Imágenes de páginas
PDF
EPUB

ERROR DE EXAMEN.

(21 de Mayo.)

Lo ménos que á todo pretendiente á un trono ocupado puede exigirse, es una dósis de valor personal bastante para salvar, ya que no otra cosa, las apariencias. Por eso la historia y la filosofía están conformes en que no hay peores pretendientes à una corona que esos que la benignidad del vulgo llama pobres hombres, en el sentido moral del adjetivo. Concíbese que el peligroso oficio de aspirantes á una lista civil respetable, sea antiguo. Mas por lo mismo que la profesion ha sido siempre espinosa, siempre ocasionada á esas contingencias, á esos disgustos, á esos lances en que se empieza por jugarse el pellejo, no se concibe que siga la difícil carrera ninguno que, obedeciendo á las leyes de un organismo poco viril, tenga horror instintivo al testarazo. El pretendiente que vacile entre la espada y la rueca, está perdido.

La vieja España monárquica no ha sido desgraciada á ese respecto. Llenos están sus anales de nombres de reyes, y de aspirantes á reyes que, á falta de mejores condiciones, han tenido la imprescindible de no conocer el miedo. Aquellos hermanos, tios y sobrinos godos que se mataban en familia, y que concluyeron por llevar al Guadalete al mismo sibarita Rodrigo, son buena prueba. Los Trastamaras de Montiel tampoco puede decirse que escondian el bulto. La casa de Castilla produjo simultáneamente, con algun Enrique tímido, heroinas como la gran Isabel. La casa de Austria española nos dió algun Cárlos y algun Juan bastante bien plantados. Los mismos Borbones, empezando por Felipe V, que se batia, y acabando por Montemolin, que sabia permanecer donde se batian, tuvieron tambien sus hombres.

Y no hay para qué hablar de otros países. No hay para qué recordar á los que fueron Cárlos II y Guillermo III de Inglaterra. Si el

primero se hubiese contentado con la proteccion diplomática de Mazarino, y no hubiese dado á los escoceses la prueba de que tenia muy bien puestos sus gregüescos, toda la resolucion de Monk en su obsequio hubiera sido inútil. Si el segundo no hubiera sabido batir el cobre papista, habria vuelto á Holanda hecho un infeliz. Y no hablemos de los príncipes del legitimismo francés, directores de la Vendée, ni del mismo D. Miguel de Portugal, que supo cuando fué preciso echar el cuerpo al agua. Y hablemos ménos de las dinastías modernas, de los Napoleones volviendo de la isla de Elba, de Murat cayendo como bueno en Nápoles, de Bernardotte mereciendo su jefatura militar en Suecia. La historia de todas esas pretensiones es asímismo la historia del valor.

Resulta, pues, que la única pregunta que debe hacerse á todo el que se empeña en colocarse bajo un sólio de otro es la de: «con franqueza; ¿es Vd. cobarde?» Y el único deber de todo solicitante es responder con ingenuidad á esa pregunta. Tanto más, cuanto que está probado hasta la saciedad que nadie elige temperamento. De este mɔdo se evitan defendidos y defensores mil disgustos, y todos saben á qué atenerse, la opinion pública inclusive. Porque la opinion perdona que se solicite un trono, pero no perdona que lo solicite el que no lo merece, no perdona que se abuse de su atencion, que se dé que escribir á los historiadores, que se toque á degüello en el género humano, que se atasque el carro del progreso en pantanos de sangre, que se armen esos estrépitos infames de las guerras civiles, y que el causante de todo sea una naturaleza aquejada de los más indignos escalofrios.

Ahora bien: ¿hicieron los directores de la última intentona carlista esa pregunta sacramental, hicieron sufrir ese rudimental exámen al Sr. Borbon y Este? Esta es la cuestion. Todo hace creer, por desgracia, que el programa del directorio inquisitorial fué muy distinto y muy erróneo. En vez de preguntar á D. Cárlos si se sentia capaz de llevar á la pelea á los bravos navarros, á los pertinaces vascongados; si se sentia capaz de sonreir á compás de una descarga, de encontrar sabroso el mendrugo endurecido en la cartuchera, de pasar las noches sobre la madre tierra y los dias bajo el padre sol, y de soportar una misma camisa cuarenta y ocho horas, y de privarse indefinidamente de su ayuda de cámra, y, en último caso, de buscarse una sepultura en la noble sierra, cuyas generaciones viene diezmando su pretension;

en vez de eso, se contentaron, sin duda, con preguntarle si sabia ayudar á misa, y correr. A lo cual el joven Borbon y Este responderia la verdad afirmativa; enseñando su breviario y poniendo por testigos de sus correrías á las montañas de Suiza.

El resultado de ese falso y mal entendido examen no se ha hecho esperar. Pasó el besamanos de Vera y vino la tarde de Oroquieta, y D. Cárlos dijo: piés para qué os quiero; y esta es la hora en que el mundo entero se devana los sesos para saber dónde ha ido á parar su magestad corredora. Esto podia haber sido un profundo dolor para los examinadores; pero, seamos francos: á D. Cárlos no hay que culparle por ello. D. Carlos no ha engañado á nadie, porque nadie le ha preguntado si tenia, en efecto, las propensiones del corzo, si más que para reinar se creia nacido para la locomocion, si le constaba que las venas de sus piernas guardaban azogue y no sangre, si un tiro era para su ánimo la señal de desaparecer y no la de acometer, si, en una palabra, se creia más Judío Errante que nada. Estamos seguros de que D. Cárlos es un jóven sincero, y caso de haber sido preguntado de ese modo, hubiera respondido con toda lealtad que sí, que él vendria á España, pero que vendria con su naturaleza, con sus necesidades de galgo, y tal como la Divina voluntad le ha hecho.

A vosotros, pues, maestros, tentadores, instigadores y seductores y examinadores del niño, cabe toda la culpa y toda la responsabilidad del fracaso. Lo primero que debiais haber sabido es qué clase de idiosincrasia, de figura moral, de personaje íbais á poner al frente de las sacrificadas turbas cuya sangre pediais en nombre de Dios. Porque, en todo caso, era preciso decirles la verdad. Si no se trataba de un hombre; si Navarra, Vizcaya y Guipúzcoa, y hasta el cura de Alcabon iban á batirse por un personaje que en rigor no se viste por los piés, menester era decirlo, y atenuarlo con la franqueza, y pedir por completo el sacrificio. Pero les habeis traido un pobre jóven, casi un adolescente, que sabe latin, pero que no puede contemplar á pié firme un rasguño, y que no ha hecho ni debe hacer otra cosa en su vida que correr de aquí para allá, ni profesa otra divisa que la del movimiento continuo; y despues de haber hecho esto, y despues de haber hecho ruborizarse á España entera por el temperamento de un príncipe que tiene sangre española, ¿teneis siquiera el derecho de quejaros por el fiasco?

No, no lo teneis. Lo que hay, pues, que hacer es variar el método de exámen para el porvenir, para D. Jáime, para no chasquear á los españoles que dentro de veinte años morirán por sus curas. Y entretanto, ¡oh generales con sombrero de canal! basta de correrías: á presentaros, y á casa. No hay otro remedio.

CAIDA HERMOSA.

(1. de Junio.)

La historia no lo creerá, pero la historia hará mal en no creerlo, porque es verdad, porque ha sido un hecho, porque nosotros lo hemos. visto con estos ojos que conocen á los personajes radicales. El país lo leerá con estupefaccion à estas horas; la Europa encargará á sus telégrafos que lo difundan por su extension, y si hoy no ha amanecido nublado, si hoy no hace un dia atmosféricamente triste como nuestro espíritu, es porque la naturaleza no tiene entrañas, ni se ocupa de política. Pero ello es lo cierto que ayer... ¡ah! númenes de la melancolía social, deidades secundarias y prácticas á quienes la Providencia tiene encargados los fenómenos de la cosa pública, génios del dolor de los buenos liberales: inspiradnos, y que los lectores de EL DEBATE nos deban hoy una relacion digna de lo que vió ayer el crepúsculo vespertino!...

Venga Vd., venga Vd. pronto, que pasa una cosa grande, nos dijeron cien voces al vernos entrar en el salon de conferencias. ¡Una cosa grande! A primera vista nada tenia de particular el hecho, porque lo raro y lo inconcebible es ya el dia en que no pasa una atrocidad. Una jornada sin escándalo, sin crisis, sin acontecimientos de marca mayor, es tan inverosímil para los españoles coetáneos de la coalicion, que hasta la misma Epoca, cuando eso sucede, se pone de un humor de perros y escribe un amargo suelto de última hora sobre la degeneracion de los caractéres. ¡Una cosa grande! ¿Qué seria? ¿Habria parecido D. Cárlos dispuesto a batirse? ¿Se habria desahogado el Tesoro? ¿No habria ya conservadores enemigos de la monarquía? ¿Habria sido elegido Rivero diputado? ¿Habria hablado Salmeron en idioma comprensible? ¿Habria dos españoles que se entendieran? ¿Qué seria?

« AnteriorContinuar »