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Es, pues, indudable que el Sr. Ruiz hubiera tal vez vertido el sábado, sobre su escaño del Congreso, el llanto sintético y complejo del patriota y del hombre de partido: del patriota, por ver al Parlamento de su país con aires de juzgado de primera instancia; del hombre de partido, por ver que sus amigos son los que hacen el gasto en estas residencias semanales.

Y ambas cosas pasan, por desgracia. ¿Por qué pasan? El jóven marqués de Sardoal cree que la culpa de estos sábados está en la reaccion, que se ha propuesto disecar moralmente al cimbrismo. Nosotros. no lo creemos. Nosotros nos inclinamos á creer que esas cosas pasan los sábados, ya sea porque el sábado es un mal dia, dia de trasgos, ó ya sencillamente porque, siendo como es la actual situacion una especie de trégua tácitamente acordada entre las fuerzas políticas que han de sustituirla, natural es que durante ella, como en un tribunal imparcial, se depuren ante la opinion los méritos y servicios de nuestras eminencias.

Pero seamos justos: como hombre de partido, el jefe del radical no tiene que verter las amargas lágrimas del desengaño ó de la cólera impotente, sino esas otras dulces lágrimas que la Providencia ha puesto tambien al servicio de la intima y noble satisfaccion, del colectivo decoro satisfecho. Tambien llora el orgullo; y muy grande y. con la frente muy alta debe sentirlo el Sr. Ruiz al considerar la compañía con que se ha lanzado por las asperezas del patriotismo á salvar la revolucion y la libertad. ¿Qué han perdido los señores radicales que hasta ahora han tenido casualmente que explicar ciertos actos de su vida. pública? Nada, porque dichosamente nada tenian que perder.

No se volvió á tratar el sábado de la compatibilidad del Sr. Pellon, ni habia para qué. Probado en su dia hasta la evidencia que el Sr. Pellon habia hecho oportunamente dimision de su empleo en Africa, está probado que solo por un error oficinesco se le ha venido incluyendo en nómina hasta el mes próximo pasado. El sábado se trató en primer lugar de una cosa que le pasó al Sr. Rojo Arias siendo gobernador de Madrid. Y la cosa es lo más sencillo del mundo. Presén– tase una persona viva en nombre de otra muerta, á dar al gobernador 10.000 reales para los pobres. El gobernador expide recibo de la suma. Esto era en junio, en octubre la testamentaría del finado y la diputacion provincial de Madrid preguntan dónde está el di

nero, y el Sr. Rojo Arias les envia 500 duros. ¿Qué hay en esto de particular?

Lo único particular del caso es el desprendimiento del Sr. Rojo Arias, porque hay que advertir que los 10.000 reales últimos son un doble regalo hecho por el Sr. Rojo Arias á la beneficencia. Los primeros, los de la manda, el.Sr. Rojo Arias los repartió privada y concienzudamente de tal modo, que, á no ser por ellos, sabe Dios lo que hubiera pasado con el órden público. ¡Bonitos estaban entonces el Saladero y el asilo del Pardo! Solo que, el Sr. Rojo, con la indolencia propia del que descansa en sí mismo, no cuidó de dejar, á su salida del gobierno, los comprobantes de la inversion, y ahora resulta que, siendo y no siendo condicional y discrecional el reparto, segun reza el mismo recibo del ex-gobernador, el Sr. Rojo se ha visto obligado, por un exceso de delicadeza, á dos cosas, á saber: primera, á expiar su hidalguía haciendo de su propio peculio una limosna tan crecida; y segunda, á presentar los recibos del Pardo y del Saladero. Lo primero está ya hecho, y lo segundo se hará, sin duda, pronto y fácil

mente.

No merece, pues, el asunto la pena de que se hable más de él, como no mereció, imparcialmente lo decimos, que se tratara en el Congreso con tal detenimiento. Ni el Sr. Merelles, presentándose armado con la ley de contabilidad y el Código penal, ni el Sr. Romero y Robledo, opinando que la honra no debe tener otras tapaderas que las de cristal, nos parecieron que empleaban bien el tiempo. Es necesario, y lo es cada dia más, que aprendamos á saber lo que, desde el punto de vista de los intereses públicos, merece la pena. Y de esto es buen maestro El Imparcial, que no ha dicho una palabra sobre tales fruslerías parlamentarias, ni la dirá.

Terminado este incidente, se levantó otro diputado, el Sr. García Martino, á contar al país, por via de interpelacion al gobierno, sus impresiones de viaje por los montes de Balsain; y naturalmente, salió á relucir el ya célebre expediente de ventas y cortas en aquellos pinares, de que el Sr. Montejo trató hace meses en el Senado. Pero ¿qué resultó? Que hubo otro radical aludido, el Sr. Fernandez de las Cuevas, sócio de la compañía maderera que compró al Estado aquellas segovianas fincas, y se empeñó un nuevo debate. El ministro hizo historia y comentó; dijo que las fincas no debieron venderse, que los

linderos estuvieron muy mal hechos, que se han cortado algunos millares de pinos por hachas poco respetuosas, y que este es un asunto que solo puede arreglar la justicia. El Sr. Cuevas, despues de desmentir en ciertos detales, y con la mayor llaneza, al ministro, leyó un artículo de cierto diario de Segovia, y probó que el negocio era casi ruinoso para los compradores, y nada más.

Ahora bien; no habiendo presenciado el Sr. D. Manuel Ruiz la discusion, no habiendo podido enternecerse presencialmente, sus amigos y contertulios tuvieron necesidad de contarle por la noche lo que habia pasado, y en su consecuencia la aurora del domingo vió repartirse esquelas de llamada y tropa entre las huestes del radicalismo para una reunion que tuvo efecto por la tarde, á la hora de los toros, y cuyos detalles damos á nuestros lectores en otro lugar de este número. El resultado moral de esta reunion no debe hacerse esperar; el país verá en lo sucesivo qué clase de hombres, de virtudes y de rectitudes forman el partido más progresivo dentro de la Constitucion.

Por lo demás, no nos extraña que el jefe del radicalismo se conmoviera ayer tarde en el seno de sus amigos, hasta el punto de hacer eso que nosotros tememos tanto, eso que nosotros no queremos ver; hasta el punto de tener que enjugarse los ojos con el metacarpo. ¿Quién planteó en el seno de la revolucion la cuestion de moralidad? D. Manuel. ¿Quién fundó aquella especie de lazaretos políticos del Escorial y Tablada? D. Manuel. ¿Quién habló desde Cartagena como Tácito, salvo el estilo? D. Manuel. ¿Quién dió con estas genialidades puritanas tantos disgustos al general Prim? D. Manuel. ¿Quién, en fin, motivó las manifestaciones de músicos, soldados y estudiantes en pro y loor del caido ministerio de la moralidad? D. Manuel. Suya y solo suya ha sido la iniciativa; suyo, perfectamente suyo, es el lema santo: lo que hoy pasa es su obra; dejemos recoger la cosecha al sembrador, y respetemos la emocion del alma satisfecha.

¡Ah! ¡qué importan los obstáculos más ó ménos deformes ó cenagosos que una empresa tan benemérita puede hallar en su camino! ¿Qué importa al general de géniɔ que da una batalla, el ver caer á su lado algun amigo, algun hermano de armas, ó verles caer á todos? ¿Qué importa que el Parlamento dedique un dia por semana á ver los puntos negros en accion, ni que tengamos desde anteayer un sábado negro que recordar como los ingleses recuerdan su célebre viernes del

lo

mismo color? Lo que D. Manuel Ruiz quiere salvar es su patria, la monarquía, la dinastía y sus futuros ministerios, y no sus afecciones; que D. Manuel Ruiz ha querido fundar, sobre todo desde que el generoso cimbrismo le ha dado la jefatura de la pelea, es un gran partido y no un correccional. Adelante, pues, y á fundarlo, aunque haya que ponerle por cimientos los pedazos del corazon. ¡Ah....!

EL TROVADOR.

(11 de Noviembre.)

Sin que esto sea ofenderle: ¿hay entre nuestros lectores alguno que trasnoche? Lo decimos, no porque desconozcamos que el recogerse tarde es un derecho individual de los más sagrados, sino porque pudiera suceder que en algun lector amigo se reuna la doble circunstancia de retirarse de noche á las altas horas y de pasar por la plaza de Oriente; y en este último caso debemos ponerle al corriente de un hecho que, al decir de más de un sereno veráz, se está verificando todas las madrugadas con la fatal fijeza de las cosas que se repiten.

Dícese, en efecto, que en esas últimas horas de la noche, en que es preciso ser polizonte ó enamorado para no concebir la obligacion del sueño, se ve rondar por las cercanías de palacio un humano bulto negro, muy negro, un hombre embozado en luenga capa, que se supone sea de paño de Castilla, y el cual, paseando unas veces desde la acera de las caballerizas hasta los arcos del cuerpo de guardia, otras sentándose en los canapés que dan vista á la puerta del Príncipe, otras recostándose en el pedazo de la verja central que mira hácia el mismo punto, se pasa así los frios momentos de las últimas tinieblas, hasta que los gorriones madrugadores exhalan su primer pitido matinal, y las puertas del régio alcázar se abren con el dia á empleados y dependientes.

Dicho bulto ofrece, segun la relacion de testigos presenciales, además de la imponente singularidad de su aspecto fantástico, la extrañeza de dar unos suspiros profundos que indudablemente nacen de las honduras de un corazon sensible, y sobre todo la novedad de recitar períodos enteros, en verso y prosa, de nuestros más célebres escritores monárquicos. Las palabras Rey, lealtad, sacrificio, amor, dinastismo,

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