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Sr. Sagasta vió formarse por la voluntad nacional bajo su imparcial gobernacion, han convertido la escepcion en regla general. En ellas lo raro, lo escaso, lo mínimo es lo vulgar; en ellas ha venido á reunirse la flor, la crema, la esencia de nuestras generaciones democrá– ticas. ¿Qué estraño es, por tanto, que hayan hecho lo que han hecho? ¿Qué estraño que el medroso sentimiento público, desconfiado de que tan prodigiosa elevacion y tan fecundo patriotismo creador no puedan sostenerse por mucho tiempo en la altura á que han llegado, apetezca verlas concluir cuanto antes en la plenitud de su prestigio?

Ayer, ayer mismo, si nosotros hubiéramos sido-Dios nos libreel conde de Reus, no hubiera concluido la sesion sin que hubiéramos dicho á la España que nos contempla: «Patria mia, patria de los radicales, no temas; esto se va. Y se va, no porque ya no me sirve, no porque estoy en el caso de sustituirlo con algo idéntico, sino porque yo, como tú, me estremezco á la sola idea de que esto, por el peso mismo de su portentosa grandeza, dé un estallido. Quince dias más, y el Inmerecido nos hará su primer servicio acabando con las Córtes Constituyentes.» Pero el general Prim nada dijo, porque el general Prim prefiere otros métodos para hacer monárquicos y dinásticos: el presupuesto y los batallones. Con su pan se lo coma el general Prim.

Con decir, en efecto, que en la sesion de ayer las Córtes soberanas se escedieron á sí mismas, basta para dar la idea prévia de esa creciente, magnífica magestuosidad de los debates constituyentes que nadie se atreve á prever en qué pararán. Veintiocho dias habian trascurrido desde la votacion del rey; veintiocho dias de viajes, de glorias y banquetes esteriores, de silencio interior, interrumpido apenas por el doliente ¡ay! ministerial del Sr. Figuerola, ó por los ecos del teatro de Calderon. A los veintiocho dias, la nacion, que se iba acostumbrando á leer y á no oir al Sr. Ruiz Zorrilla, oye de nuevo los ecos de su siempre rota y siempre entera campana presidencial. No cabe duda: todavía hay Córtes. Escuche el mundo, tiemblen los déspotas, prepárese el sentido comun, regocijese la seriedad representativa. Atencion.

La sesion se abre; pero, ¿cómo es posible que haya sesion si no sabemos de qué se va á tratar, si no hay órden del dia prévia y reglamentariamente señalada? dice el Sr. Figueras. Y el presidente, que se propone ser tolerante, blando y dulce como conviene á sus recientes hábitos italianos, contesta: «Eso, Sr. Figueras, ha sido una omision

involuntaria. Pero S. S. comprenderá que para algo hemos vuelto de Florencial» Y se lee el acta de la sesion última, el acta de la nunca bien ponderada eleccion régia. «Ese acta es nula, exclama el Sr. Sorní, el Congreso lo comprenderá así con un simple esfuerzo de lógica. En el escrutinio se separaron los votos á la república federal, á la república española, y á la república á secas. ¿Por qué no se separaron los votos al duque de Aosta, rey de España, y al duque de Aosta, rey de los españoles?» Risa universal. ¡El diablo son los republicanos! ¡Pues no quieren que se haga con el rey lo mismo que con la república!

Restablécese la compostura á campanillazos, y entonces un unionista de los que no sirven, el Sr. Mendez Vigo, se permite levantarse. (Sensacion.) El Sr. Mendez Vigo: Señores, las actas de nuestras sesiones son los certificados legales, fehacientes é imprescindibles de cuanto aquí hacemos. Es así que la comision espedicionaria no ha podido llevar á Florencia el acta de la sesion del 16 de noviembre que discutimos, luego la comision ha ido sin credencial, ha ido, en cierto modo, apócrifa y gratuitamente á ofrecer un sueldo de treinta millones..... -Indignacion general.-El presidente, blandiendo su eterna sonaja: Pero, señor mio, ¿y el acuerdo? La mayoría: ¡Eso, eso, el acuerdo! ¡Basta de montpensierismo!-El Sr. Diaz Quintero: Pero, hombre, es fuerte cosa que aqui no podamos hurgar siquiera al candidato. ¡Si al ménos se nos hubiese dicho que ese candidato es una especie de Licenciado Vidriera!...-Gritos, rayos y centellas. El conde de Reus se levanta y estiende sus brazos á la mayoría, como diciendo: «¡A ese!»> El Sr. Moncasi contesta por todos al conde de Reus con otra mímica igual. Confusion.-El Sr. Figueras, para una cuestion de órden: Desearia saber en qué idioma se han hablado oficialmente las Córtes y el rey electo. El señor presidente: Sr. Figueras, yo no podia hablar sino en español, como todo el mundo sabe. El rey, por su parte, estuvo en su derecho al hablar en italiano.-Una voz timida en una tribuna: Así se entienden las gentes. ¡Viva la monarquía Babel!—Un secretario: ¿Se aprueba el acta?-128 votantes: Se aprueba.-35 votos: No se aprueba.-El secretario: Queda aprobada.

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El Sr. Ruiz Zorrilla, visiblemente turbado: Cúmpleme ahora, señores diputados, deciros en pocas palabras (esta era ayer su muletilla) que hemos hecho, como quien dice, un viaje á Lima. En pocas pa

labras, ¡qué fragatas, qué mar, que Italia, qué hoteles y qué rey Veinte dias, en pocas palabras, sin ver un punto negro en el horizonte; veinte dias de color de rosa, veinte dias sin otro dolor que el de la pérdida de un patricio eminente que nos acompañaba. ¡Ah, hermanos mios! digo, jah, señores! voy á concretarme á pocas palabras: que Dios no me conceda el gusto de llegar á ser presidente del Consejo, como es cierto que estoy convencido de que Amadeo I hará nuestra felicidad. Y dicho esto, siga su curso la procesion, siga el debate. Se ha presentado una proposicion para darnos las gracias por la patrió tica caminata. Mi amigo el Sr. Martos, que fué ayer á recibirme, tiene la palabra.

El Sr. Martos: Nada más grande, señores diputados, que ese viaje, considerado desde el punto de vista de una crísis ministerial. Nada más simpático que esa Italia que nos da un rey á prueba de derechos. individuales.-El Sr. Rivero, ministro de la Gobernacion: En efecto, señores, esa Italia no tiene comparacion. ¿Pues y el rey?... Yo os afirmo que ese rey viene á arrostrar aquí grandes peligros..... Cataclismo.—Unos: ¡qué franqueza! Otros: ¡con que Vd. lo diga basta! Otros: ¡Sr. Rivero, por el amor de Dios!-El Sr. Rivero: En efecto; grandisimos peligros...-La mayoría, viendo sonreir á Sagasta: Pero ¿callará ese hombre?...-El Sr. Rivero: Pues lo dicho, dicho: grandes, grandisimos peligros...-Conviccion universal.

El Sr. Figueras, apoyando una proposicion en que se declara que no há lugar á deliberar: El rey de los derechos individuales, segun el Sr. Martos, no sé lo que parecerá á las familías de las víctimas de a partida de la Porra, ni á las de los supuestos fusilados en Andalucia sin formacion de causa; pero casi me atrevo á asegurar que no debe parecerle gran cosa al Sr. Romero Robledo, enemigo del sufragio universal.-El Sr. Romero Robledo: pues se equivoca de medio á medio el Sr. Figueras; porque el rey y la Constitucion me parecen perfectamente, y pienso acatarlos con lealtad.-El Sr. Figueras: ¡Quiéralo Dios! Quiera Dios que el Sr. Romero los acate con lealtad igual á la que tuvo respecto á otra dinastía!-El Sr. Robledo: Yo, Sr. Figueras, no tengo á ese respecto remordimientos. No soy de los que felicitaron á. doña Isabel cuando lo del cura Merino, ni de los que han recibido consejos del Sr. Marfori en los bulevares de París.-El Sr. Figueras, descompuesto: Pero ¿ven Vds. qué jóven este?-La mayoría, entu

siasmada: Pero ¿Por qué se ha metido Vd. con él?-El Sr. Figueras: Pero no involucremos las cuestiones: lo cierto es, señores, que la libertad de imprenta está perdida.-El señor ministro de la Gobernacion vuelve á pedir la palabra.-El Sr. Sagasta vuelve à sonreir.— Curiosidad general.

El Sr. Rivero: En el bolsillo traigo un periódico que me dirige atrocidades superiores á la invencion humana. Es El Combate. (Lo lee.) Así es, señores, como se pierde en mis manos la libertad de imprenta. Cuando yo leia libros, supe que un gran político estranjero habia dicho de la libertad de imprenta: «Muchos inconvenientes tiene; pero ¡tiene tantas ventajas! ¡es tan gran freno para los malos gobiernos!» Pues bien: yo digo eso mismo. ¿Seré demócrata?-El Sr. Paul y Angulo pide la palabra.-El público: ¡Gracias á Dios que todo va á arreglarse! El Sr. Paul: Señores, ese periódico que exhibe el Sr. Rivero ha sido secuestrado á la hora y media de publicarse una noche, es decir, cuando no era posible que el juez hubiese dado el imprescindible auto de recogida. El Sr. Rivero será todo lo demócrata que quiera; pero yo me atengo á ese acto de servilismo de la justicia histórica. Por lo demás, ese periódico, lo confieso, arde en un candil. Pero esto tiene una esplicacion muy sencilla: ese periódico se escribe bajo la inspiracion de lo que aquí se representa, y que yo me permito suponer que es una FARSA INDIGNA.—Gritos, alaridos, caos, temblor de tierra, badajazos. Sagasta sigue sonriendo.

El Sr. Rivero: Calma, señores: esta es la libertad, ó al ménos esta es la libertad que nosotros podemos dar en espectáculo al país. El que da lo que puede, no está obligado á más. Ahí teneis al Sr. Paul; esa es la demagogia que ama el escándalo como á las niñas de sus ojos, y que utiliza á su manera la inmunidad parlamentaria. No seamos niños: dejémosla con el escándalo, y quedemos nosotros con la libertad y con el órden. (Aplausos.)—El Sr. Sagasta, para sus adentros: ¿Irá este buen señor á volverse otra vez elocuente y hombre de Estado?El presidente: Las siete. ¿Seguirá el jaleo, digo, se prolonga la sesion? -La Cámara: ¡De ninguna manera!-Un secretario: Pues hasta mañana.-D. Ramon de la Cruz, desde su sepulcro: ¡Ah! ¡si yo hubiera visto todo eso, si yo hubiera hecho estudios sobre el terreno, si yo hubiera sido amigo del de los Castillejos. ¡Mal haya el morirse pronto!...

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DOS TIPOS. ·

(22 de Diciembre.)

Es indudable que el progresista nace y el conservador se hace. Hasta por respeto á la razon humana es conveniente creerlo así. La reflexion, el cultivado espíritu, la filosofia íntima y costosa de la esperiencia, debemos admitir que entran por poco en la produccion de esa inculta planta liberalesca que en la España de nuestros dias se sigue llamando «progresista.» El progresista es un sér espontáneo; fórmalo el instinto, prepáralo inconscientemente la educacion, determínalo la herencia de hogar, de profesion y de temperamento, que no se escogen. Con una levita inmanejable, con unos guantes inverosímiles y con un poco de himno de Riego, no es difícil formar ese incorregible tipo de nuestra decadencia; pero ¿concibe nadie à un progresista con un libro en la mano?...

Empezamos á ser adultos en política; conocemos y tratamos á muchos veteranos de nuestras públicas lides; creemos saber regularmente la historia de la España constitucional; hemos presenciado muchas veces la conversion de alguna notable entidad, de principios exageradamente liberales, en un conservador más ó ménos cercano al estremo opuesto; hemos, en fin, sido alguna vez testigos de lo que, empleando un lenguaje cosmogónico, llamaremos el gradual enfriamiento de las mejores capas de una desordenada aunque brillante aptitud, y visto dar al fin por resultado lá aparicion de un nuevo astro conservador, sujeto ya para siempre á las eternas leyes del buen sentido y del racional liberalismo. Pero no hemos tenido noticia, no hemos logrado estudiar, no hemos conocido, no conocemos un conservador que deliberadamente haya degenerado en progresista.

Sentiriamos en el alma-Dios lo sabe-que el primer caso de seme

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