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En cambio hoy nos encontramos en una sociedad donde todo el mundo es todo, ó aspira á serlo. Han desaparecido las últimas facilidades de la fortuna: no existen ya los tios en Indias, ni las manos muertas, ni las colectividades propietarias; el ser personaje no cuesta más trabajo que el de ayudar á un amigo á que lo sea; los altos destinos no duran más que un ministerio; se hace Vd. monárquico, siendo republicano, y apenas es Vd. empleado dos meses; se hace Vd. republicano y tiene Vd. que hacerse demagogó ó mason, para poder vivir, aunque sea de mala manera; se hace Vd. carlista, y á lo mejor se encuentra con que no vienen recursos de Suiza; se hace Vd. radical ¿y qué? la nada entre dos platos; llega Vd., en fin, á aceptar la fórmula suprema del espíritu de los tiempos, se hace Vd. internacionalista, y ¿qué espera Vd. en último resultado? que el dia del botin universal le toquen á Vd. cuatro cuartos del vecino. Repitámoslo: la civilizacion igualitaria se equivoca: no hay porvenir para nadie en este siglo; un paso más y el rico será un mitho.

las

Pocas, muy pocas excepciones; pocas, muy pocas industrias son que todavía están entre nosotros al servicio de las ambiciones inofensivas; aún el café, la tertulia moderna, explota bolsillos; aún los teatros dan algo; pero como la igualdad adelanta á paso de carga por el corazon social, y la literatura muere de tísis, no es aventurado suponer que en un porvenir no lejano ni habrá mozos, ni escritores dramáticos, es decir, traductores ó poetas bufos, que son los que quedan. Una industria, sin embargo, novísima entre las nuevas, asoma la cabeza desde hace algun tiempo entre nosotros con relativas, pero indudables condiciones de buen negocio: nos referimos á esas hojas volantes de todos los dias, que con títulos estupendos, llamativos, irresistibles, se venden por chicos y mujeres en calles y plazas.

Por curtido que uno se halle respecto á noticias gordas; por resignado que uno viva á esperarlo todo, y por buen español que uno sea para no admirarse de nada, lo cierto es que sale uno de su casa, y al oir gritar: ¡El rey se va! ¡El hambre al rey! ¡El asesinato del presidente del Consejo! ¡La caida del ministerio! y otras semejantes cosas, instintivamente se le vienen á uno los dos cuartos á la mano al mismo tiempo que se siente uno roerle el ánimo la sospecha de si la libertad hace demasiado en permitir tales abusos. Sin ir más lejos, ayer tarde hemos caido por nuestra parte una vez más en el garlito de esa nueva

explotacion. En plena Puerta del Sol gritaban los ciegos al pasar nosotros: ¡El desafio de Sagasta y el marqués de Sardoal! ¿Qué hacer: dudar, ó comprar? Compramos, que al fin somos parte del público, ese eterno primo de todos los industriales.

No hay que decir que la noticia era una paparrucha, y que el escrito, hasta por sus condiciones de redaccion, parecia redactado en la más vulgar tertulia. Nosotros rompimos en el acto nuestro ejemplar, para no ayudar al porvenir á crearnos un bajo imperio, y ni siquiera sentimos haber cedido á la curiosidad. Despues de todo, el inventor debe ser algun desgraciado. ¡Tener que echar mano de tales mendicidades para ganarse honradamente un duro! Sin embargo, la parte artística de la operacion salta á la vista. En un país donde el batirse es tan frecuente como el casarse, no deja de ser hábil, no deja de abonar cierto conocimiento de nuestras fibras sensibles, el anunciar un duelo entre dos personajes de la política palpitanté.

Por lo demás, para nosotros está fuera de toda duda que el autor de la hoja es un apasionado del digno alcalde popular de Madrid. La idea de que S. S. dejase por un momento su baston para ir á otra parte cualquiera, es la idea de un sacrificio ejemplar. ¡Marqués no te noté, héroe te admiro! Es lo primero que se le viene á uno á las mientes ante tal perspectiva. Y luego ese baston abandonado brillaria como las armas de Roldan, y mereceria aquello de

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nadie lo mueva

que no se llame radical á prueba.

Y además, la cosa anunciada así es de un radicalismo perfecto. Simultáneamente con el baston del marqués, el ministro tendria que dejar su cartera, aunque no fuese más que un momento, y aunque luego abortase el lance; ¿y sabe nadie lo que es para cierto partido la idea de ese momento? ¿quién encontraria luego semejante cartera?...

Bien merece, pues, el astuto industrial que el señor alcalde proteja hasta donde pueda su ambicion y sus nobles esfuerzos; que nobleza es buscarse la vida proclamando la bravura y la importancia agenas, en las barbas de una generacion.

EL REGATEO.

(8 de Marzo.)

Entre los seres desgraciados de actualidad, pocos lo son tanto, á nuestros ojos, como la pareja de agentes de órden público que desde tiempo inmemorial, es decir, desde que la opinion pública y algun amigo hicieron ministro al Sr. Ruiz, guarda la puerta de su casa. ¿Lo ignoraban nuestros lectores? Pues no hay más. A cualquiera hora del dia, ó de la noche, que se pase por la calle del buen santo de los maridos, hállase y vése en su mejor portal, que es el del jefe de pelea, que es un portal nacional como quien dice, un par de vigilantes, cariáti– des con tricornio, que unas veces bostezan y dormitan contra el quicio de la sagrada puerta, otras se pasean con la desocupada gravedad y el indiferentismo propio de un sueldo de dos pesetas ganadas por estar de pié.

Librenos Dios de extrañar ó de censurar la distincion que esa doble guardia implica. Aunque es verdad que si todos los que han sido ó serán ministros en España tuviesen derecho á la centinela, el cuerpo de órden público seria inmenso, y los españoles acabarian de dividirse en dos únicos grupos: los guardados y los guardadores; aunque esto es verdad, decimos, no lo es menos que está bien hecho que eso se haga con el Sr. Ruiz, por una porcion de razones que no necesitamos enumerar, y á cuyo frente está la de que eso parece gustar mucho á S. E. ¡Hartas quejas tiene D. Manuel de lo existente para no deber á la autoridad esa distincioncilla, ese pequeño mimo! Y por nuestra parte, no vemos una sola vez á los custodios de aquella puerta, mucho más importante, en cierto sentido, que la Otomana, sin que mentalmente les digamos: «¡Velad, oh, dependientes, con ahinco entusiasta por esa mansion, única en su especie, donde se alberga la encarnacion de la felicidad patria!»>

Pues bien; repetimos que, á pesar de todo, si hay criaturas desdichadas en el actual momento histórico de nuestro país, pocas lo son tanto á nuestro juicio como esos que podemos llamar los agentes de D. Manuel. Ninguna de las infelicidades contemporáneas más comprobadas y reconocidas; ni la nuestra, pobres conservadores sin partido al decir de El Imparcial, ni la del Sr. Moret vis á vis de la coalicion, ni la del mismo Sr. Diez en su provecta lucha con un carrick que le es extraño, ni la de las instituciones obligadas á esperar que entren en razon ciertas gentes; nada ni nadie parécenos que puede compararse, desde el punto de vista del sufrimiento moral, con esos agentes condenados á un fastidio eterno. Porque D. Manuel es jóven, y bien constituido, y se ha de hacer vigilar mientras viva; esto es innegable; de modo que puede decirse que esos agentes han nacido para una puerta, con la misma desesperante fatalidad que el Sr. Figuerola para salvar la Hacienda. Unase esto al hecho de que no se ha dado caso de que esas gentes hayan sido invitadas un solo dia á la cocina del príncipe politico que guardan, y díganos si hay mision más oscura y estéril entre los hombres.

Y por si algo faltaba á esos mártires de la policía, la coalicion ha venido á darles el último golpe, las juntas de los apoderados de la coalicion han venido á aumentar de una manera atroz los saludos que tienen el deber de hacer á cuantas personas, sin distincion de aspectos, vayan al nacional recinto. Anoche se celebró, como es sabido, la primera, y desde las nueve hasta tres horas despues, aquellos sacrificados guardianes no pudieron gozar punto de reposo. Ya era el coche de alquiler cuya portezuela tenian que abrir; ya eran los chiquillos que tenian que apartar á viva fuerza del dintel; ya era el embozado transeunte cuya intencion tenian que sospechar y precaver; ya la chacota de ciertos comentarios de plazuela, que no debian oir; un diluvio, en fin, de obligaciones y responsabilidades á cual más molestas. ¡Pobres, pobres agentes!

¡Ah!

Sentada, pues, y probada suficientemente la tésis imparcial que hemos creido deber presentar hoy en primer término á nuestros lectores; demostrado, para consuelo de los hombres en general, y de los políticos en particular, que no hay desgracia como cubrir guardias tontas, digamos ahora algo sobre lo que respecto á la reunion misma de los apoderados ha llegado á nuestra noticia. Parece ser que, como conse―

cuencia de su larga duracion, y como era de esperar del estado de excitacion de los ánimos, y como no podia extrañarse de los precedentes ruidosos, terribles y épicos que á la coalicion han acompañado; parece ser, decimos, y nos han dioho, que en esta importantísima reunion primera de los delegados de la ira santa de las oposiciones, donde por primera vez y en el terreno práctico se hallaban frente á frente, y con un objeto comun, los procuradores de la indignacion general; parece ser, volvemos á repetir, que en esta primera junta nada se acordó, en efecto.

Y no fué, sin embargo, esta falta de acuerdo, por más que fuera prosecucion lógica de la dificultad de conformidades que la coalicion viene demostrando; no fué, sin embargo, culpa de D. Manuel el que esto pasara. D. Manuel, segun nuestros informes, hizo cuanto pudo, se superó á sí mismo, estuvo admirable. Prescindiendo de la artística llaneza con que hizo los honores de la recepcion, de las cajetillas de cigarros que ofreció, de las butacas que oyó impasible crugir, de las críticas á media voz que pareció no escuchar, y de las frases originalmente afectuosas, estimulantes y halagüeñas que dirigió á todos, don Manuel tuvo desde el primer momento una idea dominante, la idea de los distritos que el radicalismo necesita y pide, la idea de las ideas en esta ocasion, sustancia, médula, fondo y alma de la cosa. Y á esa idea lo hizo convergir todo, cortesías, elogios, interrupciones, bostezos ó vasos de agua: todo.

Así fué, que cuando el Sr. Castelar, mirando al techo y recordando sus apuntes de aquella tarde, quiso hablar un par de horas sobre la historia de las coaliciones latinas desde Diocleciano hasta nuestros dias, D. Manuel le interrumpió para una cuestion prévia, para saber cuántos radicales creia D. Emilio que deben venir al Parlamento. Y cuando el buen marqués de Barzanallana, símbolo respetable del génio económico de los Borbones, intentó probar que el jóven D. Alfonso podia muy bien llegar á ser padre cariñosísimo de diez y seis millones de contribuyentes, D. Manuel le salió al encuentro diciéndole: pero señor marqués, los radicales necesitamos venir, y venir muchos á las Córtes antes que ese jóven á la frontera. Y el señor marqués se calló, por no armar un tiberio. Y cuando el Sr. Nocedal estuvo á punto de sacar de su bolsillo y de leer un título de virey que se le acaba de enviar de Suiza, escrito en tres lenguas muertas y una medio viva,

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