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¡Ah! Por lo que á nuestra pequeñez hace, primero creeriamos en la posibilidad, políticamente hablando, de un buen gobierno contemporáneo, que en la posibilidad de esas pretendidas úlceras de la situacion.

Sosegaos, pues, joh progresistas susceptibles y rectos, oh cimbrios imitadores, que os agitais en el delirium tremens de la moral pública! Estais cometiendo, sin sospecharlo, y á impulsos de la más injusta de las aprensiones, un parricidio. La situacion entraña una moralidad incontestable. ¿Decís que no se la ve? Pues es por eso mismo ¡inocentes! Porque está, como deben estar las moralidades todas, en el fondo de las cosas. ¿Decís que es preciso que la moralidad de la situacion sea y parezca, como la mujer de César? Teneis razon, en principio; pero preguntad al mundo entero, y el mundo entero os dirá que la situacion parece lo que es.

Quitaos, pues, de vuestros cándidos ojos las cataratas de la sospecha, y c nsiderad que el poder y el triunfo traen forzosamente consigo esplendores, hábitos y grandezas, sancionados por el presupuesto, por la razon de Estado, por la misma virtud cívica. No incurrais en la pequeñez ruin de los desposeidos de todos los tiempos. Vosotros, progresistas de buena fé, los que todavía recordais la pirámide de zapatos viejos que habeis dejado por esos destierros en once años de pan y agua; y vosotros, cimbrios que sois ab initio los nobles hijos de la escasez, ¿de qué os quejais? ¿De que hay otros progresistas y otros cimbrios que comen, gastan y triunfan? Pues eso, cuando más, es motivo para desear que os llegue pronto el turno; pero no lo es, no, y de ello protestamos ante la conciencia de la interinidad, para sospechar cul- · pable y ruinmente que «gobernar» y «buscarse la vida» sean sinónimos en ciertas ocasiones.

¡Progresistas y cimbrios de la disidencia! ¡Estais en un error lamentable! ¡Ay de vosotros si el Júpiter de la situacion llega á creer que ese error la afecta, y os asesta sus obedientes rayos! No quedará uno de vosotros para contarlo.

GOLPE DE TEATRO.

(19 de Octubre.)

Hay momentos en que nos sentimos bajo el dominio de una gran pesadumbre, tan grande como la que debe sentir el Sr. Echegaray al verse en crisis, al considerar que el catolicismo se le escapa de entre las manos y que dentro de poco no le será dable desentenderse de tanta votacion contraria, de tanta amarga censura, de tanta hostil protesta como sus amigos del Parlamento y sus conciudadanos de por ahí le han dedicado. Hay horas en que nos sentimos tan arrepentidos de nuestro proceder respecto á la situacion, como debe sentirse respecto á sí misma la gloriosa de setiembre, esa enagenada y flaca revolucion de nuestros pecados, á quien Dios quiera que no tengamos filial necesidad de secuestrar en Leganés. Hay dias, en fin, que nos sorprenden hablando solos y reconviniéndonos en presencia de cuatro paredes por lo mal que lo hemos hecho, ni más ni ménos que si fuéramos el gran cesante de Vico.

Hoy es uno de esos dias. Una terrible acusadora pregunta mental zumba en nuestro fuero interno al ponernos á trazar estos párrafos en aras del vicioso hábito que hemos contraido de predicar en desierto, ó,

lo

que es lo mismo, de pedir cosas buenas y patrióticas al gobierno. ¿Quieren Vds. saber cuál es esa pregunta, preñada de melancolías desfallecedoras? Pues es muy sencilla. Nos preguntamos hoy sériamente á nosotros mismos si hemos tenido el derecho de combatir sériamente á la sociedad comanditaria de supuestas eminencias que hoy maneja los negocios del Estado; si las recriminaciones acerbas, pero bien intencionadas que diariamente se escapan de nuestra tosca pluma no han sido gastadas en pure perte, como diria cualquier diplomático radical que supiera francés; si no estaremos haciendo un oso tan perfecto como

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el que hace la Constitucion de 1869 en manos de sus bibliotecarios, al calzarnos el coturno y discurrir épica ó trágicamente sobre el gran sainete político de actualidad; en una palabra, si tenemos autorizacion moral, ni la tiene nadie, para exhalar los graves acentos de la conve→ niencia pública, para verter, aunque sea á hurtadillas, lágrimas de un liberalismo circunspecto, ante una situacion que parece tener por pensamiento fundamental el pensamiento de hacer reir.

¡Ah! esta pregunta íntima, que envuelve á nuestro pesar una secreta respuesta negativa, acabará por ponernos de un humor tan malo como es fama que lo tiene el Sr. Martos desde que cesó de regir oficialmente los destinos de Europa; acabará por hacernos concebir de nos→ otros mismos una idea tan poco ventajosa y estimulante como algun día, cuando se juzgue á sí propio con imparcialidad, la formará de su conducta para con las útiles Salesas el amigo, sucesor y padrino del Sr. Ruiz Zorrilla en el ministerio de las gracias y las injusticias. Y esto nos pasará, sobre todo, si la situacion sigue dándonos pruebas euotidianas de su aficion ingénita al género cómico; de su predisposi→ cion sistemática á la risa; de esa sávia de grotesca, aunque sencilla ineptitud, que parece circular por su interior; de ese primordial y eterno propósito, que parece dirigirla á obtener el tributo de la hilaridad universal.

¿Se quiere una de esas pruebas, la más reciente, la más fresca, la que ménos nos dejará mentir? ¿Se nos pide que, para fundamentar nuestra sospecha y para demostrar la justicia de la triste expiacion á que nos sentimos condenados, citemos un ejemplo novísimo de ese furor pasillesco de la situacion? ¿Debemos indicar cómo y por qué puede colegirse que los imperantes delegados de la Tertulia tengan derecho absoluto á la risa nacional?

Pues ahí está La Correspondencia de anoche para justificar nuestro aserto, para hacer buenos nuestros temores. Ahí está ese órgano imparcial de todos los gobiernos, insertando en sus inofensivas columnas cosmopolitas la más graciosa, la más chusca, la más jacarandosa, la más retozona, la más riente, la más desternilladora noticia gubernativa que ha dado de sí el gran chiste progresistademocrático que entretiene al país. Se trata... pero no vayan Vds. á creer que se trata de algun paso de comedia antiguo, de algun ridículo relativamente viejo, de algun exabrupto ya conocido y saboreado

por el festivo público español. No se trata de nada de lo que hasta aquí ha hecho soltar la carcajada al sentido comun; no se trata de se¬ guir yendo á la monarquía por la interinidad, ni á la riqueza nacio¬ nal por Figuerola, ni al órden público por el comunismo de la provincia de Valladolid; es más nuevo, más puro, y, sobre todo, más artístico de lo que se trata; figúrense Vds. si será artístico, cuando es ni más ni ménos que un golpe de teatro.

Como ustedes lo oyen: un golpe de teatro. La situacion debia tener, dada su idiosincrasia, esta tendencia. El dia de su descomposicion, la víspera de su eterno descanso, la situacion debia buscar y adoptar cualquiera escena de D. Ramon de la Cruz, disfrazarla de política y dar en su seno el estallido; para que, ya que los espectadores no pidieran ¡atra!, conviniesen al menos en que la cosa habia sido divertida. La situacion, verbi gracia, podia resignarse á morir como están. muriendo las clases pasivas, de miser a; y esto sí que seria en el fondo una agradabilísima ficcion. Pero no es eso lo que la situacion ha inventado. La situacion quiere decir otra cosa á la posteridad, se busca otros pedestales, otros epitafios, otras grandezas cómicas. Ya está escrita la última escena del entremés; el génio del radicalismo ha consumado ya su última elucubracion; la historia tendrá ya que ha¬ blar con agrado al recordar los dos célebres años de la irreconciliacion. Hace poco, muy poco, que se citó á Consejo de ministros, se mandó á los oficiales del ejército á los cuarteles, á los voluntarios á sus casas, á la prensa ministerial la consigna de ser prudente, á las provincias la voz de alerta por telégrafo, y despues de todas estas precauciones indispensables, aconsejadas por todos los preceptistas del género, desde Moratin á Dardalla, se remitió á La Correspondencia el siguiente suelto que anoche mismo vió la luz del gas en su tercera plana, y ante el cual deben haber quedado como asomados á un abismo los hombres pensadores. Dice así:

«HA PASADO AL MINISTERIO DE HACIENDA EL NEGOCIADO DE TEATROS, QUE DEPENDIA DE GOBERNACION.»

Despues de esto, ni una palabra más por nuestra parte. Hablen los empresarios, los autores y los actores que no quieran trabajar de balde: ¡ria el país y mueran los tiranos!...

¡QUE VENGA!

.

(24 de Octubre.)

Ayer salió de Madrid el gobierno, es decir, salieron los generales Serrano y Prim, de uniforme, en coches arrastrados por seis mulas de aquellas que durante tanto tiempo sintieron, como España, el peso de la digna hija de Fernando VII. Los poderosos animales, más felices que las clases pasivas, demostraban en sus nutridos lomos uno de los pocos beneficios de la revolucion de setiembre, y observóse por algun ⚫ curioso, entre veterinario y filósofo, que iban en su inocencia tan gallardas y ligeras como cuando tiraban de una monarquía peor ó mejor, pero incompatible con el dominio supremo de algun caballero particular.

El público creyó primero que se trataba, por casualidad, de una partida de caza. En tal guisa y con semejantes trenes salian á cazar el antijesuítico Carlos III y su estólido hijo. Pero los entorchados de los espedicionarios desvanecieron la grata sospecha, sustituyéndola en breve con otras más sérias y solemnes. Indudablemente se trataba de un grave acto del dominio público, de un acto de gobierno, de un acto nacional. Y sentado esto en principio, diéronse las gentes á discurrir á dónde y para qué iria aquella ilustre caravana oficial que trasponia los confines de Atocha, recibiendo miradas y sonrisas, ya que no saludos, de los transeuntes.

Quién aventuró la absurda especie de que los ilustres viajeros iban á inaugurar alguna de las grandes obras públicas que la interinidad debe haber hecho, si bien la sigilosa reserva de Estado ha impedido que se tenga de ella la menor noticia. Quién creyó que se trataba de sorprender en su Barataria setembrista al gobernador fenomenal de alguna inverosímil provincia contenta y tranquila. Quién osó enunciar

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