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quien de seguro harán coro brisas y ondas, con esa facilidad con que la naturaleza iletrada complace á todo el mundo, entonará una despedida á la patria; á la patria que se esconderá paulatinamente en el horizonte, no porque no quiera ver al cantor, sino por un simple efecto de óptica.

«España mia, dirá en versos convencionales el marinero vate; ma— dre adoptiva, que en poco más de medio siglo me has visto llegar del nuevo mundo que fué tuyo, y recorrer como bueno la escala de tus prebendas sociales: héme aquí por tercera vez en el espacio de dos años dejando tu suelo donde radica mi nómina. La primera lo hice en momentos supremos. Yo era general, capitan general, y no de esos para quienes la patria es la antesala régia donde se ganan entorcha-` dos, sino general soldado de muchas acciones de guerra. Yo mandaba un ejército; yo era conde; yo era amigo de una reina, y enemigo de su gobierno. Yo sabia el italiano; yo habia leido en Maquiavelo que antes de los grandes accidentes que cambian la faz de un pueblo «vengono segni che li pronosticano;» yo tomé á la revolucion de setiembre por ese pronóstico; yo era liberal á mi modo y mi ejército al suyo. Resultado: que mi ejército y yo no pudimos entendernos, y que aquello, es decir, mi retirada, fué inevitable.

>>La segunda vez-¡los manes del general Prim lo saben!-la segunda vez que en estos dos años te he dejado, fué por detestar la república. Suiza es republicana; yo no lo soy. Mi reina estaba en Suiza; yo no podia decir á mi reina, como el héroe de la ópera: «amo il sol perche teco il divido,» porque para mí no hay sol en Suiza, ó si lo hay no vale un ardite. Yo me vine á España. Yo soy hombre de gobierno; el gobierno me quiso señalar residencia, pretestando que yo era militar, y que, como tal, debia ser obediente. Yo, que no concibo al mili- . tar sin mando, desobedecí al gobierno, y di conmigo en Lisboa, en la patria de Camoens. Si Camoens hubiera vivido, yo no hubiera salido de allí; él hubiera oido mis versos; mi vida hubiera tenido un objeto; pero Camoens no vivia; estamos en el siglo que tiene al tiempo por oro, que tiene horror al sueño; yo no podia hallar público fácil. Lisboa me fué imposible, y volví á España.

>>Para volver, habia una Constitucion que jurar; yo juré: habia un órden de cosas que aceptar; yo lo acepté: el acueducto de Segovia me es testigo de que lo acepté. ¿Con qué reservas? Con una sola reserva

mental; con la reserva de que yo no podia servir en adelante á ningun rey; con la reserva de que entre San Francisco de Borja y yo no habia ya más diferencia que un amor y una hermosura que yo no habia sentido ni contemplado, pero con identidad de desengaño;

No más servir á señores

Que en gusanos se convierten,

me oyó decir mi generacion. No cabia en lo humano decir más. Hubo, sin embargo, quien no me hizo justicia; hubo quien creyó que aquel juramento no resistiria á la entrada triunfal de mi amigo Marfori por el Pirineo. Yo no contestaré á esta calumnia hipotética. Conozco el valor del silencio.

»Volví, digo, á España. España tiene un gobierno; el gobierno de un rey; este gobierno no ataca mi juramento, no me manda servir al nuevo rey, no cree acaso que mis servicios le sean imprescindibles; pero me manda jurar su autoridad, respetarlo, protestar de que las horas que dedico á mis ócios literarios no serán mermadas en su contra. Yo no protesto; yo no me creɔ general más que en el nombre, yo no cobro; yo afirmo bajo mi palabra que desprecio á Pascal. Pascal ħa dicho que personne ne veut étre vulgaire, es decir, que la aristocracia, la propension al privilegio, es ley universal; yo, pues, declaro, yo, aristocrata con ideas propias, que Pascal dijo una sandéz al decir eso; que yo quiero confundirme con el fondo social; que yo soy un ciudadano, con sus derechos y sus oscuridades individuales; que me dejen en paz con mis amigos y mis enemigos moderados, con mi correspondencia ginebrina, con mis libros. El gobierno contesta á mi declaracion señalándome este vapor; yo me resisto; el valor de mis buenos dias se me sube á la garganta; recuerdo que soy el hombre que quitó á Castro el sombrero de un bastonazo, sin otra retaguardia que sus ayudantes; yo desafio á la fuerza. La fuerza viene; un oficial de la Guardia civil la representa con corteses palabras; yo cedo á la fuerza; yo me embarco; y aquí estoy.

»Aquí estoy ¡oh patria adoptiva! Aquí voy, aquí me ves entre dos mares; entre el mar de mis confusiones, que me oprime el cráneo, y el mar salado y azul que corta la quilla de esta prision flotante. Aquí va, oh ingrata España, el que ganó á Cheste, el terror del carlismo, la espada de Barcelona, el baston del Congreso, el traductor de Dante, el probo enemigo de los folicularios; ¡aquí va, así te deja, ó, mejor di

cho, así dejas que te deje el monárquico que en 1841 asaltó con Leon el alcázar de sus reyes, sin que lograsen hacer con él la esparterada que se hizo con Belascoain; así dejas que te deje el diputado que un dia supo tener genialidades basta con el presidente de una Cámara que se vió ante él impotente, y se resignó á expulsarlo; así dejas que te deje el hombre de Estado que, á no haberse interpuesto Gonzalez Brabo con su absurdo sistema, hubiera realizado pacífica y literariamente el ideal de Isabel II, y la hubiera hecho absolutista á lo Cea Bermudez, ó, lo que es lo mismo, déspota ilustrada, déspota para el solo efecto de los efectos, que es como hay que serlo.

>>¡Ah! lo siento por ti, pobre patria democrática, mísera España liberal é individualista, nacion decadente, nacion estólida, amante hoy de una monarquía sin los prestigios del misterio, sin camarillas, sin etiqueta, sin iniciativa en el gobierno. Yo, tarde ó temprano, hallaré un país digno de mí; yo, á la corta ó á la larga, viviré libre y feliz donde haya Dantes que desfigurar, Góngoras que superar, sombreros. que derribar, adolescentes que espantar, ejércitos que dejar, reyes que no jurar; pero tú, pobre país enfarragado en una Constitucion que no te permite un amo; con el veneno de la imprenta libre por diario alimento, y con la libertad religiosa por certificado de civilizacion; tú, país misérrimo, podrás serlo todo en el porvenir, menos el país de los Chestes!...>>

Esto dirá, ó cantará, verosímilmente, el ménos poeta de nuestros. militares y el más militar, por graduacion, se entiende, de nuestros traductores. Valencia, España entera podrán no oir sus querellas de despedida con honda atencion; los que de puertas adentro de la Península quedamos, podremos no conmovernos gran cosa al grito de ese Escipion coetáneo que amenaza privar á su patria de su sepultura; los que no queremos la monarquía tradicional, ni aun á precio de que nos traiga tales lumbreras intelectuales, podremos hacernos los sordos á sus lamentos; pero el porvenir, que es para todos la esperanza de la justicia, será justo, sin duda, con el mártir borbónico que á estas horas camina viento en popa (así sea) hácia la más adyacente de nuestras islas. ¡Quién sabe! Acaso en la fecunda soledad de sus vergeles la Divina Comedia tenga un complemento digno de su monumental grandeza. Acaso el Excmo. Sr. D. Juan de la Pezuela y Ceballos le añada un canto; acaso ese ostracismo, que sinceramente deploramos, depare

á las futuras generaciones una gran sorpresa. El Infierno de Dante tiene un vacío; en nada alude, nada hace sufrir á los patriotas acomodaticios, á los visionarios del egoismo, á los que cambian libertad, patria y creencias por una gratitud personalísima y estéril. El señor conde de Cheste puede ser autoridad competente para llenar ese hueco. Esperémoslo de su imparcialidad.

EL ARTE COALICIONISTA.

(11 de Marzo.)

No ha sido todo satisfaccion en estos dias para los pacíficos vecinos de Madrid. No ha sido todo el espectáculo de sensatéz patriótica que los partidos monárquico-liberales de la coronada villa han ofrecido á propios y extraños, yendo compactos, en alas de su liberalismo y con la compostura de la civilizacion, á sancionar de nuevo en las urnas del público sufragio el motin de setiembre. Tambien el Madrid de las 'elecciones ha tenido sus escenas tristes, sus cuadros, sus enseñanzas deplorables. La Providencia no ha querido librarnos de este amargor. Decididamente, no hay dicha cumplida en esta vida.

¡Ah! ¡Qué triste ley la de las compensaciones! ¡Qué terrible maestra para los hombres en general, y para los liberales de buena fé en particular! No ha habido filosofía más práctica, más fundada en la eterna condicion de las cosas humanas, que la de Cousin. El ecléctico término medio, detestado por los génios y por los temperamentos nerviosos, es, sin embargo, la necesidad universal.

Lo absoluto, en todo órden de ideas, es el disfráz de lo absurdo. ¿En qué bondad, en qué belleza, en qué talento se puede confiar á ojos cerrados? ¿Quién no guarda en su corazon el recuerdo de alguna beldad, ó tonta, ó mal rematada? ¿Quién no ha tenido que llevarse el pañuelo á las narices al descender moralmente á las entrañas de ciertos patriotismos? ¿Quién no empieza á pensar, dentro de la España revolucionaria, en la incompatibilidad de ciertos derechos y de ciertos deberes?

Anteayer, primer dia de eleccion, volviamos nosotros de depositar nuestra papeleta, y volviamos ¿por qué no hemos de confesarló? lleno el ánimo de un orgullo clásico. El voto público, la vieja forma de la

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