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PREDESTINACION.

(27 de Marzo.)

Entre ser cristiano y hombre político, y no ser fatalista, no deja de haber sus dificultades, porque, mirándolo despacio, la política es un gran plantel de predestinados, es una gran demostracion de que cada uno nace en este mundo para su cosa. Los personajes de la escena pública no necesitan, en efecto, serlo mucho tiempo para que la opinion, con raras excepciones, les pronostique proféticamente el porvenir. Abrió por primera vez la boca en público D. Vicente Rodriguez, y el público conoció, sin equivocarse mucho, que para poco ó nada serviria, salvo el llegar á ser condidato por fuerza. Presentóse un dia en el Parlamento el gran Moncasi, y el mundo presintió que desde capitan de granaderos arriba, no habria elevacion que le asustara. Escribió su primera circular el Sr. Diez, y la magistratura dijo, y con razon: un fiscal ménos. Apareció el partido radical, radiante de secuestros y otras artes que le hacian posible y probable el poder, y Europa dijo, mirando al general Córdova: un radical más. Y es eso; es que la política es la ciencia de los horóscopos fáciles, una ciencia gitana, como si dijé

ramos.

En este sentido, el Sr. Echegaray ha hecho perfectamente al entrar en su vida de hombre de Estado desprovisto de toda religion positiva, sin una creencia religiosa para un remedio. ¿De qué serviria al gran matemático, por ejemplo, el viejo cristianismo de sus padres, ante la evidencia de ese fatalismo que la política, como ciencia personal, entraña? ¿Ni cómo armonizar el libre albedrío, ese dogma engendrador de la responsabilidad humana, con el destino que cada hombre político lleva escrito, ya que no en la frente, en sus acciones? ¿Puede dudar nadie de que, verbi gratia, el Sr. Pellon nació para compatible, el Sr. Moret para hombre agradable, el Sr. Sardoal para hacerse un

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uniforme? Solo el Sr. Prieto, á pesar de haber sido director de aduanas, no sabe él mismo para qué ha nacido; pero esta es una excepcion que no desvirtúa la regla. Por lo tanto, el Sr. Echegaray obró sábiamente al presentarse ante el país con el indiferentismo teológico que le constituye. Si hay una religion que verdaderamente convenga á la política, es la turca, es la de Mahoma, es la que dice al hombre: hagas. lo que hagas, serás lo que has de ser. Y en la imposibilidad de ser polígamo, el Sr. Echegaray se decidió á ser ateo. Bien hecho.

¡Ah! ¡El Destino! ¡El Destino! ¡Qué deidad tan inexorable! Los antiguos, que tanto la respetaban, no eran, no, niños de teta. El hombre que con ella pretende luchar, intenta, como dice Byron (un poeta inglés), una lucha tan insensata como la de la espiga contra la hoz. Y nosotros decimos que, políticamente hablando, eso es una gran verdad: que el «estaba escrito» de la gran escuela pesimista es la gran divisa de todas las notabilidades, El Sr. Rivero, D. Nicolás, salió de Madrid hace pocos dias, haciendo quizá mil castillos en el aire sobre la recepcion que iba á merecer á sus paisanos, llevando escondido en lo más hondo de su fuero interno «el cántaro inmortal de la lechera,» que ha dicho Campoamor. Yo iré, yo llegaré, se decia acaso, y veré, y venceré, y seré aplaudido, proclama lo y elegido. Pero como estaba escrito que el Sr. Rivero solo seria esta vez silbado por la reina del Bétis, silbado fué. Pues no digamos nada del Sr. Beranger. ¿Quién habia de decir á S. S. que iba á ser candidato por el distrito del Hospicio en Madrid? ¿Quién habia de pensar esto al presenciar su eterno, misterioso silencio parlamentario? Cosas del Destino.

Tampoco es dificil pronosticar el destino del Sr. Martos. En vano su habilidad, que es de primer órden, y la de sus amigos, que no es más que mediana; en vano su modestia, las conveniencias momentáneas de su parcialidad, y otras muchas concausas análogas, tratan de ocultar lo que el Sr. Martos ha de ser en el seno del radicalismo, ó, mejor dicho, lo que es por el derecho propio de su cacúmen, de su carácter y de su aplicacion. La jefatura cimbria, esa autoridad grande y peligrosa por iguales partes, que imprime direccion à la rápida marcha de los demócratas, que los llevó desde la república á la monarquía como con la mano, y que hoy, dando frente á retaguardia, les invita á saltar sobre la monarquía para ir «donde Dios quiera,» como dice Nocedal; esa jefatura no es para nadie un misterio. El se

nor Martos la tiene de hecho; era su mision, su merecido, su Destino! Si hay algun radical que no lo crea, que se pare y medite: ¿cuántos años tendria que estudiar el jefe de pelea para llegar, intelectualmente hablando, á los zancajos de D. Cristino?

Respecto al destino de D. Manuel, no es ménos sencillo, ni ménos lógico, á nuestro juicio, el pronóstico. A primera vista no lo parece; pero dejémonos de primeras vistas, porque si á eso vamos, tampoco parece á primera vista el Sr. Ruiz un hombre notable, y lo es sin embargo en cierto sentido. A primera vista habrán dicho muchos que don Manuel ha nacido para matar el partido en que le metió el general Prim, ó para hacer famoso el Burgo de Osma en que rodó su cuna de caoba. Pues no es eso; todo eso, y mucho más, no es otra cosa que lo accidental de su vida, con respecto á su predestinación. Lo sustancial, lo fundamental, lo decretado por esa Providencia que desde la florecilla hasta el radical señala á cada cosa su puesto en la tierra, es cosa muy distinta. El destino del Sr. Ruiz no está ni en sus destinos, ni en su fama, ni en sus terrones: está en su palabra. ¿Qué importa que esta sea premiosa como el orin, oscura como la falta de ideas, estéril como el egoismo? Lo cierto es que D. Manuel ha nacido para decir inconveniencias. Y ahí están todos, absolutamente todos los capítulos de su biografía política, desde el primero hasta el que escribió ayer mismo, que no nos dejarán mentir.

¡Discursos y actos del grande hombre, en lo que va de revolucion: venid hoy, siquiera sea rapidísimamente, en apoyo de esta afirmacion nuestra! Servicios personales al conde de Reus, justipreciados en una cartera; cartera desechada por la idea de una presidencia; presidencia ayudada por la filípica sobre los puntos negros; puntos negros que luego resultaron quedarse en inmensa mayoría cerca del que fué con la moralidad por la monarquía; monarquía declarada préviamente para un uso particular y abandonada hoy por el abrazo de los republicanos; republicanos que no quisieron ser ministros con el Sr. Ruiz, á pesar de las lágrimas de sus ojos; ojos que no saben como atender hoy á los distritos y á palacio: decid, decid vosotros si nos equivocamos; si, como el ministro de cierta zarzuela, abre D. Manuel una sola vez la boca para decir algo que no sea de lo más impertinente. Y aunque todos vosotros lo negárais, ¿no dice bastante la reunion de ayer en el teatro de La Risa?

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Reuniéronse los electores del comité del distrito del Congreso, que, por una casualidad, son los mismos del comité del distrito de Buenavista; dieron la presidencia al Sr. Ruiz, para evitarle un disgusto, y propusieron como candidato al Sr. Martos, y el Sr. Martos habló con toda la brillantez que quisɔ, y el Sr. Ruiz tomó la palabra. ¿Para qué? ¿Para decir algo monárquico, ó dinástico, que atenuara un poco lo que no se ha dicho? No señor: esto hubiera sido aclararse el porvenir, pero tambien hubiera sido faltar á su idiosincrasia, ser infiel á su predestinacion. D. Manuel tomó la palabra para decir que el Sr. Martos no habia querido presentarse por otros distritos, es decir, para dar á entender que el Sr. Martos no tiene más distrito, ni más esperanza que el del Congreso. Ahora bien: ¿es esto cierto, ó no es cierto? Si lo es, ¿para qué decirlo, para qué mortificar y rebajar á nadie, D. Manuel? Si no lo es, ¿qué nombre merece la afirmacion, Sr. Ruiz? ¿Cómo quiere Vd.luego que su jefatura sea una cosa séria, y que el Sr. Martos deje de reirse ante ella en su conciencia? Pero, en fin, D. Manuel, con una inconveniencia más, no hizo sino cumplir con su naturaleza. El dia en que salga de sus lábios algo prudente, ese dia habrá cambiado su Destino. No espere España ese dia.

LOS DESFALLECIENTES.

(1. de Abril.)

Cuando el Sr. D. Manuel Silvela hizo el sacrificio de aceptar el ministerio que la revolucion, y en su nombre, si no recordamos mal, el respetable Sr. Rios Rosas, le ofreciera, el Sr. Silvela, que, segun nues― tras noticias, pudo optar entonces entre las carteras de Estado y Gracia y Justicia, lo hizo por la de Estado, por la diplomática, con una decision, con una insistencia que los hechos vinieron en breve á justificar. Creyó, sin duda, el Sr. Silvela que, á pesar de su notable práctica de juriscon– sulto, la situacion general de la política en aquellos dias, la imp rtancia que entonces entrañaban nuestras relaciones internacionales, y hasta sus condiciones intelectuales y personales, su vasta instruccion literaria, su talento elástico, su fácil palabra, su distinguida figura, le llamaban á ser digno sucesor del Sr. Lorenzana, del modesto autor del célebre memorandum revolucionario.

Y, en efecto, el Sr. D. Manuel Silvela creyó bien, estuvo en lo justo, apreció con lucida exactitud la situacion de las cosas, y, lo que es más difícil, supo apreciarse bien á sí mismo. No fué larga su permanencia al frente de la primera secretaría, pero su breve paso por ella dejó, como no podia ménos, el honroso rastro que todos nos prometiamos. Sus notables conferencias con los representantes extranjeros, sostenidas en el francés más puro; las sábias, aunque penosas reducciones que hizo en el personal, número y sueldo de nuestras embajadas, apresurándose á obedecer incondicionalmente el espíritu económico de la mayoría constituyente; el cultivo íntimo de la amistad del general Prim, que los elementos conservadores le agradecieron y le agraderán siempre; sus viajes á Vichy y París en compañía del malogrado marqués, que tan alto dejaron en la entonces córte de las Tullerías el nom

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