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Un amigo nuestro, no politico, al retirarse anoche un poco tarde á su casa, divisó en la solitaria acera un papel blanco hasta cierto punto; y aunque como buen español sabia que su hallazgo no podia ser un billete de Banco, lo recogió, no obstante, con la esperanza de que fuese algun curioso documento de actualidad, como, por ejemplo, un trozo de literatura esparterista digno de Gerardo Lobo, ó alguna trasconejada carta amorosa. Esta última idea halagaba en primer término la curiosidad de nuestro amigo, que en su calidad de soltero entrado en años y de filósofo rancio sostiene que las mujeres son todavía una de las pocas compensaciones que ofrece la nacionalidad española.

Era el papel, sin embargo, cosa muy distinta, porque era ni más ni ménos que la carta de un cesante, recien avecindado en Madrid, á su esposa sepultada en las profundidades de una provincia, vivero de hijos baratos y escesivos. La esperanza de nuestro conocido fué, pues, lastimosamente defraudada, y, queriendo vengarse de su mala suerte, nos ha entregado, para su publicacion, el documento, sin sospechar que nos hacia un verdadero servicio, porque la tal carta es un estudio de política palpitante hecho rápidamente á través del hambre, pero con cierta dósis de sentido comun superior á su época. Héla aquí en su integridad, salvo la firma que la prudencia nos manda suprimir:

<<Madrid 9 de junio.-Mi querida esposa: No era, en efecto, una calumnia inferida al gobierno, como decia nuestro compadre el alcalde demócrata de ese pueblo, la especie de que en Madrid cobran las clases pasivas que no cobran en España. Aquí se paga á los cesantes, porque aquí el dinero es órden público. ¡Qué bien he hecho en venirme, esposa mia, y qué ganas que tengo de que tú y los niños os ven—

gais tambien! Esto, Dios mediante, tardará poco, pues mi asunto va viento en popa. Mi agente de negocios ha hecho una solicitud al director del Tesoro; éste le ha pasado á informe. de la administracion central económica; ésta la ha trasladado al alcalde de mi barrio; éste la devolverá informada á la superioridad, y ésta la enviará al gobernador de esa provincia; y despues que vuelva, y se instruya en rigor el espediente, no cabe duda que ingresaré en el vecindario pasivo madrileño, y empezaré á cobrar. Parece mentira lo que la revolucion ha mejorado los antiguos absurdos trámites del espedienteo, ténlo por seguro: no acabará el año sin que se me haga justicia.

>>Entretanto, ¡si vieras lo que me divierto! Figúrate que me paso el dia hablando de política. Es lo único que aquí no cuesta dinero. Voy tambien á la tribuna pública del Congreso, y leo los periódicos en el café, donde por dos reales, propina inclusive, te lo dan bueno y caliente, y tienes tertulia hasta las tantas de la noche. Esto es vivir.

>>Tengo que encargarte muchas cosas. No hagas caso de lo que te diga el señor cura sobre el próximo advenimiento de D. Cárlos VII: mira que todo es grilla, y que al buen señor lo engañan sus aficiones... No hay tal carlismo en campaña, ni tales esperanzas, ni tales borregos. Me lo ha dicho un republicano que es primo de un taquigrafo del directorio.

>>Tampoco tienen que esperar nada los federales, y así puedes decirlo al secretario del ayuntamiento, que se carteaba con el Sr. Garrido. El mismo Sr. Garrido es ya un reaccionario de tomo y lomo. Ayer le suelta una tremenda andanada La Bandera Roja.-Hija, el republicanismo es un pretesto para los versos en prosa de Castelar y para que se maten bravos soldados y sencillos hijos del pueblo; pero nada más; créelo, me lo ha dicho un conservador.

>>Digo, pues ¿y la union liberal? Yo no sé cómo nuestro casero el Sr. Gonzalez, que es tan buen sujeto y tan listo, es unionista. Esto sí que está aquí muerto. Figúrate que la union queria que la revolucion tuviera un rey, y que este rey fuera el más incompatible con doña Isabel y su descendencia anónima, y el más compatible con los derechos. individuales. La cosa estaba á punto de cuajarse, cuando un amigo del conde de Reus, un tal Arias, ha puesto por condicion á todo rey que venga el que ponga antes de acuerdo á 171 españoles; que es lo mismo que hablar de la mar. Este Sr. Arias dicen que es un jefe al

fonsista. Pero no lo creo, porque el pobre se espresó en el Congreso con un entusiasmo y un patriotismo, que ya. El que es alfonsista, es Cánovas; ya sabes; aquel que fué ministro con O'Donnell, y que dicen que sabe mucho. Solo que es un alfonsista particular, porque dice que si el niño viniera ahora, seria una calamidad. Sartorius y Collantes están con él, por esto, á matar.

>>De los cimbrios te diré, para que lo sepa el alcalde, que dentro de poco se habrán comido todos unos á otros. Los que más pueden hoy son los impresores de El Imparcial. Echaron á Becerra, trajeron á Moret, que es un jóven delicado, y ahora van á echar á Rivero, porque dicen que ha contraido la costumbre de estar enfermo, y que no puede despachar los negocios. De sus resultas Rivero ha cerrado hoy mismo las puertas de su casa á esos malos amigos. ¿Qué tal? Y esto sin contarte los manejos de Martos, que seria cosa de nunca acabar. >>A los progresistas todavía no los conozco. Como unas veces votan en pro y otras en contra del gobierno, y como unas veces son conservadores y otras liberales, vaya usted á echarles la vista encima con fijeza. Pero si da la casualidad de que uno de estos dias suceda una atrocidad ó se hable de una tontería política muy grande, no pierdo la esperanza de verlos. Y, en último caso, aguardaré á que la li– bertad perezca; que entonces ya les oiremos llorar.

>>Esto último, lo de los progresistas, no se lo leas ni se lo cuentes á nadie, porque has de saber que D. Juan Prim es progresista, y que don Juan Prim es lo único que hay en este país: ¡qué salero tiene este hombre! Chica, yo me he convencido de que vale más que todos juntos. Es el director de orquesta de toda esta sinfonía. Todos los demás son segundas partes á su lado. Serrano tocaba hace veinte meses el contrabajo, y ya casi no toca pito; Topete dirigia el bronce, y ya no se le oye; Caballero tenía un vocejon atroz, y ya tiene una ronquera de dos mil quinientas leguas; Izquierdo, el de la corneta, el de la llamada y tropa, va á tener el mejor dia un disgusto. Todos, te lo repito, todos se han achicado, ó eclipsado, ó sometido á D. Juan. Y á mí, que no me digan: un hombre que les quita á todos sus compañeros de orquesta revolucionaria los instrumentos de las manos, les da un violon colectivo y se queda de pie sobre todos ellos con la batuta empuñada como un cetro, ese es un hombre de mérito. Y, lo que es yo, francamente, me siento muy inclinado á hacerle la córte.

>>Para esto convendrá que tú, mujer mia, me mandes una carta de recomendacion del comandante de armas de esa villa, que era sargento hace dos años y hoy es capitan, y que es partidario de D. Juan con una fé que yo no sé si logrará inspirarle el que lo haga coronel. Mándame, por Dios, esa carta muy pronto. Lo demás queda de mi cuenta. En cuanto yo logre que el general me reciba, le grito: ¡Viva la interi– nidad!, y tengo destino seguro, porque le probaré con este arranque de mi corazon que soy un hombre sensato.

>>Adios por hoy; no puedo estenderme más, porque tengo que leer los periódicos franceses para adivinar lo que pasará en España. Mi corazon va dentro de esta carta: repártelo entre nuestra inocente descendencia, guardando para tí la mejor parte que te entregó hace catorce años tu afectísimo esposo.-T.>>

Hasta aquí la carta, cuyo autor puede pasar, si gusta, á recogerel original en nuestra redaccion.

JUICIO DE UN SILENCIO.

(14 de Junio.)

Y sucedió, dirá la historia (porque todos nuestros lastimosos esfuerzos no impedirán que la historia se ocupe de la revolucion de 1868 en general y de la sesion parlamentaria de 12 de junio de 1870 en particular); y sucedió que aquella interinidad llegó á hacerse insoportable para los diez y seis millones y pico de españoles que poblaban entonces la Península; y eso que se trataba de unos españoles tan manejables que, poco tiempo antes, Cheste les quitaba los sombreros á bastonazos y la magnánima Isabel los aplastaba en la Mancha bajo las ruedas de su wagon.

Porque el país (¡cosas de los países!) dió en la manía de referir todos sus males á la interinidad. Los capitalistas (quedaban todavía algunos capitalistas) decian: ¿Qué va á ser de nosotros si la Europa se decide á creer que somos un país de mendigos declarados y mendigos vergonzantes?—Los pobres (y estos sí que abundaban) decian: ¿Qué va á ser de nosotros si esta emigracion de ricos sigue su progresion ascendente en alas del miedo? ¿A qué puertas llegaremos?-Los labradores decian: Los bandoleros y salteadores de caminos están en razon directa de esta interinidad, es decir, de este desgobierno. Y, ó una de dos: ó se acaba con ellos y España se despuebla, ó nos resignamos á sembrar para invertir en rescates el precio de nuestras cosechas.-Los industriales decian: La interinidad es la desconfianza, la desconfianza no tiene mercados; ¿para qué trabajar?-Los trabajadores decian: Pero ¿qué libertad y qué regeneracion nacional son estas que nos cubren de harapos y no nos dan otra ocupacion que la de leer periódicos?—Y así de las demás clases.

Y aunque la España venia estando de mucho tiempo atrás dividida

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