa constitucional, los que con todas las graves precauciones de estos casos, es decir, en carta cerrada, firmada y franqueada, se dirigian al Centro setembrista, demoledor, cismático y horripilante, á protestar de su adhesion, á ofrecer su cooperacion leal y decidida, y á felicitarse, en nombre de no sabemos qué revolucion desfigurada y amenazada de muerte, por que no hayan faltado corazones enteros que se propongan salvarla.

En su virtud, los embadurnadores de cuartillas que allí estábamos recibimos in continenti el encargo de contar al público con el mayor sigilo lo que ocurre y de dar las gracias en las columnas de nuestros periódicos, pero de modo que no se comprenda fácilmente, á esos dignos y valerosos conciudadanos que tan identificados se muestran con el comité constitucional de Madrid.

la

¡Recibid, pues, (el apóstrofe viene de molde) oh personas decentes, la expresion de nuestra gratitud, y adelante! Ya sabeis de lo que se trata: de hacer abandonar á D. Juan el servicio de sí mismo, y ponerlo á las inmediatas órdenes de un rey elegido libremente por voluntad nacional; de acabar con la manía de la dictadura, que un mal ejemplo coetáneo está difundiendo entre los españoles; de dar al traste para siempre con todos los tiberios posibles de este secular tiberio; de que no sea solo un ministro inconexo el que interprete la Constitucion á su modo y prohiba de real órden el Catolicismo, sino que la Constitucion dependa de sí misma, á pesar del ministerio de Fomento; de que cobren los cesantes y las viudas; de que los curas puedan tomar algun alimento despues de la misa; de que los bandoleros no se crean con derecho á pignorar los cuerpos de los que no lo son; de que las contribuciones se recauden sin que el director de El Parcial vaya por esos pueblos al frente de la fuerza pública; de que la Europa no vuelva á incendiarse cuando al señor marqués de los Castillejos se le antoje arrojarle una tea desde su poltrona; de que haya alguna diferencia más sensible que la geográfica entre el Riff y

la España con honra; en una palabra, de que no haya ministros inamovibles. Y pues que de esto se trata, conspiremos, conspiremos todos, en periódicos, en reuniones, en manifestaciones, en los teatros, en los paseos, en nuestras casas, con nuestras esposas, con nuestros hijos, con nuestros amigos, con nuestros sastres y zapateros, y no paremos hasta derribar el alcázar de la interinidad con los únicos cañonazos que merece: ¡á silbidos!

VISION.

(14 de Octubre.)

Así Dios libre á nuestros lectores de meterse á revolucionarios para hacer, en vez de un rey, un capitan general de ganga, como es cierto que esta pasada noche hemos tenido una pesadilla. Sabido es que los sueños son reminiscencias encefálicas de la vigilia, chispas del diurno incendio del pensamiento, inconexidades escrecentes de las conexidades de la vida cerebral, que diria un filósofo aleman. ¿Qué estraño, pues, que el que no ha podido en estos dos últimos años cambiar su residencia de España por la de otro país con ménos Juanes que el nuestro; qué extraño, pues, que el que la mayor parte de los dias vé à ciertos personajes de la situacion y oye hablar de ciertas crónicas monstruosidades, sueñe y sueñe mal, y vea horribles visiones, y caiga y se mantenga en el lecho con el corazon encogido?...

Nuestra vision ha sido triste y amenazadora por iguales partes. Pero no se crea que ha sido el fantasma de las clases pasivas royendo, por vía de mendrugo duro, el cráneo estéril de un ministro que no piensa en ellas; no se crea tampoco por eso que nuestro turbado magin nos ha hecho merced fantástica de la imágen inverosímil de un español revolucionario que esté contento de lo que hizo en setiembre; no se crea que nuestra alucinacion nos ha llevado hasta el estremo de soñar que veiamos otra España en que no fuese un Echegaray la personificacion de la libertad religiosa, ni un Mochales el sustituto de D. Martin de los Heros. No; nuestra vision ha revestido formas más concretas, ha afectado más determinada estructura, ha tenido más positiva y más lógica razon de ser; porque, en una palabra, á quien hemos creido ver en sueños, á quien puede decirse que realmente hemos visto, ha sido ni más ni ménos que al jefe de la partida de la Porra.

Que no se alarme nadie, sin embargo; que el solo anuncio de la profesion y grado del héroe de nuestra pesadilla no haga temer á nadie el fin de un secreto y de una existencia anónima, que hasta hoy guardan con tanto cuidado las profundidades de la España con honra. Nuestra vision llevaba un antifaz impenetrable, y no pudimos verle la cara, ni apreciar el parecido que con algun contemporáneo pudiera tener. Por el resto de su persona tampoco podia colegirse nada evi→ dente. Era un verdadero mónstruo en formas y en atavíos; tenia algunos miembros fuertes y robustos como los de persona bien alimentada, lo que nos hizo creer desde luego que no pertenecia al clero español de 1870; pero tenia otros tan flacos y lácios que lo libraban por completo de cualquier sospecha que pudiera tomarle por tertuliano de un ministro inamovible. Su vestido ostentaba por algunos lados piezas de rica urdimbre y de colorines tan premeditadamente chillones y de mal gusto, que parecian copiados del traje de algun demagogo monarquizado; pero ostentaba tambien harapos y mugrientas roturas que le hacian aparecer como alegoría de los españoles dentro de poco. En suma era el verdadero protagonista de un delirio.

Lo primero que soñamos al ver en sueños aquel repugnante perso— naje, y al oirle decir quién era-porque tuvo al ménos la urbanidad de anunciarse él mismo-fué que echábamos mano á nuestro revólver, esa actual pluma inseparable de nuestra mano izquierda, y que nos decidiamos á vivir como la situacion exige: con los procedimientos del instinto de conservacion. Pero entonces la vision se adelantó hácia nosotros, haciendo ondear al estremo de su garrote de profesion un pañuelo blanco de parlamento, y nos dijo con una voz que, francamente hablando y para tranquilidad de quien corresponda, no habiamos oido hasta entonces en ninguna parte:

-«No se entregue Vd. á un temor vulgar, señor foliculario. Vengo de buenas; busco e Vd., no una nueva víctima, sino un convencido, y va Vd. á oirme. Vd. ha sido el iniciador de la idea, echada á volar desde ayer tarde, que me amenaza con una exposicion colectiva de la imprenta al regente del reino, pidiéndole la extirpacion de mi hueste. Si solo atendiera á la tradicion, y si solo recordara la imposibilidad legal y moral en que el regente se encuentra de hacer caso de peticiones y consejos que no le lleguen por conducto de su primer ministro, poco me importaria el incidente. Pero, aunque ni el regente ni el go

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