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mití aconsejar á D. Manuel una cosa que no tengo inconveniente en contar á Vd., y es como sigue:

Serian las tres de la madrugada, poco más ó ménos. Ya habia yo hecho en mi escaño la digestion de la comida que á unos cuantos radicales nos habian pagado los carlistas, compuesta de sopa, tres platos y vino á destajo. El antipático Malcampo no parecia por el banco azul. Los primeros rumores de suspension se difundian por la atmósfera como un veneno fluido, y á pesar de su inverosimilitud, me empezó á entrar una escama horrible y á dominarme el más negro presentimiento. Entonces me fui á buscar á D. Manuel á secretaría. Estaba solo, sentado ante una chimenea que chisporroteaba á sus piés con una combustion difícil; consumíanse las velas en los candelabros; los restos de un servicio de thé con rom se exhibian fantásticamente sobre la mesa. Yo me acerqué al jefe y le dije: D. Manuel, tengo una idea.Lo dudo, me contestó; pero, en fin, dígala Vd.»

«Don Manuel, proseguí, si esto se lo lleva la trampa, como algunos creen, ¿no podriamos nosotros imitar colectivamente á Cárlos V? Me explicaré. Vótese ó no se vote en definitiva la proposicion carlista, es indudable que en un plazo no lejano, y gracias á nuestra campaña, han de resucitar los conventos españoles. Pues bien: ¿no podriamos nosotros fundar uno y buscar en sus tranquilos muros refugio á nuestra debilitada grandeza? D. Manuel, no es todo en la vida el ser ministro, el repartir credenciales y fusiles. La paz del alma vale tambien la pena de ser buscada. Usted lo ha sido ya todo en este país; emigrado, amigo de Prim, enemigo de la guardia negra, ministro, presidente del Congreso, idem del Consejo y orador á su manera. ¿Perderia algo la justa fama de Vd. siendo el fundador de la casa de unos recoletos políticos que tanto darán que hablar á la historia?»>

<<Don Manuel, todavía podemos encontrar un cuartel ó una posada anchurosa en que establecernos; no importa el sitio en que sea; si es árido, si no hay en él un triste pino siquiera, tanto mejor; así no tendrá Cuevas ocasion de lamentarse. Respecto al nombre de la órden que debe ser la nuestra, yo acabo de oir á un unionista, que Dios confunda, darnos un símbolo, al hablarnos de la huella de Nocedal que llevamos en la frente. Fundemos, pues, la órden de la HUELLA, y sea nuestra insignia un tacon colgado con un hilo al cuello, en eterno loor y recuerdo de la eterna huella que dejaremos en la política española.

Tenemos, por lo demás, personal abundantísimo para los diversos cargos de la comunidad. El refectorio puede ser dirigido por Rivero, la parte económica por Figuerola, Martos escribirá los sermones, su primo de Vd., con el sable bajo el hábito, guardará la puerta; Moret puede ser el lego simpático que salga por las aldeas á pedir á las devotas; Rojo Arias el que nos explique el catecismo; etcétera, etcétera.»

«Allí, D. Manuel, podremos hacer libremente lo que tanto se nos censura en el Parlamento: hablar poco y mal. Todos los dias, antes y despues de la comida, se leerá un trozo del programa de octubre, y usted lo comentará á sus anchas para que no se nos olvide. ¿Quién sabe si, con aplicacion, llegaremos á tener ortografía? Dicho se está, por supuesto, que allí no habrá más prior que Vd.; Vd. solo, Vd. el gran carácter, que dijo Gasset cuando trató la cuestion de Hacienda. Don Manuel: Vd. lo ha dicho: el hombre político debe arreglarse á la situacion en que se encuentra. La situacion nuestra nos condena hoy á la vida contemplativa; pero, ¿qué ganaremos con hacerla en Madrid? Para contemplar á Sagasta salvando los meses hecho un prohombre, más vale pegarse un tiro. Nada, ¡vámonos á la contemplacion de la naturaleza; busquemos los paseos sin silbidos, las noches sin trabucazos y las madrugadas sin decretos. Fundemos nuestro convento, don Manuel!»

«El jefe me oyó inmóvil y silencioso, y aunque por toda respuesta. me suplicó que me retirase, yo tengo la convicción de que mi idea ha de fructificar en su ánimo. Si le mortifica el no haberla tenido el primero, puesto que mil veces ha declarado que no le gusta ir á la zaga, él sabe que soy capaz de atribuirle la invencion. Véase, pues, cómo el radicalismo tiene todavía algo y aun algos que hacer en España, con alta honra suya; ¿qué importa que se crea ó se diga, otra cosa? Tambien se dijo que Pellon era incompatible. ¡Ah! si mi proyecto cuajara, yɔ amaria la humanidad con su parte reaccionaria y todo. Y el dia en que D. Manuel, con su hermosa voz de bajo, cantara los primeros maitines, y diese un adios postrero á la vida pública, yo moriria con→ tento, tan contento como mi patria pudiera estarlo...!»

CUESTION DE NECESIDAD.

(25 de Noviembre.)

Cada uno tiene sus necesidades en este mundo. La Tertulia no celebra una triste junta sin creer necesario manifestar su amor á las instituciones, ó, lo que es lo mismo, sin decirles: aquí estoy. Sabido es que el Sr. Rivero, desde que fué gobernador de Valladolid, hasta que recabó de las Constituyentes el bill de indemnidad para las operaciones de su ayuntamiento, se pasó la vida explicantlɔ á la paciencia de España y de Europa lo que son las razas, sin duda porque presentia el advenimiento de la nueva raza cimbria que, puede decirse, ha criado á sus pechos. En fin, ¿qué más? el Sr. Güell y Renté se ha creido en la necesidad de publicar odas, á 60 rs. tomo, ó, lo que es lo mismo, renunciando préviamente á toda suscricion espontánea. Y es eso; es que la necesidad, que, segun la vulgar traduccion libre, tiene cara de hereje, nada ni á nadie perdona: equo pulsat pede, que dijo el latino, de la muerte.

La muerte misma, no ya bajo su aspecto físico, sino desde el punto de vista de ciertos sufrimientos político-personales, suele ser una necesidad consoladora. El Sr. Ruiz cree necesario morirse, en sus accidentales cesantías, con una frecuencia que pasma. A lo mejor se mete en cama con este deliberado objeto, esperando de buena fé anochecer y no amanecer en la obediencia de un gobierno que no es el suyo. Y sabe Dios las noticias de la plaza de Oriente que habrá sido necesario inventar á la imaginacion piadosa de los que le quieren ó le necesitan, para que, por fortuna, la triste nostalgia del poder no nos haya á estas horas arrebatado á un monárquico de quien tanto esperan los republi

canos.

La filosofía liberal explica tambien por la necesidad la teoría del nacimiento de los partidos. Parece ya fuera de duda que las parciali

dades activas de la opinion responden á graves necesidades del mundo social; y aunque el radicalismo todavía no ha explicado satisfactoriamente su aparicion en nuestra escena pública, ni está probada la necesidad que el país tiene de soportarlo, dia vendrá, sin duda, en que sepan nuestros descendientes por qué fué necesario que el Sr. Becerra amparase en sus brazos á la monarquía, y por qué el Sr. Moret dejó de explicar la Hacienda de la libertad, en el Ateneo, donde á nadie hacia daño.

La necesidad, pues, es un misterio de la vida universal, y de los más profundos: es un fenómeno multiforme, insaciable; una ley constante de los tres reinos de la naturaleza, que sirve de vínculo unitario á todas las manifestaciones de la existencia. Desde el rio, que tiene necesidad de desbordarse alguna vez, hasta la democracia, que de cuando en cuando necesita reunirse en Price; desde la hoja, que necesita caer para que el árbol pueda echar otras, hasta el Sr. Echegaray, que necesita enseñar la cortesía á ciertas instituciones, para olvidar sus fiascos parlamentarios; desde el Carnaval, en fin, que necesita absolutamente de la máscara, hasta el jefe de pelea de un partido popular, que se doblega á veces ante la necesidad de defender su aborrecida milicia, todo es necesario en la tierra, todo: hasta Ferrer del Rio.

Ahora bien: negar que el radicalismo, para constituir la falange de empleados y hombres de pró que ha ido poco á poco formando desde 1868, ha tenido necesidad de la monarquía, seria negar lo evidente. Con la mano en el corazon y el pensamiento en el presupuesto, conocieron esos señores que, tratándose de un país monárquico, de una revolucion monárquica y de 'unos destinos monárquicos, lo más derecho era aceptar lisa y llanamente la monarquía. Y cumplieron, en efecto, como buenos, esta necesidad de un momento histórico dado, sin más que formular juiciosamente esta regla de tres: el monarquismo es á nuestra ambicion como nuestra necesidad es á X. Y multiplicando los medios y partiendo por el extremo, resultó la X convertida en nómina.

Pero ¿era eso decir que el monarquismo de los neófitos de la monarquía hubiese de afectar siempre una forma idéntica, constante, inalterable? De ninguna manera. Mientras duró la conciliacion revolucionaria, y se tocaron directa y palpablemente los frutos del monarquismo platónico, se pudo y se debió ser monárquicos con sujecion extricta á la Constitucion de 1869; y mientras la aventura veraniega del

Sr. Ruiz fué un hecho, se pudo y se debió ser monárquicos por el úni– co procedimiento del dinastismo. Pero hoy las cosas han cambiado; las necesidades del momento histórico presente son otras, y el radicalismo quiere una monarquía, á su manera, y se apresura á explicar el único género de monarquía que le gusta.

Es muy sencillo: el radicalismo tolera una monarquía sin clases conservadoras que la apoyen, sin raices en el sentimiento de ciertos intereses sociales importantísimos; el radicalismo permite á la monarquía que viva sin córte, que no ejerza su bienhechora atraccion en las esferas que le son propias; el radicalismo acepta una monarquía por cuya prosperidad no pida á Dios diariamente la hambrienta Iglesia española; el radicalismo consiente á la monarquía el aislamiento, la irreconciliacion con todos sus enemigos, la inercia, el abandono, la asfixia en la soledad y en la imprevision. Lo único que el radicalismo no consiente á la monarquía es que nombre y sostenga ministros que no sean probadamente radicales.

Y es natural: los magnates del antiguo Aragon tenian necesidad de que los reyes fuesen como Dios manda, é si non, non. Los magnates de una democracia de tres años tienen necesidad de monopolizar una monarquía, ó, lo que es lo mismo, un ministerio. De otra suerte, ¿para qué se va á Italia? ¿Le cabia á nadie en la cabeza, despues del glorioso setiembre, que hombres que no habian hecho el sacrificio de su republicanismo viniesen algun dia con sus manos lavadas á ser ministros por obra y gracia de la prerogativa régia? Los partidos: pueden existir, pueden combatirse en el Parlamento, en la prensa, y si es preciso, en las calles; pero ¿qué necesidad hay de que alternen en el poder, una vez que los radicales pueden ejercerlo?

Y sobre todo, ¿no carece de ley la necesidad? Pues la necesidad del radicalismo es morir de ahito sobre las cumbres de su dominacion. ¿Qué resultará, qué se conseguirá con contrariar esta necesidad suprema, inmensa, absorbente y urgente del radicalismo? ¡Guay del que la desatienda, siquiera lo haga en nombre de un liberalismo y de un patriotismo mal entendidos! El Sr. Damato lo decia hace pocas tardes en el Congreso: cuando se tiene el alma republicana, todos los demás amores pueden ser accidentales. Aquí lo necesario es que los radicales estén contentos. Lo demás no afecta al fondo.

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