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ECCE HOMO.

(15 de Abril.)

No diremos nosotros que el honorable Sr. Ruiz sea precisamente lo que se llama un hombre astuto. La astucia, aun la no mejor empleada, implica cierta elasticidad y cierta fineza de inteligencia que hasta hoy no tenemos motivo para suponer en el cerebro, á todas luces sólido, del jefe de pelea. Mas en la política, que, por desgracia para los tiempos que corren, no está siempre en perfecta armonía con el sentido moral, suelen hacer las veces de la astucia cierta falta sistemática de sinceridad, cierta provechosa abstraccion de la formalidad, cierto oportuno olvido de la lealtad vulgar, que dan un solemne chasco al más pintado, y que, en sus efectos prácticos, se parecen mucho, pero mucho, á una sagacidad verdadera. Y considerando á D. Manuel desde este punto de vista, hay que quitarle el sombrero.

Prueba al canto. Era en el génesis de la coalicion. Corrian aquellas pavorosas jornadas en que El Imparcial aseguraba bajo su palabra que la situacion iba á ser miserablemente derrotada en los comicios. La fórmula estaba enunciada, aceptada y planteada. Los demócratas, co-autores de la Constitucion y co-votantes de la dinastía, habian tendido sus cariñosos brazos á los republicanos enemigos del artículo 33, á los absolutistas enemigos de todo el texto, y á los moderados que no conciben cómo haya un miembro de la casa de Saboya en el mundo. Era una tarde, debia ser una tarde, antes de la hora de comer, porque despues de comer ni D. Manuel ni muchas personas¡oh tiranía gástrica!-suelen tener ocurrencias felices. Ya habian salido de la casa nacional de la calle de San Marcos, Castelar y Nocedal, ambos contentos, el primero porque se contenta siempre consigo mismo, y el segundo porque se ha propuesto estarlo toda su vida. No quedaban en el célebre despacho más que los dos jefes y representantes

del moderantismo, designados para el comité central de la explosion nacional: los Sres. Barzanallana, marqués, y Estéban Collantes.

D. Manuel abrió, por decirlo así, la boca y les dijo, en muy parecidas frases, y con una franqueza de cincuenta grados, lo siguiente: «<Señores: el partido moderado no puede prometerse mucho de la próxima eleccion general de diputados. El sufragio universal es al moderantismo lo que el peine al calvo: una cosa completamente inservible. ¿Por qué? Muy sencillo; porque el partido moderado no tiene masas, muchedumbres activas y favorables, proselitismo valeroso y batallador dentro de esa legalidad en que vota todo el mundo, hasta los soldados. Vds. son unos cuantos ex-ministros que desean volver á servir á su patria, unos cuantos hombres de órden naturalmente contrarios á las agitaciones de otros, unos cuantos aristocratas que profesan el dogma tradicional del besamanos, y unos cuantos pensadores que no creen en el pueblo sino á condicion de que este no crea en sí mismo. Están Vds., pues, en su derecho al esperar poco de la libertad, y tienen Vds. por ende el deber de prometerse poco del sufragio no restringido. Esto es innegable.>>

<<Pero la Providencia, señores (yo creo en la Providencia, no precisamente por lo de la calle de San Roque, sino por otra porcion de cosas), la Providencia, que todo lo armoniza, que todo lo compensa, que da la muerte al pobre asno trabajador, el asno muerto al cuervo carnívoro, la tela á la araña, la melena al leon y la política al buscavidas, a Providencia, que los ha hecho á Vds. inferiores, bastante inferiores á todos los partidos liberales, y especialmente al mio, en eso del voto universal, los ha hecho á Vds., sin embargo, bastante aptos para traer en esta ocasion, y con esta legalidad misma, un grupo respetable de prohombres, ya que no al Congreso, al Senado. Casi todos ustedes, en efecto, tienen aptitud legal para senadores. Casi todos ustedes tienen más de cuarenta años, y han sido consejeros de Estado, ó diputados tres veces, ó generales. Mis amigos, que todavía no lo han sido en su mayoría, porque no ha habido tiempo, reconocen. en ustedes esta superioridad. Yo creo, por tanto, que el interés, de acuerdo con la posibilidad, del moderantismo, es venir al Senado. Voten ustedes, en consecuencia, y apoyen á mis diputados radicales, y nosotros haremos lo imposible para traerlos como merecen á la Cámara alta. Me parece que me explico.»>

Era tan lógico, tan persuasivo este punto de vista del honorable director de la coalicion; habia tal fondo de verdad práctica y de imparcialidad forzosa en él, que los respetables jefes moderados echaron la cuenta y se dijeron: puesto que al Congreso no hemos de venir, y ́ podemos venir al Senado, vengamos. Y aceptaron. Y se despidieron de D. Manuel con todas las buenas formas de un partido que, despues de todo, ha tenido su literatura, y se fueron á sus casas y á las de sus amigos en el firme propósito de ayudar como hombres sérios á los candidatos radicales para la diputacion. Y pasan los dias, y llegan las elecciones, y allí donde ha sido preciso que un radical, constitucional y dinástico, ó poco ménos, tenga el apoyo y la decision de los moderados, bien para los efectos de alguna urna prestidigitadora, ó bien para algun escrutinio milagroso, allí los moderados-hay que reconocerlo-han echado el resto.

Mas siguen pasando los dias, y llega el momento coalicionista de convenir y redactar las candidaturas senatoriales de la alianza santa. El contrato bilateral debia cumplirse en Madrid, como en todas partes, en su parte segunda, esto es, por parte del honorable Sr. Ruiz. La palabra empeñada del grande hombre, las necesidades morales, parlamentarias, y hasta filosóficas del pacto magno, lo exigian. Y la comision moderada del comité central vuelve á casa de D. Manuel con la modesta, con la única pretension de que se incluya en la candidatura madrileña, un nombre, uno solo, del moderantismo, y no el ménos digno de respeto y de aceptacion nacional: el nombre de D. Alejandro Mon. Llaman á la puerta de la casa de la calle de San Marcos.¿El Sr. D. Manuel?—No está.-(Sorpresa.)—¿A qué hora volverá?— No volverá en algunos dias, porque no está en Madrid.-(Indignacion.)-¿Pues dónde está?- En Tablada.-(Estupor.)-¿Y á qué ha ido?—Ya lo dice El Imparcial: á negocios particulares.-Y la comision baja de cuatro en cuatro los escalones, bramando de cólera y roja, créanlo Vds., roja de vergüenza.

Pero aún no está todo perdido. Los compromisarios de la coalicion van á reunirse. ¿Dónde? Donde se reune todo el que tiene en sus venas sangre coalicionista: en la Tertulia. La comision deposita el nombre de su candidato en el seno de la lealtad y de là caballerosidad de Martos y Montero Rios. Martos y Montero Rios van á la reunion, sueltan ese nombre, lo apoyan con todas sus fuerzas; pero en vano; una tem

pestad radical estalla.-Basta de farsa, exclama uno: con los moderados, ni á la república.-¡Bonito nombre el del Sr. Mon! dice otro: ¡un hombre que fué embajador de doña Isabel!-Nombre tributario, salta un economista.-No sirve, no sirve, á votar, gritan otros muchos. Y se vota, y, en efecto, el Sr. D. Alejandro Mon se queda sin la senaduría por Madrid, como se quedó sin reina. A todo esto, D. Manuel en Tablada.

Hoy volverá, empero; y cuando llegue y le cuenten la escena, y le digan cómo se han tirado sus amigos los trastos á la cabeza, y cómo, en vez del Sr. Mon, fué propuesto el Sr. Fernandez de los Rios (¿No sirve al gobierno en alguna parte este Sr. Fernandez de los Rios?), D. Manuel no hará nada, absolutamente nada más que sonreir. Y su sonrisa será un poema. ¡Ah! nosotros, loado sea Dios, no hemos de ver esa sonrisa. Lo que nosotros hemos de ver es el resultado de la eleccion senatorial de Madrid, que bien pudiera no ser grandemente satisfactoria para la Tertulia. Pero sea lo que sea, lo que nosotros nos permitimos decir á los coligados es que aprendan á conocer al hombre de la jefatura. Grandes rubores y grandes arrepentimientos deben sufrir las tres grandes agrupaciones facciosas del actual momento histórico de España Pero no comprendemos que haya para ningun partido ni para ninguna racionalidad aislada mayor vergüenza que la de haberse dejado engañar por semejante individualidad. Nosotros, al menos, si esto nos pasara, seria una pena que llevariamos hasta el sepulcro, y hasta más allá, con perdon sea dicho del Sr. Echegaray.

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Si Dios nos llamase en uno de estos dias a su presencia, y su inagotable misericordia consintiese á nuestra alma española hacerle una súplica, pedirle un favor supremo antes de aclimatarnos á la bienaventuranza sin deseos de la eternidad; si la bondad divina nos pidiese noticias de este religioso y benemérito país, que tanto ha hecho por la verdadera fé y por el absolutismo; nosotros, despues de exponer breve y fielmente el estado de nuestra república, que acaso no será bien conocido en el cielo por razon de la distancia y porque sus ángeles custodios hace mucho tiempo que deben haberle abandonado aburridos, formulariamos todas las ánsias, todas las hondas penas y todas las urgentes necesidades de la España contemporánea en estas pocas palabras: Señor, diriamos, haga Vuestra Divina Magestad el mayor de sus prodigios modernos, y que los radicales sean un partido sensato mientras dure al ménos la guerra civil!

Pediriamos con ello, es verdad, un imposible, mucho menos fácil que aquel buen gobierno que, segun el cuento, pidió á Dios un alma cándida en la Península, y que le valió el ser echada del empíreo poco ménos que á empellones; pero nosotros habriamos cumplido con tamaña peticion el último y mayor deber de nuestro patriotismo, porque lo cierto es que si el radicalismo adquiriese siquiera una sensatez de ocho dias, se habria verificado el mayor de los milagros en esta noble tierra que tan milagrosamente vive. ¡Y hemos estado, sin embargo, á punto de creerlo! No hace aun quince dias que, al levantarse en el Norte la bandera de la inquisicion, los radicales fingieron salir de su embriaguez coalicionista, volver por los fueros de la pobre revolucion que tan buenos destinos les ha dado, y ponerse al servicio

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