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MEMORIAL COLECTIVO.

(27 de Noviembre.)

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¡Qué felices eran los antiguos, los paganos, los que dispusieron á su placer de aquella mitología bondadosa, que tenia un dios para cada piedra, para cada árbol, para cada suceso, para cada liberal! Si nosotros pudiéramos creer que hay una divinidad protectora de las reuniones públicas, ¡cómo la invocariamos hoy para narrar á su amparo el meeting radical de ayer! Ahora comprendemos la habitual tristeza del Sr. Echegaray, que se encuentra sin un dios para un remedio en sus complicaciones vitales. Nuestra cosmogonía oscurantista, con su solo Dios verdadero, ¡nos parece tan insuficiente en estos instantes! Y, sin embargo, no necesitamos ni pedimos gran cosa al empezar este articulejo; un poco de órden en nuestras ideas, aunque sea tan poco como el órden público de las serenatas de octubre; alguna inspiracion en nuestra mente, aunque sea tan exigua y timida como la que dirige la palabra parlamentaria de D. Vicente Rodriguez. ¿Es esto pedir mucho? Pues solo eso pedimos al cielo para trasmitir á nuestros lectores algunas de las consideraciones que la reunion de ayer nos sugiere.

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¡Oh calumnia! ¡Oh reptil venenoso, siempre dispuesto á morder en las grandes reputaciones! ¡qué golpe tan mortal has llevado en un solo domingo! De hoy más, que no vuelva á decirse que el Sr. Ruiz tiene los desfallecimientos insanos del suicida, que no ama la existencia en primer término, que hay horas en que se convence de que no sirve para gran cosa sobre la haz de la tierra. Mientras la prensa malévola preparaba ó discutia esa proposicion, el jefe de pelea ideaba y preparaba la reunion más grande que han celebrado y conocido los radicalismos de todos tiempos. Y doce mil radicales, segun el parte

dirigido por ellos mismos al duque de la Victoria, ó cinco mil, segun La Epoca, vieron ayer tarde al supuesto moribundo, más vivo, más pujante, más pletórico y con mejor talante, si cabe, que cuando empuñaba el timon del esquife ministerial.

Así es el mundo, así es la opinion, así es la falibilidad humana, tan ocasionada á equivocarse sobre los partidos y sobre los hombres. Sea enhorabuena, por esta vez, aunque nosotros no hemos sido de los engañados ni de los sorprendidos. Desde que leimos la primer convocatoria en El Imparcial, á nosotros no nos cupo duda: los radicales iban á reunirse. ¿Para qué, por qué, sobre qué? nos decian algunos; eso será un conato más de la pretenciosa vitalidad radical; tambien se citó con igual objeto antes de la votacion del dia 17, y luego salimɔs con que los radicales tenian, como Edipɔ, miedo á su propia lengua, y no se reunieron; puede que ahora suceda lo mismo, si siguen conociéndose á sí mismos lo bastante para no permitirse ciertas zalagardas. Pero nosotros, fijos los ojos en la primera columna de la primera plana de El Imparcial, repetiamos y contestábamos con una fé profunda van á reunirse, se reunen, infalible, inevitable nente.

Y, en efecto, ayer á las dos de la tarde ya no era posible dudarlo; ya no habia palco, grada, silla, hueco, rendija en el circo de madera, que no sostuviese á un radical. Crujian las tablas, oscilaba el techo, saltaban en astillas los comprimidos asientos, y el generoso mister Price, con su eterno chaleco blanço, temia por la resistencia de su palacio saltimbanquista, y á pesar de su reconocida esplendidez, se lamentaba con un amigo, que nos lo ha contado, de que el Sr. Ruiz hubiese puesto los ojos en su establecimiento. Ese hombre debe ser getattore, decia. No hay tal cosa, le respondió para calmarlo su interpelante. Lo que hay es que el radicalismo tiene ciertas tendencias agrícolas en el fondo. A un partido que se reune habitualmente en la calle de Carretas, pertenece de derecho reunirse extraordinariamente en un circo de caballos. Son hombres sencillos en el fondo, amantes todos ellos de la industria madre, apegados siempre á todo lo que con la naturaleza espontánea se relaciona. Pero ni por esas: mister Price siguió alarmado mientras duró el meeting.

Respecto á los detalles de colocacion y de perspectiva, ¿qué podremos añadir nosotros á las imparciales relaciones escritas que circulan ya por la Península? Diremos solo que la colcha con los colores nacio

nales que cubria la mesa presidencial era, aunque alquilada, bellisi¬ ma: que hubo, desparramadas en palcos y sillas, hasta siete ú ocho, señoras, ó cosa así; que tambien resaltaban entre la concurrencia algunos uniformes (pero que esto no lo sepa el Sr. Bassols), y sobre todo, que el tablado, dispuesto con decoracion de jardin, con su alfombra, y no de yerba, ofrecia un golpe de vista soberbio. Allí estaba lo más notable en armas, letras, ciencias, palabra y fortuna del radicalismo. Allí brillaban la limpia, inteligente faz del Sr. Martos, el acalorado rostro de su eterno émulo el Sr. Rivero, la fisonomía hebráico-rentistica del Sr. Ruiz Gomez, el semblante tropical del Sr. Baldorioty. Allí acudieron en alas de sus convicciones democráticas los progresistas Sres. Gasset y Artime, Córdova, Fernandez, Alaminos, Primo de Rivera, Escosura. Allí se veia juntos, como lo han estado en las últimas. discusiones del Congreso, á los Sres. Rojo Arias, Cuevas y Pellon. Allí Madrazo, allí Damato, alli Merelo, allí Alcalá Zamora, menor, allí el patriarcal Telinge, allí todo el mundo.

Y entre todo el mundo, el jefe, el Sr. Ruiz, radiante de una satisfaccion tal y tan íntima, que era contagiosa. Dicese que cuando entró en el escenario por la escondida puerta de los comedores hípicos, la fria palidez habitual de su impasible rostro de hombre de Estado se habia cambiado en el carmin más subido, y que hasta su talle, generalmente doblado al peso de sus cargadas fuertes espaldas, se erguia derecho y altivo como la palma. Sus guantes ardian materialmente al calor de su precipitada circulacion sanguínea, brótaban chispas visibles de sus ojos, y á los que le saludaban, y á los que le sonreian, y hasta á las bambalinas que le cercaban parecia decirles con el mudo, expresivo lenguaje de su actitud: ¡feliz! ¡soy muy feliz! soy lo que se llama verdaderamente un hombre feliz: que lleven mi ca isa al rey de Las mil y una noches, que buscaba ese tipo humano, inverosímil. ¿No ven Vds. qué feliz soy?...

Respecto á los incidentes y discursos, ya que no podemos disponer hoy de un libro en blanco para mencionarlos, diremos algo de lo más notable. Cuando el Sr. Llano y Pérsi, con su gravedad problemática, ofreció la presidencia á D. Manuel, el viva atronador del público dícese que hizo pasar por la frente del Sr. Rivero como la sombra de un pensamiento, y que se preguntó in pectore: ¿creerán las gentes, en realidad, lo de la jefatura? Cuando un Sr. Losada, que no creemos sea

el heredero del relojero de Londres, pidió la palabra, el Sr. Ruiz se apresuró á negársela, diciendo que allí no se iba á discutir, que allí se iba solamente á pedir el poder... á la opinion; y luego añadió por lo bajo: para discutir, en el Congreso hubiéramos podido hacerlo, si hubiéramos sabido ó nos hubiera convenido. Por lo demás, ¿qué mejor Congreso que este? Aquí vamos á decir todos lo que nos dé la gana, sin temor de que se nos conteste. ¡Qué grande y qué cómoda es la libertad, señores!...

Nombróse luego la comision nominadora, y despues el comité central, porque antes se hubiera hundido el universo que no se nombrase algo en la reunion: y en seguida comenzaron los discursos. El Sr. Rivero, empezando por la increible firmeza con que se adelantó hasta el borde del escenario, siguiendo por la sangre fria con que escuchó los rugidos de la muchedumbre cuando esta decia interrumpiéndole: «¡no cabemos!» y acabando por la naturalidad con que hizo la apoteosis del manifiesto de octubre, hijo de su pluma, dicen que estuvo notable. Y luego, aquello de colocar á la monarquía y á la dinastía, no al lado, sino debajo de la libertad, fué una especie de acto heróico. Así me gustan á mí los hombres, decia más tarde el senador Sr. Seoane, en el salon de conferencias; es preciso que la verdad se oiga arriba y abajo. Para algo hemos aprendido á desalojar palacios.

En cuanto al Sr. Figuerola, debemos confesar que, segun nos dicen, dejó algo que desear. Todos creyeron que despues de asegurar que la libertad estaba perdida, el autor de la capitacion iba á hablar algo, aunque fuese poco, del Banco de París. En cambio el Sr. Salazar dió gran gusto á los señores. Cuando llamó indigno al ausente Sr. Sagasta, una corriente eléctrica entusiasmó al concurso. Lástima que D. Manuel se le echara encima. Pero, ya se ve; D. Manuel decia: no quiero que se hable así de los hombres; no quiero verme tratado así mañana, con más ó ménos justicia. Respecto al Sr. Sanromá, ·la opinion general es que estuvo delicioso: llamó sanguinaria, culpable y fementida á la union liberal; y esto bastaba para el éxito. Figuerola estuvo para abrazarle, olvidando ciertas reuniones bursátiles en que el Sr. Sanromá le atacó cruelmente, antes, por supuesto, de ser su subsecretario.

Se nos olvidaba decir que un Sr. Vargas dijo que vivia en la calle de Santa Brígida. Esto fue sorprendente. No lo fué mé

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nos que el Sr. Moret no hablase Pero despues que el Sr. Martos pronunció su elocuente discurso para probar que ya no hay cimbrios, D. Manuel pensó que para muestra basta un boton, y que allí no se iba á hablar bien. Y entonces hizo, como vulgarmente sè dice, un corte de cuentas, y con el pretesto de que anochecia, pronunció su arenga de despedida, cuyo espíritu se reduce á pedir el poder... á la opinion. Estamos preparados, vino á decir el jefe de pelea; somos bastantes para llenar la administracion pública, hemos dejado muchas cosas pendientes, tenemos distritos que esperan nuestros beneficios, los republicanos nos apadrinan y de ello es buena prueba mi amigo el Sr. Morayta, que asiste á esta reunion: ¿á qué, pues, se aguarda? ¿Es posible que pasen los dias de esta manera? ¿Es que aquí no hay país? ¿Es que no hay justicia en la tierra? Y en seguida dió tres vivas cronológicos á la Constitucion, á la libertad y al rey, para que le respondieran, como era justo, con un ¡viva Ruiz!! que fué, digámoslo así, el último cohete; el trueno gordo, el fin de fiesta.

Con razon, pues, decia luego un general adicto á los radicales en el Congreso que la reunion habia sido un grande acto de su partido, que así se pide y se gana el poder, que así, con esos memoriales colectivos, es como se tiene derecho á imponerse á la felicidad pública; y añadia que él no habia hablado por ser militar y haberse convenido que los militares no hablasen; y decia tambien otras cosas curiosísimas, que no trascribimos por falta de espacio. Mañana puede que lo hagamos, si mañana todavía el radicalismo no ha obtenido el poder... de la opinion.

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