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go recuerda que las ideas no estaban preparadas para una revolucion, que se hizo sin saber cómo, y de la que nadie hablaba; y sin duda este nadie debe referirse á los cortesanos de entonces. Y despues de lamentar amargamente que algunos objetos de uso doméstico de la monarquía hayan sido profanados con la presencia ó el contacto del pueblo, que los habia pagado con su sangre y su sudor, lanza, como si dijéramos, la bomba encendida al aire, asegurando, bajo la fé de su más formal palabra, que la revolucion ha herido de muerte... ¿A quién dirán nuestros lectores? ¿Al más ingrato de los absolutismos? Nada de eso. ¿A todos los Marforis del pasado y del porvenir? No, señor; no se trata de semejante cosa. ¿A la teocracia, al fanatismo, á la milagrera de Aranjuez, á los sombríos cómplices del hecho de la Rápita, á los fraguadores de las Córtes de real órden? Tampoco. Lo que, segun el terrible periódico isabelino, ha sido herido mortalmente por la revolucion es... ¡qué penoso trabajo nos cuesta el decirlo!... es la hidalguía española, ni más ni ménos.

¡La hidalguía española! ¿Conque decididamente ya no somos hidalgos, ya no hay hidalgos en esta noble tierra de España? ¿Conque es cosa probada y convenida que despues de la salida de San Sebastian de aquella monarquía por nadie arrojada materialmente de nuestro suelo, y que se fué motu propio por vanas aprensiones de conciencia, por el fantástico empeño de creer que la opinion unánime de un pueblo es látigo que azota y espolon que hace huir; es cosa, repetimos, fuera de toda duda que hace diez y siete meses no somos ya los compatriotas de D. Quijote, no somos ya aquel pueblo, víctima épica y generosa de su rey y de su dama, aquel 'pueblo de capa y espada, protagonista eterno de la eterna comedia de su galantería? ¡Qué va á decir la Europa, qué dirá el mundo cuando lo sepa! Pase en buen hora el hacer astillas un trono que ya no puede poner limpio todo el agua del Lozoya. Pase el asustar á un monarca lo bastante para que se retire hácia el estranjero depósito de sus millones. Pero arrojar de un país á una señora, á una dama, siquiera fuese reina, la reina-ideal de los últimos moderados... ¡españoles! ¿sabeis lo que habeis hecho? ¿Y la hidalguía, y vuestra hidalguía proverbial, ingénita, teatral, inextin– guible? ¿Qué aspiras á ser ya en el mundo, España revolucionaria, España de la libertad de conciencia, de la libertad de enseñanza, sufragio universal, de la prensa sin depósito, si ya no eres, si ya no

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puedes ser, á menos que no des satisfaccion cumplida á doña Isabel de Borbon, la tierra clásica de aquella hidalguía que te hizo adoptar por espacio de muchos vergonzosos siglos como lema de tu bandera aquello de: El rey nunca se equivoca!... (que dijo un autor de zarzuela)?

Pero, señor, ¿en qué se fundará esencialmente el respetable colega que con esa fenomenal afirmacion nos moteja y hiere en lo más vivo? Esto nos hemos preguntado séria y atribuladamente apenas leimos el horripilante artículo; y, por un deber de conciencia, pusimos sin vacilar el pensamiento en tortura, para ver de hallar la razon verdadera de apreciacion tan trascendental. ¿Por qué no ha sido hidalga la revolucion?..... ¿Será porque en ninguno de los documentos y actos oficiales de su advenimiento estampó ni pronunció una palabra ofensiva ó denigrante para la infausta familia ex-soberana? ¿Será por la apresurada -complacencia con que se enviaron á París algunas docenas de baules, con la subasta de cuyo contenido hubiera bastado, de sobra, para pagar el milloncejo célebre del hospital del Buen Suceso? ¿Será porque todavía nadie se ha permitido auxiliar al Tesoro público en la reclamacion de los treinta y tantos millones que cierta desgraciada dama le es en deber? ¿Por qué dirá eso el diario isabelino?... ¡Como no sea porque los antiguos proveedores de la real casa, sastres, guanteros, confiteros y almacenistas han quitado de sus muestras y cristales el escudo régio!.....

Y esta es la hora, sépanlo nuestros lectores, aunque sea en menoscabo de nuestra comprension, que no hemos podido averiguar el fundamento con que se asegura eso de que ya no hay hidalgos en España. Y como esto no puede quedar así, porque á nadie le cabe en el magin que pueda haber una España sin hidalguía, unos españoles sin ese perenne y fecundo sentimiento caballeresco que sirve de esplicacion al poema de su hermosa historia, proponemos nosotros, acongojados y desesperados por acusacion y revelacion tan tristes, que sin perder tiempo, y antes, si es posible, de que el telégrafo nos acabe de desacreditar en las cinco partes del mundo, se abra en Madrid y en todos los pueblos de España una cátedra incerrable, un curso perpétuo de hidalguía castellana, en que sean naturalmente directores y profesores algunos de los eminentes patricios vencidos en el poco hidalgo motincejo de 1854, ó en el no menos injustificado de 1868.

MEMENTO.

(1.° de Marzo.)

Atravesamos una de esas alegrías premeditadas de la humanidad, uno de esos contentamientos universales, prefijados por el almanaque, que hacen desesperar de la naturaleza del hombre á la mayor parte de los filósofos que han cumplido treinta años. Estamos en la plenitud del Carnaval, en completa saturnal moderna. La heredada costumbre pagana no ha querido dejar de imponersenos ni aun en este año constituyente, en que de tanta seriedad y de tanta reflexion hemos menester los españoles. Por fortuna, el cristianismo ha puesto breve límite á esa locura forzosa de la sociedad, y mañana la Iglesia, con la ceniza de otras máscaras y de otras generaciones pulverizadas, hará huir de las frentes enardecidas los frívolos pensamientos del placer, y vendrá á recordarnos que la vida es el principio de la muerte.

Aprovechemos, pues, las pocas horas que nos quedan antes de oir resonar el tremendo Memento, para dar cuenta á nuestros lectores de lo que han sido las carnestolendas madrileñas; y confesemos que Madrid se ha escedido á sí mismo este año, y que, dada la situacion del país y la de la atmósfera, el Carnaval ha tenido animacion inesperada. Por calles y plazas han cruzado muchas y pintorescas mascaradas, al son de las sencillas orquestas populares en que la guitarra, ese símbo

spañol, ha jugado el principal papel de costumbre. El viejo Prado de San Fermin ha visto bajar á su enlodado seno todas las clases y todas las ardientes curiosidades de la capital española, desde la encopetila señora de carretela, hasta la humilde habitante de guardilla, que ha maltratado en la escursion sus únicas botitas; desde el acaudalado doncel de buen tono, ginete en poderoso bruto indígena ó exótico, hasta el capiraido estudiante de la clase media que ha cerrado por tres

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dias sus libros de texto, sin perjuicio de aguardar confiado el porve→ nir para ser ministro ó general; desde el afortunado Creso moderno, que sueña con negocios y especulaciones universales, hasta el pobre sirviente que se contenta con cambiar de harapos en estos dias. Todos han concurrido á la obra general, todos han obedecido la ley del preceptuado regocijo, todos han olvidado sus ocupaciones habituales, dejado sus hogares y acudido á la gran cita. Todos se han exhibido más ó menos enmascarados, todos se han puesto perdidos de fango y todos se han vuelto á sus casas para entregar á las lavanderas los últimos testimonios de la diversion y de la lluvia.

que

Sea en buen hora, nos hemos dicho, contemplando el espectáculo de la animacion carnavalesca, nosotros que, no solo tenemos la antipática obligacion española de pensar, sino tambien el durísimo deber de decir lo que pensamos. Sea en buen hora: el fondo de esa animacion pública es una vitalidad social poderosa, que nos agrada, que nos alienta, que nos consuela. Esa actividad febril é inocente de un pueblo, á través de todas sus necesidades, de todas sus desgracias, de todos sus graves peligros materiales y morales de actualidad, paga ruidoso tributo á la costumbre y baja á su paseo predilecto á echar, por decirlo así, su cana de febrero al aire, como si todo fuese inmejorablemente en el mejor de los mundos; esa actividad, ese vértigo, esa manifestacion de vida artificial, es prueba irrefutable de que en las entrañas de ese pueblo hay todavía gérmenes de una vida real, fecunda, inextinguible y salvadora.

Sea en buen hora. Mañana, cuando ese pueblo despierte, y, olvidando sus marchitos disfraces, se vista de nuevo el traje de sus imprescindibles quehaceres sociales y domésticos, la blusa del artesano, la toga del magistrado, el uniforme del soldado; ese pueblo que vive y que siente, que tiene muchas y generosas fibras en su corazon, muchos y generosos sentimientos en su alma española, oirá, sin duda, en su conciencia, un Memento sagrado, la voz de su porvenir, la voz de la patria, que le dirá:

Acuérdate, pueblo español, de que atraviesas una de las más graves crisis de tu historia; acuérdate de que estás en la aurora de tu más vasta revolucion social; acuérdate de que ya no eres el pária de Europa, el último refugio meridional del absolutismo y de la supersticion; acuérdate de que ya estás en posesion de tu conciencia, de tu libertad

omnímoda de accion, de todos los derechos y de todas las garantías civilizadoras que el progreso moderno pide y consagra. Acuérdate, pueblo español, de los muchos y graves deberes que pesan hoy sobre tu patriotismo, sobre tu cordura, sobre tu conducta. Acuérdate de que necesitas instruccion, hábitos de libertad y de tolerancia, buena y económica administracion, espíritu de trabajo que te redima de la miseria, órden público que te libre de la anarquía, y un rey, una monarquía, un poder supremo, una voluntad supremamente decidida á obedecer la tuya, á prestar oidos á tus nobles deseos, á moderar y armonizar el ejercicio de tus nuevas instituciones y á proteger en tu nombre la libertad contra todas las ignorancias, contra todas las tiranías, contra todos los egoismos. Acuérdate, en fin, pueblo español, hoy más que nunca, de lo que las páginas de la historia te enseñan. Las revoluciones que se desvirtúan y esterilizan; que, en vez de ser inmensos bienes y glorias regeneradoras, acaban solo como sacudimientos artificiales, transitorios y agravantes de un cuerpo enfermo, esas revoluciones lo que prueban en la esencia es que el pueblo que las inicia y que, desvirtuándolas, no sabe completarlas y utilizarlas, ese pueblo no es digno de otra cosa, y merece volver á los antros de su desventura. de su oscuridad y de su postracion tradicionales.

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