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¿Dónde está? dicen las facciones que le buscaban; y al ver que nadie les responde, y que una jícara de vino por barba y un plato de salvado por cabeza no merecen la pena de creer en el derecho divino, y que Primo de Rivera avanza, avanza como el huracan, inclinan el trabuco y se presentan. Sus jefes no hacen otro tanto por evitar á sus cuerpos el olor á pólvora, pero les aconsejan que lo hagan, y ellos pasan el rio de Irun esperando indulto. ¿Dónde está? dicen los curas lanzados y por lanzar; ¿dónde está? dicen las amas lanzadas; y hasta los chiquillos de boina dicen en el hermoso idioma que solo ellos y sus padres absolutistas entienden: ¿dónde está?...

Que cesen, empero, en sus dolientes ecos las auras navarras; que vuelva la tranquilidad moral á los hogares de la rebelion; que las amas sensibles, y los sacritanes nerviosos y los absolutistas pequeñitos se calmen. D. Cárlos existe; apóstamos lo que se quiera á que existe; nos lo da el corazon, el hecho mismo de su sábia huida nos lo garantiza. Verdad que las apariencias le condenan; verdad que eso de venir con el único plan de correr, con la única mision del gamo, y sin otro plan que una esperanza, y sin nada práctico y eficaz para hacer frente á las medianas dificultades de un ejército enemigo, y sin otra solucion que el escondite, es un poco demasiado fuerte. Mas en primer lugar, lo esencial es que viva; y vive, sí, de seguro vive. ¡Feliz la sacristía, ó la bodega ó el pajar que en este momento le den abrigo! Si ellos pudiesen hablar, ellos nos dirian lo que dura en oidos augustos el eco de ciertas detonaciones. Vive, sí, vive, y no como D. Rodrigo, ó D. Sebastian, que no volvieron; vive como vivió Mambrú, para volver, aunque sea á Suiza á donde vuelva.

Y además, todo el que ose condenar ó censurar esa huida, ese eclipse, esa ocultacion, ese es un mal carlista. ¡Pues qué! ¿Se ha olvidado ya el consejo, el precepto de D. Cándido? Aquí lo que hay que saber es deponer á tiempo á quien lo merezca. ¿Quién nos dice que D. Cárlos no haya creido llegada la hora de su más grande deposicion? ¿Quién nos dice que la soledad, el refugio que hoy le guardan, no le estén viendo decidido á deponerse á sí mismo? Es preciso ser justos; cada cual tiene el derecho de escoger sus profesiones, y de dejarlas cuando le cargan, y de arrepentirse. Es preciso haber estado en Oroquieta para saber cómo cambia las ideas de un hombre, aunque este hombre sea un héroe, la granada enemiga que atraviesa el techo y viene á

preparar su estallido bajo la mesa en que se merienda. Pero aunque `D. Cárlos se deponga á sí propio, haciéndose justicia, ¿no tiene un hijo, no hay un Jáime para la generacion próxima? D. Cárlos está, pues, dónde y cómo debe estar: deponiendo su gloria en favor de su heredero.

EL ANGEL.

(11 de Mayo.)

Del fondo de la dimision del general Gándara surge ahora una figura simpática, primaveral, inesperada, la más dulce de las figuras oposicionistas del actual momento histórico. Tal al menos lo asegura la persistencia de los ociosos que todavía andan comentando aquel que pudo ser grave suceso; tal al menos lo asegura la curiosidad de los círculos políticos al pretender hacer la luz en aquella cuestion. Todos convienen en señalar esa figura, en entreverla, en hacerla aparecer á través de las ya disipadas sombras de aquel incidente, bien así como el pedazo de firmamento que enseña al cabo en su fondo la fútil nube de verano, ó como la liebre que salta donde ménos se piensa.

Inútil seria que vacilásemos por nuestra parte en escribir el nombre de esa figura política que el chichisveo de la crónica del dia exhibe en las profundidades de la que fué cuestion Gándara. Aun aquellos de nuestros lectores que no están obligados à perder su tiempo entre los noticieros habrán comprendido que cuando se habla de lo más simpático, de lo más fresco, de lo más suave de la política palpitante, de la más corredora y avizora liebre oposicionista, dispuesta siempre á saltar donde ménos se la espera, no se trata, no puede tratarse de nadie más que del Sr. Moret, D. Segismundo.

Y así es, en efecto. Parece ser que todo ha sido un sueño del señor Moret. El Sr. Moret, como todas las privilegiadas organizaciones que gozan el monopolio de una juventud eterna, tiene indisputablemente, y mejor que los mejores, el derecho de soñar. Y sin duda una de estas. pasadas noches su imaginacion, preocupada melancólicamente por la noticia definitiva de su derrota electoral en la Mancha, quiso ofrecerle una compensacion en las gratas regiones de la quimera, y ofreció á su

fantasía los campos de Navarra hirviendo en carlistas triunfantes, al brigadier Primo de Rivera y sus tropas vencidas y dispersas, á la Gaceta de Madrid tratando en vano de disimular tan gran fracaso, á la corona preocupada con esa catástrofe y su ocultacion, al radicalismo de frac y guante blanco esperando la hora de jurar, y al ministerio de Hacienda volviendo á oir bajo sus artesonados la voz argentina de un ministro de nieve y rosa.

Y sin duda el Sr. Moret despertó al dia siguiente poseido de la ilusion magnética de aquel sueño, creyendo que habia sido una revelacion, que era y debia ser una realidad, una verdad perfecta. ¿A quién, que de un poco nervioso se precie, no le ha pasado eso alguna vez? ¿Quién no ha soñado, por ejemplo, que la democracia economista era bastante para desprestigiar la revolucion de setiembre, y quien, despues de haberlo soñado, no ha seguido creyéndolo en plena vigilia? Pues, nada: el Sr. Moret hizo su toilette con su habitual escrupulosidad inglesa, tomó un refrigerio, se puso el palillo en la boca (cigarro no, porque el Sr. Moret no fuma) salió á la calle, miró frente á frente al sol que copia el color de su bigote, se encontró acaso á algun pariente del general Gándara que le buscaba para antiguos asuntos particulares, y ¡zás! le encajó, esto es, le participó su sueño con el aplomo, con la conviccion, con la persuasion, con la seriedad con que se dice lo que

se cree.

Y el resultado no se hizo esperar. La buena fé de los sueños de don Segismundo sorprendió, sin quererlo, la buena fé del pariente ó amigo del general Gándara, y la de éste, á su vez, fué sorprendida por la de, sú deudo; y, como no podia ménos de suceder en un asunto de interés nacional, bien pronto se difundió la soñada noticia por las más altas regiones, preocupando tambien ánimos augustos, extendiendo tambien, naturalmente, la preocupacion al gobierno, convirtiéndose en un importantísimo accidente político, y conquistando, en fin, el imperio moral de Madrid entero. Y solo cuando la verdad se abrió fácil paso entre tanta descomunal suposicion, y el público, inútilmente afanado, se preguntó cuál habia silo la causa de todo, la silueta clásica, mitológica del Sr. Moret, apareció en las entrañas de la cuestion, con las proporciones estéticas de un bello error inocente.

¡Ah! puesto que ya podemos ser historiadores de ese involuntario engaño de todos, que á todos, desde el jefe del Estado hasta los grace

tilleros, creó una situacion bastante penosa y difícil; puesto que ya, loado sea Dios, todo ha pasado, en razon á que no ha pasado nada, saquemos por nuestra parte la consecuencia, la enseñanza filosófica que ese acontecimiento y su principal promovedor nos sugieren: reconozcamos y confesemos que es un gran bien para nuestro estado social y po→ lítico del presente el que alternen y se distingan en la escena pública caractéres y personalidades de la condicion impresionable, soñadora, benigna, inofensiva, angélica, que amigos y adversarios del Sr. Moret le reconocen. Porque todo lo importante, todo lo trascendental, todo lo grave se convierte en sus manos, y mediante su participacion, en lo efímero, en lo baladí, en lo apacible. Hay naturalezas que son para→ rayos morales. La chispa destructora que ellos atraen, lejos de causar daño ó ruina, se disuelve en breve en el depósito comun de su bondad amable. La política tiene tambien sus ángeles.

¿Quién duda que el Sr. Moret tiene ese carácter? Toda su historia pública lo abona. Candidato ministerial, ó poco menos, en las elecciones de 1863, el ministerio Miraflores le vió, sin embargo, hacer su primera aparicion olímpica en la tribuna; y, flor parlamentaria de un dia, cuando vió que aquellas Córtes reaccionarias, y el país pos→ tergado con ellas, hicieron como que no oian su discurso, se volvió á su secretaría de la sociedad de San Vicente de Paul, que desempeñó admirablemente, ó á jugar al whist en el palacio de su amigo de siem→ pre y poderdante el Sr. Salamanca, donde rayaba á la mayor altura. Economista teórico, ideal de la Universidad, de la Bolsa y del Ateneo, llega á ministro de Hacienda por sus propios méritos y los del general Prim; tropieza con las grandes, insuperables dificultades prácticas del gobierno, sublimadas por su maestro Figuerola, y en la primera ocasion que se le presenta, ardiendo en bondad y en patriotismo, por la más leve alteracion del pliego de condiciones en una contrata de taba¬ cos sin subasta, por una insignificante indemnizacion de treinta millones al Banco de París, deja su honroso puesto como esas puras es¬. trellas del firmamento que, al correrse, parece que buscan la más intacta parte del éter.

La benevolencia, el respeto, el amor de su generacion le siguen á todas partes, á sus asíduas presentaciones en palacio, á sus valerosas protestas en la Tertulia, á sus empeñadas luchas electorales. Su partido, incluso Rivero, le agasaja, sus amigos le adoran, sus enemigos

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