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jefes tan asistentes al Europeo, como lo fué en sus buenos tiempos el ex-director de La Discusion, y tan conocidamente aficionados al sorbete como D. Cristino, bien pudiera tener un jefe de pelea que no se desdeñara de tomar café ante su país. Pero, sin duda, el Sr. Ruiz lo cree incompatible con las austeridades sistemáticas que su posicion le exige, y la prueba de ello es que desde lo de la calle de San Roque no se ha vuelto a saber que D. Manuel salga de la Tertulia ó de su casa ni para echar una triste cana al aire. Y por otra parte, comprendemos la situacion de un jefe de partido en un café lleno de amigos; lo natural es pagar por todos, y los tiempos no están para correrse. ¡Sí, sí! ¡Buenos están los tiempos!

No necesitamos decir, por lo demás, cuál habia sido el móvil, la causa ocasional de aquella cita, de aquella reunion: cuál era el objeto de todas las conversaciones, de todas las peroraciones: habia crisis, el Sr. Topete se iba del ministerio, la tortilla, es decir, la situacion se volvia inesperadamente del lado internacionalista, y los jefes de la union liberal iban á dar la voz de «Rompan filas» y de «Sálvese el que pueda» en el campo ministerial. «¡Ah, qué union liberal esta, tan admirable, dicen que decia un radical de cincuenta grados, haciéndose éco del sentimiento de todos; ella nos va á dar resuelta la cuestion de la manera más fácil y patriótica! Señores; yo he aborrecido siempre, y sobre todo cuando no era monárquico, á la union liberal; pero hoy declaro que es un partido conservador digno de aprecio, un partido que sabe impacientarse y cuadrarse cuando nos conviene, y que es menester dejar constituirse y organizarse en los ocho ó diez años que nosotros vamos á gobernar. A ver, que vaya uno de Vds. á avisar á D. Servando para que se ponga el frac. Sospecho que no se le pondrá esta vez inútilmente.»>

Dieron en esto las doce de la noche, oyóse el ruido de coches por la Carrera; tiemblan las vidrieras y una voz dice: ¡Ahí van! ¡ya han concluido! ábrese la puerta y un radical noticiero entra con la cara triste, con una cara tan triste como si se hubiese perdido otra votacion presidencial; contráense los dilatados semblantes, las manos sueltan los vasos, prodúcese un gran movimiento de la circunferencia al centro, es decir, al sitio ocupado por el noticiero; la atmósfera de tabaco se inocula de negro presentimiento, y se formula la fatal pregunta unánime: «¿Qué hay? ¿qué hay? ¿qué hay?...-Nada.-¿Cómo nada?...

-Nada: repeticion de lo del Senado, apoyo incondicional, crisis conjurada, desinterés absurdo, alianza ministerial á prueba de bomba, tiempo perdido por nuestra parte. Hay que esperar al dia 22: que vayan á avisar á D. Servando que no se vista. A pagar, y á dormir, señores!!!

Y fué de ver la dispersion, la disgregacion, la fuga. No hubo más que un grito, un solo grito exhalado por cien bocas burladas; el grito de ¡maldita sea la union liberal!!! y dos minutos despues los mozos recogian, con la indiferencia propia de la profesion, los restos de los servicios, y la soledad reinaba en la integridad del recinto. Radical hubo que, por huir pronto del local, como si huyera de sí mismo, se dejó sobre su mesa el último número de La Revolucion Social, del señor Garrido; zorrillista hubo que, por segunda ó tercera vez en su vida, tomó en la puerta un coche de alquiler. Y sobre todo, nosotros sabemos de un demócrata, de los más autorizados, que llegó á su casa hecho un basilisco. Su familia le esperaba (hay tambien familias demócra– tas) con la ansiedad consiguiente. Pero su familia no se atrevió á preguntarle, por temor de una respuesta demasiado enérgica, la razon de aquel mal talante. Solo la esposa pudo adivinarlo, cuando, al darla el paletó para que lo doblase, le dijo el tremendo jefe: Fulana, lo primero que has de hacer por la mañana, es buscar entre la ropa vieja mi antiguo gorro frigio, y limpiarlo y coserlo si lo há menester: que ¡vive Dios que de esta hecha me lo voy a poner para no volvérmelo á quitar aun cuando D. Nicolás y San Nicolás me lo manden!-Pero. hombre, ¿qué ha pasado? se atrevió á decir por fin la tímida cónyuge, parapetándose tras de una silla.-NADA!!! contestó tirándose del cabello su adusto dueño, y acto seguido se echó en la cama boca abajo, como si tuviera el propósito deliberado de asfixiarse con la almohada.

CARTA DE UN RADICAL A SUS ELECTORES.

(25 de Enero.)

«Tertulia 24 de enero, por la noche, y con una luna muy parecida á la de Valencia.»

Parientes y empleados mios: ya no soy nada, es decir, ya he vuelto á ser lo de siempre, lo que era antes de que nuestro aborrecido Sagasta me trajera á las Córtes. El ánimo más templado en la democracia se espanta al considerar estos vaivenes de la existencia. Ayer mismo, yo era todavía, por la mañana, un monárquico accidental con frac y gaban de pelo; algun que otro portero con casaca galoneada llamaba á mi puerta y me daba usía; el correo llevaba gratis mis cartas particulares y las de mis conocimientos á cuarenta y nueve provincias; todas las tardes bebia de balde agua de Lozoya con azucarillos á discrecion, y vosotros teníais derecho á ponerme en el sobre de vuestra correspondencia el título de diputado á Córtes, que ha sido por muchos meses la admiracion de mi patrona. ¿Verdad ustedes?

Y eso, en cuanto á lo externo, á la forma, á lo tangible, como dice Salmeron: que en cuanto á mi fuero interno, yo era mucho más, yo tenia la facultad de creerme una de las esperanzas de las instituciones, yo he ido algun viernes á palacio, yo he votado como un valeroso cordero y bajo la sonrisa de D. Cristino, cuanto ha sido preciso para la libertad radical, yo hubiera sentado plaza con cincuenta mil del pico en la primera ocasion, yo bendecia para mi capote la felicidad con que dejé de ser progresista histórico para tener historia y porvenir, yo os hubiera llenado de encomiendas libres de gastos; yo, en fin, la Providencia, es decir, en el derecho de disolucion.

creia en

Pero, sí; ¡que si quieres! vanitas vanitatis, como creo que se dice en hebreo; el decreto amaneció ayer en poder del Antecristo. Yo lo ví, yo lo ví, poco antes de las dos, y al salir de la Iberia con una copa más y media peseta ménos, pasar por la Carrera en su coche nacional, y desde luego observé que llevaba guantes blancos, como Malcampo. en la noche de la suspension. ¿Serian los mismos? Yo creo que sí; al ménos, me produjeron el mismo efecto, el mismo frio en el estómago. ¡Ah, mis amigos! pocas veces me los he puesto, pero será difícil que vuelva á incurrir en esa debilidad liberticida. El guante blanco es reaccionario por naturaleza, y muy caro además. La Internacional es ́una compensacion de los guantes blancos, y debe serlo; ¡felices vosotros que no teneis idea siquiera de su hechura, y cuyas manos conServan petrificado el polvo de vuestros corrales!

Pues bien; los guantes de Sagasta, más que mi voluntad, aquellos guantes que brillaban en mi oscuro cerebro como dos astros fatídicos, aquellos guantes con los cuales soñaré muchas noches, aquellos guantes que no olvidaré nunca, me llevaron con atraccion magnética á la casa grande. Llegué á su puerta, atravesé la muchedumbre de curiosos de sus cercanías, entre los cuales no era difícil conocer á los alabarderos que nos habian de victorear si triunfábamos; los detestables agentes de órden público me abrieron paso de mala gana, como si les pesara no poder echarme mano; y por fin, entré. Mis amigos me infundieron nueva esperanza. Se preparaba una verdadera culebra parlamentaria; se trataba de no dejar leer el decreto; se iba á armar la gorda; todo, por supuesto, en bien de la libertad. Aua habia patria..

¡Qué sesion, qué sesion, qué cosa tan hermosa, sobre todo en su principio! ¡Cómo os recordé en ella, amigos mios, y cuán digna de participacion hubiera sido vuestra espontaneidad en aquella zalagarda, que nunca nos agradecerá bastante la virgen democracia! Presidia Becerra, ya sabeis, el panegirista de los granaderos lombardos, el antiguo favorito del pueblo; las tribunas, en muchas de las cuales habia mujeres (¡qué españolas estas tan valientes!), estallaban. Se leyó el acta por Rios Portilla, ya sabeis, el de las gafas, el secretario ideal, á quien habiamos dado órden de estarse á pié firme en la tribuna tres dias y tres noches; y pedimos la palabra sobre el acta unos veintitantos, con objeto de hablar lo que á la libertad conviniera. Yo, sin embargo, no pude hablar, no solo por no perder la única virginidad que

me queda, la de mi silencio, la del mutismo forzoso, que dijo Taladrid el compatible, sino porque los malditos guantes blancos de ́D. Práxedes, que figuraban en el banco azul, me cohibieron.

Pero en fin, los amigos hablaron. Habló el jefe, y parodió primero al general Prim, y dijo: «¡Radicales, å defenderse!» Esto es, á defender los restos de lo del Banco de París, el sagrado del filibusterismo y la monarquía del gorro frigio; y luego parodió á Olózaga, y entonó una salve, la primera acaso de su vida, por la dinastía. Esto no nos. disgustó demasiado. Aquel no era el momento de compadecerse de nadie antes que de uno mismo; y despues, esperábamos un discurso de D. Manuel, propio, original, congruente. Está visto que este misero D. Manuel no es el hombre de los grandes momentos; se achica, se achica cuando la cosa va de veras. Mucho me temo, pues, que tenga que volverse á Tablada sin jefatura. Y fuego, él nos las habia prometido felices, nos habia dirigido, nos habia aletargado en la confianza. ¿Por qué aquel miedo, por qué aquel fiasco? Sea dicho entre nosotros, á mí me parece que la influencia de Perez de Guzman, el ex-secretario de Cheste, anda en todo esto.

D. Nicolás quiso reivindicar su autoridad disuelta, y habló tambien, con más aire chino que nunca, es decir, no cesando un instante de tener los índices de ambas cerradas manos extendidos, y de dar vueltas sobre sus talones en el escaño. Pero la verdad es que D. Nicolás no sabia, por variar, lo que iba a decir, y no supo salir de su decadencia sino con un viva á la pobre sobada libertad. Por fortuna se levantó Martos, más elocuente y más indocil que nunca, y sin ha→ cer caso del gesto iracundo de sus jefes, abrió su pico de oro y en nombre del monarquismo sencillo y juvenil que abona su limpio semblante, habló contra la disolucion, como si El Imparcial no la hubiera pedido ayer mismo á voz en grito. ¡Ah! D. Cristino es un hombre; tiene palabra, carácter, pensamientos y hasta gramática. Yo me voy con él á donde se vaya: os lo advierto.

Por su parte, nuestros aliados lo hicieron tambien á pedir de boca, Cada medio minuto salia de los bancos republicanos ó carlistas una interrupcion, una atrocidad que hacia temblar el techo, y que nos confortaba como era justo. El joven Abarzuza, el amigo íntimo de Castelar, apostrofó al monarca salvando valerosamente hasta las conveniencias de una persona que viste bien. Soler, el delicioso y sombrío

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