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to puede llegar á ser soportable, y penetrado de admiracion hácia aquellos señores latinos cuyas facultades domésticas serán siempre la envidia de todos los patriarcados y de todos los feudalismos, me casé una mañana por el procedimiento ordinario, es decir, sin pensarlo, con una jóven cuya belleza, cuya modestia, cuya fecunda ignorancia de las cosas del mundo han tardado cinco lustros en servir de crisálida á una mamá de tres niñas casaderas, á una matrona que me llama senci— lla y geográficamente éste, y á un génio dominante de primer órden que me ha hecho muchas veces envidiar, con honda amargura, la lí– bertad del raton en la boca del gato.

Y á pesar de todo, señores redactores, yo he vivido feliz hasta hace pocos dias; yo no he sido nunca tan ignorante que pidiera á la vida la gollería inverosímil de una dicha perfecta; yo he creido servir á Dios contentándome, sin discusion íntima, con mi suerte; yo contemplaba á vista de filósofo rural el cuadro de mi relativa ventura; yo miraba aumentada mi hacienda á pesar de todas las elucubraciones del sistema tributario; yo hacia la vista gorda á los pretendientes irreflexivos de mis hijas; yo daba la razon á mi mujer en todas sus apreciaciones críticas sobre las notabilidades del lugar; y cuando por la noche, entre el rosario y la cena, me era lícito leer á la luz del velon que alumbró á mis abuelos el periódico liberal conservador de ustedes, el suspiro de la satisfaccion servia de compendioso desahogo á mi individualidad inofensi va.

Pero estaba escrito que no habia de ser yo una escepcion absurda de la ley general de los contrariados; estaba escrito que tambien llegarian á este oscuro rincon de mi hogar las tempestades del valle de lágrimas que lo contiene. Hace pocos dias, al volver de mi habitual tertulia en casa de este señor cura, que, créanlo Vds., no es carlista, sin embargo de ser un sacerdote ejemplar, hallé en los rostros de mi femenil familia, cuya animada conversacion se suspendió á mi llegada, señales inequívocas de una agitacion, de una emocion, de una preocupacion misteriosa y profunda. No me atreví, sin embargo, á preguntarles directamente lo que pasaba, entre otras razones, por el temor de quedarme, como de costumbre, sin respuesta satisfactoria. Pero aquella misma noche, á las altas horas, mi señora esposa, cuyo sueño no tiene más síntoma normal que un apacible ronquido eterno, lo suspendió inopinadamente para decirme, ó, lo que es lo mismo, para

ordenarme que comprase ó encargase al otro dia semilla de flores de lis, á cualquier precio.

La flor de lis, señores redactores, ni se cultiva en los pocos jardines de esta comarca, ni mucho menos, ni es para la generalidad de estos hortelanos rutinarios conocida siquiera de nombre. Recuerdo que más de uno, al ver figurar en el escudo de la Gaceta ese emblema borbónico, me preguntó alguna vez qué significaban aquellos triples garabatos; y recuerdo que me costó siempre no poco trabajo hacerles comprender las relaciones de aquellas flores heráldicas con la honorable familia de Carlos IV y de Fernando VII, que santa gloria hayan. Yo encargué, pues, la simiente á un herbolario de esa córte; y desde que llegaron el paquete que las contenia y la cuenta que las justipreciaba, el patio, los balcones y los tiestos todos de esta casa de Vds. están sembrados de futuras lises, que no han nacido todavía, pero que nacerán; no lo duden Vds., nacerán, y nacerán bien, porque mi mujer lo afirma.

Al mismo tiempo, y sin que yo sepa cómo, ni de dónde ni cuándo las han adquirido, mi conyuge y mis pimpollos se adornan diariamente con arracadas que figuran lises, con vestidos rameados con lisés, con abanicos en cuyas vitelas se escriben lises entrelazadas; en las puertas, sobre los cuadros, en las colchas de las camas, en la cristalería de la mesa hay lises, unas de papel, otras estampadas en el percal, otras raspadas sobre el vidrio, otras dibujadas con puntos de alfiler sobre carton: en fin, ¿qué más? Hace ocho años que tenemos por guardian principal de este caseron solariego un buen mastin de respetable aspecto, terror de los visitantes, y protector de nuestras gallinas. Pues bien; hasta mi perro, hasta mi caro perro, que se ha llamado, por acuerdo unánime de la familia, Careto desde que empezó á roer los primeros huesos, se llama ahora por decision de mis hembras, Lis á secas.

Acostumbrado á la obediencia, y sintiéndola hace tantos años en mí como una segunda naturaleza, yo hubiera permanecido voluntariamente ignorante de las causas que nos han traido esta revolucion doméstica; pero ayer, ayer mismo se me ha esplicado al fin el misterio. Mi hija mayor, que sabe de memoria la poesía de Espronceda á Jarifa, y que tiene una elegante letra inglesa, me dió una carta cerrada para que la franquease y echase al correo. El sobre de esta carta decia «Al

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director de La Flor de Lis.-Madrid;» y preguntando yo á mi primogénita, no sin cierta timidez, si se trataba de alguna nueva tienda de quincalla ó de novedades en telas, por toda respuesta sacó de su seno un doblado papel impreso, lo estendió y me le dió á leer..... La venda cayó de mis ojos; era el prospecto del semanario político-católico-borbónico-alfonsista-femenino que con aquel título, y dedicado esclusivamente al bello sexo, va á publicarse en breve en esa córte.

¡Ah! señores redactores; yo he visto cosas grandes en este mundo y en este país, Yo estoy presenciando resucitar el carlismo del fondo del sufragio universal, servir la democracia de 1869 de embrion y de aliento á la gran industria oscurantista que creiamos enterrada en Vergara, yo he perdido ya el miedo á ciertas catástrofes sistemáticas; yo veo ya casi con indiferencia llegar á este pueblo los enviados del federalismo que disertan en la plaza sobre la criminalidad constitutiva del dinero; yo me siento con fuerzas para seguir siendo liberal, conservador y amante del régimen representativo por otros cincuenta años; pero yo no sé lo que va á ser de iní cuando La Flor de Lis empiece á publicarse, cuando estas prendas de mi corazon conviertan mi granero y mi alcoba en teatro de la política casera, de la política de faldas, de la políti– ca enemiga de la aguja y del puchero, que ese perturbador semanario va á representar.

Por el amor de Dios, señores redactores; sírvanse Vds. dar cabida en sus columnas á esta presurosa protesta mia contra el intento que ese anunciado periódico envuelve. Que los maridos en general, y los maridos pacíficos en particular, oigan y acojan mi exhalada queja. Yo estoy pronto á contribuir con lo que pueda para ofrecer una indemnizacion á la empresa editorial que nos amenaza, si desiste de su proyecto. La flor de lis es una gran cosa; yo lo reconozco; pero los reyes. de Francia, que primero usaron por bandera la capa de San Martin el caritativo, luego la oriflama guerrera, y luego las lises del despreocu— pado Enrique IV, no sospechaban, sin duda, los disgustos que su última enseña habia de depararnos á nosotros los españoles que hemos. prescindido de la descendencia de Isabel II.

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La Flor de Lis, periódico, es mucho más que una bandera política, es mucho más que una propaganda inspirada y dirigida acaso por el gran partido del marqués de Loja; es una verdadera, horripilante cruzada contra los remiendos de nuestros pantalones, contra los puntos.

de nuestros calcetines, contra el buen condimento de nuestra alimentacion. Es imposible que los apreciables redactores de esa revista hayan querido traernos este gran terremoto social; hagamos todos un llamamiento á su humanitarismo; despues de todo, esos señores serán españoles, serán esposos, serán hombres. Hagámosles comprender que la causa de una dinastía, por ilustrada, por gloriosa, por morigerada que sea, no vale la pena de obligar á sus conciudadanos al divorcio.Un suscritor.

A LA MODERNA.

(1.o de Abril.)

Es una fatalidad eso de que las oposiciones no dispongan del almanaque. Ayer nos permitimos los revolucionarios darnos, y dar á Madrid y dar al país entero un espectáculo nuestro, verdaderamente nuestro, sin más fundamento ni más razon que el martirologio y nuestro dinastismo. Ayer eran los dias del rey, y apenas sabedores de que las puertas del régio alcázar, abiertas desde enero para la mirada públi– ca, lo estarian ayer incondicionalmente para cuantos quisieran ir á felicitar en el monarca la libertad que, segun la sabiduría del moderantismo, se dió la nacion á sí misma con la irreflexion de las naciones. mal aconsejadas; apenas, decimos, supimos esto, determinamos todos los procedentes y los aceptantes del famoso setiembre irnos á palacio.

Y allá fuimos, en efecto, altos y bajos, grandes y chicos, como simples mortales, dándonos unas infulas de monárquicos que tenia que ver. No faltó uno solo á la cita, lo cual contribuyó á que, numéricamente hablando, dijeran luego algunos imparciales comentadores que hacia muchos años-entiéndase bien: muchos años-que no se habia visto recepcion tan concurrida. Bien es verdad que no faltará hoy mismo alguna publicacion filosófica que ponga las cosas en su lugar, haciendo ver que la calidad de la concurrencia no correspondia á la cantidad. Pero ¡qué remedio! no es cosa de disponer así como quiera de todas las clases de un país. Ayer habia en palacio lo posible, y nada que lo posible, desde el punto de vista revolucionario: ministros, diputados, senadores, generales, grandes de España, alto y bajo clerɔ, diplomáticos, propietarios, banqueros, industriales, corporaciones é institutos del Estado, milicianos nacionales: poca cosa. Y por más que digamos, lo que es la antigua córte, tal como la organizaron los señores Tenorio y Marfori, no estaba allí.

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