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Apunta, sin embargo, la luna de enero, la más clara del año, segun el cantar, y ¡quién nos dijera que esa luna, tan propicia á los gatos, habia de alumbrar el triste cuadro que inesperadamente nos ofrece hoy el progresismo! El astro de la guardia negra, que habia llegado á su perihelio, que habia logrado colocarse todo lo posiblemente cerca del sol que más calienta, se ve precipitado á inmensa distancia moral de la plaza de Oriente. El palacio de la calle de Alcalá no ha variado de inquilino. Un unionista se dedica, desde lo alto de una poltrona, á ver el medio de que el clero español tenga fuerzas físicas para decir misa. Otro unionista reaccionario enseña en sus manos la cartera de Ultramar. Un cimbrio rige nuestras relaciones internacionales. La misma Iberia se ve hoy obligada á comparar á otro cimbrio, de artística estructura, con Mendizábal. Del ministerio de Fomento salen discursos como el de Cartagena en forma de circulares de instruccion pública. Las elecciones de Sagasta van á tener un interventor amigo de Posada Herrera. Del fondo de los distritos alza un terceto oposicionista el terrible canto de la coalicion. Los pretorianos tienen la sospecha de que si osan alzar el gallo puede no faltar quien se lo ponga bajo los talones. Un ambiente de desgracia, de decadencia, de impotencia profunda hiela la sangre en las venas, y el país siente impulsos de levantar la abatida frente y de convertirse en un Platon de 16 millones de bocas, para decir por todas ellas á un tiempo: los progresistas se van.....

Repitámoslo: en la esencia de todo esto está el pecado original del radicalismo: la ignorancia. Todo lo que no fué establecer y organizar una milicia nacional con sueldos, contactarse con ella, limitar en ella sus aspiraciones, sus ambiciones, sus ideales de dominacion y de fortuna, fué por parte de los radicales no saber lo que se hacian. Ni podian, ni merecian más que una cosa así, un instituto, un modo de vivir, un falansterio, un organismo de esa clase, cómodo, inofensivo, modesto, alimenticio, pegado al fondo social, en armonía con un liberalismo sans culotte, con inteligencias vírgenes, con manos refractarias al baston con borlas, con pies acostumbrados á la suela con clavos. Si no existieran las tabernas, todos los gobiernos caerian los sábados por la noche. Esta frase, que cualquier progresista puede leer en un tal Pascal, puede tambien aplicarse al partido cuyo sepelio se ha celebrado á medias en Atocha. La masa radical, arrancada ignorante

y temerariamente á sus hábitos, á sus gustos, á sus profesiones, dedicada absurdamente al manejo de la cosa pública, es cosa perdida.

¿Se quiere un ejemplo palpable, personal, irrefutable, convincente como la evidencia, de esa verdad, de esa expiacion que repentina, pero fatalmente empieza á sufrir el radicalismo sacado absurdamente de sus casillas, adornado inútilmente, como el grajo de la fábula, con las plumas del pavo real, del radicalismo deplacé, metido en mal hora á autor, á tutor, á sostenedor de una monarquía? Pues volvamos los ojos á una de sus más importantes encarnaciones; con solo una mirada que echemos por las interioridades de la situacion, nos bastará para encontrarla, porque esa personalidad es de lo más visible que ha fraguado la construccion humana: es el Sr. Olózaga, mayor.

Olózaga, el grande Olózaga, en la doble acepcion literal y moral del adjetivo, ¿qué es de Olózaga, desde que abandonó, por creerla cumplida hasta la saciedad, su mision progresista, su mision desorganizadora? Ya no hay salves que entonar, retraimientos que aconsejar, Esparteros que jubilar, Campos Elíseos en que brindar, dinastía que desacreditar, condes de Reus con quienes civilmente rivalizar, conspiraciones que dirigir desde el estranjero, duques de Tetuan á quienes enviar parlamentarios; ya no hay verdadera política progresista que practicar, ya no hay nada de eso, ya no hay, en rigor, Olózagas posibles. Y por eso, aunque sin abandonar por completo los resabios de conducta de su naturaleza, proclamando un dia el esterminio de media España, proponiendo otro la creacion de comités electorales anti-sagastinos, el Olózaga de la historia, de la accion, de la tradicion, está reducido á un simple pretendiente de embajada. Apenas se hace un momento de silencio entre los repulsivos estrépitos de la situacion, se oye la voz del gran decadente, que dice: «¡A París, quiero volverme á París!...» Apenas el jóven Martos indica tímidamente la posibilidad de algun cambio en el alto personal diplomático; apenas se oye el estampido del cañon prusiano, dispuesto á abrirse paso al fin hasta las Tullerías, se oye simultáneamente el angustioso acento del hombre del 43,.que pide su embajada con el ánsia del simple mortal que no ha sabido librar su edad provecta del contagio de los sibaritismos del vaudeville.

¡Ah! y es eso; la filosofía, la crítica, la más simple nocion de las temeridades de la ignorancia nos dicen que es eso. Las olas del mar tienen señalado en la orilla, por un dedo divino, el límite de sus es

pumantes cóleras. No es dable al Océano traspasar su dique de leve arena. Las colectividades, las agrupaciones humanas tienen tambien valladares morales intraspasables, marcados por su idiosincrasia, impuestos por las condiciones individuales que se reflejan en el conjunto, dándole carácter, instintos, apetitos y efectos propios y eternos. El progresismo es siempre una mano demoledora, pero es siempre tambien un cerebro hueco. El progresismo de 1868 debió haberse hecho justicia, y haber dicho á los que le acompañaron en la gran empresa: <<¿No hay ya nada que destruir? ¿Se trata ya de crear? Pues ya estoy yo demás en las alturas de la escena pública. Que se quede aquí quien sepa y pueda hacerlo; yo me contento con la tranquila posesion del garbanzo.» Pero, en vez de esto, el progresismo se ha puesto, como Icaro, alas de cera, y ha osado mirar frente á frente la luz que se las ha derretido. La caida empieza con el movimiento uniformemente acelerado de todas las caidas. Esperemos un poco más, y los sordos ecos del final batacazo nos compensarán una tristeza de dos años.

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ESPEREMOS.

(23 de Enero.)

sangre; seis me

Seis meses hace que el corazon de Europa destila ses de guerra sublimemente inhumana; seis meses de destruccion asoladora, en cuyos procedimientos y mecanismos ha echado el resto de la ciencia; seis meses de química aplicada al homicidio; seis meses en que la flor y nata de la civilizacion militar nos prueba que el mundo marcha; seis meses hace que el viejo continente cristiano se pregunta á ratos si el estrépito mortífero que se alza en sus regiones centrales. no es producido por una irrupcion de nuevos bárbaros, venidos de ignotas distancias, y mucho más temibles y destructores que aquellos. de la historia cuyos piés esterilizaban pára siempre la tierra en que se ponian.

Y sin embargo de que eso pasa hace seis meses, la Europa culta, la grande Europa inteligente, evangélica, rica, poderosa, que tiene su moral escrita, su filosofía militante, sus barcos, sus ejércitos, sus telégrafos y sus hombres de Estado, calla. Ni una protesta séria y trascendental, ni el anuncio de una negociacion diplomática como preliminar de una intervencion colectiva, ni un arranque de indignacion generosa, ni un síntoma de impaciencia humanitaria: nada. La guerra franco-prusiana sigue su curso destruyendo á los degenerados galos. y abofeteando moralmente á las que se llaman grandes naciones, y las grandes naciones no dicen esta boca es mia. Francia y París están suprimidos accidentalmente con asombro de Victor Hugo-del seno de la civilizacion, y todo se ha reducido, sin embargo, á que la civilizacion cuente muertos en vez de contar dinero, y á que los figurines no se alteren sensiblemente en medio año.

¡Ah, gran ley histórica y perpétua de la humanidad, ley del más

fuerte, ley eterna, inexorable, inapelable en todos los siglos y en todos los hombres! Ya es tiempo de que el siglo XIX doble ante tí la cerviz pretenciosa. Setenta años de resistencia absurda ha empleado esta fátua centuria en negarte. Cuando te vió en la revolucion de Robespierre, decia que eras una idea; cuando te vió inspirar al gran Napoleon, seguia diciendo que sus cañones eran principios; cuando te vió llenar de cadávares los fosos de Malakoff y las llanuras de Italia y los campos del nuevo mundo, seguia diciendo que toda aquella matanza era doctrina pura. Pero hoy este siglo ideólogo y enterrador tiene ante sus ojos la verdad de tu realidad, tan desnuda, tan descarnada, tan concreta, tan innegable, que ya no son posibles ni la interpretacion ni la duda.

Guillermo III de Prusia y I de Alemania, sin otra inspiracion civilizadora que la palabra maquiavélica de su conde de Bismark, sin más invocacion de principios, ni más ideal democrático, ni más mision providencial, ni más trasformacion del género humano, ni más zarandajas que el doble deseo personal de acogotar á un César de levita y convertir á Berlin en ciudad imperial, se pasa cuatro años fundiendo cañones y acostumbrando á los labradores sus paisanos á dormir bien sobre la tierra húmeda de agua ó de sangre; y al cabo de esos cuatro años dice: «Allá voy,» y la Europa lo ve venir y le abre paso; y el mundo de aquella civilizacion, que aseguraba que las guerras no podian ser ya largas, ni infundadas, ni muy crueles, ni proseguidas al capricho de un caballero particular ó general, la Europa del vapor, de la electricidad, de la Cuaresma y del tres por ciento, se encuentra con que, en vez de tener por dueño al cristianismo positivista de sus mercaderes y de sus diplomáticos, va á tener un dueño de carne y hueso, ya entrado en años, con patillas blancas, casco á la romana, y dos millones de fusiles de aguja, bien manejados, á su disposicion.

Con efecto; unos pocos dias más, y la aniquilada Francia, cuyo heroismo en su lucha con el extranjero va tocando en los últimos límites de la insensatez humana, verá entrar en las Tullerías al gran hulano, y oirá de sus labios la suerte que la espera y los pedazos de su noble tierra en que se decide á estender el cultivo teutónico; y las barricadas de París devolverán sus adoquines á los bulevares; y la demagogia, que tanto ha dado que hacer á Trochú, volverá á hacer zapatos, á manejar espuertas y á dar sebo á las máquinas de los talle

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