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os elementos políticos es del género del dia: pura farsa. La tempestad no puede tardar, segun los sordos síntomas que ofrecia anoche la Tertulia; el huracan volverá á hinchar en breve los mares de la España. honrada, y ya verán, ya verán Vds. los destinos que trae en sus alas, y cómo es capaz de llevarse en ellas hasta la última ilusion del general Serrano acerca de su ilustre privado, guardian y amigo.

A LA FUNCION.

(31 de Octubre.)

Como el amo de España no se haya despertado esta mañana de mal humor, todo hace creer que á la hora de publicarse estas líneas las Córtes Constituyentes habrán-¡Dios y Prim sean loados!-vuelto á ocupar los empolvados escaños de la soberanía. Felicitamos por ello en tercer término al regente, quien, como es sabido, ha venido oponiéndose, en la medida de sus escasas facultades, y en cuanto el cloroformo que moralmente le hace aspirar el inamovible se lo ha permitido, á la clausura de la representacion nacional. Felicitamos en segundo término al presidente de la Cámara, quien, como es notorio, ha pegado valerosamente con la guardia negra el coraje cívico en que la dispersion de sus colegas le sumiera. Y felicitamos ante todo al país, á ese pobre país mitológico de quien el buen marqués de los Castillejos no se ha cuidado en cuatro meses de política secreta, porque al fin y al cabo vuelve á intervenir, por medio de sus delegados, en la gestion de la cosa pública, reanudando las apariencias de un régimen liberal.

En vista de tamaño suceso, ante su aproximacion, ante su inminencia, nuestros lectores nos dispensarán si hoy cumplimos con ellos de cualquier manera, y les hilvanamos inconexa y torpemente estos párrafos. ¡Tenemos tanta impaciencia de irnos al palacio nacional! La estátua de Miguel Cervantes, que hace centinela en su puerta, nos ha parecido anoche digna de envidia. ¡Ella verá antes que nadie lucir el primer dia inverosímil de la tercera legislatura constituyente, sobre aquellos tejados respetables! Bien pensado, sin embargo, ni el castellano que hoy se habla bajo aquellos techos, ni el personal progresivo que hoy sale y entra por aquella puerta, deben hacer feliz al manco insigne; y, si no fuera de bronce, es más que probable que ya hubiera echado á correr.

Pues, como deciamos, á la hora en que trazamos presurosos estas líneas nos consume el ardiente deseo de irnos al Congreso; de ocupar en nuestra tribuna el ansiado asiento; de ver las bellezas cursis del progreso-democrático acudir á la gran cita; de ver á los porteros de las tribunas públicas contener á duras penas al eternamente cándido pueblo, que espera oir desde ellas grandes cosas; de ver el régio sólio vacío, las chillonas alegorías de la techumbre, entre las cuales está la más española, la pobre Paciencia, con su piedra al hombro y su triste mirada, como si fuera un maestro de escuela con religion; de ver, en fin, llegar el deseado momento en que los murmullos de los espectadores cesen, en que el Sr. Ruiz Zorrilla, con su modesta figura laica, sus derrengados maceros delante, y sus secretarios detrás, suba al que es hoy primer asiento de la nacion, y, nuevo Fr. Luis de Leon de la España con honra, entone con su hermosa voz de sochantre el anhelado: «deciamos ayer...>>

¡Ah! y luego, aquellas impasibles puertas del salon de sesiones vomitarán á centenares las notabilidades, de la palabra y del silencio que buscan rey hace dos años; y aquellas escaleras de los bancos, que. tantas pesadas plantas han hollado, servirán una vez más de hilos de Ariadna en el laberinto de roja felpa donde se confunden partidos, fracciones y grupos; y la derecha se cubrirá de levitas que, por regla general, no han perdido el aire de la prendería que las vió colgadas á su puerta; y el centro se plagará de unionistas con premeditado, irritante buen aspecto; y en la izquierda brillarán el epiceno contingente del cimbrismo, el personal federal, en cuyos bolsillos asomará la punta del célebre gorro purpúreo (como el caballo de Borguella), y acaso, acaso alguna entidad inquisidora del carlismo impenitente...

Y pocos momentos despues, cuando algun secretario sin voz, como es costumbre, lea para sí el acta de la sesion última, verificada hace ciento veintitantos dias, es posible que el digno presidente diga algunas palabras, pocas, pero buenas, sobre el fausto suceso que allí nos reune. Y quién sabe, quién sabe si en el calor de la improvisacion señalará algun punto negro en el horizonte, y se armará préviamente la de Dios es Cristo. Pero si esto sucede, será pasajero, se ahogará pronto en el seno de la ansiedad general, que tiene otro objeto, que está principalmente fija en otro personaje. El capitan general, marqués y conde democrático, á quien las circunstancias y

otros motivos tienen clavado en la presidencia del Consejo de ministros, el pío, feliz y triunfador conde de Reus, ocupará el banco azul con sus compañeros de martirologio ministerial, que empezarán en Rivero y acabarán por Moret, pasando sobre Figuerola. Y el conde de Reus pedirá la palabra, que hasta ahora no le ha negado el Sr. Ruiz Zorrilla, se pondrá de pie, se estirará el chaleco, como hace siempre, sin duda por hábito contraido en los dias en que sus chalecos no tenian lastre bastante para conservarse rígidos; arreglará luego con su mano siniestra el blanco pañuelo que luce siempre en el bolsillo lateral, izquierdo, esterior, de su chaqué (detalle elegante que el Sr. Sagasta ha adoptado tambien, como no podia ménos), meterá con la derecha en la juntura central de sus solapas el colgante lente, paseará sobre el concurso la fria mirada que sirve de precursora á su espíritu, y en el pintoresco idioma, medio español, medio catalan, que posee, dirigirá una vez más su acento á las Cortes, al público, á Madrid, á España, al mundo entero.

¿Y quién es capaz de negar en principio que, diga lo que diga el general Prim, siempre serán de un alto interés los asuntos que S. E. se digne tratar? Es posible que S. E. nada diga respecto á su intervencion en la intriguilla Sigmaringen, que estuvo á punto de reunir las Córtes antes de tiempo, y que hoy reune á prusianos y franceses en un mismo suelo; es posible que S. E. nada diga hoy tampoco del candidato régio que á última hora le hayan mandado del extranjero, por no tener todavía ciertos perfiles que le hacen falta; es posible, ó, mejor dicho, es seguro, que nada dirá S. E. de las atribuciones constitucionales que el regente no ha querido nunca; es posible que tampoco se permita S. E. alusion alguna á la crisis ministerial que no quiere promover hasta mañana; es posible, en fin, que nada sepamos hoy, por boca de S. E., sobre las bagatelas de que pende en estos momentos la política española; pero, ¿quién sabe lo que, fuera de esos temas, se ocurrirá al génio fecundo que labra hoy, por sí solo, la ventura del país?

Y luego, los aplausos que arrancarán sus palabras en alguu lado, de la Cámara, el éxtasis en que Beranger parecerá escucharlo, los temblores de la cúpula de cristal por donde sus acentos buscarán salida, el enternecimiento de la mayoría, el llanto acaso de alguna dama prendada platónicamente del héroe, los ruidosos comentarios del pú

blico, el entrar y salir de los taquígrafos, los inútiles campanillazos de D. Manuel para poner órden despues que haya hablado el desórden en persona, alguna proposicion atrevida y trascendental de los republicanos, ó de los esparteristas, ó de los de la union; ¿quién sabe, repetimos, quién sabe los mil y un incidentes atractivos, conmovedores, escitantes á que puede dar lugar la sesion de hoy? Pues digo, y despues de la sesion oficial, el salon de conferencias, la mar, como quien dice; y mañana Todos Santos; nada, no hay posibilidad de escríbir hoy con pizca de pergeño. En vano la pluma araña cuartillas; el corazon y el pensamiento están en otra parte; allí, en el Congreso, entre los últimos padres de la patria; allí, donde habla el oráculo de la interinidad; allí, en la fábrica al por mayor de nuestras grandezas y de nuestras dichas. Déjennos, pues, nuestros abonados ir á la funcion, que mañana les daremos cuenta de ella.

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