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la idea de que los activos gobernantes iban á esponerse personalmente y por sí mismos al fácil riesgo de un secuestro, para tratar de hallar prácticamente el correctivo de esa costumbre interinista, que los ministros de la democracia no logran modificar, y confiando en que, caso de fuerza mayor, la nacion aprontaria el rescate. Quién se inclinó á recelar que se trataba de ir á presidir un gran jurado de instruccion pública, para adjudicar el premio de una paga atrasada al maestro de escuela reconocido por el jefe de su ramo como más acreedor, es decir, al maestro de escuela que con ménos alimento tenga ménos religion positiva. Quién, en fin, desdeñando toda suposicion baladí, y creyendo irse al fondo de la cosa, llegó hasta insinuar que aquello tenia trazas nada menos que de ser una recepcion régia.

Esto, en efecto, oimos nosotros afirmar en cierto corro de revolucionarios inútiles, de esos que ya no dan gusto á los señores porque no son necesarios para convencer regimientos ni fletar vapores, á un quidam dicharachero, monárquico platónico de los más entusiastas. <<Es, señores, que el rey viene, exclamaba; es eso, y no otra cosa lo que la espedicion significa. Es que ha salido historia el último cuento. Es que ahora es cuando el pastor de la fábula vé de verdad las orejas al lobo. Es que S. M. revolucionaria se acerca. Es, sin duda, que se la quiere recibir sin aparato, como debe venir el ménos rey posible, sin voluntarios, para que no se vuelva atrás, sin alabarderos que le aclamen, para que luego no se sorprenda de que el pueblo haga lo mismo. Es el rey, es el rey, lo he visto, ¿sabeis dónde? en la sonrisa del general Prim. Es el rey de la inamovilidad ministerial; el rey del conde de Reus; el rey, que no espera, por si acaso, la votacion de la Constituyente. ¿Qué apuestan Vds. á que mañana publica Figuerola un decreto estableciendo cualquier nuevo impuesto personal con destino á los gastos de instalacion del monarca?»>

Y sin otro respiro que el preciso para no ahogarse de placer, y estendiendo sus brazos de cesante hácia el sitio por donde las ex-reales carrozas desaparecian, nuestro quidam añadió: «¡Ah, bien venido sea, si es él! ¡Venga en buen hora ese Mesías de los españoles del segundo bienio! ¡Venga en buen hora, aunque sea más infantil que el de Génova, más bailarin de aficion que D. Fernando, y más iconoclasta que Hohenzollern! ¡Venga en buen hora, aunque venga decidido á recibir como suyo al primer ministro del regente, aunque tome por maestro

de literatura castellana al primer progresista con quien tropiece, aunque conserve la organizacion actual del patrimonio, aunque adopte el espíritu industrial de Madoz, la religion de Merelo; aunque se inficione de la apatía perturbadora de Rivero, de la impresionabilidad de Moret, del abnegado nihilismo de Beranger! ¡Venga en buen hora, aunque realice el proyecto dorado de Martos, que es ver á la union liberal, íntegra, en Fernando Póo; aunque sueñe, como Ruiz Zorrilla, en hacer de una guardia negra un grupo de personas regulares; aunque tenga puntos de vista más variados que los de La Iberia, y aunque le esperen más disgustos que á Galdo! ¡Venga en buen hora, sin condiciones, sin discusion, sin oposicion de ningun género! Ni el país ni yo le pedimos más que una gollería, difícil, pero no imposible, á pesar de los tiempos que alcanzamos: ¡que sea un hombre de bien!»

Y, volviéndose hácia los que le oiamos desbarrar de aquel modo, se nos encaró diciendo: «Por ventura, ¿serán Vds, de los que creen que todavía hay tiempo de discutir entre nosotros la conveniencia política de una dinastía, de aquilatar las cualidades de un candidato, de pro→ bar, con el tratado de Utrech en una mano y la genealogía de la casa de Saboya en la otra, si un descendiente de una hija de Felipe II tiene derecho, abstraccion hecha de los Borbones, á que le señalemos una lista civil? Por ventura, ¿creen Vds. que es todavía tiempo de pedir que el rey que venga sea el rey de la revolucion, el rey lógico de setiembre, el rey á quien rindieron moralmente pleito homenaje los héroes y caudillos de 1868 antes de serlo, aunque este rey se llame el duque de Montpensier, aunque sea más liberal y más consecuente que todos sus ex-amigos, y aunque se haya hecho con él la más insigne y repugnante felonía que registran los negros anales de la doblez y la miseria humanas? ¡ Necios y desgraciados de ustedes, si esto creen! Para este país hay ya una necesidad principal, inolvidable, suprema, de todos los dias, de todas las horas, de todos los instantes: poner al frente de sus destinos una voluntad sana, un corazon puro, una intencion recta, sea la que sea, venga de donde viniere. Esto, señores, es una casa de familia dirigida por un viudo pródigo, ignorante y vicioso, que ve impasible poblar sus desmanteladas habitaciones á una turba de muchachos famélicos y encuerinos. ¿Qué necesitan, en primer término, esa casa, esa familia? ¿Muebles, ropas, dinero? No; lo que principalmente se echa allí de

ménos es una madre honrada, es una direccion moral, es un principio de organizacion íntima y regeneradora.>>

Y despues de acabar así el caloroso apóstrofe, coronó su exaltacion exclamando: «Que venga, pues, que venga ese rey hombre de bien, ese rey incondicional, ese rey panacea, ese rey bien criado, ese rey sin otra cualidad que el instinto de lo decoroso y de lo justo! Con ella sola le bastará para dar y ganar la batalla á la cohorte de irritantes bochornos en que la España con honra se ha dejado envolver. ¿Qué importarán las apariencias, los oropeles, los falsos datos biográficos, los pérfidos consejos que en el primer instante se le ofrezcan? Como el corazon entero y recto existan, él proveerá al fin y al cabo á todo, élfará da se; y desde ahora pongo yo el pescuezo, que salvé por milagro de las uñas de Gonzalez Brabo cuando conspiraba por hacer ministro á Prim, á que ese no será el rey de los empréstitos, ni de las Córtes cerradas, ni de la Constitucion en conserva, ni de la partida de la porra impune, ni de las grandes cruces dadas á granel, ni de los personajes inesplicables. ¡Oh! sí; ¡que venga, que venga ese rey; y yo, setembrista empedernido, y montpensierista incorregible, yo le tiraré el primero á los piés este sombrero mio, proteccion irremplazable de una cabeza encanecida en la interidad!!!»

Dicho se está, por supuesto, que este discurso no podia tener ni tuvo otro resultado que el de hacer reir al concurso, como si fuera un proyecto de conciliación ó de facultades. Por lo demás, el pobre charlatan recibió un golpe desgarrador cuando se le dijo que los generales viajeros iban simplemente á presenciar el ensayo del cañon de Barba Azul, esto es, el nuevo ensayo de la única ametralladora que la riqueza revolucionaria se ha permitido adquirir hasta el dia de la fecha, ensayo que, dicho sea de paso, salió tan mal como todo aquello en que ponen mano las eminencias de la situacion.

PANEGIRICO.

(26 de Octubre.)

Fijese Vd. un poco, nos decia ayer tarde en el salon de conferencias un radical de pura sangre, de esos que sostienen hace dos años una lucha á muerte con sus guantes; fijese Vd. un poco en el aspecto de profundo desaliento, de honda tristeza, que presentan en este instante los grupos políticos diseminados sobre la alfombra ó sobre los divanes. Y, en efecto, mientras nuestro interlocutor arreglaba los rebeldes faldones de su levita, nos convencimos de que su observacion era cierta. Ni una calorosa disputa, ni un espresivo gesto, ni una vigorosa contorsion, ni un murmullo grave en aquel conocido personal, tan animado, tan movible, tan activo ordinariamente.

¿Lo vẻ Vd., añadió nuestro particular amigo, á quien, como á otros muchos, sacamos hace dos años, en nombre de la reaccionaria union liberal, de la cárcel donde Gonzalez Brabo, deseando acreditarse de hombre que lo entendia, los dejaba podrirse: ¿lo ve Vd.? Parece dia de huelga en la fábrica de la felicidad nacional. ¡Qué desmayados, qué lacios, qué incomunicativos están los padres diarios de la crónica escandalosa! Pero venga Vd., venga Vd. conmigo, y vamos á ver si acertamos á dar con el secreto de esta melancolía vespertina. Y acto seguido empezamos á pasar revista á aquellas lánguidas guerrillas del eterno combate de la ambicion.

¿Qué hay de Aosta? preguntó nuestro acompañante al ponerse á tiro de la primera.-Vd. lo sabrá mejor que nosotros, le respondió un monárquico desesperado, cuya longitud abusaba en toda su integridad del sofá que lo sostenia. Vd. que es, por lo menos, cabo de la guarsabrá á cómo estamos de la nueva farsa, y si es verdad que el entrecejo de Bismark se nos frunce y nos obliga á quedar como va

dia

negra,

cante provincia alemana, despues de haber sido obediente prefectura francesa. Y nos volvió la espalda con una exigua cultura que parecia progresista. Nuestro amigo sonrió como sonrie la travesura satisfecha, y pasamos á otro grupo.

¿Qué hay de crisis? dijo al acercarnos.-¡Hombre! ¿viene Vd. á embromarnos? exclamó al oirle un español perfecto, es decir, un caballe ́ro particular que se cree con opcion á ser ministro pasado mañana. Usted, que vive por derecho propio en los rincones de la casa de Su Grandeza el de Reus, ¿no sabe lo que hay de crisis? ¿No sabe que toda la voluntad de la raza latina y todas las amenazas de la gran sociedad del secuestro serian ineficaces cerca de Rivero; no sabe que todas las negativas del Banco de París, y los ochocientos millones de servicios en descubierto, y los sueltos sangrientos de El Parcial, serian impotentes cerca de Figuerola; no sabe que los manes del mismo Voltaire, á quien parodia, serian ineficaces cerca de Echegaray, para obligar á esos señores á presentar sus dimisiones antes del dia, de la hora, del instante en que el general Prim les dé permiso de hacerlo? Y dirigió á nuestro amigo una horrible mirada de cartera que no viene. Nuestro hombre, empero, la recibió con otra sonrisa mefistofélica, y seguimos adelante.

¿Qué hay de atribuciones? demandó á otro grupo.-A D. Juan con ese hueso, replicó un serranista mal humorado. Vd., que rinde culto en las aras de ese ídolo de la China radical, puede consultarle. Por mi parte, si yo fuera el infacultado, si yo fuera el inverosí→ milmente crédulo vencedor de Novaliches, ya hace tiempo que sabria lo que hacer; y seria muy sencillo: escribiria una atenta epístola á doña Isabel de Borbon rogándola que volviese, y declarándola que, á pesar de los treinta años que dedicó á equivocar á los españoles, no lo hizo tan bien y tan cumplidamente como lo ha hecho el dictador creado y consentido por el duque de la Torre. ¿Estamos?....... E hizo á nuestro radical un ademan de perro rabioso. Nuestro radical volvió á sonreir, como si estuviera en los salones del ministerio de la Guerra, y continuamos la escursion.

¿Qué hay de conciliacion? preguntó al llegar á otra silenciosa tanda. —Ya lo sabe Vd., señor edecan moral del marqués de los Castillejos, contestó un optimista despechado. La conciliacion se hará en el valle de Josafat, que es el sitio fijado por el que lo puede, Entretanto,

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