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COSAS DEL MANIFIESTO.

(10 de Febrero.)

En el manifiesto radical de ayer hay muchas cosas notables; hay, por ejemplo, una frase agrícola, aquella de que estamos en un periodo de labor politica; y esta osada afirmacion se consigna despues de asegurar que, con motivo de acercarse el dia de las elecciones. generales, nos hallamos ni más ni ménos que en pleno período electoral. Nosotros hemos procurado averiguar quién ha sido autor de ese giro elegante, porque lo creimos á primera vista contrario á la naturaleza del estilo hiperbatónico del Sr. Echegaray, que en lo demás del documento resplandece. El Sr. Echegaray lo hubiera puesto al revés, hubiera dicho de labor período, como dijo el clásico de fregar caldera, porque el autor de los agravios ama la trasposicion en todɔ lo que á su personalidad no afecte. Pero nuestras pesquisas han sidɔ inútiles, y solo hemos logrado, despues de mil afanes, sospechar que esa notable frase, que huele á yunta, se deberá acaso á la intervencion literaria del señor marqués de la Florida, único nombre de los firmantes que parece tener cierta conexion con la agricultura.

Hay tambien en dicho manifiesto una queja, y amarga, y profunda como el Océano. Pero esto no nos extraña tanto. Los españoles tienen el derecho fundamental de quejarse. Es una facultad nacional, que arranca de nuestra historia, y que, desde el dia en que los antiguos redactores de La Discusion se permitieron intervenir en nuestra felicidad, se ha convertido en un deber público y privado, de cuyo cumplimiento se necesita haber sido ministro sin saber por qué, para eximirse. Así, pues, la queja no nos sorprende, y mucho más cuando versa y se apoya sobre el decreto de disolucion. ¡Malhadado decreto ese, y cuántos sinsabores empieza á costarnos! Entre otros efectos su

yos figura tristemente el haber venido á cambiar la direccion del convencimiento público. Creiamos hasta hoy muchos peninsulares que la gravedad de las presentes y un tanto ásperas circunstancias del país, se debia en sus nueve décimas partes á la dificultad de organizar un ministerio cimbrio que durase siempre. Pues no señor: esa gravedad procede toda del decreto de disolucion. El manifiesto lo dice. Paciencia.

Contiene tambien el susodicho documento un interesante problema, breve, pero elocuentemente formulado, en aquello del partido de porvenir, de crítica, de discusion y de propaganda, nacido y criado á los pechos de la revolucion de setiembre, simultáneamente con su hermano gemelo el radicalismo. Cosa que, desde el punto de vista de la lactancia, se explica perfectamente considerando que, como dice tambien el manifiesto, la revolucion de setiembre fué hermosa; calificativo erótico que explica una maternidad de ese calibre. Las revoluciones hermosas, como las mujeres que lo son, tienen mucho adelantado para no morir sin descendencia; ahora, si la prole es buena ó mala, eso el tiempo lo ha de decir, y los decretos de disolucion lo han de probar. ¿Cuál será, empero, el partido del porvenir en España, segun el radicalismo? ¿El republicano? No puede decir ni creer esto un partido monárquico. Hay, pues, problema, y profundo y curiosísimo, en la frase. Pero, ¿dónde no los hay? ¿Ni dónde hay más problemas que en el radicalismo? ¿Para qué ha vivido sesenta años políticos el Sr. Pasaron? ¿Para qué se hizo su último frac D. Servando? ¿Para qué se hizo realista don Nicolás? ¿Para qué sirvió la justicia á los secuestradores de Andalucía? Problemas son todos estos, y no flojos, y como estos hay muchos; sin ir más lejos, ¿no es un problema el partido futuro del Sr. Escosura?

Y hay otra infinidad de cosas admirables en la alocucion, ó lo que sea. Aquello de proclamarse el radicalismo el solo partido gobernante que existe y puede existir mientras viva la generacion que le ha fundado, es todo un sistema. Montesquieu, de seguro, no soñó en un rêgimen constitucional compuesto de un monarca y un partido contratados, mediante escritura, para coexistir á perpetuidad en el gobierno. Aquello de la coalicion monstruosa de los elementos liberales conservadores tampoco deja de tener su sal y pimienta. Porque la lógica lo. dice: coaligarse los monárquicos constitucionales con los republicanos

y los absolutistas, esto está en el órden de un ministerio que se desea. Pero unirse los que profesan unos mismos principios y acatan una misma legalidad, y unirse sin otro objeto que el de dar un poco de aliento á la propiedad, al órden social y á otras fruslerías, esto es una monstruosidad digna solo de la reaccion pícara que nos corroe; y sobre todo, si esto es conservar, no puede exigirse semejante cosa á los que creen que no hay nadie que ten ga algo digno de ese infinitivo.

Pues no digamos nada de aquello de la posicion natural que corresponde á los partidos gobernantes: parece que se está viendo al radicalismo siempre encima, como el corcho ó el aceite, à guisa de remate, cúspide ó corona inmutables, de la creacion revolucionaria. ¿Y aquel programa abreviado que se resume en el restablecimiento de la moralidad pública? Un tropel de sábados negros, de discursos de á bordo, de pagas incompatibles, de bosques desarbolados, de limosnas estancadas, acude á la imaginacion más estéril con ese conjuro. ¿Y aquello de la libertad que tiene el país? ¿No es este un rasgo de generosa franqueza, digno de imitarse? Vivir en pleno reaccionarismo, en pleno falseamiento de la ley, en plena tiranía, en corrupcion plena, y sin embargo, vivir en la libertad, y confesarlo, es hasta una abnegacion. ¿Y aquello del empréstito acogido con entusiasmo por todos los mercados de Europa? Es divino; solo le falta haber recordado á continuacion los préstamos hechos por el Sr. Moret, ó por el Sr. Ruiz Gomez, ó por ambos, que esto todavía no se ha explicado, á 18 por 100.

En otro órden de ideas, aquello de la evacuacion es pavoroso. Cualquier lector irreflexivo creerá que se trata de una sangría, ó de otro procedimiento médico, ó al menos de la gestion financiera del señor Figuerola; pero no: los radicales hablan de evacuar los comicios, y el Parlamento mismo, y la patria y la Europa, si la necesidad, ó, lo que es lo mismo, la iniquidad del gobierno les obliga. Ponemos por caso: que los extraviados electores españoles no elijan más que un par de docenas de nuevos y antiguos címbrios, por no tener noticia de que haya más moralmente elegibles; que se disuelva un batallon de voluntarios, organizado segun el procedimiento de un municipio y un diputado que se entendieron para ello, y á cuya reorganizacion se proceda inmediatamente con arreglo á las prescripciones legales y otras zarandajas; que se traslade un juez de un distrito á otro, en que le dejen vivir, gracias á la distancia, los consejos de un centenar de caciques;

que haya un fiscal que, en nombre del Estado (¡valiente cosa es el Estado!) se permita denunciar algun escrito en que se excite á los con ́tribuyentes españoles á no pagar los impuestos, ó en que se insulten, con vileza impúdica, las instituciones: que cualquiera de estas cosas suceda, y ya verán Vds. la evacuacion radical que se verifica. ¡Pues no faltaba más!

Por últimɔ, hay en el manifiesto otra cosa que, á decir verdad, nos ha llamado preferente y superabundantemente la atencion, y que hemos dejado para el final de este articulejo, no solo porque un deber cronológico nos lo exigia, sino porque nosotros somos de los que creen, con los niños glotones y los fumadores, que lo mejor está siempre al fin, y además, esto lo dice tambien la filosofía, y hasta la naturaleza: la muerte es nuestra libertadora, la muerte es lo último de la vida. Ahora bien, esa cosa superior que en el manifiesto encontramos es un ́nombre, ó mejor dicho, un apellido: el apellido del Sr. Bobillo, último de los representantes de provincias que firman el memorial. ¿Qué provincia tiene el honor de haber dado sus poderes al Sr. Bobillo (D. Felipe)? Esto no importa. Lo importante, lo raro, lo increible es que haya un radical que se llame así, que tenga un nombre tan inocenton y tan agradable. Por nuestra parte declaramos que, sin diminutivo ó con él, no creemos que haya un solo radical bobo. ¡Antes creeriamos en la inmortalidad de D. Manuel!

MÉJICO.

(19 de Febrero.)

Aunque el telégrafo nos tiene ya acostumbrados à recibir graves noticias de la mayor de las repúblicas hispano-americanas, ayer, sin embargo, ha sufrido esa gravedad triste y pavoroso aumento al noticiársenos que la última insurreccion se ha apoderado de varias importantes poblaciones mejicanas, que los revolucionarios se suman ya en más de treinta mil, y que el atribulado presidente Juarez ha pedido auxilio á los Estados-Unidos en tan terrible trance. Un periódico de anoche va más allá todavía, asegurando que el mismo Juarez ha perdido la vida en esa última lucha de su azaroso destino. Pero no encontrando nosotros en la prensa de hoy confirmado este doloroso detalle, lo ponemos con placer en duda todavía.

No nos extrañaria, empero, que saliese cierto. Si hay una víctima señalada hoy á la voraz disolucion social en que se agita el antiguo grande imperio del Nuevo Mundo, esa víctima parece ser el hombre intrépido é infausto por partes iguales que en estos últimos años lo ha dirigido. ¡Qué horrible leccion debe ofrecer á su espíritu, ó ha debido ofrecerle si ya no existe, el sangriento, horrible cuadro de su espirante patria! Él fué un dia, ó creyó ser un dia, su representacion, su encarnacion. Solo, ó con un puñado de aventureros, viviendo apenas de la caridad clandestina de sus paisanos, ó de la interesada limosna de la gran república inglesa, haciendo la vida del criminal contra quien parecen rebelarse cielo y tierra, Juarez mantuvo el fuego sagrado de la idea republicana en sus montañas y bosques, y ofreció en su persistencia un peligro constante, que más tarde, al fin, fué perdicion irremediable, al imperio de Maximiliano.

Llegó al cabo el dia de la victoria, La traicion y la alevosía fue

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