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LOS INCREDULOS.

(1. de Marzo.)

Parécenos un tanto exagerada y cruel la tenacidad con que algun colega insiste diariamente en llamar «el partido negro» á la vasta asociacion política que, digámoslo así, ha criado á sus pechos el señor Ruiz. En primer lugar, el haber ofrecido á la opinion pública media docena de discusiones semanales de un color oscuro, ó el contar en su seno eminencias involuntariamente complicadas en asuntos que la nariz y el estómago rechacen, no es bastante, desde el punto de vista de la caridad, para llamar negra á una comunion, como si se tratara de una familia de Guinea. Y además ya es tiempo de que no vivamos en el país de los apodos; ya es tiempo de que aquí, donde se ganan ciertas cosas buenas tan fácilmente, donde, por ejemplo, se gana la presidencia de un ministerio á la vuelta de un secuestro, no haya tambien la misma facilidad para ciertas adquisiciones tristes, que afectan y mortifican. ¿Cuándo entraremos sériamente en la reforma de ciertas malas costu: bres?

Conste, pues, de una vez por todas, que nosotros, generalmente hablando, somos enemigos de poner motes. ¿Nos ha oido alguien, sin ir más lejos, llamar gran hacendista á D. Servando, ni decir una sola vez que D. Manuel es un hombre de Estado? Pero, en fin, ya que el mal existe, ya que nos lo encontramos hecho, ya que tenemos, por decirlo así, que movernos en su órbita, y mientras llega el dia de que un buen gobierno, aunque sea radical, tome la iniciativa en el asunto, nosotros declaramos que en vez de llamar al radicalismo «el partido negro,» se le puede llamar con mayor justicia «el partido incrédulo.» ¡Ah! ¿Quién gana á los radicales á no creer en nada? Si hay un español, de otro matiz, que dude de todos y de todo con más tenacidad que

el radicalismo, que levante el dedo. Los radicales dudan hasta de sí propios; y buena prueba de ello es la coalicion. Si los radicales creyesen que podian venir al próximo Parlamento por su sola fuerza, esto es, por la sola virtud de sus electores, la coalicion no les daria los disgustos que ya les da, ni los que quedan.

Muchas veces hemos pensado en esa pro funda falta de fé del zorrillismo, tan contraria á la naturaleza y á la historia. Contribuir á una revolucion sin perjuicio de unirse algun dia á sus enemigos; firmar una Constitucion individualista y parlamentaria, sin perjuicio de convertir á la Guardia civil en tribunal de justicia y de pedir por las calles la disolucion de unas Córtes que no gusten; hacer una monarquía, sin perjuicio de volverle la espalda cuando use de sus derechos; formar y organizar un partido sin otra creencia que la de su inamovilidad ministerial; nacer, en fin, colectivamente sin saber para qué se nace, á dónde se va, qué facultades y qué deberes se aceptan, es un fenómeno político, moral y hasta social, que hace desfallecer el ánimo, como ha dicho D. Vicente Rodriguez al despedirse de la vida pública ante los electores de Chinchon.

Pero ahondando con la reflexion en el asunto, nosotros sospechamos haber llegado á comprender la causa de esa incredulidad radical, profunda y constitutiva. Es muy sencilla. Lo primero que se necesita para creer sin el auxilio divino en las cosas es formarse una idea racional y justa de ellas. La idea del cielo, de la gloria, por ejemplo, ¿á cuántos graves errores no ha dado lugar, segun el vario punto de vista de los pueblos y de los hombres que han querido esplicarla? Para el mahometano, verbi gratia, no hay cielo posible sin mujeres bellas; para los espiritistas, imitadores de Osian, las almas corren como gamos por la atmósfera. Un amigo nuestro, gran gastrónomo, se inclina á creer que en la otra vida se debe comer muy bien, y en compañía de ángeles que digieran por uno. Preguntad al Sr. Echegaray su opinion sobre el paraiso celeste, y de seguro que os dirá que es un lugar donde no se enseña ninguna religion positiva. Solo el cristianismo, solo el catecismo nos habla de una bienaventuranza inmaterial que se amolda á todos los gustos. Por eso los radicales quisieron suprimirlo en nuestras escuelas. Estaban en su derecho.

El dia, pues, en que el zorrillismo tenga una idea, ese dia podrá creer en algo, ese dia se habrá salvado. Pero hasta entonces, ¡qué per

plegidades, qué vacilaciones, qué sufrimientos, qué falta de fé! Ahora acaba de llegar de París el Sr. Castelar. Segun hemos oido, el señor Castelar viene prendado de la república francesa, de esa república que nombra los alcaldes, como si dijéramos, de real órden, que propone leyes contra la prensa, y que no sabemos en qué se convertirá cuando el ilustre anciano monárquico que la sostiene con su autoridad personal se vaya á su casa, ó baje al sepulcro. ¿Qué os detiene, dicen que ha dicho el Sr. Castelar á varios jefes del radicalismo? Uníos á nosotros de una vez y seremos Francia, y seremos esa república admirable, guardada por los prusianos en el Norte, y contemplada por la humanidad en éxtasis! Pero ni por esas: los radicales, por no creer en nada, no se deciden á creer en el petróleo.

Otro reclamo, otro llamamiento se ha insinuado tambien, segun nuestras noticias, con la misma falta de éxito, cerca del radicalismo. La sirena de la restauracion borbónica, por boca de uno de sus generales más persuasivos, ha modulado estos dias sus más bellos cantos en los oidos del zorrillismo. Veníos, veníos, les ha dicho: el hijo de D. Francisco no tiene prevencion alguna contra vosotros, ¡no puede tenerlas! ¡es tan jóven! ¿Qué nos exigís? ¿Que finjamos aceptar la Constitucion del 69? pues hecho: la aceptaremos; y luego, cuando llegue el caso, cuando seamos unos, ya vereis como esa Constitucion no nos impide atestar el Saladero y repoblar á Filipinas y Fernando Póo con esa tropa alcoleista que no os han dejado eternizaros en las poltronas. Veníos: nosotros somos lo seguro, si no lo inmediato; lo inmediato podrá ser el marqués de Albaida, la explosion efímera, la generalizacion transitoria de la propiedad. Pero despues de esto, nosotros, y solo nosotros: Marfori, Meneses, la policía, los Congresos de tercera, los milagros, los diez años de silencio que no pudo alcanzar el malogrado Gonzalez Brabo!-Y ni por esas: el radicalismo, por no creer en nada, no se decide á creer en las mordazas borbónicas.

De manera que la situacion moral del radicalismo arguye en el actual momento histórico una de esas desventuras que obran de dentro á fuera, que el vulgo califica de enfermedad de debajo del pelo, y los poetas apellidan dolores de un alma enferma. El radicalismo necesita creer en algo, con tanta necesidad como puede tener el señor Figuerola de inventar otra capitacion. Hasta ahora solo ha creido durante dos meses en el poder. El tiempo le fué avaro, y no le dejó

espacio para que germinara su fé nueva lo bastante á determinar su futura línea de conducta. Planta sin raiz vigorosa que la sujete, todos los vientos la inclinan; espíritu sin lastre, todas las opiniones le parecen igualmente absurdas; no cree en lo opinable, como no cree en el federalismo, ni en el polaquismo, ni en el presupuesto cuando no lo toca. ¿Hay mayor desgracia moral?...

Y, sin embargo, si un dia... Dios nos libre de él por ahora; si un dia sonase la trompeta de la calle de San Marcos, y la hermosa voz tan conocida en Tablada dijese de pronto: ¡A JURAR!!! puede que el milagro se realizase, puede que la fé en la monarquía, en la dinastía, en la revolucion, en el órden, en las clases conservadoras, en la necesidad del sosiego público, en la libertad que se estima, bajase como el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, ó de credenciales, que es igual, á rociar con dulces esperanzas ese incrédulo zorrillismo, hoy tan árido, hoy tan fosco, hoy tan desesperado; puede que entonces el radicalismo comprendiese y creyese. Porque ya lo hemos dicho: cuando se hace abstraccion de la pobre fé ciega, que servirá, segun el Evangelio, para mover montañas, pero que no sirve para rubricar decretos, no hay más remedio que tener idea justa y clara de las cosas, verlas, tocarlas, para dejar de negarlas. Un filósofo antiguo, más antiguo que el Sr. Echegaray, decia: yo pienso, luego existo. El radicalismo necesita decir: yo mando, luego creo. Es la misma fórmula, salvo el sueldo.

LA INDUSTRIA NUEVA.

(4 de Marzo.)

Si el hacer dinero ha sido siempre una aspiracion legítima del género humano, es indudable que nuestra época está sirviendo á esa aspiracion de la vasta clase de los necesitados de una manera mucho peor que otras edades lo hicieron. El antiguo camino de la riqueza era, en efecto, mucho más eficaz que el moderno. El procedimiento de resumir en ciertas clases y en ciertas posiciones la infalible posibilidad de salir de apuros llevaba inmensas ventajas, como la práctica está demostrando, al procedimiento nivelador de una democracia que se hace la ilusion de hacer ricos á todos los hombres. Y la razon es muy sencilla: el dinero de la tierra repartido entre algunos es algo; repartido entre todos es una bicoca. Por lo tanto, el bello ideal del liberalismo, aquello de «ya no hay clases,» equivale en el fondo á decir «ya todos somos pobres.»

Desde este punto de vista, nuestra civilizacion no puede ménos de inspirar lástima al filósofo de buena fé. El hombre primitivo, el ambicioso bíblico sabia, por ejemplo, que en llegando á ser patriarca ó jefe * de tribu tendria en ganados y en esclavos de ambos sexos un potosí; el ciudadano chino sabia y sabe que en llegando á mandarin está hecho su negocio; el dictador griego ó romano sabia que en llegando á serlo podia contar con el Erario público como consigo mismo; el magnate de la Edad Media sabia que matando moros y tomando villas no perderia el tiempo; el aristocrata eminente del absolutismo sabia que la adulacion es una mina. Y todos esos senderos iban derechos al fin; el pobre que los comprendia no dudaba del éxito de la jornada. Verdad que esos senderos eran pocos, pero eran buenos, pero eran infalibles. La cuestion, para el que nacia sin nada, era ser algo.

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