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D. Manuel exclamó: pero, Sr. Nocedal, los radicales no queremos ser vireyes, sino diputados. Y el Sr. Nocedal se guardó el infólio, compadecido de aquella terquedad.

Solo el Sr. Estéban Collantes, con un alto espíritu de franqueza, y con esa hábil ingenuidad del patricio que no se para en barras, dió por el gusto al dueño de la casa, planteando la cuestion en sus verdaderos términos y diciendo, poco más ó ménos: «Señores: aquí estamos cuatro grupos, ó cuatro ideas, ó cuatro elementos heterogéneos. De estos cuatro, tres vamos por el pronto á un mismo fin inmediato: al cataclismo; el otro no quiere ir, por ahora, más que hasta lo inmediato, la mitad del camino, hasta las urnas; porque si dá la casualidad, casualidad inverosímil, confesémoslo, de que salga bien de ellas, no le volveremos á ver el pelo. Y esto no hay que extrañarlo. Así es la naturaleza humana. Pues bueno: supuesto que este elemento no nos ofrece en rigor más que un concurso relativo, y á medias, aceptémoslo ¡qué diablos! que algo es algo, y por algo se empieza; y que el señor Ruiz diga sin rebozo cuántos diputados futuros y radicales apetece.

Entonces, el Sr. Ruiz, penetrado de secreta gratitud hácia el jefe moderado, dijo modestamente que se contentaba con los del último Congreso. Y aquí surgió la dificultad. Quién exclamó: pero entonces, ¿va á venir el radicalismo entero á la Cámara? Quién dijo: lo que es sin influencia moral, sin favorcillos oficiales de que disponer, me parece que el radicalismo no puede pensar en eso. Quién murmuró: eso es una atrocidad. Quién le contestó: eso es más nécio que otra cosa. Y entonces el Sr. Castelar, que tiene siempre soluciones de concordia para todo, y que profesa un horror teórico y práctico á las tempestades morales y físicas, saltó sobre su asiento, extendió sus trémulos brazos á la reunion, pregunto qué hora era, y propuso que la cuestion prévia y fatal del regateo se tratase otro dia, con más espacio y detenimiento, puesto que estas cuestiones candentes y sorprendentes siempre habian sido tratadas con calma, lo mismo en la Agora de Atenas, que en el Foro romano, que en los Concilios, etc., etc.

Y la reunion, que no deseaba otra cosa, convino en disolverse hasta otro dia. ¡Ay! cuando ese dia llegue, los vigilantes de D. Manuel serán los mismos y estarán lo mismo.

LA CIRCULAR' CARLISTA.

(11 de Marzo.)

Adoremos los decretos de la Providencia: el duque de Madrid acaba de entrar en un nuevo período intelectual y moral; el duque de Madrid, que hasta ahora no había hecho por la felicidad de España otra cosa que dejarse querer y aumentar convenientemente su descendencia, se ha decidido á tener ideas. ¿Cómo ha sido esto? Aun no se sabe, ni en rigor importa el cómo; presúmese que una noche, de sobremesa, acostados los niños, ajustada la cuenta, abierto el correo de Castilla, se leyó una carta del virey D. Cándido en que decia á S. M.: <«<Señor: es menester que considereis la actitud que más conviene al partido, y que dispongais que vayamos á las urnas.» Y el duque lo pensó, no así como quiera, sino detenidamente, y lo dispuso. El gran Chambelan de su futuro palacio quiso objetarle tímidamente algo, pero S. M. le dijo: «Anda, hombre, que cuando Nocedal lo dice, por algo lo dirá. Y no me vengas con argucias, porque te conozco, y sé que eres de los que el Apocalipsis condena porque no son ni frios ni calientes. Ahora es menester ser calientes. Calentémonos al dulce fuego pátrio, y vamos, es decir, que vayan á los comicios.>>

que

¡Ensalcemos y glorifiquemos al Señor Dios de los ejércitos! El dude Madrid sabe que la verdadera justicia, aquella que no se ejerce cumplidamente en España desde que el volteriano Fernando VII sucumbió á sus disgustos constitucionales, y la verdadera libertad, que es la cristiana, que es aquella que acabó para los hijos de Pelayo con el Areopago de la inquisicion, así se guardan en el fondo de las urnas electorales como por los cerros de Ubeda. Porque, despues de todo, ¿qué son esas urnas? Una manera de que todo el mundo contribuya al gobierno; y un gobierno hecho por todos no puede ser bueno, mándelo

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quien lo mande. El duque de Madrid sabe tambien que todos los me¬ dios de destruccion empleados por el liberalismo, aunque con buena suerte, son la misma piel del demonio; por ejemplo, la prensa: ¿hay cosa más abominable que la prensa, que produce rebeldes como Gabino Tejado?

Pero-¡sometámonos á la voluntad divina, hortelana sublime, que saca el bien del cogollo del mal!-pero no se puede levantar un edificio sin remover todos los obstáculos que se opongan á los propósitos de una sábia mampostería, y como desde la caida del antiguo régimen, el Parlamento y la prensa son los que en España lo han echado todo á perder, hé aquí por qué la más rudimental teología permite al carlismo seguir utilizándose de los medios pícaros de la libertad. Por lo demás, que llegue el dia de la victoria, que el gobierno paternal de los Cárlos se reanude en la infeliz Península huérfana, y entonces se verá si el carlismo sabe tirar y despreciar y envilecer como merece el instrumento de que la necesidad le ha obligado á servirse. Digo, á no ser que D. Cándido quisiera conservarlo hasta cierto punto, y nada más que hasta cierto punto: que entonces podria permitirse escribir y hablar en latin.

¡Recordemos las páginas de la Sagrada Historia, y aprendamos. en sus enseñanzas! Las batallas no se ganan por el mero hecho de disparar el fusil y de aplicar la mecha á la oreja, ó, lo que es igual, al oido del cañon; las batallas se ganan por el general que estudia el campo, que combina los ataques y que señala oportuna y convenientemente los que han de morir. Si el culpable ejército antiguo que pe‐ reció de un atracon de agua salada en el Mar Rojo (la mer vermeille) hubiese tenido un buen general, de seguro que, culpable y todo, no se hubiesa ahogado, porque el general no le hubiese dejado echar el pecho al elemento. Y un poco más adelante, ¿por qué se hizo el convenio de Vergara? Porque un mal general... pero no evoquemos recuerdos contraproducentes. Lo cierto es que los partidos, como los ejércitos, necesitan una direccion, un jefe, y cuando éste no puede estar con ellos, otro que lo represente; y puesto que D. Cárlos desde Suiza, y D. Cándido desde su casa, dicen: «¡A pelear!» ¿quién será el mal eclesiástico que no obedezca?

Y además, Santa Teresa de Jesús lo dijo: nosotros no somos án, geles, puesto que tenemos cuerpo, y cuerpo sujeto á las picaduras de

la tentacion. Hay en esta pobre España un órden de cosas que nos tienta, que pone en nuestras maros las armas con que podemos cortarle á cercen la satánica cabeza. Nosotros hemos sido en el último Congreso los árbitros, los dueños, los señores, la madre del cordero. Para ello bastó que los cimbrios se decidieran á ser los Judas de la revolucioncilla de setiembre. ¿Quién nos dice que en el Congreso próximo no habrá cimbrios bastantes para darnos otra vez la supremacía en los conflictos? Y entonces, ¿no habrá llegado el momento de la venganza? Sí, de la venganza, porque, con perdon del Evangelio, los manes de todos los absolutistas que han muerto en su cama ó fuera de ella desde 1837 acá, bien merecen que hagamos algo por ellos. Judit no se paró á considerar la crueldad de lo que hizo con Olofernes cuando lo hizo. Judit fué la precursora del carlismo.

Dice fray Luis de Leon en La Perfecta casada que ninguna enemistad es buena, y mucho ménos la de los criados. Otros dicen que no hay enemigo pequeño. Ahora bien: estos liberales que se creen los dueños de la casa han hecho una Constitucion sin nosotros; nos han olvidado al confeccionarla, han desdeñado nuestro concurso; y la criada, sin embargo, les ha salido respondona, porque con esa Constitucion, y solo con esa, nos han hecho fuertes como Samson, audaces. como Josué, y destructores como Atila. Lo cual prueba una cosa que es menester no se olvide jamás por ninguno que se precie de querer mordazas para sus semejantes; y es á saber: que solo Dios ¿estamos? solo Dios es el que sabe hacer Constituciones. A primera vista, parece esto un axioma oficioso, porque el que sabe lo más sabe lo ménos, el que supo crear al hombre, bien puede saber hacer un libro. Pero no es eso; es que de una vez por todas, las Constituciones tienen que ser dictadas por el Espíritu Santo, como lo fueron las Tablas de la Ley; ó no son tales Constituciones.

Por ventura, ¿nos faltará un Moisés que sepa subir á la misteriosa cumbre, oir el trueno, circundarse de rayos y bajar luego con el mejor derecho escrito, con el único derecho que los españoles deben acatar? Quien dice un Moisés con túnica y barba, dice un virey con levita y patillas; pero es lo mismo, porque de Constitucion à Constitucion no va nada. Y entiéndase que si alguno piensa siquiera en otro órden de constituciones, aunque este alguno se llame D. Ramon Cabrera, janatema sit! Basta de tolerancias, basta de hablar de derechos ni á

los pueblos ni á los reyes, basta de pagar contribuciones, basta de estarnos así, mano sobre mano, dejando que en las escuelas se enseñe el francés, y esperando que el sufragio universal nos permita disponer de la universal ignorancia. Es preciso ser fuertes por derecho propio, y que el mango de la sarten nos sirva á la vez de lanza de combate.

¡Gloria, pues, á Dios en las alturas, y en la tierra honor á la guerra civil! A las urnas, ciudadanos absolutistas, vosotros los que llevais treinta y tantos años de cobrar y no pagar, de maldecir y de haceros los suecos. A las urnas, y que las estrellas del cielo, las arenas del mar y las letras de un periódico sean menos que vosotros en las próximas Córtes! ¡A las urnas; con el mismo entusiasmo, con la resolucion y la presteza mismas que si fuerais al entierro de un liberal! El correo de Suiza nos ha traido la verdadera señal, el guia verdadero que debe llevarnos á la Tierra de Promision; no es una columna de fuego, pero es un papel escrito por un ex-ministro de una ex-reina, como quien no dice nada. Levántate, pues, oh Ismael afortunado, y sigue á quien te manda, y cruza el desierto, y mañana será otro dia: que aquí siempre hay un mañana para un reaccionario.

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