Imágenes de páginas
PDF
EPUB

le toleran. Y es eso; es que hay naturalezas desposadas con el arte del bien, que lo irradian, que lo imponen, y á las cuales, si las vicisitudes de la suerte les ofrece un mal paso, un mal negocio, una ó cien pifias, uno ó cien descréditos, todavía, sin embargo, y siempre, y aun despues de descorrerse ó de rasgarse el velo de la credulidad pública en lo que á su valor moral é intrínseco se refiere, saben dorar, como vulgarmente se dice, la píldora, extender un manto brillante sobre todos los abismos, y dar al más amargo sedimento el sabor del néctar.

No faltan espíritus fuertes que creen esto un mal, que abominan de esas naturalezas calmantes, balsámicas, esclavas de la bella forma sistemática; no faltan execradores de todos los bajos imperios, que dan como causa eficiente del infierno social contemporáneo esos ángeles de la política y del temperamento. Pero esto es una aberracion de la virilidad exagerada, tan viciosa como todos los extremos. Y por nuestra parte, y como hombres prácticos que creemos ser, siempre preferiremos que cuando haya un conflicto que atravesar, una grave noticia que soñar, un nuevo fiasco radical que deplorar, sea una imaginacion como la del Sr. Mcret quien en sus deliquios le dé orígen.

INCORREGIBLE.

(18 de Mayo.)

Gran palabra la del Sr. Martos, fácil como los alborotos de la Tertulia, tersa y límpida como D. Segismundo, correcta como la gramática que debieron aprender hace tiempo muchos demócratas, artística como las declaraciones dinásticas de su partido, profunda como ciertas ignorancias que se le sientan cerca en el Congreso, serena y dueña de sí misma á veces como los héroes de los sábados negros, arrebatada y calorosa otras como el Sr. Ruiz Gomez cuando se le niega la nivelacion de su presupuesto. Gran palabra. Con decir que ayer tarde la oyó con gusto el Congreso durante dos horas con motivo del acta de Ecija, y con añadir que hubo momentos en que hasta el Sr. Ruiz Zorrilla pareció entusiasmarse, se dice todo en su elogio. Y no hay que. extrañarlo: es el poder eterno del génio. En los tiempos en que las fieras tenian cierta aficion á los hombres, Orfeo las desarmaba con su laud, y San Gerónimo hacia de los leones falderillos. En estos tiempos de radicalismo, Martos se hace aplaudir del jefe de pelea, venciendo todas las repugnancias anexas á su autoridad inconsistente. El fenómeno es análogo.

Por nuestra parte, vamos á resumir todas las alabanzas que el Sr. Martos nos merece como orador, diciendo que le escuchamos con la secreta pena de siempre. Porque ya lo hemos dicho alguna vez, y si no lo hemos dicho lo decimos hoy: á nosotros se nos encoge algun tanto el corazon siempre que oimos al Sr. Martos. Sí; á pesar del placer con que siempre le aplicamos el oido, y del aplauso que nuestro espíritu crítico le tributa, un buen observador podria descubrir en nuestra fisonomía algo parecido á la compuncion, à un gesto de amargado contento, á eso que en lenguaje infantil se llama puchero

[ocr errors]

y que no es otra cosa que la batalla moral de lo dulce y lo ágrio. ¿Y por qué esto? ¡Ah! por una razon muy sencilla: porque nosotros no podemos ménos de considerar, siempre que al Sr. Martos atendemos, lo que serian una inteligencia tan clara, una palabra tan poderosa, formal y decididamente aplicadas á causas políticas mejores de las que hasta ahora las han tenido en su defensa. En una palabra: porque nosotros deducimos del Martos radical lo que podia ser el Martos conservador, el Martos puesto al servicio de principios y de intereses que fueran mucho en su patria.

Però ¡ay! que en este sentido no conocemos nada ni nadie más incorregible que el Sr. Martos. Es ley general de los hombres pensadores, ley general de las actividades inteligentes de la política, el venir con los años y los desengaños á la enmienda de sus primeras exageraciones. A fuerza de vagar por las ilimitadas regiones de la utopia, del error, del apasionamiento, raro es el cerebro privilegiado que no acaba felizmente por encontrar la esfera atractiva de un gran principio social sério é innegable, por no pagar tributó á la esperiencia, por no penetrarse de las verdaderas necesidades de su país, por no resignarse á la cordura, admitiendo la realidad de ciertos peligros. Por eso se dice que el radical nace y el conservador se hace. Desgraciada la edad madura que no tiene en el fondo algo conservador, en el perfecto sentido de la palabra. ¡Qué vejez la espera! La vejez política de Córdova, de Escosura, de todos los que han infringido temeraria y estérilmente aquella provechosa ley de la reflexion.

Dicen los amigos particulares del Sr. Castelar que raro es el dia en que, despues de recibir el correo, le llega la camisa al cuerpo. Dícese que el ilustre cantor político recibe con terrible frecuencia cartas y amenazas rojas del peor género, en que los demagogos le acusan de su espíritu propagandista y pacífico, de sus instintos y hábitos legales, de sus deseos incruentos. Y, sin embargo, el Sr. Castelar insiste en no ser comunista; el Sr. Castelar confiesa y reconoce que con la blonda diadema de sus primitivos cabellos se ha caido ya de su frente el gorro del tribuno juvenil que pedia la regeneracion humana por el esterminio; el Sr. Castelar es ya un conservador relativo; cómo lo es tambien Pí y Margall, el enemigo formidable del retraimiento; como lo es Figueras, que sabe más que toda la república española junta; como lo es Rivero, el terrible extirpador de los secuestradores andaluces; como

ha llegado á serlo el mismo ex-miliciano Sr. Nocedal, que en estos momentos sabe conservar bastantemente su entidad física haciéndose el perdido; como lo son todas nuestras notabilidades autorizadas; todas, menos el Sr. Martos.

¡Singular naturaleza la del primer orador y abogado del radicalismo, inverosimilmente rebelde á toda modificacion de sus instintos! ¿De qué sirvió al Sr. Martos el aparente progreso conservador en que pareció entrar de buena fé cuando aceptó la monarquía y sus consecuencias, con los demás demócratas que aceptaron el presupuesto? En vano, en vano hizo tal sacrificio. Hay en el fondo de la estructura moral é intelectual del Sr. Martos una levadura, un principio constitutivo que luchará siempre con las accidentales resoluciones de su buen deseo, ó de su escarmiento. Hay que perder la esperanza de verle entrar en la órbita de la universal experiencia, hay que concederle patente íntima é indeleble de la peor de las turbulencias, de la que lo es á pesar suyo. Por eso hizo tan inquieto, tan perturbador ministro de conciliacion. Estamos seguros de que muchas noches se despierta despavorido, oyendo en su conciencia una voz que le dice: «¡tú monárquico, tú dentro de una forma conservadora, tú con Ruiz Zorrilla y no con Garrido! >>

En el discurso de ayer tarde, sin ir más lejos, el Sr. Martos se levantó á hacer un alegato en forma contra el acta de Ecija, y cuando ménos lo esperaban ni él mismo, ni el Congreso; cuando todos oiamos con verdadero recogimiento aquella palabra galana, cervantesca, llena de artísticos claros-oscuros, ya levantada y solemne, ya rebosando de perfecto aticismo; cuando el hombre de Parlamento y el hombre de ley procuraban en agradable consorcio darnos lo que se llama un buen rato, sucedió que el Martos natural metió su cuarto á espadas contra el Martos artificial de la conveniencia, de la discrecion, de la oportunidad, y se le fué, como quien dice, la burra, y soltó aquello de que el radicalismo quiere hacer compatible, y lo hará en cuanto sea poder, el ejército permanente con la abolicion de las quintas. Pálido se puso el jefe de pelea al oir esta intempestiva promesa, como diciendo: ¡qué muchacho este! Y nosotros comprendimos la palidez del Sr. Ruiz. ¡Qué ministerio le aguarda! Un ministerio sin ejército, entre republicanos y carlistas. ¡Qué ganga!

Permítanos, pues, el incorregible Sr. Martos, ya que tan sabrosos

cuentos nos refirió ayer tarde desde su escaño, que nosotros le contemos brevísimamente uno. Entró cierta vez en un café un pobre hombre, tan pobre que solo tenia doce cuartos de capital; y sabiendo por la voz pública que un chocolate cuesta dos reales, llamó al mozo y le dijo con ingenuidad patética: mire Vd.; yo tengo un hambre recalcitrante, y no tengo más que real y medio: ¿no podria Vd. darme por este precio un chocolate, aunque fuese algo peor que el de dos reales? Y el mozo, despues de meditar su respuesta unos instantes, le dijo con igual franqueza: «lo que yo puedo hacer es dar á Vd. por los doce cuartos un chocolate como todos, pero no peor; porque aquí, entre nosotros, lo que es peor, no le hay.» Pues eso decimos nosotros del radicalismo del Sr. Martos. A pesar de su talento y de su elocuencia, no se hallará, ni con un candil, otro peor para los efectos del Sr. Zorrilla, de su partido monárquico y dinástico.

y

« AnteriorContinuar »